Anarcocapitalismo

Noviembre 2011

Durante una reunión cumbre del G-20 en Europa hace pocos días, nuestra presidente cedió una vez más a su vocación maestril amonestando a sus pares por lo que ella consideró como anarcocapitalismo, supuestamente aplicado al mundo en la actualidad por los países más desarrollados.
La respuesta no tardó en llegar desde la pluma de un perspicaz y conocido periodista argentino, quien sugirió que lo que la Sra. de Kirchner tal vez había querido recomendarles era nuestro propio modelo, sintética y crudamente desnudado en dicha nota y que con toda propiedad podría patentarse como… anarcodirigismo.

Como de costumbre, el origen de los desastres sociales no se encuentra aquí tanto en la maldad cuanto en la ignorancia. No sólo la obvia -por conocida- de nuestra presidente y la de casi todos nuestros políticos, cuanto la del resto del funcionariado dirigista de la burocracia mundial.
Ignorancia que difunden amplificada, aportando a la ya enorme confusión ideológica y utilitaria de sus sufridas poblaciones. Mayorías numéricas cuyo único pecado es errar -inducidas por esa misma y difundida confusión ignorante- en la designación de los líderes que deberían enriquecerlas, lanzándolas a un futuro de abundancia sin más pérdida de tiempo.

Aportando un grano de arena contrario populus sensu podemos empezar recordando, en desagravio a la verdad, que el anarcocapitalismo, también llamado capitalismo liberal libertario o libertarianismo de sociedad abierta y libre mercado es en realidad el único sistema no discriminatorio de cooperación social plenamente compatible con la naturaleza del ser humano.
Constituye la vanguardia evolutiva de la ciencia económica en este siglo y también un extraordinario retorno al contenido moral de la “cosa pública” así como el más poderoso sistema descubierto bloqueador del parasitismo oportunista, de los monopolios y de la corrupción desmoralizante con sus imparables secuelas de enriquecimientos ilícitos. Se trata, claro, de un camino que termina en la abolición del Estado tal como lo conocemos por caro, innecesario y peligroso.

Plantea un sistema de fuertes respetos dentro de la ley, que protejan la vida, las decisiones personalísimas y la propiedad.
Un camino de cooperación voluntaria, sentido común, optimismo y -sobre todo- confianza en la mil veces demostrada capacidad humana para superarse sorteando las más desafiantes situaciones.
¿Por qué no habríamos de confiar en nuestra propia gente? ¿En los acuerdos personales libremente pactados y aún en las redes inter comunitarias de acuerdos de segundo y tercer grado para resolver nuestras necesidades? ¿En la solidaridad natural inteligente y en el deseo mayoritario de vivir en una sociedad verdaderamente libre, tolerante, integrada, no violenta, rica, justa, amigable con el ambiente y segura para todos?

Con sentido común, porque si en verdad creyéramos que lo que prevalece es la maldad humana ¿Cómo es que por propia voluntad votamos para elevar a esos mismos y ruines seres al comando de una maquinaria artillada de opresión, tan grande y discrecional como es el Estado? ¡Una institución “amiguista” que rompe o interfiere, por definición, con el poderoso freno auto equilibrante de la libre competencia!
La infraestructura, la seguridad, la defensa, la salud, la educación, el bienestar general y la justicia evolucionadas, opinan los libertarios, pasan (mucho más y mejor) por otro lado.

Cuando el Estado declara público (o “de todos”, lo que equivale a decir “de nadie” y en la práctica “de los funcionarios”) un recurso o una rama de negocios, como podrían ser el gas del subsuelo o una aerolínea pero también una nueva calle asfaltada o la mismísima provisión de justicia eficiente…, los excluye del sistema competitivo de la propiedad privada, condenándolos a ser gestionados sólo por la burocracia del monopolio estatal.

Pero la realidad es que cuando surge una situación de necesidad pública y siempre que la misma no se vea estatizada por decreto ideológico, aparecen también los incentivos para que cualquier déficit que pudiera plantearse sea solventado mediante las innovaciones jurídicas, tecnológicas, de inversión de riesgo o por descubrimientos empresariales a surgir en lo específico.
Sin que pueda muchas veces determinarse de antemano cuál será exactamente esa solución dinámica de lógica cooperativa y voluntaria que no comprometa fondos de terceros extorsionados (es decir, de imposición estatal coactiva).

