Éramos tan vivos...

Mayo 2010

“Cuanto mayor sea el número de leyes y decretos, más ladrones y bandidos habrá” Lao Tsu (filósofo chino. Siglo VI a.C.)

Hace 2600 años, las personas sabias ya habían comprendido lo inútil del reglamentarismo gubernamental -forzoso y masivo- para solucionar los problemas de la gente.
El socialismo, esa plaga que Dios destinó como castigo a la humanidad durante los últimos 150 años, aún no lo comprendió.
Si bien en retirada intelectual, todavía son muchas las personas crédulas que aceptan la violencia implícita de sus postulados. Políticos y burócratas en obvia defensa de su fuente de ingresos los revalidan a diario, aún a sabiendas de ser tiranosaurios ideológicos. Como bien sabe todo emprendedor argentino, se trata de devoradores de personas, empleos, creatividad e inversiones productivas.

Los partidos socialistas siguen levantando las banderas de un Estado paternal, grande y presente, de su intervención sobre las relaciones de valores y sobre el movimiento comercial, de fuertes impuestos digitados y progresivos, de la regulación gubernamental detallada sobre todas las áreas posibles (en especial las económicas, educativas y laborales), y del uso discrecional de fondos públicos para tratar de compensar los muchos daños colaterales que este corset reglamentario nos causa.
Pero están lejos de ser los únicos ya que radicales y peronistas de todas las ramas, el Ari de Carrió, el Proyecto Sur de Solanas y la mayoría de las demás agrupaciones políticas, también se nutren de esta suerte de “pasta base” dirigista, hostil a las ideas de la libertad individual de elección y de la sociedad abierta.

Autodestruyéndonos una y otra vez en el mantra de un suicidio colectivo cuyos crueles resultados, sin embargo, están a la vista: la proporción de gente y empresas que necesitan ayuda para sobrevivir en la Argentina es enorme. Y como era de prever, la ineficiencia estatal y los “sobrecostos” en la tarea de auxiliar a los caídos son igualmente pavorosos.

Señoras, señores, abramos los ojos: si quisiéramos duplicar de la noche a la mañana el monto de lo que cada necesitado recibe, bastaría con reemplazar a sindicalistas, piqueteros, punteros políticos, intendentes y funcionarios de “bienestar social” por instituciones religiosas, ONGs y fundaciones filantrópicas privadas en la distribución de estas ayudas.

Si quisiéramos llegar luego a una mayor rentabilidad empresaria, a traducirse en mayores inversiones de capital para generar así más y mejor pagos empleos, deberíamos comenzar -antes que dictar nuevas leyes- removiendo el impedimento de miles de insensatas prohibiciones y regulaciones “legales”.
Empezarían a darse entonces las condiciones para un repotenciamiento de instituciones religiosas de caridad, ONGs y fundaciones, lo que a su vez disminuiría la presión sobre los aportes estatales, posibilitando así una rebaja proporcional de impuestos: vía directa al aumento de la tasa de capitalización general, al aterrizaje de dinero extranjero y a la creación de nuevas empresas competitivas.

El consiguiente aumento en la demanda de empleo haría caer los índices de indigencia y la ayuda necesaria volvería a disminuir, proyectándonos al círculo virtuoso de un verdadero capitalismo popular; de una sociedad de propietarios.
La riqueza se genera en la especialización y el intercambio. Cuando no se respeta el derecho de propiedad (derecho de poseer algo y disponer de ello como se prefiera) las personas no pueden intercambiar sus bienes libremente y el sistema deviene en la ley del más fuerte y en la miseria mayoritaria.

La igualdad que así se logra es la igualdad de oportunidades porque cuanto más libre, cuanto menos estrangulada esté una sociedad, más riqueza distribuirá, redistribuirá y volverá a distribuir. Multiplicando por diez las chances de que, quienes hoy están ahogados por la pobreza, fabriquen su propia y nueva riqueza emergiendo del estúpido juego socialista de suma cero donde unos pocos ganan y todos los demás pierden.

