El Poder como Problema

Abril 2009

Podríamos analizar brevemente esta cuestión, repensándola bajo el siguiente punto de vista: tenemos por un lado a los hombres y mujeres de los partidos que participan en el juego de la democracia, que sólo se diferencian en cuestiones cosméticas. Ya que en lo esencial están de acuerdo en cubrirse y protegerse mutuamente (la lealtad política) dentro de un sistema que les reserva privilegios, oportunidades de negocios y poder sobre la gente trabajadora que paga la cuenta.
Tenemos también a dueños de ciertas empresas y sindicalistas que, consecuentes con la lógica corporativa del sistema, se posicionan para resultar beneficiados en el dictatum de leyes, regulaciones económicas y prebendas a cambio de apoyo al gobierno. O más bien de apoyo al incremento patrimonial y a la impunidad de sus integrantes.
Están además todos los beneficiarios de planes sociales, subsidios indirectos, puestos de favor o jubilaciones de privilegio, interesados en mantenerse siempre en situación de ventaja parasitaria a costillas de lo que generen otras personas. Más otro dato importante: las tareas propias de la maquinaria del Estado están a cargo de una gran burocracia de empleados, que los contribuyentes no pueden remover ni cambiar.

Todos ellos están de acuerdo en sostener con votos, con propaganda, con movilizaciones, dinero o chantajes el poder coercitivo, aplanador y sin opciones, del Estado.

Como muchos otros, se confunden en la defensa de un monopolio: el monopolio del uso de la fuerza armada que respalda este poder, dando pie al cobro compulsivo de tributos sobre diversos bienes, propiedad de gente pacífica. Personas que no sólo se encuentran atomizadas y desarmadas sino con las mentes condicionadas por una vida de adoctrinamiento oficial en la conveniencia de someterse en majada al poder político dejando las cosas, básicamente, como están.
Tenemos también el elegante fraude que, bajo el nombre de Constitución Nacional, nos acuna en la creencia de que nuestros derechos y propiedades están amparados por un bello y complejo sistema de equilibrios y contrapesos entre los tres poderes independientes de la república. Se omite, por supuesto, la incómoda aclaración de que los tres forman parte de una misma organización (el Estado) y tienen, dentro de su área, el mismo monopolio coactivo apoyado en las armas -y en la política económica- que controla el partido de gobierno. La supuesta independencia, no es tal.

Todo descansando en el absurdo de querer suponer que las mujeres y hombres que nos gobiernan son seres honestos, desinteresados, imbuidos de amor a la patria y con verdadera vocación de servir al prójimo sin pensar en otra retribución que la satisfacción del deber cumplido. Y que además cuentan con el bagaje intelectual de conocimientos de avanzada como para asegurarnos una posición de inteligente preeminencia en el ranking de la prosperidad mundial. Mito que de ser (aún al 50%) cierto, garantizaría el funcionamiento de la democracia, tanto como de cualquier otro sistema (monarquía, aristocracia, dictadura, tribalismo etc.) sin inconvenientes ya que estaríamos en manos de reales servidores públicos. No existe tal. Quienes estén capacitados para verlo, habrán avanzado otro paso en la comprensión del problema.

Lo cierto es que el poder siempre corrompe, porque el ser humano es una criatura imperfecta, más allá de las excepcionalidades.
No existen mujeres ni varones que sean inmunes a la corrupción del poder. Quien posea poder para dominar y dañar, hacer el bien o ayudar, fatalmente dominará y dañará a sus semejantes de un modo u otro, porque usará ese poder en su propio beneficio, el de sus familiares y amigos, el de las personas que lo ayudaron a acceder a ese sitial y las que lo ayudan a mantenerlo. De eso se trata la corrupción. Y porque aún el “buen uso” del poder que brindan las armas queda totalmente deslegitimado desde el momento en que un solo ser humano se vea agredido sin haber iniciado agresión. Un ejemplo entre mil podría ser el del gobierno apropiándose del fruto de su trabajo, sus ahorros o su capital productivo para aplicarlo a iniciativas con las que esa persona no está de acuerdo y que no financiaría si estuviese en posición de decidirlo (tales como la “Universidad” de las Madres de Plaza de Mayo y sus planes de fomento al terrorismo intelectual liberticida).

