Pequeño Análisis Nocturno

Agosto 2011

Con acuerdo al resultado de la “superencuesta” de este mes, la mitad del 75,5 % de los ciudadanos habilitados a votar apoyan la idea de otro período presidencial para C. F. de Kirchner.

A grandes trazos y refiriéndonos al apoyo a candidatos presidenciales, la realidad es como sigue: sobre un padrón nacional de 28.853.000 personas, emitieron su voto 21.757.000 (el 75,5 %) de las cuales 777.000 lo hicieron en blanco.
La mitad de los 20.980.000 que eligieron en forma positiva un candidato -10.490.000 ciudadanos- optaron por la Sra. de Kirchner. Eso representa algo más del 36 % de todos los adultos autorizados a votar, teniendo en cuenta que unas 7.000.000 de personas decidieron no presentarse.

Aún suponiendo un alto número de impedidos, viajeros (los residentes en el extranjero no integran el padrón) y fallecidos de última hora, son muchos ciudadanos. Que deben sumarse a los que concurrieron pero votaron en blanco y a quienes anularon intencionalmente su voto. Toda gente que viene demostrando a las claras su desinterés por la cosa pública, su descreimiento para con la dirigencia política, su negativa a avalar semejante representación y en última instancia, su opinión antisistema.
Si nuestra democracia fuese democrática, ese porcentaje de bancas y cargos debería quedar vacante (que “se vayan todos”, literalmente y aunque sea por partes), ahorrando al país los correspondientes gastos no avalados.

Así las cosas, la opinión explícita del 36 % de los adultos ha sido clara: avalaron el presente autoritarismo de fuerte tendencia anti republicana, la violación de la letra y el espíritu -protectores de la propiedad y la libertad- del único pacto social que todavía nos une (la Constitución de 1853) y el enriquecimiento ilícito de funcionarios, “empresarios” amigos, sindicalistas, operadores políticos, Madres, Abuelas, Hijos, Cuñados, Secretarios y otros corruptos exitosos a quienes salvaron por ahora de enfrentar a un Poder Judicial serio y a un Servicio Penitenciario adecuadamente motivado.
Avalaron el robo liso y llano a las AFJP, el manejo sucio de los 500 millones de Santa Cruz, el saqueo de las jubilaciones futuras a la Anses, el uso de las reservas del Banco Central para gastos políticos y la enorme emisión inflacionaria de billetes.
Avalaron el crecimiento del más antidemocrático clientelismo extorsivo, el duro sometimiento de las autonomías federales ahogo/premio financiero mediante y el brutal silenciamiento de pluralismo y denuncias cívicas con la Ley de Medios (Ley Mordaza) en conveniente “tenaza” con la anulación de los contralores institucionales.
Avalaron más Estado deficitario con Justicia genuflexa y una mayor “redistribución” a través de más impuestos, en especial de las retenciones a la renta del complejo agro industrial. Aún sabiendo que el fondo duro y profundo de la palabra redistribuir se encuentra en el tándem inversión – producción eficiente – exportación – buenos empleos y no en el tándem igualitarismo sin mérito – resentimiento – dádiva del capo – promoción de desgracia ajena.

Y cubriendo todo ello con un manto de impunidad, avalaron de manera totalmente irresponsable el presente atajo ficticio de la “fiesta” de subsidios y consumo. Aún sabiendo que cuando implosione víctima de sus evidentes errores, la cuenta indexada y el lucro cesante se harán extensivos hasta nuestros hijos y nietos (no solo los suyos) durante muchos años.

Es sólo un pequeño análisis nocturno a la estadística de este verdadero voto delincuente de casi 4 de cada 10 argentinos habilitados, que puede traducirse en: “la democracia republicana, representativa y federal que marca la Constitución nos importa un bledo. Sólo nos sirve de ella el acto eleccionario, reuniendo como sea la mayoría necesaria para ahorcarla de una buena vez y con su propia soga, porque nos recuerda nuestra propia incapacidad”.

Al cabo una “fiesta de consumo” muy escasa y relativa, por cierto, que remarca la imperiosa necesidad de arremangarse para generar una alternativa diferente, efectiva, inspiradora. Realista y terrenal.
Porque si todos estos avalistas de iniquidades hicieron lo suyo por simple conveniencia circunstancial, como quien elige un par de zapatillas de la góndola en base a precio-rendimiento, queda claro que el camino es aceptarlo y ofrecerle al votante lo que desea: una opción más rendidora.
Más utilitaria. De apariencia novedosa, brillante, más efectiva para el llenado de sus bolsillos y para el rápido disfrute de un nivel muy superior de consumo.

