Insolentes Pretensiones

Marzo 2010

El desmoralizante hecho de estar viviendo un período tan negro de nuestra historia, conducidos por individuos de pocas luces y mentalidad adolescente, repitiendo los errores de anteriores gobiernos de incapaces y mafiosos, perdiendo años y más años de “vientos de cola” como jamás habíamos tenido, nos mueve a cuestionar la base sobre la que se asienta nuestra tolerancia de ciudadanos libres.

En el sistema que teóricamente nos rige, una persona tiene el derecho de elegir para sí el líder que más le guste aunque, claro, ese derecho termina donde comienza el de otra persona que podría no aceptar que la primera quisiera imponerle un déspota, un confiscador o un violador de instituciones.
Para evitar que la fuerza del número se transforme en el derecho de las bestias, la Constitución Nacional prevé protecciones y límites al poder. Mas como todos saben esas garantías son desde hace muchas décadas y por decisión del Poder Ejecutivo, entelequias inoperantes. Con la complicidad actual de un Poder Judicial tan presionado cuanto pusilánime y de un Poder Legislativo cuya mayoría (¿?) opositora está formada mayormente por mujeres y hombres de convicciones también contrarias al claro mandato de capitalismo protector prescripto por nuestros Padres Fundadores al redactar la Carta Magna.

El sistema real que nos rige es, pues, violación electiva serial de preceptos constitucionales. Violación del “contrato social” fundacional en el que basar una tolerancia respetuosa. Violación del “acuerdo” de renuncia a la resistencia y autodefensa armada a cambio de la vigencia de ciertos derechos y garantías que no son negociables.

Por eso, la mecha de la implosión nacional por pretensiones derivadas de la falta de límites, está hoy furiosamente encendida.
Insolentes pretensiones de un gran malón de jinetes parásitos en su intento de domar, someter, y apropiarse a rebencazos del trabajo y la honesta propiedad ajena. Matadores del espíritu de libre empresa que atrajo a nuestros bisabuelos inmigrantes y que puso a la Argentina en el mapa del respeto mundial. Idiotas útiles al sueño de los Kirchner, de un pueblo trabajando de rodillas para los políticos y sus amigos, con sumisión de majada y mirada bovina.

En verdad toda minoría (*) tiene el derecho de decidir cómo quiere vivir, qué tipo de reglas básicas civilizadas aceptar o, finalmente, a eligir qué líderes habrán de custodiar su sistema de valores. Y que en ausencia de acuerdo, la supremacía de la mayoría sobre la minoría no existe en absoluto. ¿O alguien se opone a estos principios, más allá de que nos hallemos hoy y aquí en plena era del simio? Porque oponerse a esto significa afirmar que existe el “derecho” de algunos al forzamiento sobre mujeres y hombres pacíficos que a nadie han dañado. Implica rotularse de usador de personas, de partidario primitivo de los sacrificios humanos. Acordando que las familias no tienen derechos que el malón no pueda atropellar.

Llevar ciertos razonamientos al extremo, a veces clarifica su grado de justicia o buena intención. Podríamos imaginar, por ejemplo, un acuerdo general que tienda a eliminar todo aquello que no sea voluntario en los procedimientos políticos, económicos y sociales. Excepción hecha del juzgamiento y castigo de delitos, todo lo impuesto, lo conseguido bajo amenaza, quedaría gradualmente desterrado del ordenamiento legal.
Vedado lo coactivo a nivel gubernamental, reinaría la cooperación voluntaria de mutua conveniencia. Imaginemos entonces a nuestros “solidarios” votantes de partidos filo-socialistas (¿70 % de los electores?) pagando los elevados impuestos y acatando los intrincados reglamentos comerciales y laborales que sus líderes siempre han predicado y practicado. Compartiendo por libre elección y entre todos quienes hayan votado ese acuerdo, el producto de su esfuerzo. Sin obligar a quienes no votaron eso a someterse a normas que ellos consideran contrarias al bien común. Este 30 % “contrera” podría contribuir con la sociedad sin forzamientos y en sus propios términos. Desde las variantes comunistas (¿5 % del padrón electoral?) a los diversos grados de capitalismo de mercado (¿25 % restante?). Suena fantástico. Muy civilizado y tolerante, por cierto.
La experiencia empírica de 8.000 años de historia humana nos asegura que de llevarse esto a la práctica, en poco tiempo se vería cómo ese 25 % más libre cuadruplicaría en producción y aportes sociales al 75 % restante, transformándose en motor y bote salvavidas de la comunidad toda. ¡Resultado cantado!

