Función Empresarial, Papá Noel y Socialismo


Diciembre 2018

Está en nuestra naturaleza.
Todos tenemos la capacidad de darnos cuenta o de idear oportunidades de ganancia sobre posibilidades que se abren en nuestro entorno.  Opciones grandes, regulares o mínimas de ganancia en el ámbito familiar, moral, monetario, de bienestar personal o de la clase que sea.
La propensión a aprovechar estas oportunidades de ventaja es innata y puede definirse en un sentido abarcativo como la función empresarial de nuestra especie.
Así, la Madre Teresa de Calcuta puede ser un ejemplo paradigmático de función empresarial, de empresaria; con su visión creativa, con su modo disruptivo y con su esfuerzo personal, aplicados a aunar voluntades y conseguir colaboraciones en pos de su objetivo de ganancia solidaria.

La función empresarial es inherente a la naturaleza humana; a la supervivencia y progreso de cualquier sociedad, en cada parte de su complejísima red de interacciones.
Acciones que se emprenden porque de algún modo cada uno piensa que al implementarlas sale ganando.
Lo importante a nivel comunitario, sin embargo, es el efecto de ajuste o coordinación socioeconómica que estas interacciones desencadenan.
Un efecto virtuoso que recomienza cada día cuando nos levantamos… alineando nuestro comportamiento con las más variadas necesidades ajenas; con intereses de personas a las que probablemente nunca conozcamos.

Sirvan todas estas obviedades como introducción para señalar que la función empresarial en todas sus formas y fines constituye el motor del crecimiento, del orden, del “mercado” y de la verdadera y más poderosa justicia social. Además del reaseguro de la sustentabilidad de nuestras libertades más preciadas. O de su recupero, desde lo que queda de ellas. Lo cual sí es importante porque la enfermedad autoinmune que nos inoculó el “modelo peronista” desde los años ’40 del siglo pasado (la idea genérica del pensamiento corporativo, el autarquismo y la redistribución forzada como camino de elevación social sustentable) se manifiesta a pleno en la muy sólida mayoría que todavía cree que el secreto está en lograr una suerte de equilibrio áureo entre mercado e impuestos, entre el contrato y la pistola, regido desde un Estado virtuoso.
Hablamos de votantes “moderados” de centro izquierda, centro o centroderecha que siguen creyendo en El Dorado de ese mix perfecto, resultante de un sabio arbitraje estatal entre capitalismo y socialismo.

Pues bien; lamentamos informar una vez más que Papá Noel no existe; que debemos crecer, madurar y despertar a la realidad; que el Estado nunca fue (ni será) sabio y virtuoso, por la simple razón de que está integrado por seres humanos que no son ninguna de las dos cosas; que no tienen autoridad moral ni están capacitados para dictar a todo el resto cuánto dinero deben entregarles y qué antojadizas reglas deben cumplir, so pena de represalias aplicadas por una fuerza que quieren, obviamente, seguir monopolizando.
Agreguemos a esto que sus líderes no son producto de una meritocracia orientada a la vocación de servicio sin fines de lucro sino políticos; surgidos de una competencia feroz, basada en valores que están en las antípodas de lo anterior.

Ahora bien, retomando el tema de nuestra enfermedad autoinmune y sus consecuentes idealizaciones, la verdad es que buscar una alquimia entre capitalismo y socialismo es como intentar un equilibrio entre alimento y veneno; ninguna dosis de tóxico será buena, mezclada entre lo que ingerimos. Entendiendo por “socialismo”, cualquiera sea el grado en que se lo aplique, a todo sistema de agresión institucional y sistemática en contra del libre ejercicio de la función empresarial de los ciudadanos.
Aún sabiendo que el fin no justifica los medios, los simpatizantes de izquierdas son prisioneros del uso del mal medio de la coacción institucional, la violencia o la amenaza de su uso para irrumpir con fuerza en el proceso de función empresarial y cooperación social natural, con el objeto de torcer sus impulsos más relevantes… a su “mejor” criterio.
Es claro que el sistema socialista no funciona si no es con un Estado policial por detrás, apuntalándolo (y si no creemos eso, si creemos en Papá Noel, despenalicemos la evasión impositiva y veamos qué sucede). Lo contrario, desde luego, es un sistema contractual; no violento.