Un juego donde la vida se reduce a un reclamo pedigüeño a desesperación creciente, para que el Estado subsidie a cada grupo a costa de los demás, faltando el respeto a los derechos de propiedad e iniciativa. Un sistema insostenible de ayudas y privilegios donde sólo prosperan “empresarios” amigos del poder, gángsters y políticos que se alzan con “derechos” hereditarios a ser sostenidos por la comunidad.
Planteo donde desaparecen los incentivos y se confunde la igualdad ante la ley con la pretensión de igualar rentas y patrimonios. Porque en definitiva, las promesas del Estado de Bienestar socialista no son más que escandalosas mentiras para que un grupo de inútiles se mantenga en el poder.

Las ideas distribucionistas que concitan tanta adhesión irreflexiva son un rasero horizontal que nivela en la miseria. Debemos ser conscientes de que atacando las desigualdades bloquearemos fatalmente la elevación del promedio. Son las dos caras de una misma moneda.
Socialistas de todos los partidos no sólo han estado nivelándonos en la miseria sino que han robado el futuro de nuestros hijos. Porque el mercado sirve a los deseos de la gente recompensando a los innovadores que, en cada área, procuran materializar esos deseos y esperanzas. Sus ataques al dinamismo de nuestro mercado han tendido a perpetuar el statu quo, sacrificando el futuro de la libertad para preservar las rémoras empobrecedoras del pasado. Al tiempo que nuestros estatistas jurásicos tienen su gris noción de cómo debería ser el futuro, los mercados libres construyen una red interconectada de muchos futuros diferentes.

Ciertamente se necesitan reformas profundas. Es válido intentarlo desde la estructura de los partidos mayoritarios tanto como apoyar el surgimiento de espacios políticos más evolucionados, como el recientemente creado Partido Liberal Libertario. Porque sin un giro ético copernicano, Argentina seguirá siendo por otros cien años… un proyecto fallido.

Ser Responsables

Mayo 2010

Nos movemos dentro de una pseudo democracia que tiene sus días contados. No sólo en lo que toca a su conducción actual, sino en lo que respecta a casi todo el arco opositor, cultores de la misma visión de la política como medio para lucrar mientras obligan y despojan a otros por la fuerza; a años luz de distancia del utópico “servicio público desinteresado”. Políticos profesionales que ponen por delante de la elevación popular, sus ruinosas ideas estatistas deteniendo al país, mientras acarician a contrapelo el sentido de la Historia.

Los jerarcas jurásicos que trafican con lo ajeno no van a ser repudiados hoy ni mañana. Quizás nos lleve otra generación pero acabarán extinguiéndose bajo el meteoro de una evolución tecno-cultural masiva que les hará imposible seguir embruteciendo deliberadamente a esos “humildes” que -está a la vista- antes multiplicaron y empobrecieron.
Serán reemplazados por el crecimiento gradual, natural, de una sociedad con más individuos conscientes de que pueden multiplicar por mil su acceso a la riqueza, en la medida en que arrojen a nazis y socialistas por la borda. Una sociedad con más ánimo higienizador de parásitos ladrones y opresores.

Esto surge de prospectivas serias sobre tendencias globales de mediano y largo plazo aunque nada nos impide entrar en un verdadero plano de política-ficción, imaginando algunas mejoras al deficiente sistema actual.

Una posibilidad sería la derogación del secreto del voto.
En tal supuesto las elecciones seguirían efectuándose de acuerdo al cronograma usual y mediante el nuevo método, ya probado, del voto electrónico pero los sufragios de la ciudadanía pasarían a ser “cantados”.
Prolijos listados oficiales accesibles a todos, dejarían registro de la elección de cada ciudadano. Con nombre, apellido e identificación. Constando públicamente de esta sencilla manera, qué candidatos apoyó cada quien.
Esta acción abriría las puertas a la incorporación masiva de un importante valor hoy menospreciado: el de la responsabilidad personal.