Los capitalistas liberal libertarios sabemos que detrás de nuestra máxima menos Estado, más Sociedad no sólo se alinean una mayor igualdad de oportunidades, cultura del trabajo, justicia, solidaridad y corrección ética. También se alinea el más grande y veloz poder creador de riqueza social que existe: el que generan la libertad y la no violencia.

Malditos Impuestos

Agosto 2011

Existe en la opinión pública argentina una seria confusión en relación al tema -fundamental- de la pobreza, la riqueza y su distribución. Un malentendido fogoneado por pocos pero muy politizados beneficiarios, que empieza perjudicando a los menos instruidos y de menores ingresos para afectar luego, fatalmente, a todo el resto de la sociedad.
Tal confusión podría empezar a despejarse en favor de las mayorías, poniendo coto a estos beneficios mal habidos, si centramos el razonamiento básico en uno de los principales factores que atentan contra la tan deseada distribución de la riqueza, cual es la presión tributaria.

Cuando un empresario (podría ser un comerciante de calzado, una productora rural, un prestador de servicios de limpieza a oficinas, un fabricante de colchones o la propietaria de una academia de inglés) pierde 10 billetes de 100 pesos por cada $ 1.000 perdidos pero el fisco sólo le permite quedarse con 660 pesos (con suerte) por cada $ 1.000 ganados o cuando no puede resarcirse correctamente en años de vacas gordas de la descapitalización sufrida durante años de vacas flacas, su actividad de negocios y su racionalidad (u optimismo de largo plazo) a la hora de reinvertir, quedan afectadas.
Ese empresario no aumentará su actividad ni demandará mano de obra en la proporción en que podría hacerlo, mientras que sus decisiones de inversión tenderán a hacerse menos cuantiosas y más conservadoras. Actualización tecnológica y renovación de infraestructura serán aplazadas tanto como sea posible, al tiempo que potenciales nuevos empresarios decidirán no iniciarse en esa actividad de riesgo.

Como ha estado sucediendo en nuestra nación, el dinero (externo o interno) disponible para la producción disminuye cuando se presume expuesto a exacción fiscal elevada aún antes de generar ganancia o siquiera acumularse bajo la forma de ahorro. La mayor parte de esa intención inversora muere nonata sin que los ciudadanos electores se enteren y la que ya está produciendo, se ve desalentada de emprender nuevas actividades.

Como consecuencia inevitable de mediano y largo plazo, con el mantenimiento de este modelo se negó a la población la posibilidad de hacerse de productos y servicios más baratos (por abundantes) y mejores (por competitivos) con lo que los salarios efectivos perdieron poder absoluto de compra por cada día de permanencia en el sistema.
También se negó a la población la posibilidad de exportar más excedentes productivos, impidiendo en forma artera el nacimiento de cadenas regionales enteras de fabricación e intercambio, que hubiesen aportado enormemente al desarrollo social.
Las caídas de nivel de empleo y de capacidad adquisitiva que el gobierno deseaba evitar o revertir a través de intervenciones impositivas, quedaron potenciadas y el país entero como sistema interdependiente terminó bajando un escalón tras otro en el ranking de las naciones y de su ingreso comparativo per cápita.

No debemos dejarnos confundir: la redistribución de la renta “de ricos a pobres” que por ese medio pretenden lograr todos quienes adscriben al amplio campo de la izquierda obtiene, siempre y sin excepción, un efecto inverso al buscado.
El resultado final es un inmenso lucro cesante oculto de efecto geométricamente acumulativo y que aplana la actividad creadora del complejo laboral. Una bola de nieve que avanza deslizando todo sueño de gran potencia y de verdadera inclusión social por el retrete de la historia, en línea con otras naciones regidas por letales payasos socialistas como Tanzania, Corea del Norte o Venezuela.