El efecto de ajuste y coordinación socioeconómica de la función empresarial combinada de cada una de las personas para con el conjunto se ve así distorsionada por la coerción estatal. Al recibir señales falsas se reacciona, claro está, con respuestas erróneas. Descoordinadas. Distópicas.
Que tuercen un efecto antes virtuoso en dirección a la desigualdad, la pobreza y los enfrentamientos tribales.
Es historia. Es nuestra historia. ¿Querremos cambiarla?
Señoras, señores, crezcamos: la mejor forma de lidiar con el socialismo es saberlo nocivo… en cualquier proporción.





Pobreza Cero, Inversión Cien


Noviembre 2018

Nuestra Argentina figura en reportes especializados como la tercer economía más cerrada del planeta.
Aún a casi 3 años de gobierno de Mauricio Macri y su coalición Cambiemos, supuestamente liberal.

Se sabe, según esos mismos estudios, que el cuartil superior de países que estuvieron relativamente más abiertos al comercio internacional durante las últimas décadas es hoy 9 (nueve) veces más rico (en ingreso efectivo por persona; en bienestar real) que el cuartil de países que eligieron cerrarse más a la competencia; a la integración.
Además, tienen un sexto de su porcentual promedio de pobreza en la cual su decil más bajo es 11 (once) veces más “rico” que su similar de los países cerrados.

Llegamos a este sótano de réprobos planetarios por obra y virtud del sistema de redistribución populista tantas veces refrendado en las urnas (quitar a la producción eficiente para subsidiar a la ineficiente), ejemplificado hoy por el referente peronista Sergio Massa, por caso, cuando denigra al agro o por el gobernador radical Gerardo Morales cuando propone duplicarle las retenciones. Por no mencionar más que a dos supuestos políticos “racionales moderados”.

En rigor, todos los partidarios de modelos que proponen mejorar el bienestar por la vía de un gran Estado empresario, proteccionista, redistribuidor y regulador, eligen no ver lo que está probado: que de cada peso que eroga una empresa privada promedio, 30 centavos son para inversiones mientras que de cada peso que gasta el sector estatal, sólo van a inversiones 7 centavos. Vale decir, 300 mil pesos por cada millón contra sólo 70 mil.
Si hablamos de eficacia en la aplicación del dinero (siempre escaso, por definición), se trata de una regla de hierro sin excepciones dado que el rubro “inversiones” engloba no sólo lo abonado en concepto de tecnología, maquinarias o capital de producción sino también lo pagado privadamente por infraestructura, seguridad, capacitación, defensa legal, mejora social, salud y otros ítems conexos. Dejando claro que las áreas de acción de lo particular y de lo estatal, al fin del camino acaban convergiendo.
En definitiva, todo puede llegar a ser hecho y provisto desde arriba por el Estado o bien por las personas desde el llano, en la sociedad contractualmente organizada.
Al fin del día, sin embargo, la cuestión se define en el resultado socioeconómico logrado. En los duros hechos.

La inversión antecede a la productividad y de esta depende a su vez la reducción de la pobreza, reducción que para ser sustentable sólo puede basarse en el crecimiento.
Por lo comentado más arriba, a mayor participación de lo estatal en el conjunto, menor inversión (aunque, eso sí, mayor consumo de pan para hoy que será más hambre para mañana).
Nuestro sistema nacional-populista tan apegado a lo estatal, resignó crecimiento en un acumulado de muchas décadas, hormigonando así la lápida de pobreza estructural que nos aplasta (pobreza que asombra a la región y al mundo).

Hoy el crecimiento está, a todo efecto práctico, detenido. Sólo unos pocos sectores internacionalmente competitivos se vislumbran con posibilidades de crecer: energía, turismo, agro, minería, tal vez pesca… aunque el peso del Estado sobre la actividad productiva es tal (impuestos, regulaciones, legislación laboral, crédito, etc.) que difícilmente aparezcan, aún en dichas áreas, las inversiones necesarias en el tiempo y la escala adecuadas a una reducción seria de la pobreza.

La pobreza cero es posible, desde luego. Y en no demasiado tiempo.
Para conseguirla, sólo debemos maximizar la inversión privada (nacional o extranjera, el dato no tiene la menor importancia) minimizando al mismo tiempo la pública.
De cero a cien, la ecuación de pobreza cero cerrará a una velocidad directamente proporcional a la del acercamiento de nuestra sociedad al punto de inversión estatal cero y de inversión “desde el llano” cien.