Sin embargo, en un contexto no violento como el descripto lo que ocurriría sería otra cosa. Las personas con simpatías de izquierda o progresistas de ningún modo desean pagar impuestos y compartir ganancias sino obligar por la fuerza a quienes producen y crean, a entregarles a ellos (de una u otra forma) el producto de su esfuerzo. Una pretensión ruin aunque muy humana. Por tanto, quitado del medio el factor coactivo perderían interés en el sistema, derivando hacia su siguiente línea de conveniencia egoísta: el capitalismo liberal creador de riqueza.

Lo imaginado en este razonamiento utópico sirve para entrever el nudo de la cuestión social: un sistema de reglas que violenten libertades básicas de elección (como el que tenemos) saca a flote lo más oscuro y ruin del ser humano, aunque la motivación pueda parecer altruista. Reglas más flexibles y voluntarias, en cambio, tenderán a enmarcar un sistema de resultados virtuosos, aunque la motivación pueda parecer egoísta.

A la gente no le interesa la ideología, la Constitución, ni el voto. Le interesa el resultado. Le interesa su bienestar, la seguridad de su vejez, el futuro de sus hijos o la satisfacción de ganar más y retener, para poder disfrutar y ayudar. Y esas cosas no se logran en una escala que valga la pena mediante el violentado de voluntades y bolsillos, sino poniendo a la naturaleza humana a trabajar a favor. El dirigente que sepa ver esto, pasará al bronce.

(*) La minoría más pequeña, igual de inviolable, es una sola persona.

Cooperación

Marzo 2010

Es un hecho que sólo los delincuentes y los gobiernos dependen de la fuerza o de la amenaza de su uso para el logro de sus fines, mientras que todas las demás personas dependemos exclusivamente de la cooperación voluntaria para obtener los nuestros. No por casualidad las palabras “delincuente” y “gobierno” son términos que nuestra historia va empujando a confluir, en el punto de la sinonimia.

Como sabemos, la cooperación entre individuos o empresas es por lo común ágil, fluida, imaginativa, económica, personal y libre…mientras que lo estatal es lento, burocrático, regimentado, costoso, genérico y obligatorio. Tanto así como comparar una computadora solar móvil de pantalla táctil, del grosor de una tarjeta y 150 gramos… con una vieja caja registradora mecánica en bronce lustrado de 30 kgs. de peso.
Una empresa que se manejara hoy día con aquellas cajas registradoras, colapsaría en el mismo caos de ineficiencias y crispaciones en el que está colapsando nuestro ordenamiento social.
Lo moderno y fácil, lo natural y previsible es la tendencia a la resolución personalizada de necesidades considerando los intereses de todos y cada uno de los involucrados, mediante el uso intensivo de tecnología informática, en especializaciones profesionales cada vez más avanzadas. Alejándonos de los sistemas paquidérmicos y sus “soluciones” masificantes.

El Estado y todos sus maravillosos “servicios” existen y funcionan merced al exclusivo expediente de restar energía (fondos invertibles) a la red de cooperación voluntaria de negocios, servicios e intereses personales de la gente. La parasitan; la entorpecen justificando su control, eventualmente la detienen y hasta la aniquilan. Para que el gobierno subsidie, con más fondos restados a la reinversión (más impuestos), a algunos de esos sectores previamente asfixiados.

La verdad es que todo lo coactivo, todo lo que para funcionar necesite de encañonamiento por la espalda siempre será menos útil y práctico que su variante voluntaria. Porque debemos saber que siempre y para cada caso y problema hay una variante cooperativa, opcional a la variante forzada. Con la ventaja de que esa opción no-violenta con acuerdo de las partes es, en todas las instancias, moral y éticamente superior.

No obstante y por razones ideológicas, jamás nuestro populismo de 80 años permitiría el desarrollo a gran escala de variantes privadas de libre elección alternativas al poder del Estado en temas centrales como, por ejemplo, justicia, educación o seguridad.
Nuestra Argentina actual es una demostración “de manual” de objetivos conseguidos parcialmente y a palos, que resultan de soluciones ineficientes, a través de un sistema que hace del forzamiento y la extorsión, un culto. Se extorsiona al votante, por caso, con el terrorífico despliegue de una pobreza que exige “urgente aporte estatal”, pero que es en realidad hija única y directa del estrangulamiento, también estatal, sobre la inversión empresaria.

