Inteligencia Emocional Social


Mayo 2020

Tomemos distancia por un momento de lo cotidiano y reflexionemos sin prejuicios, con una mirada política sobre el largo plazo. Como viajando por esas rutas del sur argentino donde, llegados a una elevación, se nos abre el panorama de otra larga recta perdiéndose en el horizonte. Una visión clara hacia lo distante que nos permite un rodar más seguro y veloz.

Será en todo caso un ejercicio de prospección inusitado para los argentinos, acostumbrados desde décadas a la visión de lo urgente tapando por completo a lo importante.
Hoy, enterrando las posibilidades de hijos y nietos, que corren de cara al futuro por el estrecho brete de un país que avanza a paso firme hacia el abismo de un fallido estructural de consecuencias catastróficas.
Que camina hacia un destino previsible; con modelo final en un ultracorrupto feudalismo a la formoseña, en indigencia general a la haitiana o bien en una narco-dictadura a la venezolana para todos y todas.
En síntesis, que camina hacia la muerte por ahorcamiento de cualquier sueño de república, libertad y progreso familiar. Proponiendo sólo más estatismo pobrista y su consecuencia: la emigración final de los más capaces, con sus capitales y sus ideas innovadoras.
Que nadie se sorprenda; ya lo advirtió el gran Thomas Jefferson hace 250 años: “la democracia no es más que el gobierno de las masas, donde un 51 % de la gente puede mandar al diablo a los derechos del otro 49 %”.

Una visión de faros largos, entonces, en esta oscura noche argentina que ilustraremos con un pequeño ejercicio contrafáctico; tomando un problema que hoy afecta al mundo.
¿Qué hubiese pasado con el coronavirus de haberse encontrado con una  organización social de tipo libertario o anarcocapitalista?
La respuesta, para horror de los socialistas, es: nada.
No hubiese causado un número de muertes mayor al de una gripe común ni hubiera puesto de rodillas a sociedades “avanzadas”, obligándolas a la autoflagelación de frenar las actividades aplicando manu militari un “remedio” arcaico, de corte medieval, como las cuarentenas.

Por definición, una sociedad libre y contractual que adscriba al principio general de la no-agresión, invierte y reinvierte en su entorno una proporción muchísimo mayor de su renta que sociedades atrasadas como las nuestras, violentamente extractivas, autoritarias, injustas y opresoras, favorables por añadidura al parasitismo.
La inmensa diferencia en la eficiencia de uso de recursos y la creatividad y emprendedorismo que se desatan en entornos voluntarios y no violentos a causa de su implícita seguridad (jurídica, física, defensiva, previsional, etc.) y libre competencia, crean (y atraen) a gran velocidad riqueza, investigación y desarrollo en ciencia y tecnología privadas, gran solidaridad filantrópica, cooperativismo, economía colaborativa y oportunidades laborales de todo tipo; en suma, bienestar y responsabilidad individual. Impulsando avances tan poderosos como impensados en campos como el cuidado y la prevención sanitaria de todos cuantos se acogen contractualmente al sistema.
En un marco así, de fuerte innovación humanista con potencia económica liberada, el COVID 19 nos hubiera encontrado a) con una aparatología medicinal muy superior a la actual; b) sin bolsones de atraso social susceptibles; c) con mucho mayor equipamiento hospitalario preventivo y d) con avances laborales, genéticos, bioquímicos y de comprensión médica a gran distancia del opaco, atrasado, costoso, vejatorio y burocratizado sistema sanitario que hoy padecen incluso los países más “ricos”. 

Lo libertario, la no-violencia aplicada, el Estado mínimo o inexistente (por caro, innecesario y peligroso, claro está) y los impuestos mínimos o inexistentes son, obviamente, otro planeta; uno deseable como Norte ideal de largo plazo; técnicamente más posible hoy que nunca aunque sin ejemplos contemporáneos.
Lo que hay, sí, son algunas (pocas) sociedades que se adelantan al resto aplicando relativamente más de esta bella “receta de la libertad”; confiando más en su gente.
Y en efecto: los países con mayor ingreso promedio, con menor número de pobres y con mayor cantidad de millonarios por habitante son (oh, sorpresa) los más capitalistas.
Dentro del exclusivo top five de las sociedades cuyos ciudadanos gozan en promedio del máximo acceso mundial al bienestar se ordenan de la 5° a la 1° según sean más abiertas, libres y capitalistas que la anterior en el ranking, conforme el conjunto de parámetros (no sólo económicos) que definen a los vocablos apertura, libertad y capitalismo.

Berrinches ideológicos, mitos, relatos caza-bobos, teorías conspirativas, incapacidades y resentimientos personales aparte, los resultados sociales positivos son directamente proporcionales al grado de capitalismo que cada comunidad se permita experimentar.
La descarnada realidad es que cuanto más redistribuidora de lo ajeno es una sociedad, cuanto más reglamentarista, proteccionista y fiscalista (vale decir, cuanto menos libre, abierta y capitalista) menor es su ingreso, mayor su número de pobres y menor su número de millonarios (honestos) inversores promedio por habitante.
Nuestra Argentina, su caída desde el escenario del top five y su actual gobierno pobrista, son cabal ejemplo de ello.