Las condiciones para que ese dinero aterrice en nuestro país son conocidas; todo argentino pensante es capaz de recitarlas y no habremos de repetirlas aquí.
Lo que no todos saben es que la velocidad y potencia del resultado (¿décadas o… sólo años? ¿Argentina potencia de clase mundial o… sólo pobreza cero?) será a su vez directamente proporcional al grado de libertades (económicas, contractuales, comerciales, culturales, sindicales, solidarias, financieras y de todo tipo) que nuestra sociedad se atreva a permitirse a sí misma.
A más Estado a todo nivel, menos Sociedad ofreciendo productos y servicios (públicos y privados) innovadores. Y viceversa.  

Claro que como todo estudioso actual de lo libertario sabe, la super potencia capaz de elevar a una sociedad hasta la estratósfera coincidirá con el punto teórico de máxima: Sociedad cien y Estado cero.  O dicho de otro modo: inversión cien, impuestos cero.



Cambiemos


Octubre 2018

¿Es posible cambiar… en serio?

Según encuestas y a casi tres años de abandonar el poder, la expresidente Cristina F. de Kirchner y su partido, conservan una sorprendente cantidad de seguidores.
Sorprendente porque son ciudadanos que volverían a votar por ella y por su equipo… después de las lapidarias revelaciones y confesiones habidas en este tiempo.
O sea, aun sabiendo a ciencia cierta que se trata de ladrones. Y a escala monumental.

Es evidente que apoyar a delincuentes para encumbrarlos en las más altas magistraturas ofreciéndoles nuevo poder y protección dentro del sistema, requiere aceptarse plenamente como partícipe necesario de un acto delictual. Como mínimo, en calidad de cómplice.
Según sondeos fiables, un tercio de los electores argentinos, más de 11 millones de personas, estarían eventualmente dispuestos a emitir este tipo de voto… delincuente.
¿Sorprendente? No tanto si consideramos que otro presidiario fehacientemente condenado por robar desde el poder del Estado, L. I. “Lula” da Silva, reunía hasta hace poco la intención de voto de más del 39 % de los electores del Brasil (unos 44 millones de ciudadanos, equivalentes a toda la población argentina).

Está claro que el voto truhan, el voto cómplice a sabiendas, siempre existió. Aquí y en todas partes, configurando el primero de los muchos defectos que tiene la democracia en tanto sistema de organización social.
Y está claro asimismo que cuando estos votos exceden cierto límite (y 11 millones lo exceden) el resultado se vuelve incompatible con nuestro -teórico- ordenamiento republicano, representativo y federal.
Compatible, si, en cambio, con los diversos autoritarismos electivos que los argentinos hemos tenido por democracias republicanas y que no han dudado en violar la independencia de los poderes, el respeto por la propiedad y en general el pleno de las garantías de la Constitución; para no hablar de la ablación de su espíritu (que era, durante el apogeo nacional, absolutamente protector y liberal).
Este voto delincuente es el problema más letal que tenemos dado que apoyar a un ladrón es… ser un ladrón, no en potencia sino en acto. Con el acto mismo del sufragio.

Así, sin importar cuáles sean sus condiciones económicas individuales ni su responsabilidad en ello a través de votos anteriores, 11 millones de ladronas y ladrones sufragando para llevar a sus cómplices a los poderes públicos, manifestándose para que otros les solventen la vida, opinando y confundiendo a jóvenes e incautos con sus valores torcidos o simplemente circulando por las calles con mirada turbia y pretensiones de inocencia cívica… son un escollo insuperable a la creación de inclusión social real.
Conscientes de ello o no, son mano de obra esclava de una verdadera fábrica de pobres trabajando a doble turno. Militando a cara de perro contra la honestidad intelectual.

Cuando una masa crítica de ciudadanos rompe con la buena fe -como está sucediendo en nuestra Argentina- se quiebra el Contrato Social; ese que hace que todos estemos voluntariamente de acuerdo en una suerte de pacto no escrito en virtud del cual admitamos la existencia de una autoridad, de unas normas éticas y de unas leyes a las que habremos de someternos.
Hablamos de reglas básicas de convivencia que la Constitución de 1853 procuró en su momento codificar, evitando la secesión de las partes y la desintegración de la república.