La receta estatista para sortear estos “inconvenientes” ha sido la institución del subsidio. Un deporte nacional (o ilusionismo financiero) que permite ganar tiempo hasta la siguiente elección, consistente en hacer funcionar a fuerza de inyección dineraria, situaciones de bonanza ficticia que de otro modo quedarían engranadas o estallarían por inviables.
Claro que el dinero necesario para subsidiar se obtiene de la combinación de más impuestos, más deuda y más emisión siendo esta última fuente, en realidad, redundante con la primera ya que la impresión de más billetes significa inflación, por definición el “impuesto al pobre”. Como se ve, neto deslizamiento de fichas dentro del mismo tablero y corset reglamentario que sólo acelera la espiral descendente del conjunto, descripta más arriba.
No hay magia en la herramienta económica; sólo fría lógica con crecimiento racional (que puede ser muy grande) o engaño y robo por interpósito idiota útil ignorante.

Puede que impuestos altos, progresivos, ideológicos (como el de la herencia) o discriminatorios de las manifestaciones de riqueza satisfagan ciertas pasiones de gran vileza como la envidia, el deseo de desgracia ajena y el igualitarismo sin mérito pero siempre resultan en cruel -e inútil- prolongación de miseria sobre los más necesitados.

El apoyo electoral a estas bajezas atrae al rayo de su propio castigo: está más que comprobado que la utopía fiscalista del “Estado Benefactor” sólo “distribuye” riqueza cierta a algunos funcionarios corruptos, empresarios o sindicalistas mafiosos y operadores políticos cercanos al poder a expensas de millones de oportunidades nonatas potencialmente generadoras de trabajo, autoestima, progreso y dinero real para la gente común.

Para distribuir en serio se necesitarían ingresos fiscales mucho mayores y con tendencia sostenida al crecimiento real. Cosa que se conseguiría incorporando cientos de miles (o millones) de nuevos contribuyentes al sistema: emprendimientos comerciales y mayor capacidad contributiva individual de más personas. Cosa que presupone condiciones atractivas de ganancia legal y facilidad de negocio (generalización del business friendly), mejores que en otras partes. Condiciones cuyo primer y más importante paso consiste en frenar el obtuso impositivismo vigente. Algo tan básico como que el ingreso de muchos más sujetos pagando, compensaría con creces la rebaja de las alícuotas (o la derogación de los actuales impuestos) anti inversión. Y porque a mayor audacia en la rebaja, más capitales se orientarían hacia aquí incorporándose a la producción.

Con la aplicación de tal sentido común, la bonanza de nuestra gente tendería a ser tal que haría casi innecesaria la asistencia estatal, posibilitando así una aún menor presión tributaria. Acción que vendría a potenciar el círculo virtuoso de condiciones capitalistas para todos, inversión multiplicada y empleos bien remunerados.

Ese círculo es lo que un verdadero estadista consideraría “redistribución”. Porque coloca al empresario en la más dura competencia con sus pares y al asalariado en la posición estrella de poder armar su destino en un mercado de alta demanda laboral.

Entrada Libre y Gratuita

Agosto 2011

No existe hoy en el mundo, un Estado cuyas políticas no se hallen influidas por el más común bloqueo mental de nuestro tiempo. Aquel que lleva al gobernante a creer que sus intervenciones legales y económicas pueden servir al país, mientras considera sus resultados sobre cierto grupo “en problemas” (casi siempre es un grupo, un sector, una parcialidad) sin meditar en profundidad qué consecuencias producirán esas intervenciones a largo plazo, con sus posibles derivaciones y efectos cascada, no sólo sobre ese grupo sino sobre toda la comunidad. Las consecuencias inmediatamente visibles no son, desde luego, todas las consecuencias. Sólo son las “políticamente correctas”; las de corto aliento; convenientes, si, para el voto y el bolsillo del funcionario y sus amigos pero casi siempre de suma negativa para la nación como un todo interdependiente.

Es necesario para la presidente, para el legislador o para el juez de la Corte calar mucho más hondo si pretenden sostener la ficción de ser verdaderos estadistas que conducen al conjunto social hacia un bienestar superior. Condición intelectual y ética, ésta última, ausente en nuestro bello país desde hace al menos siete décadas.

A colación de las recientes invectivas del inspirado músico Fito Páez contra los votantes capitalinos (que hablan más de su persona y de su nivel de inteligencia que de sus insultados), nos parece oportuno levantar un tanto el velo de lo que ocurre en relación a intérpretes que se especializan en morder la mano de quien les da de comer.

