Hoja de Ruta

Mayo 2014

La parte pensante de nuestra población, aquellos a quienes el populismo no consiguió reducir a la ignorancia desnutriendo su cerebro durante la etapa clave de su desarrollo o lavándolo después a través de la des-educación pública y el contra-ejemplo de su cleptocracia (por acción, omisión u incompetencia, da igual), sabe que cuando los impulsos naturales al bienestar y a la defensa propia se unen al pensamiento de mentes evolucionadas, los brutos que pretenden dominar (gobernar) a otros usando la fuerza tienen sus días contados.

Es con espasmódicos movimientos basados en patrones de este tipo que la humanidad consiguió elevarse desde las cavernas hasta el estadio post industrial en que nos hallamos.
Un presente bastante más contaminado y menos avanzado del que deberíamos estar gozando ya que si bien hemos conseguido cierto grado de evolución socio económica, esta se debió en general a la acción de emprendedores valientes a pesar del Estado y su extensa serie de gobiernos ladrones; siempre contra su monstruoso herramental de impedimentas.

Una tendencia obstructiva, extractiva, en favor de la transferencia de rentas reinvertibles hacia la corporación política y su cliente genérico, el parasitismo social, que viene in crescendo no sólo aquí sino en casi todo el orbe. En particular dentro de lo que llamamos nuestra civilización occidental, el neo imperio dominante cuya cabeza son los Estados Unidos de Norteamérica.
Se trata de un camino trillado. Previsible dentro de los cánones de estupidez humana contra los que pensadores, inversores de riesgo e innovadores debieron luchar a lo largo de la historia.
Es la vía muerta que transitaron el Imperio Romano, el Imperio Otomano, el Imperio de los Habsburgo, el Imperio de los Borbones y el Imperio Soviético antes que nosotros. Inmensas y costosísimas maquinarias de saqueo y desolación que dieron con sus catafalcos por tierra tras seguir una misma y exacta hoja de ruta. Aquella que enriqueció a sus oligarquías parásitas pero que implicó, sin excepción (igual que ahora), finanzas no sustentables, humillante opresión impositiva, expansión estatal, sobrerregulación, erosión de las libertades individuales y fatiga militar.

La supremacía de la actual civilización occidental heredera parcial del viejo Imperio Británico tiene como característica especial, además, la de estar basada en democracias delegativas de masas con erosión progresiva de su original pre-condición republicana.
Un amplio sistema mejor categorizado como dictaduras de mayoría perfectamente equiparables, en conjunto, a las de los imperios que nos precedieron.

Como vemos, los brutos siguen básicamente al mando pretendiendo imponer sus pesados sobrecostos y corrupciones, obligando a todos a alinearse tras los mismos errores retardatarios mediante la simple fuerza cavernaria, hoy, del número clientelizado.
Sus propagandistas camuflan sucias envidias, incapacidades y resentimientos exaltando ese modo de democracia. Ocultando que atropella cada día innúmeros derechos populares; que sus “leyes” acentúan la injusticia en lugar de bloquearla; que ya no son, como decía el gran pensador francés F. Bastiat, refugio del oprimido sino arma del opresor.

La corporación política nos promete aquí una y otra vez un país seguro y confiable… si los elegimos para que planifiquen nuestro futuro y el de nuestros hijos (¡guau!) y si no nos oponemos a que nos obliguen a costear con más trabajo gratis para el Estado (impuestos) sus abstrusas, multifracasadas fantasías socio-económicas. Porque esa y no otra es, fue y será su transparente hoja de ruta.

Así las cosas, esa reserva pensante de nuestra población a la que nos referíamos al principio está en tiempo de ponerse de pie y apelar a sus instintos de defensa propia y bienestar familiar, siguiendo más a aquellas mentes evolucionadas que les proponen en materia política, simplemente, lo que es correcto. Que es lo mismo que decir “lo que es mejor para el conjunto, inteligente, ético y de sentido común”.
Apoyando a las agrupaciones o personas dentro de organizaciones existentes que se muestren rebeldes a los muchos cepos legal-regulatorios que nos oprimen.
A quienes propongan la más plena realización de nuestras individualidades, en especial en lo cultural y económico, contra la extendida mala idea de acotarlas.
A los que sienten profunda vergüenza ajena ante el irresponsable deseo de tener un Estado omnipresente y maternal que nos diga constantemente “pobrecito” mientras nos da palmadas en la cabeza. A quien esté convencido de que no tenemos derecho al dinero del vecino (vía impuestos) del mismo modo en que, antes, tampoco teníamos derecho a los juguetes del niño vecino. De que el otorgamiento de “derechos” cuyo cumplimiento necesite del atropello de derechos anteriores de otros ciudadanos, no está sujeto a derecho y debe ser enmendado.
Al dirigente que se oponga, para Argentina, a la filosofía política autoritaria que hoy predomina en el planeta. Y que saque inmediata ventaja de ello para nuestra parcialidad.
Al político más cosmopolita, más de vanguardia y favorable al capital, a la integración global inteligente y la multiculturalidad; al fin de las fronteras artificiales y de toda forma de discriminación, sea impositiva, comercial, política o racial tras la conciencia profunda de que navegamos en una mota de polvo espacial llamada Planeta Tierra.

A los que tengan el coraje moral, en definitiva, de decirles toda la verdad a los votantes repudiando la típica “solución” política de pedirles al sabio y al imbécil que se encuentren en el medio.