Roto ese contrato, ya no es posible debatir (mala fe o acción directa de por medio) desacuerdos de fondo, como los planteados por el periodista J. Fernández Díaz en un artículo reciente.
Tales como quién es aquí realmente “el pueblo” y quién “la oligarquía” o bien quién es el explotador y quién el explotado. Discutir si ser cosmopolita y abierto es anti argentino o si propiciar inversiones extranjeras es ser entreguista. Debatir racionalmente si competir es igual a darwinismo salvaje o si ajustar la economía para hacerla sustentable es un planteo inabordable por “neoliberal”. Tanto como descalificar el crecimiento por mérito propio por ser “de derecha” o como afirmar que las empresas privadas son estructuras de esclavización y que la agroindustria argentina es un mero resabio colonial.
Demasiada gente, por otra parte, cree que la Ley es un truco de los poderosos, que toda persona merece un subsidio (¡porque la gratuidad es un derecho humano!), que lo estatal es mejor que lo privado y que lo nacional es mejor a lo extranjero.
Se trata de personas para quienes todo orden es fascista y que opinan que aplicar la autoridad para restablecer la ley es… represión. Que creen que el espíritu emprendedor es sospechoso, el esfuerzo reaccionario y la propiedad, finalmente, un robo.


Nada de esto puede ser civilizadamente debatido y saldado en democracia sin violencia si el contrato social está quebrado. Si no hay confianza intracomunitaria: si el adversario se transformó, tras 7 décadas de adoctrinamiento pobrista, en enemigo falsario hecho y derecho.

La grieta moral, señoras y señores, llegó para quedarse.
Alineando sin más eufemismos de un lado a los ladrones y del otro a los honestos, haciendo de nuestra Argentina 2018 un país democráticamente inviable por su incapacidad para acordar un proyecto de vida en común, ya que no hay forma de ponerse de acuerdo con 11 millones de personas que adhieren a la falta de ética como valor fundante. Para no hablar de otro tanto de filo-peronistas “normales” e izquierdistas desactualizados, de todo pelaje.
¿Hay salida? Siempre la hay, si abrimos nuestra mente cuestionándonos preconceptos, mitos y tabúes; muchos arrastrados desde la juventud y nunca revisados.

Aquí va uno: si la democracia en nuestro caso es “el dios que falló” (como bien tituló su libro del 2001 el brillante intelectual austríaco Hans Hermann Hoppe), la libertad de elección personal como sistema funcionando bajo el paraguas de una contractualidad total, es el camino evolutivo que marca nuestra creciente adscripción a tecnologías que terminarán haciendo de la interconexión en tiempo real, la respuesta a los requerimientos de comunidades más complejas y ricas, de intereses multiplicados y oportunidades cada vez más diversas.
Un sistema, el libertario, que irá reuniendo a las personas en subsistemas virtuales de su elección paso a paso y contrato individual por contrato individual, para todas las necesidades de la vida. Incluyendo seguridad implacable a través de agencias armadas y de inteligencia privadas, justicia rápida a través de agencias de mediación privadas (basadas en un concepto retributivo: del reo hacia la víctima, no hacia “la sociedad”) en lugar del actual modelo punitivo, cárceles privadas financiadas por el propio trabajo y retribución de los condenados, previsión social, médica y patrimonial a través de redes de compañías de seguros de acción ampliada, educación privada de excelencia para todos empezando con vouchers parentales individuales y autogestión profesional docente de unidades ex estatales, poderosa solidaridad privada para los rezagados con conexión directa a capacitación y empleo, basada en la fuerza multiplicadora de la sustitución de la exacción impositiva por ingresos reinvertibles extendidos para la comunidad y sus empresarios, infraestructura privada de todo tipo financiada por capitales de riesgo y pagada a lo largo de décadas por los usuarios reales de cada obra o red de obras y tantas otras iniciativas competitivas que podrían hacer estallar la prosperidad, terminar con la pobreza y abrir nuestro anquilosado sistema, tan extractivo; tan depresor; tan estatista, violento y… zombie.
Abriéndolo con audacia hacia un emprendedorismo sin las limitantes de nuestro ventajero reglamentarismo; sin hijos y entenados. Hacia la creatividad innovadora y la riqueza general acelerada, en el contexto de una sociedad que crezca en base al mérito mientras se aliviana del peso muerto del Estado. ¿Queremos ir hacia allí? Parafraseando al refrán: si sabemos hacia dónde queremos ir, seremos capaces de aprovechar los vientos favorables, que siempre los hay.