Señores, señoras: lo colectivo es necesariamente represivo. Violento.

Pocos perciben que nuestra costosa burocracia es intermediación inútil. Que los servicios que presta el Estado pueden ser suplidos -gradualmente si se quiere- por prestadores profesionales en el marco de una cooperación voluntaria para contratos e intereses múltiples, dentro de un mercado desregulado. Y que los actuales trabajadores de esta burocracia coactiva serían los mismos que operarían el sistema de red de servicios privados, con trabajos mucho más estimulantes y mejor pagos.
Pocos perciben el pavoroso costo de los servicios estatales. Porque si sumáramos todos los impuestos (también los que están ocultos en el precio de cada cosa que tocamos, que bien pueden constituir la mitad de su valor) a la mensura económica de todos los entorpecimientos infligidos a los ciudadanos que “hacen” o a los que “hubieran querido hacer” cosas, arribaríamos a conclusiones que nos harían caer del asiento.
Nos cobran la mala seguridad, educación o justicia pública a precio de oro, para mantener al mismo tiempo un Estado intermediario voraz. Ese mismo dinero vuelto a manos de la gente sobraría para subcontratar en forma particular cualquier servicio que la vida civilizada demande.
Claro que los asalariados sufren hoy la falta de dinero en esta torpe economía de subsistencia, por simple ineptitud criminal de nuestros gobernantes pero si pusiéramos nuestra Constitución Nacional liberal en vigencia eso volvería a no ser así.

Recientes y muy serios cálculos hechos en India, nos demuestran qué tan costosa puede resultar la estupidez.
Este país de superficie similar a la Argentina, se obstinó como nosotros desde 1947 en políticas proteccionistas y subsidiadoras, enemigas de la libertad económica tanto como de la inversión extranjera y la competitividad.
Hacia 1990 viraron 180 grados tirando por la borda el socialismo que los frenaba, abriendo su economía y quitando al Estado del medio en lo posible, para globalizar sus producciones. Hoy, tras dos décadas de crecer a más del 7 % anual aumentando notablemente la riqueza de su población, la India se perfila como otra nueva superpotencia. Rango que no había alcanzado nunca en su milenaria historia.
No haber cambiado al liberalismo antes, le costó a esta nación la muerte por pobreza de más de 14 millones de chicos, el analfabetismo de 261 millones más y la condena a la indigencia para otras 109 millones de personas.

Y por casa ¿cómo andamos? Cada uno de nosotros tiene el deber de oponerse a la violencia en todas sus formas (incluido el terrorismo de Estado fiscal) en dirección a una sociedad cada día más pacífica, voluntaria, cooperativa por libre elección y no-violenta. No hay otro camino inteligente hacia una sociedad, finalmente más justa. Más rica. Más perfecta y respirable para nuestros hijos. ¡Meditemos con especial cuidado nuestras simpatías políticas!

Miedo al Debate

Marzo 2010

Es probable que el más demoledor argumento que pueda esgrimirse en demérito de nuestro sistema de elección de estadistas, se halle en que la mayoría de los electores habilitados carecen de libertad de entendimiento.

Nadie niega ya que la Argentina, a pesar de su enorme potencial, se hunde lentamente desde los años que siguieron a nuestro apogeo, en el Centenario (1910), cuando una real generalización del voto y la falta de liderazgo inteligente precipitaron el abandono del orden legal y económico liberal que nos venía elevando, de la mano de una élite.

Como en su momento advirtió Carlos Pellegrini “Lo que importaba y urgía antes de emancipar la masa electoral, era educarla y formar su criterio. Faltando esta condición previa, la libertad, puesta al servicio de la ignorancia, equivalía a un arma de fuego en manos de un niño: en lugar de la anarquía contra la ley se tendría la anarquía según la ley”. Que fue lo que, precisamente, nos sucedió.

La mayoría de las personas rehúye un debate de ideas de este calibre, porque lo consideran “políticamente incorrecto” y porque temen que sus conclusiones, llevadas a la fecha actual, las pongan en un callejón conceptual sin salida, de difícil digestión.
Sin embargo, para que una democracia no colapse con el tiempo, esa libertad de entendimiento, ilustración básica, madurez cívica o inteligencia social debe ser anterior al voto universal.

