Mayo
2016
El
papa Francisco no es hombre versado en ciencias económicas; tampoco en las
dinámicas empresariales más avanzadas en esta era del conocimiento, aunque sí lo
sea en sus implicancias éticas.
Es
por ello que su exhortación de Julio del año pasado desde Santa Cruz de la
Sierra poniendo el acento en “las 3 T”, tierra, techo y trabajo para todos y en
que la propiedad esté en función de las necesidades de los pueblos
especialmente cuando afecta los recursos naturales, no incluyó detalles sobre el
método práctico para llevar estas intenciones a buen puerto: “la Iglesia no tiene una receta para
solucionar los males del mundo”, remató con meridiana claridad.
Debe
darse por hecho entonces que no se nos están sugiriendo modelos que a tales nobles
efectos hayan fracasado e implosionado en el pasado ni sistemas que hayan
herido a la mayoría tanto por su violencia extractiva y escasa efectividad como
por su venalidad estructural inherente.
Tal
como los que siguen proponiendo todos y cada uno de los partidos de nuestra
oposición. O los de quienes sueñan con el socialismo light de “Estados de
Bienestar” que acaban sin excepción en decepcionantes estancamientos y deudas
colosales. Tapando con la manta colectivista los hombros de los menos mientras
se destapan los pies -y los sueños- de los más.
Con
solidaridades forzadas (contradicción semántica y moral si las hay) que siempre
terminan en pan para hoy y hambre para las futuras generaciones: la mayoría de
los jóvenes europeos de países “ricos” con gobiernos paternalistas saben ya que
no podrán alcanzar, siquiera, el nivel de vida de sus padres.
Para
revertir esta farsa de Gran Hermano orwelliano en dirección a las buenas
intenciones de Francisco el camino es muy otro, ciertamente. Para que los
desposeídos y frenados por generaciones de legisladores estatistas (porque no
lo han sido por otro motivo, desde los tiempos del Estado monárquico hasta los
actuales del Estado socialdemócrata) tengan acceso a la tierra, al techo y al
trabajo. Y para que los dos primeros términos sean resultado del buen accionar
del tercero.
Para
esto, las mayorías deberán adoptar cierta dosis de pragmatismo; de pensamiento
lateral. Cuestionando mucho de lo que
hoy parece obvio. Siendo vanguardistas también en lo ideológico. Innovando en
la rebeldía. Subiendo sus aspiraciones y dejando las envidias atrás.
¿Un
ejemplo? estos son días en que periodistas, fiscales y ciudadanos de todas las
tendencias se rasgan las vestiduras tras el “descubrimiento” de que hay
personas que tienen cuentas y sociedades radicadas en paraísos fiscales.
No
se cuestiona si son usadas para mover dinero sucio u honesto; se condena el
mero hecho de tenerlas. Desnudando en los inquisidores los efectos del largo
lavado de cerebro social-fascista sufrido, atacando al capital (al honesto,
claro, porque al del pacto de proteccionismo corporativo-dirigista, al del
capitalismo de amigos, no), cuando la pregunta pertinente es ¿porqué se fugó
ese dinero de nuestro país en lugar de quedar ahorrado e invertido aquí? Siendo
su obvia respuesta: por nuestra voracidad fiscal, falta de libertades
financieras, sobrecostos laborales y burocráticos. Por nuestros afanes
reglamentaristas de todo tipo. Vale decir, por nuestro escaso respeto al
derecho de propiedad y disposición.
Regálese
a un empleado administrativo de clase media, votante de estatismos, 6 millones
de dólares en efectivo y tendremos en el lapso de un semestre a un hombre de
negocios, multi-propietario y nuevo empleador partidario del Estado Mínimo,
titular de al menos una cuenta off shore de ser posible en algún paraíso fiscal.
Zarpado
realismo, como diría cualquier joven de 20 años.
La
inversión de enfoque estaría aquí en atraer no sólo a los cientos de miles de
millones de dólares argentinos fugados sino a otros cientos de miles de
millones pertenecientes a exiliados fiscales de otros sitios, que siguen buscando
dónde aterrizar. Exiliados económicos en fuga, espejo de los exiliados
políticos que debieron fugarse de la Argentina durante los ’70 para salvar el
pellejo.
Para
llegar al ideal franciscano de que la propiedad esté en función de las
necesidades de los pueblos (y de la sustentabilidad ecológica), deberíamos
propiciar -y votar por- una verdadera sociedad
de propietarios independientes, en lugar de hacerlo a contrapelo del
espíritu emprendedor humano por una comunidad económicamente igualitaria,
patria de “planeros” dependientes.
¿Nuestro
país semi-paraíso fiscal al estilo de los estados norteamericanos de Wyoming,
Dakota del Sur, Delaware, Nevada o del muy europeo y ultra civilizado Estado de
Luxemburgo (mayor PBI per cápita del planeta)? ¿La República paraíso de
seguridad jurídica en el respeto a los derechos de las personas y de sus
propiedades honestamente adquiridas? ¿Argentina ejemplo del orbe y meca de
capitales, tecnología, cultura e inmigración calificada otra vez?
Dice
el saber popular que es regla de oro que quien
tiene el oro hace las reglas. ¿Qué pasaría entonces con la bronca de las
sociedades más expoliadoras y estatistas ante nuestra creciente actitud
libertaria si el oro creciera veloz entre nosotros y desarrollara en serio nuestra
tierra, efectivamente, por voluntad de su gente? Tal vez vuelvan a inclinar sus
testas hoy coronadas de oportunismo neo-keynesiano como lo hicieran hace 100
años, en nuestro centenario.
Si
la élite pensante tiene claro el norte, el peso de las acciones conducentes se
transferirá a la tendencia, más
importante en su real-politik que el efectivo logro de ideales cargados de
cierto utopismo principista.
Contribuyamos
a elevar a esa élite, por tanto, en sus aspiraciones tal como hizo la generación
de 1880 porque como señala el mismo saber popular, sólo quienes apuntan a lo
imposible son capaces de alcanzar lo improbable.