En verdad, el poder no consentido aplicado sobre seres humanos pacíficos es el anti-camino. La contra-evolución. La tiranía de quien compra el mayor número de votos para expoliar con tranquilidad a las minorías. Es lo primitivo; la ley de las bestias. Y lo que todavía nos rige.

Debemos tender hacia un sistema de organización social que cumpla con aquella ley moral de “el fin no justifica los medios” si queremos dejar de ser cómplices de los violentos y de los ladrones. Si queremos empezar a construir la no violencia y la estricta justicia de méritos que todos afirmamos desear. Si pretendemos dejar de ser colaboracionistas para empezar a militar en la resistencia a favor de lo correcto.
Un sistema que subordine el poder a las decisiones voluntarias y responsables de cada persona. Que considere a cada ser humano como un fin en si mismo, en lugar de considerarlo como un medio al servicio de los fines socialistas. Alguien único, irrepetible, sagrado y con derechos in-avasallables. Aunque una mayoría opine lo contrario. Que sea la peor pesadilla de los totalitarios y de todos los que pretenden vivir del esfuerzo ajeno enarbolando un garrote agresor.

Democratizando el poder para distribuirlo entre toda la población, impidiendo que se concentre en manos de unos pocos.
No es imposible. En todo caso es tan utópico como alguna vez lo fue la democracia. Porque democratizar el poder significa entregar a cada individuo de la sociedad la cuota de poder que le permita decidir cosas tales como cuándo, bajo qué cláusulas y a qué agencia supertecnologizada de seguridad privada me afiliaré aportando el dinero que hoy me quitan (con los impuestos) para brindarme una “protección” monopólica que no me conforma. (1)



(1) Para ampliar en este tema, ver nota Acerca del Sistema Libertario de Abril 09 en http://www.libertadynoviolencia.blogspot.com/

Acerca del Sistema Libertario

Abril 2009

Por mínima que sea su capacidad de discernimiento, cualquier persona está en condiciones de darse cuenta de ciertas verdades.
Una de ellas es que la razón de ser del Estado es el control. Control que siempre implica invasión a la autonomía individual de alguien. Tanto controla un presidente como un invasor y la esencia de esa invasión no varía si esta es llevada a cabo por un hombre contra otro, tal como un delincuente común; por un hombre contra todos, como en una tiranía o por todos los hombres contra uno, como en las modernas democracias.
La gente se acostumbró a que el gobierno controle, reglamente y grave cualquier transacción de bienes o servicios que ocurra en la sociedad, en la misma forma en que antes lo hacía la Iglesia con los comportamientos y expresiones de las personas. El desafío de separar las cosas sigue siendo, aún hoy, el mismo.
Recordemos que la democracia llegó a ser popular porque prometió menos impuestos y más libertad de la que existía bajo la monarquía, mas no pudo cumplir su promesa.

Los libertarios sostienen con sólida fundamentación filosófica que la propiedad de una persona es la extensión de su vida y que la libertad puede definirse como ausencia de invasión a la persona o a sus bienes mientras que el precio del progreso puede resumirse en la no-limitación de la libertad.
No pretenden saber lo que es bueno para la humanidad, y defienden la idea de que cada persona puede hacer lo que desea siempre que no perjudique a los demás, sin otra limitación.
Cada quien es libre de perseguir sus propios fines en la vida y uno de esos fines podría ser un estado llamado felicidad. Sin perder de vista que aún viviendo en las condiciones de máxima libertad posible, habrá mucha gente que fallará en alcanzar sus metas.