Lo Extractivo y Lo Inclusivo

Mayo 2014

Nos sentimos perdedores frente a otros pueblos y declinamos como nación, porque vivimos sin códigos. Bajo un contrato social (la Constitución Nacional) hueco; vaciado de contenido en sus artículos esenciales. Contrato legal que a esta altura, por cierto, no es más que letra muerta.
Transitamos un proceso de viraje hacia la izquierda. Una deriva socialista casi ininterrumpida, disolvente y decidida por mayorías, aunque al margen de todo republicanismo. Una larga marcha anarco-populista que tuvo la virtud de apearnos de nuestro destino de gran potencia, a partir de los años ’40 del pasado siglo.

Cuando el contrato social real de un país no es capaz de evitar que un autoritario/a se haga con el poder; cuando no puede impedir que cambie las reglas de juego y vulnere derechos de propiedad con el fin de confiscar el ingreso (y hasta el capital) de los que invierten su esfuerzo y su dinero (no importa con qué fin y siquiera en qué proporción; es irrelevante); cuando falla en evitar que el gobierno dificulte los planes de producción de los que crean o que se atente por defecto contra la vida (seguridad) de quienes trabajan y de sus familiares, ese contrato de facto no sirve y debe ser denunciado. Entre otras razones, por su inutilidad para promover los incentivos económicos necesarios para asegurar oportunidades reales de elevación y de prosperidad para todos. Que es lo relevante.

Las instituciones políticas y económicas derivadas de siete décadas de violación y vaciamiento de nuestro contrato social original (con el guiño cómplice de nuestras sucesivas Cortes Supremas que, al fin y al cabo, han sido parte constitutiva del mismo Estado-Problema), deben ser hondamente modificadas o bien abolidas y cambiadas por otras que sirvan.
Ellas rigen nuestro desorden: instituciones de tipo extractivo (no inclusivo) que tienen por finalidad la extracción de rentas, propiedad de ciertos subgrupos sociales “pagadores” para transferirlas a otros subgrupos “cobradores” entre los que se encuentra, naturalmente, la corporación política que redacta las reglas acodada en la espectacular corrupción a todo orden que le es inherente.
En la Argentina actual los subconjuntos cobradores son, como cabía esperar, cada vez más y los pagadores, menos. La sustracción impositiva a que nos estamos refiriendo supera, para los que pagan, el 60 % de sus ingresos a nivel global, aunque dicha quita se eleva a más del 80 % para el caso particular del subconjunto agropecuario.

Es obvio, aunque aún no para todos, que la riqueza de los pueblos se encuentra desigualmente distribuida debido a las diferencias existentes entre las instituciones que ellos mismos apoyaron o toleraron en sus respectivos países; a las normas políticas y económicas que rigieron los incentivos que estimularon a los individuos a esforzarse para estudiar, trabajar, ahorrar, invertir y progresar, traccionando al resto de sus sociedades hacia arriba.

Pareciera cosa sencilla, a primera vista, proponer a los votantes la opción de apoyar un cambio hacia instituciones inclusivas. Que son las que protegen a los que “hacen”; a los creadores, innovadores y emprendedores de la voracidad fiscal y de los frenos burocráticos, tan discrecionales y favoritistas cuanto contraproducentes.
Porque es claro que necesitamos instituciones que incluyan a más y más personas -por generación de más y mejores empleos- en niveles de ingresos más elevados. Con posibilidades de acceso, a partir de allí, a una mejor educación, salud y previsión social, privada o no, tal como ellos (y no un funcionario) lo decidan; con mucha mayor capacidad de consumo y más libertad real de elección en todo sentido dentro de un mercado libre y competitivo.
Instituciones protectoras de la más amplia libertad de prensa, como alerta permanente frente a la inevitable tendencia al autoritarismo y al robo gubernamental. Instituciones que bloqueen su violencia extractiva hacia las minorías a través de asegurar el imperio de leyes simples e igualitarias, que protejan en primer término la vigencia absoluta del derecho madre, base y garante de todos los demás derechos civiles y humanos: el derecho de propiedad.

Sin embargo, los grupos vampiros beneficiarios de la extracción (políticos profesionales, pseudo empresarios protegidos, envidiosos, vagas y vagos absorbedores seriales de planes sociales, sindicalistas corruptos, resentidos de toda laya etc.) siempre se opondrán al fin de la succión; al mero arranque de los motores capitalistas de la prosperidad.
La destrucción creativa inherente al avance económico en bloque de la comunidad hacia su madurez productiva no es conveniente al negocio vil de estas oligarquías parásitas. Saben que la innovación tecnológica trae crecimiento global pero para ellos, pérdida de poder (manejo de la miseria) e ingresos (manejo de las influencias).
Se trata de grupos temibles, hoy poderosos por su número o por la enorme fuerza corruptora del monopolio estatal que los aglutina y clienteliza.

Los succionadores de la sangre vital de nuestra nación, en tiempo real, están logrando obstruir con éxito el desarrollo económico. Ese que de la mano de nuestras ventajas comparativas podría sacar a muchos millones de la pobreza, llevándolos a la clase media.
El propio gobierno es hoy la mayor amenaza a los derechos humanos y al acceso a la propiedad de los más, montando en forma deliberada la base institucional de una economía atrasada.
Además, el hecho de que otros subgrupos luchen por obtener el favor de o para convertirse ellos mismos en parte de los extractores al comando del “monstruo grande que pisa fuerte”, como sistema, genera una crónica inestabilidad política. Y desde luego, económica. 

Apoyemos entonces la idea original de nuestros próceres, del respeto a la libre empresa que nos llevó a la cima, votando sólo a quienes quieren cambiar este repugnante modelo extractivo… de raíz.