Resultan comunes en nuestro país los grandes recitales públicos de cualquier clase, profusamente publicitados como de “entrada libre y gratuita”. Los artistas contratados -o comprados- cobran su cachet, abonado desde alguno de los 3 niveles de gobierno (nacional, provincial o municipal), con arreglo cierto a las necesidades del calendario electoral.
Los funcionarios a cargo de los respectivos Ejecutivos se presentan, así, brindando en forma personal y magnánima a determinada cantidad de individuos (el “grupo” del que hablábamos al principio) la posibilidad de asistir, invitados, a estos eventos.

Destinado a cultivar un sentimiento de lealtad y agradecimiento al líder -o al führer o capo, en nuestros regímenes mafiosos- este “sobrecito” artístico es sólo una entre muchas otras prácticas coimeras conocidas en general como clientelismo. Pero sucede que los beneficios que recibe la gente no son “regalo del líder”, en verdad, sino una mini devolución sobre las bestiales sumas que previamente el líder les quita.
Tan bestiales como que en nuestro país, la carga impositiva sobre los que cobran un sueldo es de alrededor del 50 % de sus ingresos contando IVA, impuestos provinciales y municipales e impuestos al mismísimo trabajo. Sin contar los demás tributos implícitos en cada cosa que cualquier miembro de la familia del asalariado compra. Sumas que representan gran parte del precio de aquello que está adquiriendo, desde gasoil a una lata de arvejas pasando por la cuota del lavarropas. Cosas que costarían mucho menos si decidiéramos abolir esas cargas, “aumentando” así en forma muy importante los haberes generales.

Esos mismos billetes tan duramente ganados y entregados son despilfarrados (esterilizados) a vista de todos, en corruptelas como la de las valijas de Antonini a cambio de deuda externa más cara, en Madres delincuentes, en inútiles y concurridos periplos de 5 estrellas, en cuentas numeradas del exterior o en “untar” magistrados y senadores que sostengan -como sea- el statu quo.
E innúmeras dádivas filo-mafiosas como la del “fútbol para todos”, la de la publicidad oficial o la de… financiar recitales.

Si nos abstenemos de usar cerebro, ética y experiencia histórica para suponer, por un momento, que la mejor manera de promover el bienestar general es a través de la exacción impositiva, deberemos tener presentes un par de cosas. En el uso de nuestro (siempre escaso) dinero en cosas tales como los recitales de Fito Páez, Teresa Parodi o Ignacio Copani, los políticos se florean eligiéndole un destino (el clientelismo musical, por caso) a expensas de otro. Como podría ser el fomento a la creación de nuevo empleo a través de incentivos que multipliquen la inversión productiva, por medio de desgravaciones sobre impuestos como Ganancias, Bienes Personales, Cheque o Ingresos Brutos. Desgravar es parecido, aunque obviamente mucho más eficiente (y elevador de estima) que reintegrar o subvencionar, que son sus variantes dirigistas en este gran negocio de elegir en nombre del pueblo el destino de dineros previamente expropiados.
Acciones estatales como los festivales, que podrían haber sido realizadas (sin costo impositivo) por iniciativa privada, además, prostituyen y quitan trabajo multiplicador de empleos genuinos a emprendedores, generando el consiguiente lucro cesante social.
El tiro de gracia termina dándolo la propia naturaleza humana a través del comportamiento comprobado durante cientos de años, en la falacia de este negocio de la coacción llamado Estado, donde el funcionario imbuido con tal poder de decisión siempre acaba llevando agua económica para su molino particular, grupal o ideológico; tarde, mal o nunca para el molino de todos.

Prácticas que, por otro lado, van atornillando el letrero de Gran Década Infame, a la que venimos transitando desde el 2003 caracterizada (en versión corregida y aumentada con respecto a la empequeñecida década infame del pasado) como entonces, por la compra, soborno y manipulación de votantes.

Lo correcto, lo impensable para la mentalidad social-estatista que nos frena sería dotar de verdadero poder económico al común de la gente, propiciando una sociedad de propietarios en lugar de la actual sociedad de mendigos subsidiados.

Accediendo a respeto social, autoestima alta y bolsillos bien provistos todos podrían pagar la entrada a los recitales de su preferencia, entre muchas otras libre-elecciones de compra.
Comunidad de propietarios y libertad real de elección que, demás está decirlo, sólo puede brindarnos un capitalismo avanzado, sin lugar para envidias estúpidas ni temores retrógrados.