El libertarianismo como sistema integral basa su funcionamiento en la economía de mercado, traducida en los planes personales de millones de individuos, cada cual coordinando el suyo con los de los demás, dando como resultado espontáneo una interacción extraordinariamente compleja. Tan imposible de idear como de controlar.

El sistema estatista, en cambio, magnifica el poder de los ricos a través de la concreción de sobornos con el fin de redirigir el dinero de nuestros impuestos hacia sus proyectos. Porque el Estado escucha mayormente a los grupos de presión o a los que prometen ganancias y ventajas para la clase política.

En una sociedad libre, el gobierno dejaría de interferir en la acumulación del ahorro y del capital de producción impulsando muy fuertes subas de la tasa de capitalización, lo que se daría en forma ilimitada creando el mejor ámbito posible para el progreso económico y las posibilidades reales de elección de la gente, en todos los ámbitos de la acción humana.
Tendríamos en Argentina a 40 millones de mentes trabajando para solventar los conflictos, votando voluntariamente con sus pesos por la mejor solución para cada uno de ellos bajo sus propias circunstancias. Bajo el Estado coactivo, tenemos a unas pocas personas intentando resolver los problemas de todos, y todos somos obligados a punta de pistola a aceptar las soluciones de quien gobierna.

Mucha gente piensa que la sociedad no podría funcionar con poco o ningún Estado democrático detentando el monopolio de la fuerza. ¡Al fin y al cabo, todos los países civilizados son democracias! Sin embargo podría recordárseles que en los siglos XVII y XVIII mucha gente también pensaba que la democracia no podría funcionar, y que un sistema así se desintegraría en el caos en cuestión de meses. ¡Al fin y al cabo, todos los países civilizados eran monarquías! Ahora todo es democracia intervencionista pero… la noche está en pañales.

Recordemos también que el Estado nació cuando la gente renunció a parte de su libertad por pereza, dejando que un “ente superior” llevara parte de sus asuntos. Y que el problema apareció cuando el ente se hizo tan fuerte como para pasar a extorsionar y presionar a todos; aún a quienes no lo querían.
Si bien hemos acabado con el “derecho divino” de los reyes, en realidad y en el estado actual de evolución social, lo hemos sustituido por el gobierno absolutista de la mayoría.


Al decir de Bakunin: “aquellos que reclaman lo posible, jamás logran nada. Pero aquellos que reclaman lo imposible, al menos logran lo posible”. Los servicios de seguridad y justicia, prestados por el Estado, son la base de funcionamiento de todo el orden social. Son considerados como “lo más importante” y parecería locura que el gobierno se desentendiera de los mismos. Sin embargo, podríamos considerar que la alimentación y el vestido son aún más básicos, aunque son pocos los que sugieren su estatización ya que es sabido que las granjas y fábricas colectivas llevaron a las hambrunas y desastres económicos más espeluznantes de la historia humana. No se ha encontrado un solo ámbito en el que la acción del Estado sea más eficiente o eficaz y barata que la provista por empresarios en el mercado. Podríamos referirnos a sanidad y educación tanto como a justicia y seguridad. Aunque menos obvio, esto puede aplicarse también a defensa militar, asistencia a los desposeídos, relaciones exteriores o sitios públicos entre muchas otras cosas.

