Hacia un Sistema de No Violencia

Abril 2006

Dedicar unos momentos a la reflexión de por qué ciertas cosas que siempre nos han parecido obvias en realidad no lo son tanto, puede resultar un ejercicio muy esclarecedor y energizante.
Cuestionarse aunque sea en teoría cosas que aceptamos sin análisis como “incuestionables” de nuestra vida diaria en sociedad es por lo menos estimulante para nuestro pensamiento crítico.
Podría asemejarse a tomar un tónico cerebral que nos haga sentir vivos, pensantes, despiertos a nuevas posibilidades y hasta esperanzados mientras nos movemos dentro de un sistema que mayormente nos genera sensaciones de agobio, desesperanza, chatura y de última, conformismo. El inconformismo pacífico, fundamentado, ha sido y es por otra parte, un ingrediente esencial en la evolución de los pueblos. La libertad para pensar, discutir y proponer ideas superadoras sin ser censurado es igualmente signo de civilización y caracteriza a las sociedades más exitosas.

Un pensamiento interesante que rompe con lo “aceptado” consiste en preguntarse cómo es posible que después de miles de años de evolución, pruebas y errores en busca de la mejor forma de organizarnos como sociedad con la mira puesta en lograr el mayor bienestar para todos, a esta altura del siglo XXI la gente todavía apoye la existencia de sistemas que (¡aún en el caso del sistema democrático de gobierno!) requieran para su funcionamiento de la fuerza bruta.
La violencia (o la amenaza de su uso) aplicada sobre ciudadanos que no han agredido a nadie, para conseguir que hagan cosas que de otro modo no harían parece (y es) repugnante al sentido común de cualquier persona que se precie de civilizada y viva en el año 2006.
Basta para comprobarlo con imaginar qué sucedería, por ejemplo, si un individuo se negara a entregar al Estado una parte del fruto de su trabajo (a pagar impuestos). Seguramente sería conminado a pagar y si persistiera en su negativa sería declarado en rebeldía y acabaría sentenciado a prisión. Y si la persona en cuestión se resistiera a ser llevada tras las rejas enfrentando a los representantes del Estado, finalmente se la mataría.
La fuerza bruta (policía) sostenida por el propio aporte mantiene a los ciudadanos en el temor de correr una suerte parecida a esta y los persuade de entregar el dinero para evitar males mayores.

Para probar que esta entrega no es voluntaria, podemos seguir imaginando qué pasaría en el hipotético caso de que el gobierno despenalizara el no pago de impuestos.
Lejos de la inocente esperanza de que la sociedad, que por cierto comprende cabalmente la necesidad de hacerlo siga pagando, lo que sucedería sin dudas sería (tanto aquí como en Suecia) un rápido y generalizado abandono de esta práctica que a su vez conduciría a una fulminante desaparición del Estado y al colapso de todos los “servicios” que presta.
Educación, seguridad, justicia, asistencialismo y muchas otras actividades gubernamentales menos edificantes quedarían sin fondos para seguir operando. Aún sabiéndolo, al quitársele la amenaza de violencia la sociedad optaría por no pagar.

Es tema apasionante pero que excede las intenciones de este artículo la cuestión de cómo podrían organizarse las personas para funcionar sin Estado evitando caer en la anarquía y manteniendo en funciones las instituciones necesarias para vivir civilizadamente; pero lo que sí podemos repensar es la realidad diaria que significa vivir bajo la amenaza de agresión que sostiene de manera antinatural y con un altísimo costo el sistema actual de convivencia.
El más elemental sentido común debería abofetear nuestra percepción de lo obvio cuando comprobamos, a estas alturas, que la organización social que nos recomienda el establishment solo resulta viable con un arma apuntándonos por la espalda. Evidentemente algo no cierra como debiera.
El mismo sentido común nos dice que evolución es naturalmente afín al concepto de no-violencia.
Coerción, autoritarismo, amenazas, violencia contra los que a nadie agreden son conceptos que se contraponen a la idea de evolución, de bienestar, de civilidad respetuosa.
Los próximos pasos de la historia social de la humanidad van a darse sin lugar a dudas dentro de esta tendencia inevitable en la inteligencia colectiva. La libertad de elección absoluta de cada individuo sobre cómo vivir su vida en un marco de respeto por la misma libertad de los demás dentro de un sistema de no violencia.
El pensar con sensatez en estos temas tan obvios y el sacar conclusiones sobre política local, nacional y mundial acordes a estas tendencias, tal vez nos ayude a decidir con más lucidez nuestro próximo voto.
Tal vez nos ayude a ayudar a otros a pensar con mayor amplitud de miras en temas que a todos nos involucran.

Perfeccionando aunque sea de a poco el imperfecto sistema democrático que nos rige, cada uno desde su circunstancia y en la medida de sus posibilidades estaremos haciendo algo por nuestros hijos y por nuestros nietos.
Estaremos poniendo los cimientos de un mejor lugar donde vivir.

Creatividad

Abril 2006

Es sabido y recientes estudios comparativos lo confirman, que los argentinos somos emprendedores, imaginativos y para muchas cosas, brillantes por naturaleza.
Sea por la particular mezcla de razas que nos distingue, por la presión de un pasado ilustre o por la mera necesidad de sobrevivir a la tremenda sucesión de gobiernos anti-empresa que venimos soportando, lo cierto es que nuestro pueblo ha desarrollado una especial aptitud creativa.