En este sentido, la idea de las “free cities”, aplicada con gran éxito en China y de manera incipiente en la legislación de Honduras (allí las llaman Regiones Especiales de Desarrollo) y otros sitios, puede muy bien ser una alternativa inteligente para permitir en nuestro país la instalación de polos de trabajo y vida disruptivos, traccionadores, experimentales a escala limitada si se quiere, liberados de las limitantes institucionales, legales, laborales, impositivas y de otras clases que frenan al resto de la Argentina. Algo así como una zona franca potenciada en la que (a ejemplo real de China), mientras menos control haya del gobierno, más éxito tendrá.
La propuesta trata de enclaves productivos que operan bajo nomas políticas y jurídicas diferentes a las del resto del país. Normas contractuales aplicadas en una o más “ciudades libres” enteramente nuevas y de localización a convenir, administradas por un consorcio de empresas (y/u ONG´s) que compran un terreno propicio, redactan su estatuto de funcionamiento y crean sus propias autoridades.
Sitios que operan con sus propias reglas, libremente aceptadas por los ciudadanos que quieran participar.

Ciertamente hay que dejar atrás tabúes arraigados como el de la “soberanía” y temores egoístas a un efecto contagio (por éxito visible) que ponga en el tembladeral a un extenso lote de creencias tan envidiosas como ladinas.
Pero es también un camino conducente a ese futuro posible de decisiones personales no coactivas, libertades inéditas y riqueza honesta que, por el sólo peso de los hechos, acabaría poniendo fin a nuestra inacabable grieta.













Liberación o Dependencia


Septiembre 2018

Los recientes, brutales casos de “nueva” mega corrupción salidos a la luz pública, vuelven a interpelarnos sobre el futuro a mediano y largo plazo de un cierto modo de gobierno que se emperra en ignorar que la economía es consecuencia de la política y no a la inversa.
Un modo que se hunde de manera consistente desde hace más de siete décadas pero que hoy (sabiendo como se sabe que el clan Kirchner robó unos 36 mil millones de dólares en efectivo sólo en sobornos de obra pública) implosiona frente a nuestros ojos en tiempo real, queramos verlo o no.

Sería ofender la inteligencia de nuestros lectores remarcar el hecho de que casi todos nuestros problemas como país derivan en línea recta de la anomia ética patentizada en el párrafo anterior.
No abundaremos en ello ni en las imágenes de valijas con billetes, apiladas en casas de la familia Kirchner. Ni en el atraso, la pobreza y los ajustes resultantes de esa mezcla tóxica de sobrecostos e ineficiencias.
Ciertamente, a veces, las cosas son lo que parecen.

Entonces ¿de cuál política se deriva este resultado económico? De la política de centrar todo lo importante en el Estado. De nuestra infantil necesidad de protecciones y garantías estatales de todo tipo, que nos lleva a modelos económicos costosos, ineficaces e inmorales. Corruptos y mafiosos. Y por ende inmensamente injustos.

Estos dirigismos, ordenamientos e intervenciones impositivas y reglamentarias “providenciales” se verifican, desde luego, en todo sistema totalitario. En autocracias paternalistas, tiranías y dictaduras. En fascismos nacionalistas y colectivismos apátridas de todo pelaje.
Y también -aunque en menor grado- en las socialdemocracias “liberales, capitalistas y occidentales” actuales (de hecho Estados de Bienestar o providencia), donde sirven para asegurar y mejorar la fortuna de sus extensas dirigencias, so pretexto de estar laborando por el “bien común”. Bajo el argumento de proteger las libertades y de garantizar, dentro de lo humanamente posible, justicia y oportunidades para todos. Un supuesto obviamente falso.

Durante los años de la socialdemocracia Justicialista que nos antecedió, bajo idéntica justificación, se aumentó el peso del Estado sobre el sector productivo en un 25 % del PBI. Lo que significó pasar de un modelo tributario extractivo a otro abiertamente confiscatorio. Abortivo de cualquier conato de reactivación sustentable.
Por otra parte, resulta decepcionante lo poco que se avanzó en estos cruciales ítems en los 33 meses que lleva gobernando la socialdemocracia del frente Cambiemos, pese a la aparente vocación aperturista, liberadora y pro-empresaria de sus referentes.
Algo que no debería sorprender ya que tampoco se evolucionó de manera apreciable en este sentido en el propio feudo del partido gobernante, la Capital Federal, bajo su control desde hace más de 11 años.
Ciudad de Buenos Aires que a esta altura debería ser una superpotencia con PBI superior al de todo el resto de la Argentina junta, a imagen de otras -hoy poderosas- ciudades del mundo que decidieron liberar sin timideces su propio potencial humano y el de emprendedores y capitales (exiliados fiscales) inmigrados desde otras latitudes. Desatando en sus territorios el verdadero bien común, con todas las oportunidades (y su justicia fáctica) expresadas en forma muy real y tangible. Porque aunque la naturaleza humana no cambia, sí podemos cambiar las circunstancias permitiendo que se exprese en forma más virtuosa.