El catálogo libertario incluye pensamientos como los que siguen: sólo yo debo decidir si le doy dinero a los pobres y cuánto; quien viola mis derechos debe pagarme a mi, no a la sociedad; sólo es delito lo que viola los derechos de otra persona (no los reglamentos arbitrarios del Estado o sus “leyes” injustas que más parecen licencias para extorsionar); tengo derecho a retener todo lo que gané honradamente; en vez de cobrar impuestos generales, debe cobrarse por los servicios que cada quien recibe; la propiedad privada es inviolable y sólo su dueño debe determinar su uso; sólo yo debo decidir lo que produzco, a quién se lo vendo y en cuánto; debe prohibirse al Estado endeudarse a mi nombre mediante deuda pública; deben utilizarse los activos del Estado para cancelar la deuda pública actual; tengo derecho a comprar productos “abaratados” (subsidiados) por gobiernos extranjeros; cada quien debe pagar por su jubilación sin obligar a otros a hacerlo; debe eliminarse el uso de los impuestos, subsidios e incentivos, para beneficiar a cualquier persona o grupo; sólo yo debo decidir cómo gasto mi dinero; debo responsabilizarme por mis actos sin pasarle mis facturas a otros; tengo derecho a portar un arma para defensa propia; sólo yo decido qué le introduzco a mi cuerpo (tabaco, alcohol u otras drogas) o si uso o no cinturón de seguridad; tengo derecho a trabajar sin tener que pedir permiso, licencia o pertenecer a una organización profesional u ocupacional. Y muchos otros de este tenor.

Se supone que necesitamos al Estado en la lucha contra el terrorismo, la pobreza o las drogas sin reparar en que son problemas que el propio Estado ha creado. Como aquella inscripción colocada en cierta institución de caridad “este hospicio fue construido por una persona piadosa, aunque primero fabricó los pobres que lo habitan”. La pobreza podría ser erradicada con facilidad si tan solo el gobierno dejase de crearla.

La desaparición del inmenso gasto aplicado al mito del “Estado benefactor” con sus comisiones de rigor, implicaría mucho mayor riqueza en la sociedad haciendo a las personas más generosas, humanas y caritativas para con los marginados ya que la historia nos enseña que la indiferencia hacia el prójimo aumenta en la misma medida que crece la intervención del gobierno.

Sólo el Estado y los delincuentes comunes se basan en la violencia (o en la amenaza de su uso) para lograr sus metas. El resto de la población depende de la cooperación voluntaria. Porque ¿quién tiene derecho a imponer su voluntad sobre sus semejantes? Todos responderíamos ¡nadie! Y sin embargo aceptamos mansamente y a diario en los principios y en las prácticas que nos la impongan por la fuerza. ¿Cuántos impuestos pagaría Ud. si se despenalizara la evasión?

El objetivo del libertarianismo hoy, a pesar de todo esto, es aceptar el marco legal establecido como punto de partida y modificar gradualmente la legislación conforme las disposiciones constitucionales. Las instituciones privadas deberían ir reemplazando a las estatales a lo largo de años para que cuando finalmente el Estado desaparezca ni siquiera nos hayamos dado cuenta. Los movimientos secesionistas, una férrea oposición en el Congreso a proyectos totalitarios (como la que llevan a cabo los legisladores del Movimiento Libertario en Costa Rica) y toda protesta conducente a impedir que los seres humanos se arroguen el “derecho” de no respetar a otros en su persona o en su propiedad, se consideran caminos válidos.

En definitiva, todo se reduce a dar preeminencia a la cooperación por sobre el uso de la fuerza en un ámbito donde cada persona pueda seguir sus sueños, trabajar para lograrlos y disfrutar sus logros sin temor a perderlo todo por el capricho de algún político.

Es verdad que el Estado no posee mayor honestidad o buen juicio que el promedio de sus líderes, personas más bien mentirosas y de poca vocación abnegada de servicio. Lo que sí tiene es fuerza bruta, aunque ciertamente no hemos nacido para ser forzados.
No hay ningún buen acto que para ser llevado a cabo requiera otro malo. No está moral ni éticamente permitido conseguir un bien comenzando por un mal. Que el Estado sea moralmente malo, sería ya razón suficiente para abolirlo incluso si las soluciones del mercado no implicasen una mejoría.

Tal vez logremos que cada vez más gente despierte pensando “Si. Eso es en lo que yo creo. Este hombre está diciendo lo que pensé durante toda mi vida”… y proceda a votar en consecuencia.