No es novedad que los connacionales que trabajan en el exterior generalmente se distinguen, hacen carrera, son muy bien conceptuados y pagados.
Existe asimismo entre los observadores extranjeros la percepción de que somos un pueblo de individuos capaces y originales, que fracasa sin embargo en el emprendimiento colectivo de forjar un país avanzado.

Esta aptitud creativa se manifiesta entre nosotros, desde luego, en el surgimiento de emprendedores que inician empresas, diseñan buenos negocios o perfeccionan sistemas productivos, por ejemplo.
Aún frenado por incontables palos estatales en la rueda, el afán de generar ganancias sobrevive y azuza una inventiva apoyada en habilidades innatas que son algo así como la reserva potencial de nuestra sociedad.
Todo argentino intuye esto y de allí nuestra convicción de estar destinados a ser líderes o, como se dice por ahí, de ser un país con vocación imperial.
Es más. Ya estuvimos en ese pedestal hace 100 años y el recuerdo colectivo de ese orgullo nacional no tan lejano aporta verosimilitud a la pretensión.

Una primera reflexión debería llevarnos a imaginar lo que podría ser nuestra Argentina, si estableciéramos las bases para que toda esa potencia creadora se expresara sin trabas. En esta sociedad global del conocimiento la creatividad, la inventiva y la libertad para disponer con eficiencia de los recursos privados son llaves infalibles de éxito.

Sin embargo y por mucho, donde más y mejor se manifiesta esta creatividad es en el campo de lo ilegal.
Especialistas en violar normas de convivencia, en evasión tributaria y negreo laboral, en el arte de la truchada, el engaño y la corrupción, en la creación de leyes amañadas y en el aprovechamiento intensivo de baches legales, en la viveza de usar sólo la cáscara del sistema republicano, representativo y federal como cobertura de los más aberrantes atropellos constitucionales, los argentinos utilizamos nuestra ventaja comparativa en la generación de un gran caos que nos descoloca.

No podía ser de otra manera ya que nos hallamos en “el país de los piolas” donde el “sálvese quien pueda” es el pensamiento no expresado número uno.

La causa de esta calamidad no debe buscarse en mitos tales como “la maldad empresaria”, la “codicia suicida” del capitalismo, la ausencia de “sentido social” o la “conspiración internacional” en nuestra contra.
Tampoco se debe a que precisemos más leyes y reglamentos, más multas y controles, más piquetes intimidatorios ni más mano dura contra todos para obligarnos a obedecer por las buenas o por las malas. No.
Maduremos, por favor.

La solución no es más gobierno… porque el gobierno es el problema.
¿Cómo? Dentro de su complejidad, el colapso nacional tiene como toda gran verdad, explicaciones simples y de sentido común.
Desde aquel primer golpe militar de 1930, todos los gobiernos que hemos padecido (salvo brevísimos períodos) se mostraron conmovedoramente hermanados en una cosa : el dirigismo.
El afán reglamentarista heredado de la administración colonial española renació tras el interregno liberal que nos había catapultado al primer mundo, resultando en una acumulación sedimentaria de normas, prohibiciones, exepciones, imposiciones discriminatorias, cargas discrecionales, privilegios irritantes, decretos, edictos, reglamentos y leyes contrapuestas a derogaciones parciales, anulaciones, represalias, subsidios especiales, inmunidades corporativas y toda clase de obligaciones, derechos y garantías virtuales que se vienen superponiendo hasta la fecha sin contradicción aparente.
Cada gobierno aportó su cuota de confusión agregando regimentación detallada sobre cada aspecto de nuestra vida privada que se le ocurrió pertinente, en una alegre ronda de funcionarios públicos civiles y militares que unieron esfuerzos para aplastar nuestras ganas de crear y de crecer.

Así las cosas, cada habitante de este país sabe que el cumplimiento estricto de toda esta maraña en lo económico lleva a la quiebra, en los comportamientos viales lleva al accidente o en lo personal lleva al enloquecimiento por via burocrática y al desánimo por las dificultades para progresar, hacer fortuna por derecha o vivir seguro.

Los argentinos no somos suicidas por naturaleza sino que respondemos con toda lógica al sistema que nos encorseta.
Un sistema perverso, lleno de injusticias y de muy difícil cumplimiento que ahoga la enorme potencialidad creadora que poseemos propiciando el egoísmo, el caos social y la falta de respeto por el prójimo.

Desde luego la responsabilidad de estos hechos recae en primer lugar sobre el (aprox.) 80 % de votantes, mujeres y hombres argentinos que convalidaron una y otra vez a los gobiernos que crearon el sistema, a las oposiciones políticas que estuvieron de acuerdo con estas ideas dirigistas difiriendo solo en cuestiones de grado, y que en conjunto provocaron las crisis “cantadas” que nos llevaron durante años a autocracias militares que tampoco revirtieron la tendencia ya que no estaba en su naturaleza hacerlo.

Crezcamos de una vez. Nuestra creatividad es la salida. La libertad es el camino. El respeto estricto a la propiedad privada la condición. La seguridad jurídica sin hijos y entenados, el basamento. La no violencia, nuestra hoja de ruta.