Siguiendo los últimos desarrollos de la Escuela Austríaca de Economía y teniendo en cuenta que a los eventuales usuarios les interesa el resultado según sus propias -e individuales- ecuaciones costo-beneficio, sucederá que al “permitirse” la captación plena por parte del empresario del resultado efectivo de su propia creatividad surgirá aquel flujo natural de innovaciones (ya no bloqueadas), inversiones y empujes (locomotoras de riqueza y capitalismo popular en cada área liberada) de gran energía, al que denominan concepción dinámica del orden espontáneo impulsado por la función empresarial.

Las concepciones “de Estado”, por su parte, pretenden resultados basándose en anticuados criterios de eficiencia estática.
Son costosas, forzadoras de la naturaleza humana, monopólicas y carentes de incentivos reales. Lentas e intrínsecamente corruptas, resultan incompatibles (o al menos muy obstaculizadoras) para con la velocidad de avance potencial en una economía de conocimiento como la que se plantea hoy, de alta eficiencia y seguridad jurídica, altos ingresos per cápita, demanda laboral y bienestar, con muy alta inversión de fondos y coordinación privados para todas las necesidades imaginables y por imaginar.
Aunque estén en el poder, “fueron”. Son un pasado científica y moralmente inviable y son la causa del hambre, la muerte, las guerras, el atraso, la contaminación, la desesperanza y las crisis financieras que azotan sin pausa a la humanidad desde que el primer déspota se encaramó en una estructura de dominación dirigista para dictar qué es lo que todos los demás debían hacer.

¿Quién es el zorro en el gallinero, entonces?

Seguí Participando

Noviembre 2011

Existe otra visión con respecto al resultado de las elecciones de Octubre, distinta de la patrocinada por nuestra Corporación de Negocios Políticos (o “clase política”).
Una visión obtenida desde la altura del siguiente escalón virtual de observación. Basada en considerar -en números redondos- que sobre un padrón electoral de 28.867.000 personas habilitadas, sólo se presentaron a votar 22.392.000. Y que de esta última cantidad, 908.000 optaron -de una u otra manera- por ejercer su voto en negativo anulando, impugnando o ensobrándolo en blanco.

Los denominados votos positivos, tan caros a la Corporación que diseñó el sistema, sumaron entonces 21.484.000 (algo más del 74 % del padrón) siendo sobre este sólo universo que se computaron los porcentajes anunciados.
Así es como la Sra. de Kirchner llegó con escasos 11.601.000 votos al 54 %, aunque sobre la totalidad de los ciudadanos con derecho a sufragio dicho número descienda hasta el 40 %.
En efecto, 17.266.000 personas habilitadas, el 60 % del padrón, sea por acción u omisión no la votaron.
El segundo más votado, Sr. Binner, obtuvo el apoyo de un falso 17 que fue en realidad cercano al 13 % así como el tercero, Sr. Alfonsín, obtuvo reales 8 en lugar del 11 % proclamado.

Aclarada esta visión de conjunto que pone la elección en su justa perspectiva, debemos mirar atrás y considerar a los 6.475.000 ciudadanos que ni siquiera se presentaron a votar.
De la mayoría de ellos podría inferirse -con escaso margen de error- un desinterés importante por la “cosa pública” y por lógica oposición… un interés mayor por la “cosa particular”, sea esta cual fuere.
Porque dejando de lado a viajeros, impedidos o personas muy ancianas que, aún deseándolo, no pudieron ejercer su derecho al voto, muchos millones de adultos (¿más de 5 millones?) sacudieron una vez más al país con su mensaje de fastidio antisistema.
Sumados a los más de 900 mil que se tomaron la molestia de votar en negativo, podría calcularse en 6 millones (21 % del padrón) a los argentinos que siguen negándose a prestar su acuerdo a esta dirigencia, a confiar en su “justicia”, a avalar sus “leyes” o relatos y en general a aceptar a la democracia política y su injustificable sistema de exacciones.

Una cifra demasiado grande como para ignorarla, tal como lo hace la Corporación. Un “problemita” de 6 millones de ciudadanos díscolos que “no encajan” en su plan de negocios y que conforman una solapada Resistencia que, al igual que ocurría antaño con otros atropelladores nazi-fascistas, amenaza su red de privilegios.
Desde luego, no es esta una visión que agrade a los millones de clientes/cómplices del oportunismo de corto plazo que nos hunde.
Sí se trata, en cambio, de la visión de otros millones de jóvenes de pie e indignados en plazas y ciudades a lo ancho del planeta, que consideran no funcionales a la democracia y sus modelos económicos tal y como están planteados y que reclaman de sus sistemas, cambios profundos.

