Derechos Humanos y Coacción Estatal

Diciembre 2015

“Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos”
Jorge Luis Borges (1899-1986)

Frente al cambio republicano propuesto por el presidente Macri, las Sras. de Bonafini y de Carlotto acaban de convocar la una a la resistencia y la otra a una suerte de cínica paciencia, en espera ambas de un pronto retorno al populismo.
Dos mujeres icónicas del totalitarismo criollo, cuyos nombres quedaron en la historia de lo que para el peronismo han significado los derechos humanos. Madres responsables de educar a sus hijos en el anti republicanismo militante y en la violencia comunera, con su visceral desprecio por la vida ajena (tercer derecho humano según la respectiva Declaración Universal). De instruirlos en la delincuencia terrorista del irrespeto a la propiedad, base de nuestra Constitución y en su corolario: el agigantamiento de la misma pobreza que dicen deplorar. Señoras para las cuales las canas parecen haber crecido en vano y que a juzgar por sus declaraciones, poco han aprendido de las (injustificables) desgracias que debieron sufrir.

El populismo que las cobijó hasta el 10 de Diciembre de este año, que las enriqueció a costa de todos mientras hundía a la clase media “conurbanizando” a (volveré y seré) millones y que ambas sueñan restaurar es el mismo que ignoró, día tras día, la mayor parte del listado de los 30 derechos humanos básicos. Una cosa, claro, llevó a la otra.

La más brutal incompetencia por amiguismo, las constantes violaciones al derecho de propiedad y disposición, la discriminación ideológica contra sectores enteros bajo impuestos confiscatorios, los ataques a la libertad de industria lícita perpetrados por legislaciones regresivas, los quebrantos presupuestarios a caballo de una corrupción estructural desbocada o la más sucia manipulación judicial, de propaganda mendaz y espionaje interno de la historia nacional hicieron imposible -de facto- su vigencia.
La “titularidad” de tales anti-derechos bajo el gobierno kirchnerista en cabeza de personajes adscriptos a las ideologías más salvajemente retrógradas y genocidas que registra la historia universal, nos exime por otra parte de mayores comentarios.

Para cuantificar por aproximación el problema comprehensivo argentino, si bien el peronista Scioli obtuvo 12.300.000 votos en la segunda vuelta electoral, resulta sensato suponer que el resultado de las elecciones primarias (PASO, donde 8.900.000 personas lo apoyaron) refleja con mayor fidelidad el número de quienes comulgan con el kirchnerismo duro, cuyo falso concepto cliento-populista de los derechos humanos está representado en la imagen y en las opiniones de ambas damas.
Sobre un padrón electoral de 32 millones de personas, equivale a algo menos del 28 % de los adultos que además, según encuestas confiables, se ubican en el cuartil menos educado/informado.

En su carácter –ya clásico- de tema manoseado por autoritarios dirigistas, el gravísimo déficit de verdaderos derechos humanos en nuestro país (que no es patrimonio exclusivo del régimen que acaba de fenecer), implicó durante décadas un freno directo a la disminución de pobrezas e indigencias y al consecuente crecimiento de nuevas clases medias tanto como de su nivel educativo.
Y un freno muy fuerte, por derivación, a las posibilidades solidarias de nuestra gente, virtual “pata maestra” (en total acuerdo con la Iglesia) de cualquier transición hacia el bienestar definitivo de los más.

Y aunque la conciliación nacional, el cierre de grietas y el olvido de los crímenes cívicos de tantos argentinos durante tantos años de prostitución legislativa, resentimientos y avivadas desatadas estén en el centro de las buenas intenciones del gobierno entrante, la élite pensante debería tener muy presente el norte a seguir más allá de las necesarias consideraciones coyunturales de orden político, si no queremos lamentar dentro de cuatro años… un enésimo fracaso.
Un norte des-masificador; de responsabilidad individual sobre los propios actos, de implacable respeto a la propiedad ajena y de fortísimas libertades creadoras que, aunque se vea lejano al amparo del pensamiento de Borges que encabeza esta nota, nadie que se diga evolucionado debería perder de vista.

En tal sentido, valgan las también premonitorias y ultra vigentes palabras del sabio francés Frederic Bastiat (1801-1850) “La fraternidad es espontánea o no lo es. Decretarla es aniquilarla” y “Aunque deba amarse la conciliación, hay dos principios inconciliables: la libertad y la coacción”.








Terrorismo, Poder Nacional, Bienestar y Libertad

Diciembre 2015

Los recientes atentados terroristas de Estado Islámico en Francia resultan motivo de confirmación positiva respecto de las inmensas ventajas del sistema de la libertad y de los horrores que acarrea el autoritarismo.
Aunque las matanzas en Europa y otros sitios compelen al mundo civilizado a una reacción, sus autoridades estatales siguen sin mostrar la madurez requerida para actuar concertadamente, incapaces de dejar a un lado sus respectivos proyectos de dominación nacional. Priman así los objetivos de poder de los integrantes de cada gobierno y como consecuencia del aquelarre de intereses políticos cruzados, el nuevo califato sigue adelante saliéndose con la suya.
Apoyándose, desde luego, en tales divisiones: la guerra fría sigue viva y sus contrasentidos alimentan al monstruo del terror autoritario que pretende devolvernos al Medioevo cultural.