Para ampliar en este tema, ver nota Libertarianismo de Marzo 2006 en
http://www.libertadynoviolencia.blogspot.com/

Robo Justificado

Abril 2009

Aún subsiste el mito de que los delitos constituyen “ofensas a la sociedad” y que el delincuente debe ser castigado (p/ej. enviándolo a prisión) con todos los gastos de captura, juicio y reclusión a cargo de la misma “sociedad” ofendida.
El engaño, para el caso, consiste en que “la sociedad” no es nadie. No tiene existencia real ni física. Es una entelequia que designa en abstracto a un conglomerado impreciso de individuos, que (ellos sí) son los que existen, tienen nombre y sentimientos; derechos y bienes. La ofensa del delincuente se ejecuta por norma contra uno o más individuos; personas concretas e identificables que deben ser resarcidas, debido a que sus derechos individuales fueron violados.
El sistema actual está planteado para justificar el cobro compulsivo de los impuestos que según nos dicen, se utilizarán para sostener el sistema carcelario de “la sociedad” que no puede, claro está, ser resarcida.
Si hubiese verdadera justicia, nada deberían pagar terceras personas que no tuvieron culpabilidad en ese delito particular y tampoco debería costearlo la víctima, desde luego, sino el propio ofensor en un campo de trabajo apropiado (1).

También goza de salud otro mito primitivo, consistente en justificar la delincuencia bajo el argumento de que “al delincuente lo hizo la sociedad”. Según esta línea de pensamiento, el sistema de libre mercado en vigencia promueve una cruel explotación del hombre por el hombre, dificultando la educación popular y las mejoras en el nivel de vida de las clases obreras. Esto conduce a pobreza crónica con inmovilidad social, generadoras a su vez de una gran desesperanza. Se empuja así a nuestros jóvenes por el camino de las drogas y el delito como vía de fuga para con un orden de vida tan alienante como injusto.
La violencia resultante, entonces, tiene su génesis en el egoísmo, la insensibilidad y el insaciable afán de lucro de los empresarios. Y en semejante contexto, se termina “razonando” que la propiedad es un robo, el impuesto una reparación social y el que delinque… es en el fondo un justiciero. Alguien que trata de sobrevivir y prosperar dentro de la ley de una selva que no eligió.

La libertad económica y el respeto por la propiedad privada que reclaman los liberales, son así ideas carentes de sentido o sólo ventajosas para las clases acomodadas.
La libertad sin dinero ni propiedades es sólo una palabra hueca que no sirve de nada.

En mayor o menor grado, todos los socialistas han alimentado este mito con pasión, explotando la confusa sed de revancha vengativa que anida en muchos seres humanos, secretamente resentidos contra la vida, sus antecesores, el destino, sus pecados electorales o la propia incapacidad.
La trampa es convincente porque mezcla premisas correctas con derivaciones falsas para llegar a conclusiones erróneas.
Es cierto que libertad sin propiedad no sirve de mucho pero lo inteligente es crear las condiciones para que todos puedan ser propietarios y tengan buenos ingresos. Lo cual sólo es posible en una economía libre protegida por instituciones eficaces. Jamás donde gobiernan los ladrones del esfuerzo, los sueños y el ahorro ajeno.
Es verdad que cierta violencia social puede ser engendrada por la falta de sensibilidad y el afán sin coto de riquezas pero no de los empresarios honestos sino de la corrupta oligarquía política, sindical y de pseudo-empresarios prebendarios, dueños de cuentas numeradas en el exterior y mansiones fastuosas.
Es cierto que la desesperanza puede conducir al disloque moral y a la delincuencia, como también es cierto que la condena a permanecer en la pobreza aún cuando la gente se esfuerce duramente para salir de ella constituye una grave injusticia. Pero la causa de estas situaciones aberrantes no es el mercado libre (que no tenemos en Argentina desde hace muchos años) sino el freno populista a las inversiones y a la acumulación del ahorro que derivan en la vil explotación del pueblo por parte del gobierno, que provee educación de mala calidad e impide por clientelismo la mejora en el nivel intelectual y de vida de los más indefensos, dado que allí se encuentra su negocio.
Un ejemplo muy actual de esto último puede verse en la deliberada destrucción del poder económico de una pujante clase media del interior rural que iba surgiendo al calor del trabajo duro, fuertes reinversiones, nuevas tecnologías y eficiencia productiva de punta.
La solución (negocio) progresista fue bajarles la caña en el morro haciéndolos retroceder de propietarios a proletarios para domesticarlos forzándolos a hincarse y estirar sus gorras a la espera de alguna moneda bajo la forma de subsidios.