Como quiera que sea, las elecciones en este tipo de democracia delegativa, tan primitiva, hipócrita y llena de bloqueos no son más que la foto congelada y extendida de 1 día sobre otros 1.460 días (4 largos años).

Lo cierto es que a la gente sin privilegios le interesan muy poco todos estos enredos y disquisiciones políticas. Lo que les interesa es vivir mejor, y rápido, disponiendo de mucho más dinero “sólido y limpio” para ser libres de elegir (porque de esto se trata la libertad) cómo gratificarse, cultivarse, invertir, progresar o ayudar en serio a quienes crean conveniente hacerlo. Llámese como se llame el sistema que les asegure tal resultado.

Es ese interés mayor por la “cosa particular” del que hablábamos. Por la felicidad y prosperidad familiar sin tanta traba estúpida improvisada (¡una y otra vez!) por funcionarios de poco seso, situados muy por debajo del desafío que enfrentan.
Y no es necesario desechar la palabra democracia a pesar de todas las connotaciones opresivas, violentas y cavernarias que el populismo atornilló en la mente de las personas evolucionadas y sensibles (sin versos demagógicos) con el prójimo.
Antes bien deberíamos hablar de una profundización del modelo democrático, extendiendo los derechos de decisión personales a más y más facetas de nuestra vida en sociedad, quitándoselos al Estado. Decisiones que sólo pueden hacerse reales con dinero efectivo ya que en una sociedad estatista y proletaria (todos pobres, como en Cuba, modelo camporista al que nos dirigimos), tal libertad de opciones carece por completo de sentido.
Seguridad privada, educación privada, medicina prepaga privada, seguro de retiro privado, abundante crédito privado y mil opciones deseables más de consumo avanzado para el mayor número sólo son posibles aplicando a pleno la potencia creadora del capitalismo libertario, para volcar aquel dinero “sólido y limpio” en los bolsillos de la gente.

En verdad, la utopía peronista, socialista o radical de un Estado benefactor que arrulle, cultive y contenga a decenas de millones de vagos e inútiles, exprimiendo y enervando más y más a los sectores eficientes en el camino, es una vía sin salida.
Como lo demuestra nuestra decadencia económica y moral, desplomándonos unos 70 puestos en el ranking durante los últimos 70 años, con su correlato de brutal freno al progreso para los más indefensos.

Coincidimos en cambio con el pensamiento hiper-realista y pro-riqueza popular de David Friedman, economista norteamericano: “Todo lo que el gobierno hace puede ser clasificado en dos categorías: aquello que podemos suprimir hoy y aquello que esperamos poder suprimir mañana. La mayor parte de las funciones gubernamentales pertenecen al primer tipo”.

Y vaya nuestro mensaje comprensivo para el votante que apoyó la continuidad del monopolio: seguí participando, hermano.

De Relatos y Verdades

Noviembre 2011

Recordábamos hace poco lo que sucedía con el relato oficial de los hechos y la percepción de la mayor parte de los argentinos allá por el ‘82, en tiempos de la guerra de Malvinas.
Si bien en esa época, al igual que ahora, teníamos acceso a las opiniones especializadas que sobre el suceso publicaban los medios extranjeros, la opinión pública prefería ignorarlas para “creer” aquel relato oficial tranquilizador que aseguraba que éramos los más vivos y que estábamos ganando la batalla.
El despertar fue duro; ciertamente traumático para muchos, pero sirvió al menos para corroborar que una prensa libre (sin autocensura ni presión estatal, directa o indirecta) siempre es mejor para anticipar las salidas más convenientes. En lo que sea.

Hoy día también podemos acceder a información objetiva, como la que publica el diario ABC de Madrid en referencia a nuestras elecciones presidenciales, donde registra que la mayor parte de la población argentina identifica al gobierno, con causa, con crecimiento sostenido, mejoras sociales, abultadas reservas y autoestima en alza.
Anotando a continuación que debido a esta percepción, asuntos tan dañinos como la corrupción, la inflación, la pobreza, la economía de subsidios, el control de precios, el cerrojo a las importaciones, la ausencia de acceso al crédito, la fuga de capitales, la mentira estadística y el autoritarismo mafioso no hacen mella en el electorado.