La mega corrupción kirchnerista nos abofetea a todos con su delincuencia rampante y sus resultados de órdago social.
Y sobre todo con su humillante secuela de dependencia nacional de la deuda con el capital financiero o de la emisión inflacionaria o de la confiscación impositiva. O de las tres lacras juntas, como es el caso actual. Y nos indica con luces de neón, como si fuésemos estúpidos, el camino por donde NO hay que ir.
La liberación nacional, como la misma palabra lo indica, está en liberarnos del peso muerto del Estado para poder empezar a caminar y después, correr.
Pensadores, economistas y estadistas de fuste, aquí y desde el extranjero, han marcado los senderos más rápidos y menos traumáticos para una transición ordenada desde la inaguantable parasitosis de hoy hasta un modelo de nación con verdadera libertad de industria y trabajo, sin hijos y entenados. Hasta el empoderamiento económico de toda la sociedad, aunque algunos se enriquezcan más que otros.

No es tan difícil. Lo complicado es hacer ver a nuestro votante medio (sagaz y masiva intelligentsia publicitaria mediante) dónde está el norte que sirve. Hacia dónde mirar y dirigirse. Invitándolo a formar parte de un trayecto épico, social e inspirador, que lo trasciende. Y cuya culminación muy probablemente no vaya a disfrutar.

El Necesario Giro Eclesiástico


Agosto 2018

Los cortocircuitos entre el actual gobierno de centro derecha y la Iglesia seguirán siendo inevitables toda vez que esta venerable institución se empeñe en cultivar el pobrismo, doctrina que resulta incompatible con el accionar de cualquier autoridad civil que tenga como objetivo la mayor riqueza para el mayor número, considerando secundario, incluso intrascendente, que algunos se enriquezcan (por derecha) más que otros.

No es el caso de los partidos de centro izquierda, o populistas que, haciendo eje en la igualdad económica (a lograrse, supuestamente, mediante la redistribución de rentas en forma coactiva), tienen por objeto la mayor paridad económica para el mayor número, considerando secundario el costo en caída de inversiones y productividad (riqueza general) que su accionar cause.
El bien conocido efecto de tal proceder es un achatamiento de la pirámide socioeconómica, que asegura un caldo de cultivo clientelar funcional a la permanencia de los propios funcionarios populistas en el poder, con todas las oportunidades de riqueza sucia individual que éste otorga.

Considerando sus simpatías de izquierda aunque salvando las distancias, es comprensible que la Iglesia añore la masividad, sumisión y falta de cuestionamientos que tuvo por parte de sus fieles durante los dos últimos milenios.
En la sociedad informatizada del tercero, donde toda autoridad, incluida la religiosa, resulta cada día más cuestionada, su línea de defensa parece ser un renovado cultivo de ese pobrismo que resultaría a la postre en un rebaño más dócil y temeroso de los representantes oficiales de Dios en esta tierra, como idealmente ocurría en la edad media, donde la pobreza era general (al igual que la violencia, la falta de libertades y la ignorancia, claro).

Una suposición que falla por su base desde el momento en que todo lo que los integrantes de la jerarquía católica (desde el Papa hasta el más humilde de los curas) opinen y recomienden en materia de política económica, relaciones laborales o ingeniería social tiene valor de influjo cercano a cero ya que no sólo son absolutamente amateurs (y marcados por sus propias, inusuales elecciones de vida y rencores secretos) en esta temática sino que el propio magisterio de la Iglesia aclara que las palabras del sumo pontífice sólo se considerarán infalibles cuando por excepción hable ex -cathedra (literalmente, desde la cátedra) y sobre doctrina teológico religiosa.
Todo lo demás son elucubraciones personales y como tales, rebatibles sin más como las de cualquier hijo de vecino.

La solución a este dilema de la Iglesia, como tantos otros en los que se encuentra empantanada nuestra Argentina, estriba en la superación de barreras de orden mental, no de barreras materiales supuestamente superables por vía de la solidaridad, ya sea voluntaria (ONG’s, iglesias, etc.) o coercitiva (impuestos, si es que admitimos la contradicción semántica de una “caridad coactiva”).
La barrera mental que debe superar la jerarquía católica es, justamente, la de sus simpatías por la izquierda.
Haciéndose responsable en una parte no menor, además, de la debacle socio económica de la Argentina, de la pobreza, de las muertes prematuras, de la humillación nacional y del sufrimiento inútil de tres generaciones.