Resulta obvio que ni el sistema de propiedad privada es un robo ni los impuestos son una reparación. Muy por el contrario, los impuestos (exacción no consentida) son el verdadero robo mientras que el respeto cabal por la civilizada institución de la propiedad es la llave maestra del ahorro, la inversión, el éxito y la satisfacción consumista de los oprimidos.

Por lo tanto, al delincuente no lo hace “la sociedad” sino el gobierno, con sus políticas violentas y desactualizadas, de un intervencionismo obsoleto de conveniente impedimento a la creación masiva de nuevos propietarios.
En última instancia, quienes crean, multiplican, alientan y crían delincuentes son las mujeres y hombres que apoyan con su voto a los candidatos del social-estatismo que nos gobierna y nos hunde en la ley de la selva desde hace muchas décadas. Violando los derechos individuales de futuros criminales, como el derecho a obtener una educación de alta calidad y empleos estimulantes y bien remunerados, al forzar medidas económico-legales propias de la era de los simios. Muy convenientes para la gente astuta “del campo nacional y popular” pero lapidarias para “el campo de la patria y el trabajo”.

(1) para ampliar en este tema, ver

Revolucionarios y Oportunistas

Abril 2009

Es lugar común de sabiduría popular afirmar que las crisis generan oportunidades. Una Argentina decadente y arruinada, que se debate entre manotazos de ahogada con el segundo peor gobierno de su historia (el primero, aún más divisionista, dañino y pisoteador de derechos transcurrió entre 1945 y 1955), clama por esa oportunidad. Y la confusión económica mundial podría ser, vista con alguna perspicacia, un pasaporte dorado con destino directo a la economía de la abundancia.

Por muchas razones, nuestro país está mejor preparado que otros para dar un salto de calidades y cantidades que, obviando etapas, nos coloque en pocos años entre el pelotón de vanguardia sin apelar a sacrificios extraordinarios. Excepto el sacrificio político e intelectual de colgar el orgullo en el perchero, admitiendo que nos fue mal porque durante más de 7 décadas hicimos del resentimiento y la deshonestidad nuestras pulsiones rectoras.
Toda una revolución mental por cierto, a primera vista imposible. Aunque a segunda vista podría no serlo tanto ya que el período kirchnerista tiene la dudosa virtud de estar haciendo visible hasta para los más tontos, los horrores morales y económicos del populismo (o fascismo socialista).
La república bajo ataque, sacude las conciencias y corazones de millones de argentinos de bien.

El mundo desarrollado se encuentra en problemas. Se trata de una crisis provocada por la siempre torpe intervención del Estado (esta vez el norteamericano) en el mercado de capitales a través del consabido, pedante despliegue de prohibiciones y ordenanzas regulatorias y contrarregulatorias inconducentes. (1)
El resultado de este dirigismo consiste y seguirá consistiendo en un impactante freno a la actividad económica, alta desocupación y… más estatismo.
No ocurrirá otra cosa ya que las superestructuras gubernamentales de Estados Unidos, la Unión Europea, China, Japón y demás potencias emergentes junto con las instituciones supranacionales del tipo de las Naciones Unidas o el Fondo Monetario están dirigidas por una muy numerosa y bien paga casta de burócratas que no permitirá que poder y privilegios se les escapen de las manos.
No importa que la solución correcta esté en dejar quebrar a banqueros irresponsables, inversionistas angurrientos y deudores imprudentes. La solución conveniente es más gasto público que pase por sus manos, salvando o estatizando a bancos, empresas y particulares aprovechadores, con dinero succionado de impuestos pagados por millones de contribuyentes que nada tuvieron que ver.