La reflexión pertinente tras la comprobación de que el gobierno francés decretase el estado de guerra y excepción, reduciendo más libertades personales de las que ha venido reduciendo con el pretexto de su defensa, debería hacernos asumir que la emergencia se ha tornado -allí y aquí- en algo constante. A entender que al revés de lo debido, hoy la ley es la excepción y las garantías suspendidas… la norma. Que tenemos a la peligrosísima e inasible “razón de Estado” (bajo este u otros pretextos) ganando la pulseada contra el bienestar.

Es comprobación cada vez más extendida que el poder político (en verdad el de quienes lo administran) sirvió de muy poco a lo largo de los siglos si el parámetro a considerar es el bienestar sustentable, creciente y a libre opción para las mayorías.
Porque tanto el poder de los políticos como su vieja y querida razón de Estado dependen del estado de miedo de esas mayorías; de mantener una perenne sensación de inseguridad física y financiera, laboral, sanitaria, educativa, patrimonial y previsional; necesitada de un Gran Hermano protector. Disciplinador. Autoritario.
Se guardaron bien que dependiera de un bienestar general sólido, de altos valores y autoestima, altas responsabilidad y capacidad intelectual de decisión. Hubiera sido trabajar contra sus intereses de casta; por su propia y natural extinción.

Uno de los innumerables resultados negativos de este orden de cosas es el terrorismo que hoy enferma y coarta a nuestra civilización.
Lo es porque se trata de un orden que no fue capaz de crear las condiciones sociales que evitaran el surgimiento de tal cantidad de fanáticos violentos.
Que no fue capaz de sostener en alto las fantásticas banderas de los Padres Fundadores de la revolución norteamericana, que sirvieran de ejemplo a nuestra Argentina y a tantos otros países.
 Banderas libertarias que intentaron plasmar en una constitución que asegurase el bienestar de los más. Aherrojando al Estado para impedir su deriva hacia el viejo autoritarismo fiscalista y regimentador que siempre acababa ahogando las iniciativas personales y el progreso de la comunidad. Para evitar que se transformara en un delincuente legal; en un ladrón y un forzador.
Hablamos de un orden meritocrático abierto, justo, inteligente y no discriminatorio que mientras funcionó impulsó a los Estados Unidos (y a la Argentina en su momento) al mayor crecimiento económico y a la más poderosa movilidad social sustentable que recuerde la historia de la humanidad.

Las fuerzas unidas de la demagogia, de la ignorancia y del humano resentimiento aflojaron sin embargo los grilletes del Estado y la deriva descendente se afianzó.
El orden que gobierna la civilización occidental no es hoy meritocrático ni abierto, salvo honrosas y pequeñas excepciones. Ni acredita ninguna de las otras características mencionadas, en el grado en el que sería necesario tenerlas.
Es así como, especialmente durante los últimos 100 años, no se verificaron los avances sociales y económicos que hubieran evitado, en retro-efecto dominó, las recientes masacres de Francia. Además de una inmensidad de otras calamidades observables a nivel mundial, en cuya raíz está el autoritarismo cortador de libertades que nos rige.

La vigencia efectiva de los derechos individuales y a la búsqueda de la propia felicidad, fundamentos de hierro de aquella revolución y de nuestra gloriosa Constitución, implican una “libertad de industria” de raigambre ética, lamentablemente olvidada.

En tal sentido, el desarrollo global de fuertes libertades en el comercio y los servicios, en los intercambios culturales y tecnológicos, en los flujos turísticos y financieros, en las infraestructuras y comunicaciones entre otros ítems provoca con el tiempo poderosas imbricaciones sociales a nivel transnacional.
Una red de relaciones, empatía, bienestares crecientes e intereses compartidos entre diferentes sociedades que dificulta enormemente la difusión de odios y enfrentamientos. Simplemente porque no le convienen a la gente; porque son caros, dolorosos e inconducentes. Del mismo modo que tampoco le convienen, por idénticas razones, los gobiernos autoritarios. O quemando etapas evolutivas, los gobiernos, a secas.
Asimismo, las libertades en tecnologías sofisticadas para usos defensivos a nivel individual y en redes privadas cooperativas de primero, segundo o tercer grado promoverían, combinadas, un altísimo nivel de seguridades e inteligencia que incluirían la posibilidad de letales represalias, disuasorias frente a ataques arteros de cualquier origen. Represalias avanzadas, implacables y mucho más desarticulantes que las del atacante que osara intentarlo.

Con el tiempo no cabrá más que aceptar que la seguridad depende de la expansión del bienestar, que este depende de la expansión de las relaciones globales a todo orden, que estas dependen de la expansión de la libertad en todos los campos y que esta depende de la contracción de los poderes estatales que la condicionan.

Se trata, claro, del ineluctable camino hacia la no-violencia.