Esto es así porque su prédica anticapitalista, antiliberal ya desde antes de la aparición del esquizofrénico tercermundismo en los ’60, abonó el cambio de la cultura del trabajo, el esfuerzo y el estudio que había traído la inmigración, por la cultura de la dádiva y el parasitismo a caballo de un estatismo tan trasnochado como creciente.
Con su silencio frente al feroz impositivismo que clavó su pica en las espaldas de la actividad privada y frente al jurásico reglamentarismo (en particular el laboral) que ahuyentó de modo muy eficaz al emprendedorismo, a la innovación y a la creación de empleo sustentable.
Porque este tipo de ataques al trabajo productivo honrado son también violencia. Y de la peor clase, vistas sus pavorosas consecuencias.

Dejando de lado su falta de autoridad formal en cuestiones tan mundanas, en algún momento se impondrá un giro eclesiástico. Una ruptura con sus propias barreras mentales. Un viraje hacia el tan proclamado libre albedrío de las personas, también en estos ítems.
Una corrección de rumbo consecuente con el ejemplo de Cristo, hacia la libertad y la no violencia.

Dudamos que tal “milagro” se produzca durante el actual papado aunque convengamos que para Dios nunca hay imposibles.
Y concedamos… que los tiempos de la Iglesia nunca son los nuestros. Ni los de las urgencias brutales a que nos sigue conduciendo su actual embanderamiento con el pobrismo.










Argentina contra Argentina


Julio 2018

En su notable libro Homo Deus, el joven historiador israelí Yuval N. Harari explora el porvenir de la humanidad, enfrentada hoy a su segunda revolución cognitiva (la primera ocurrió hace unos 70.000 años, asociada al dominio del lenguaje y de la creación de ficciones).
El poder de tecnologías aplicadas al propio cuerpo humano combinadas con la inteligencia artificial nos acerca, como raza, a disfrutes y capacidades antes sólo reservadas a los dioses.
La obra vislumbra lo que pensadores libertarios presuponen desde hace ya algunas décadas: un futuro no violento, con expectativas de vida extendidas, pleno de opciones practicables, sin carencias alimentarias ni energéticas, en franca evolución ética, cultural y espacial.
Con intervenciones inteligentes sobre todo lo que nos rodea, a tono con el mejor ecomodernismo.

Trascendiendo “pequeños” aquí y ahora, lo cierto es que lo que viene a mediano y largo plazo abre posibilidades asombrosas de bienestar para aquellas sociedades que comprendan el sentido del cambio y tornen a obrar en consecuencia. Para comunidades como la nuestra, frenadas por barreras de orden exclusivamente mental.

Nuestra Argentina 2018, como un enfermo grave puesto a la retranca contra los médicos que procuran sanarlo, parece inclinarse emocionalmente otra vez hacia el mito de una izquierda falsamente inclusiva.
De la evolución de las decisiones del paciente durante los próximos 15 cruciales meses dependerán sus posibilidades de curación y rehabilitación.
Pero la droga izquierdista que dopa y mina desde hace tres generaciones nuestra energía comunitaria, entendida (dato no menor) como la suma de nuestras aperturas mentales y energías creativas individuales, no dará paso a la necesaria desintoxicación sin que antes nuestros líderes y referentes más lúcidos logren recostar a los 44 millones de argentinos en el diván del analista.

La invitación a la reflexión que estos formadores de opinión deberán plantearnos debería girar en torno a las motivaciones emocionales profundas que en muchos casos nos llevan a expresar posiciones y a tomar decisiones opuestas al sentido común y al respeto por el prójimo que, cuando involucran cuestiones políticas de índole coercitiva, no pueden sino conducirnos a la decadencia.
Al conflicto permanente de Argentina contra sí misma. Contra su destino de grandeza. Arrastrándonos a las antípodas del mundo halagüeño y civilizado que ya atisban Harari y otros pensadores destacados, como puede verse hoy en algunos sitios cercanos con izquierdas al mando como Venezuela, Nicaragua o Cuba.