¿Se puede defender con honestidad la inmadurez de seguir eludiendo la responsabilidad sobre los propios actos mediante el muy argentino expediente de “tirar la piedra y esconder la mano”?

El voto es un arma, con la cual podemos causar gran daño a otras personas. Su uso implica absoluta responsabilidad sobre las decisiones que libremente podamos tomar, al empuñarla.
Responsabilidad civil y económica, por supuesto, para que los platos rotos los pague… la gente que los rompió.
Es decir, quienes avalaron con su voto a los responsables de daños como el aumento del desempleo, de la pobreza, de la fuga de capitales, del endeudamiento o de la violación de derechos humanos que son base de otros derechos, tales como la propiedad privada y la seguridad personal. Daños graves y… cuantificables.

En una sociedad razonablemente informatizada, la responsabilidad económica por los perjuicios causados podría traducirse al finalizar el período, en aumento de impuestos personales para los millones de votantes que apoyaron a los dirigentes nocivos, con proporcional desgravación para el resto.
Por su parte, la opción de castigo cívico o cuando lo anterior no fuese posible, podría orientarse a la conculcación del derecho de voto durante cierto número de años para estos ciudadanos culpables, ahora identificados.

Una reforma tan revolucionaria apuntando a curar nuestra crónica constipación política, operaría como un laxante social apurando la evacuación higiénica del bolo ideológico que nos frena.

Un primer y rápido efecto generado por este súbito hacerse cargo estaría dado por el aumento de abstención voluntaria y voto en blanco. Ese verdadero voto antisistema que la corporación política se niega a reconocer (el voto en blanco no cuenta) por terror a perder sus privilegios, disuadiendo de su uso mediante extorsión psicológica (“es un voto perdido”).
Claro que ante la carga pública de tener que responsabilizarse de las estupideces que vayan a cometer sus candidatos, muchos retrocederían espantados corriéndose hacia la madurez de pensar “si ya no puedo esconder la mano, mejor no tiro la piedra”.

Porque lo que hoy quieren de máxima quienes finalmente votan así es que los dejen trabajar y “que se vayan todos”. Que les saquen las botas de encima y las manos de los bolsillos. O al menos que los gobernantes y el resto de los votantes sepan que determinado porcentaje de la población no avala la autoridad de este Estado, no desea responsabilizarse de sus desmanes ni se considera representado por ellos. Y que verían con agrado que su parte proporcional de cargos electivos quedara sin cubrir, bajando así el gasto y terminando con su proscripción legal. Ya que al no ser tenidos en cuenta, se trata todavía de electores proscriptos.

Un crecimiento del voto en blanco a más del 50 % equivaldría a quitar de un tirón la alfombra bajo los pies de los políticos tradicionales, negándoles representatividad. Como cuando se revoca ante escribano, el poder dado a un administrador infiel.
De lo cual se sale, por ejemplo, llamando a nuevas elecciones para dar oportunidad al pueblo soberano de optar por otra clase dirigencial o por otras propuestas innovadoras que impliquen dejar atrás aquellos viejos vicios indigestos.

Sabiendo que todo lo anterior sería pasar de Democracia SRL a Democracia Responsable, cosa que corresponde al campo de la ciencia ficción. Porque nuestra pseudo democracia es un típico negocio monopólico estatal, con clientes cautivos. Y ese negocio prospera cultivando la irresponsabilidad ciudadana.

Ser responsables (enseñándolo desde el hogar y la escuela) y estar dispuestos a afrontar las consecuencias de todo lo que hacemos, es condición ineludible para sacar a nuestro país del pantano.
Asumiendo en profundidad que esa misma responsabilidad adulta sobre los propios actos, es condición ineludible para llevar adelante, una vez salidos del barro, los bellos ideales de la libertad.