¿Es entendible en nuestra ex gran nación esta ceguera mayoritaria?
Lo entendible es el desesperado afán de toda la corporación política por enmascarar estas verdades, preservando el poder coactivo del Estado. Es entendible también el afán de sus socios en las burocracias gubernamentales a todo nivel, de sus socios (cómplices) del “empresariado” con privilegios de protección y de sus socios (cómplices) del sindicalismo mafioso. Incluso es comprensible por miedo, enojo y vergüenza, el afán negador de millones de sub-ciudadanos; entrampados ya entre la espada y la pared de la indigencia o la dura red clientelar, tras decenas de inducidos “suicidios comiciales” a lo largo de 3 (tres) generaciones.

A nivel internacional, esto se replica con distinto grado de cinismo en todas las sociedades del planeta y en grandes organismos multilaterales como las Naciones Unidas, el Parlamento Europeo o el Fondo Monetario.
Vista esta formidable alianza de intereses que involucra a cientos de millones de personas que viven literalmente del trabajo ajeno, es comprensible que se tergiverse, complejice, descalifique, enturbie y silencie lo obvio. Lo simple y directo. Lo que en el fondo es claro como el agua por naturaleza y por sentido común.
Esto es, que cuanto más contundente sea la orientación de una sociedad hacia lo libertario, hacia el noble norte de la libertad responsable del ser humano en contraposición a su sometimiento y esclavitud, más empoderada se verá.
Que cuanto más se acerque una sociedad a la no-violencia (física, reglamentaria, tributaria, laboral, psicológica etc.) alejándose de lo autoritario, fraudulento y coactivo-estatal, más bienestar genérico conseguirá.
Es por el peso de esta alianza pro-parasitaria de cientos de millones que los restantes miles de millones de personas ven frenadas sus ansias de progreso y sueños familiares.
Quien quiera ver, que vea. Quien quiera ser timado en su inocencia, que lo sea… bajo su responsabilidad personal y parental.
Entretanto la gran serpiente estatal avanza, con nuestro dinero financiando su venenoso relato; haciendo suyo el consejo del recientemente desaparecido y genial Marcos Mundstock: “si no puedes convencerlos, confúndelos”.

Un  liberalismo integral ( no sólo económico) como medio y un anarcocapitalismo (ancap) cabal como fin de largo plazo son la solución verdaderamente revolucionaria; la única vía posible para lograr la tan anhelada comunidad justa y rica. A un tiempo meritocrática y compasiva.
Materialmente poderosa y en uso de toda su ciencia, tecnología y avances en inteligencia artificial para la preservación del medio ambiente, conforme las iniciativas de vanguardia del ecomodernismo.
Simple inteligencia emocional social, en definitiva, en una más clara definición del puerto hacia donde orientar la proa de la averiada nave nacional.

Riesgo, Pandemia y Estatismo


Mayo 2020

Los intervencionistas son, de manera casi invariable,  gente que no aprende de sus errores. Y que comete al menos tres grandes yerros: nunca piensan en términos dinámicos sino estáticos, no piensan a escala total sino sectorialmente y lo hacen, además, en función de acciones y no de interacciones; sin prever efectos cascada o mariposa ni daños colaterales de segundo, tercer, cuarto o décimo grado, por más que aseguren  lo contrario.
Demás está decir, lo mismo da que esta gente practique sus toqueteos con candidez… o por interés. Intervenir munidos de la clásica soberbia socialista sobre sistemas complejos, usualmente opacos, que carecen de mecanismos unidimensionales de causa y efecto es altamente inconveniente. Génesis directa de innúmeras calamidades y frustraciones socioeconómicas: en la práctica todas las que vemos a nuestro alrededor hoy día, incluyendo al calamitoso coronavirus en virtud del sistemático atraso científico, de infraestructura, de pobreza y estrés generales.

Los que creen que nuestras penurias actuales se arreglarán con más de lo mismo (estatismo intervencionista) no tienen en cuenta, además, otro factor fundamental de la naturaleza humana: carecer del estímulo derivado del riesgo hace a los funcionarios menos propensos a cuidar lo que es “de todos”.
Por caso, si los quebrantos derivados de los sobreprecios en las compras de alimentos descubiertos recientemente por el periodismo tuvieran que ser soportados en primer término con su patrimonio por los burócratas que firmaron la orden, al menos los/nos aleccionaría. Algo que no ocurrirá.
En el ejemplo de máxima, si los errores y horrores de las guerras tuviesen que ser solventados con los patrimonios personales (hasta su extinción) de todos quienes las deciden, rara vez pasarían de la categoría de simples bravatas; eventualmente, pequeñas escaramuzas. Y muy distinto sería el mundo.
En verdad, la “corpo” estatal, en todas partes, es una suma de instituciones regladas a través de las cuales el burócrata resulta convenientemente apartado de las consecuencias, sobre todo económicas, de sus acciones. Puede decidir sobre vidas y haciendas tercerizando los costos: fórmula perfecta para la ruina comunitaria, tal como hoy se la ve.