O como la del matutino Finantial Times de Londres, registrando que el crecimiento argentino está basado en el boom comprador inspirado por China. Que casi dos terceras partes de nuestras exportaciones se basan en materias primas y que para que esto continúe, sus precios deberán seguir subiendo. Que el excedente fiscal hace rato que es una ficción y que los faltantes han sido cubiertos saqueando los fondos de pensión y las reservas del Banco Central, mientras la inflación se dispara a más del 20 %, cae la inversión real comparativa y el gasto público se incrementa a razón de 34 % al año.
Anotando también a continuación que nuestros ciudadanos no votan basándose en estos datos macroeconómicos sino en sus sentimientos. Y que se sienten bien con el fútbol para todos, los beneficios para la niñez, los aumentos de salarios y jubilaciones, las laptops y el índice de desempleo.
Concluye aclarando para sus lectores, por si hiciese falta: “son los subsidios, estúpido” y que la Boudou-economía es, apenas, una voodoo-economía o sea… otra máscara más destinada como todas, a caer.

El libre mercado es tan impopular frente al intervencionismo porque no nos ofrece favores, subvenciones, privilegios, monopolios ni exenciones. Su lógica y su premio son infinitamente mayores, desde luego, pero… ni la gente vota aquí por el mediano-largo plazo (pensando en sus hijos y nietos) ni es consciente de la verdad.
La información y su comprensión son, en tal sentido, imperfectas porque el relato -tanto el del gobierno como el de la oposición- se arma sobre distintos tipos de “verdades”.

Al decir del filósofo norteamericano Leo Strauss (1899 – 1973) “la verdad es solamente para la élite. Para los demás corresponde una retórica basada en la utilización de nobles mentiras, necesarias para tener quieto y feliz al vulgo”.
Así, hay verdades apropiadas para adultos muy cultivados, verdades para personas con estudios, verdades para estudiantes y otras adecuadas para infantes o para gente de escasa instrucción.

La mera idea de un modelo dirigista que encarne una verdad para todos como camino hacia un Estado de Bienestar para el mayor número, es una falacia. Se trata sólo de la herramienta de manipulación usada con las 3 últimas categorías de personas de nuestro ejemplo y diseñada para mejorar el nivel de vida de los políticos, de sus familiares, amigos, asociados y vagos conexos más allá de que, mal o bien, algunos problemas cotidianos se resuelvan. Aún silenciadas por la hipocresía de lo “políticamente correcto”, la mayoría de las personas saben que esto es así.

Informaciones como las del Finantial Times o el ABC podrían ser, por su parte, verdades apropiadas para mujeres y hombres con estudios y una visión conformista de mediano plazo. Representan el tipo de análisis que -si bien ciertos- no llegan al fondo de la cuestión y que también resultan funcionales en última instancia a la corporación política en general, organismos supra-nacionales y otros, dando por sobreentendido que su costosísima burocracia intervencionista es inevitable.

El duro fondo de la cuestión, advertido y desenmascarado por pocos, es que los electores no tienen influencia alguna en lo que los políticos y su maquinaria estatal de negocios hacen entre elecciones.
Y es también asumir con toda crudeza que vivimos en una sociedad enferma, llena de gente que no iría directamente a robarle a su vecino, pero que está muy dispuesta a votar para que el gobierno lo haga por ella, aún mediante la aplicación de violencia (o su amenaza) sobre gente pacífica y laboriosa.

Quienes usan su sentido común, comprenden y asumen la conveniencia de aceptar no sólo que el fin nunca justifica los medios sino que acciones inmorales y reñidas con la ética, como el robo y la violencia, encuentran su propio castigo tarde o temprano, por la más dura de las vías.
Como nos sucede hoy con el cierre gradual del propio féretro ciudadano, cuya tapa remachan la total dependencia fáctica del federalismo o de los poderes Judicial y Legislativo… del poder Ejecutivo y su Caja, y la brutal desactivación fáctica de toda institución de control republicano.

Para esa (por ahora pequeña) élite resultan muy claras, entonces, las palabras de Ronald Reagan (presidente estadounidense 1911 – 2004) “El gobierno no puede resolver el problema. El problema es el gobierno, tanto como las de Friederich Hayek (premio Nobel de economía 1899 – 1992) “Debemos una vez más hacer del construir una sociedad libre una aventura intelectual, un acto de valor.