Nuestro pueblo sigue sin ser libre ya que tras los primeros tropiezos de esa turbulenta democracia de masas, el cuerpo social dio por tierra al quebrarse el orden constitucional con la irrupción del fascismo cívico-militar en el primer golpe, del año 1930.
La idea corporativa barrió definitivamente con la idea librecambista de mercado abierto, configurando un estrecho ataúd económico cuya tapa quedó bien remachada por el subsiguiente régimen peronista entre las décadas del 40 y 50.
La asfixia de la producción competitiva se mantuvo con imperceptibles altibajos hasta el día de hoy, constituyendo un mito muy pintoresco, por cierto, aquel que sostiene que la tapa del ataúd fascista se levantó para confirmar el fracaso liberal, con las duplas Videla/Martínez de Hoz y Menem/Cavallo.
Los remaches corporativos, por el contrario, siguieron firmes en su sitio y esto siguió garantizando educación-basura (vacía de valores evolucionados) para las mayorías mantenidas en la pobreza, lo que a su vez sirvió de reaseguro a la oligarquía política, en su tarea de impedir la formación inteligente y civilizada de criterios que pretendía Pellegrini.

La marea avanzó demasiado como para empezar a hablar ahora de voto calificado, teniendo en cuenta que para emitir aquí un sufragio válido no es necesario siquiera saber leer y escribir. Y teniendo en cuenta también que los grados universitarios de los dirigentes de este último siglo no fueron óbice para la estúpida sucesión de agujeros que afanosamente taladraron en el piso de nuestro propio barco.

El presente gobierno, además, viene estimulando desde hace más de seis años un clima de intolerancia, persecución económica, división y odio; de venganza sucia, envidia y tergiversación de valores (como son la cultura del trabajo honrado y la vergüenza por el parasitismo social). Lograron reavivar así, por bestial conveniencia, la insensata polarización que tantas veces en la historia bloqueó el despegue de nuestra economía, y que tuvo su paroxismo de desunión en la época del “5 por 1”, del “alambre de fardo para ahorcar opositores” y de la quema de iglesias.

Pulsiones rabiosamente destructivas que han calado otra vez en el alma de muchos argentinos, con preocupante influencia sobre el arco del 70 % “no kirchnerista”, que también se sienta sobre la tapa del ataúd corporativo con el credo socialista: anti-producción competitiva y acogotamiento impositivo-reglamentario.

Todo lo cual no exime a los ciudadanos pensantes formadores de opinión de superar su miedo al debate de opciones de fondo. Aunque se trate de opciones de largo plazo, para orientar a las mayorías en la buena dirección. Adelantándonos otra vez, como hace cien años, a la tendencia mundial. Porque el desacuerdo extremo, la furia creciente alimentada por el convencimiento en cada bando de que sus derechos están siendo pisoteados, podrían acabar en alguna clase de enfrentamiento civil armado de autodefensa que haga colapsar lo que queda de nuestro ordenamiento social.

La manera inteligente de desactivar las tensiones anulándolas para siempre, pasa por la lógica de la cooperación voluntaria.
Dos países pueden alejar el espectro de una guerra interconectando sus sociedades con redes comerciales, de negocios, apertura económica y cooperación creciente de mutua conveniencia. Dos personas, dos grupos o dos bandos también.

Nuestro Estado intervencionista, metido en el medio de todos y de todo, azuza la discordia con leyes discriminadoras, corrupción descarada, y ventajas indignantes para quienes lo apoyan. Podríamos decir, parodiando a Bill Clinton: “es el sistema, estúpido”.

Las tendencias cooperativas y voluntarias de largo plazo son, en cambio, el debilitamiento progresivo de la violencia de las democracias numéricas y sus fronteras arbitrarias, la apertura comercial e inmigratoria entre los pueblos, la globalización de códigos, la fusión multirracial y multicultural o el avance de comunidades libres de la mano de alta tecnología informática y de seguridad, con el poder que da el dinero fluyendo en comunidades liberadas del agobio de políticos ladrones.
Toda acción conducente a este revolucionario shock de prosperidad y no discriminación, nos sirve.

Otros pueblos lo van comprendiendo. ¿Queremos un ejemplo concreto? El partido Movimiento Libertario de Costa Rica, con su mensaje de libertades individuales, libre comercio, Estado mínimo y economía del conocimiento para la riqueza popular logró más del 8 % de los votos presidenciales en las elecciones generales habidas en el 2006 y acaba de obtener más del 20 % con su candidato a presidente en las recientes elecciones 2010. ¿Son alienígenas…o fríos anglosajones nórdicos acaso? No. Hablan castellano igual que nosotros y se nos parecen bastante.