El hecho de tomar riesgos mantiene a la natural soberbia humana bajo control. Esto ocurre de modo muy visible en la actividad privada y es base conceptual del capitalismo bien entendido, doctrina donde la responsabilidad patrimonial empresarial, personal y hasta familiar por los propios actos se asume sin contemplaciones.
No ocurre así en el planeta estatal. El peronismo filo-feudal o chavista (kirchnerista, por caso) tiene aquí campo libre para plasmar a gran escala sus fútiles relatos e idealismos en reingeniería social y en economía de la coerción entre muchos otros ítems sensibles (mega negociados incluidos), prácticamente sin consecuencias.
Los miles de millones de dólares y euros robados al pueblo y nunca devueltos (más allá de algunas monedas embargadas) por la asociación ilícita que nos gobernó hasta 2015 lo demuestran. Así como la falta de un adecuado castigo penal y civil por el bestial quebranto nacional resultante de sus irresponsables decisiones, por los desfalcos intelectuales y financieros, confiscaciones tributarias inconstitucionales, fuga de inversores y clientelismo aplicado a encubrir (con empleo público, subsidios, planes alimentarios etc.) sus estragos sociales.
Esta falta de feed back es uno de los factores determinantes tanto de la corrosiva (y literalmente mortal) corrupción que sigue hundiéndonos como del retroceso argentino a todo orden que hoy nos descoloca y agobia.
Otro lastre más (la no asunción de riesgos). Aunque sólo uno entre los muy numerosos puntualizados desde estas columnas a lo largo de años de divulgar conclusiones y propuestas de grandes pensadores; mentes contrarias, desde luego, al estatismo y a la actual democracia delegativa de masas, irrespetuosa de los derechos de propiedad.

Se trata, no obstante y para horror de ilusas “almas bellas”, de un proceso natural. La deriva democrática hacia lo autoritario, hacia la elefantiasis del Estado, a su constante gambeta/extorsión/coima/lobby/burla a la división de poderes, su gradual podredumbre y posterior gangrena estructural, no tiene antídoto intra-sistema conocido.
Como tampoco lo tiene su inmensa ineficiencia económica, causante (con el tiempo y la acumulación sedimentaria) de todas y cada una de las crisis que afectaron y afectan a nuestra civilización; la del supuesto mundo libre.
Incluyendo los problemas de deficiencias sanitarias que hoy ahogan al orbe a cuento de la pandemia.
Una deriva que, a caballo del virus y según todo indica, está siendo aprovechada por los coartadores de libertades de siempre para dar otra vuelta de tuerca a su conveniente “más de lo mismo”: más Estado controlador y menos Sociedad libre; más intervencionismo colectivista y menos decisiones personales; más reglamentarismo y menos ideas alternativas al dirigismo, menos inversiones productivas y menos innovación. En definitiva, menos mercado y más “socio bobo” gordo y violento.
Una crisis usada para dar impulso a la insólita  idea de que el gobierno puede gastar todo lo que quiera y de que el Banco Central simplemente imprimirá más dinero para pagarlo. Bingo! Según esta moderna teoría monetaria todo puede ser gratis y nadie tendrá que tomar decisiones difíciles nunca más. Genial! Porque además, de este modo nadie tiene que molestarse en encontrar una mejor solución; a nadie debe caérsele (presionado por la metralla de problemas) una idea, a no ser la de aumentar una y otra vez los impuestos sobre los idiotas que aún los pagan.
Si hay una oportunidad de gastar dinero clientelar, el pensamiento mágico termina allí. Punto final.

Ciudadano peronista de clase media, no te preocupes, ya pensarán los brillantes asesinos de Nisman (que has tenido a bien votar, por cierto) en nuevas maneras de perpetuarse en sus privilegios usufructuando tu dinero, tu deuda, tus planes familiares, tu insomnio y el colapso de tu negocio.
Ciudadano peronista de clase baja, no te preocupes, los brillantes cráneos que has tenido a bien votar se están encargando, ya mismo, de atizar la llamarada impositivo-inflacionaria que liquidará definitivamente a tu insensible patrón, elevándote para siempre (como en Cuba o Venezuela) a la categoría de parásito del Estado.
Pobrismo franciscano en acción; todos pobres y racionados pero eso sí, unidos y solidarios combatiendo al vil metal.

No sabemos bien por qué de pronto nos viene a la mente, como cierre, esta ominosa y tantas veces probada  máxima:
“Las masas son femeninas y estúpidas; responden a un manejo basado en emociones y violencia”. Adolf Hitler.