Planteado el derrotero de la crisis, deberíamos entonces ser, aparte de revolucionarios, oportunistas aprovechando la estupidez ajena para catapultarnos hacia arriba. Dejemos que los gobiernos del Primer Mundo exploten a sus pueblos y detengan así sus economías como mejor les parezca.
Argentina debería reinventarse como la alternativa distinta, la opción inteligente a la falta global de sentido común. La viveza criolla podría mostrar su lado constructivo, al menos por una vez.

Abramos nuestra nación a las riquezas indecisas de todo el orbe para hacer estallar nuestra cacareada potencialidad en una generación. La nuestra. Usemos sin culpa el dinero acumulado durante años por otras sociedades quitándoselo a nuevos desarrollos en sus propias industrias o en otras regiones.

Aprovechémonos sin escrúpulos del miedo a las caídas accionarias, a la pérdida de valor de las propiedades en países centrales y a los altos impuestos sobre capitales y ganancias.

Quebremos la solidaridad mafiosa con sistemas bancarios y financieros que funcionan en complicidad con Estados que violan los derechos a la privacidad documental y a la absoluta libertad en las transacciones.

Ignoremos las quejas que vendrán de gobiernos fiscalistas y parasitarios convirtiendo a nuestro país en verdadero paraíso fiscal, refugio de fortunas, destino de negocios, meca de inversiones y centro financiero internacional con una legislación de avanzada para el control del dinero sucio combinada con el mayor respeto por las decisiones y bienes de los inversionistas.

Cortejemos el afán de ganancias y la ambición de extranjeros millonarios y empresas exportadoras en busca de expansión integrada facilitando el ingreso y absoluta protección de sus patrimonios en nuestro territorio. Si el dinero no tiene banderas, prestémosle la nuestra y que trabaje para nuestra gente.

Sustraigamos capitales de investigación, cerebros, artistas y emprendedores creativos a las sociedades más ricas del globo ofreciéndoles el entorno de libertad, apertura mental y respeto por la propiedad intelectual y económica más apropiado para su desarrollo.

Quitemos trabas al libre comercio, regulaciones laborales retrógradas e impuestos a propios y extraños, acercándonos a las presiones tributarias más bajas del planeta. Su consecuencia directa será el crecimiento exponencial de nuestra producción, seguida del crecimiento exponencial del bienestar de nuestro pueblo.

La gradualidad de estos cambios no debería superar los tiempos de un período de gobierno. Brindemos seguridad jurídica y estabilidad institucional con un Parlamento renovado que -para empezar- tome las riendas del desquicio actual plantándose con firmeza en algunas nuevas, pocas y expeditivas reglas consensuadas. Sin ceder ante la Presidencia ni ante la Corte frente a intentos de frenar el beneficio de sus representados.
Apartándonos de la confusión mundial, del apriete a los ciudadanos honestos de los países desarrollados y del juego vil de la costosa nomenklatura internacional podríamos mutar en “mosca blanca” del mundo, usando los errores ajenos en nuestro propio y directo beneficio.

Aunque tenemos el capital de inteligencia (escondido entre la actividad privada) suficiente como para manejar el caballo desbocado en que se transformaría nuestra nación lanzada a un crecimiento vertiginoso, esto es por ahora solo política-ficción.
Debemos sin embargo tener presente que las utopías inspiran, movilizan, entusiasman y cambian puntos de vista sobre cuestiones en las que el voto ciudadano puede ir marcando tendencias. Apoyando a los candidatos menos estatistas, por ejemplo.


(1) para más detalles, ver art. crisis de Octubre 2008