Así, podría parafrasearse como ejemplo de lo planteado, parte de un perspicaz memo que hace un tiempo circuló por las redes sociales.
Cuando una persona respetuosa (PR) no es cazadora ni le gustan las armas, no compra armas ni sale de caza. Cuando le sucede lo mismo, una persona de izquierda (PI) pide que se prohíba a todos la compra de armas y que la caza sea declarada ilegal.
Cuando una PR es vegetariana, no come carne. Cuando lo es una PI, hace campaña contra los alimentos a base de carne y si fuese posible, prohibiría su venta.
Cuando una PR es homosexual, hace su vida como tal. Cuando una PI lo es, hace apología de su elección, concurre a marchas de orgullo gay, acusa de homofóbicos y escracha a quienes no comparten su opinión.
Cuando una PR pierde su empleo, ahorra y hace todo cuanto está a su alcance para conseguir un nuevo trabajo. Cuando una PI lo pierde, se queja ante su sindicalista, gasta y concurre a manifestaciones anti-empresarias.
Cuando a una PR no le gusta un programa de televisión, cambia de canal. Cuando a una PI no le gusta un programa se queja, lo denuncia en los medios y apoya al político que proponga su cancelación y la estatización de la emisora.
Cuando una PR no es creyente, no va a la iglesia. Cuando una PI no lo es, se burla y persigue a los que creen denunciando a las instituciones confesionales, a sus símbolos públicos y pidiendo la expropiación de bienes eclesiales. Aunque sólo ataca a cristianos ya que teme la reacción de los islámicos.
Cuando una PR tiene problemas económicos, se afana en trabajar para ganar más dinero, ahorra y/o busca financiación para pagar sus deudas. Cuando los tiene una PI, responsabiliza al capitalismo. Busca entonces protección sindical y de partidos socialistas con la esperanza final de conseguir un puesto político que lo salve, sin importar sobre quién recaiga el costo.

Normalmente, una persona con simpatías de izquierda se ofuscará y en su particular dialéctica tildará de fascistas y retrógrados a los ejemplos precedentes mas no podrá evitar reconocer, al cabo, que su derrotero la lleva, siempre, a arruinar la felicidad de los demás a través de modalidades coactivas mientras que sus oponentes ideológicos “respetuosos” sólo buscan la felicidad propia y la de sus familias, sin ejercer violencia sobre el prójimo.

Y eso, precisamente, es sobre lo que, como sociedad, debemos reflexionar.
Sobre la posibilidad real (que comienza a abrirse) de vivir en comunidades donde cada uno pueda laborar por una felicidad a su medida sin ser usado y sin violentar ni parasitar a otros a través de intermediarios políticos, sindicales o de pseudo-empresarios subsidiados.



 






Creadores


Mayo 2018

Argentina necesita emprendedores. Creadores de miles de pequeñas empresas, que un día se transformen en grandes. Necesita fundadores de sociedades y compañías; de cooperativas y emprendimientos que prosperen, que generen nuevo trabajo y riqueza.
Hoy, de cada mil que emprenden ese sueño, sin dinero pero ricos en ideas y entusiasmo, cien lo harán realidad si consiguen el capital. De entre ellos, diez superarán la barrera del tiempo a fuerza de tenacidad, ingenio y sacrificio. Aún así, sólo uno de esos diez logrará hacer de su empresa algo perdurable. Tener éxito y crecer.

El modelo educativo y económico que las mayorías argentinas votaron durante las tres últimas generaciones (regulador, fiscalista y en tanto tal, corrupto) conspiró con éxito contra cualquier estímulo empresario honesto.
Lo hizo, combatiendo al capital. Hombro con hombro, contra cada uno de esos mil egoístas del ejemplo dispuestos a competir pensando en ellos y en los suyos.
Las presiones impositivas y regulatorias (empezando por las laborales) aplicadas por el Estado fueron y siguen siendo inversamente proporcionales a la tasa de aparición y éxito de tales emprendedores.

Pero es inútil llorar sobre la leche derramada. Lamentar la imposibilidad de que argentinos con el talento de Bill Gates o Steve Jobs (que seguramente los hubo y los hay) hubiesen podido iniciarse y progresar aquí, creando empresas multinacionales, cientos de miles de empleos directos e indirectos e inversiones multiplicadoras sin par.
Porque nunca sabremos a cuántos de esos individuos sobresalientes, nuestros buenos votantes asfixiaron en su cuna con la almohada populista.

Una responsabilidad particular en nuestra decadencia abortadora de creadores exitosos la tiene la progresividad impositiva. Una política cuyo único soporte estriba en la preferencia social-estatista por una comunidad más pobre, siempre que no haya grandes diferencias entre los deciles extremos. Y su opción por este modelo pobrista o de “resentimiento activo” por sobre el que posibilita una elevación general, aún con mayores diferencias entre individuos (aunque su riqueza sea honesta), como podría ser con potenciales Bill Gates o Steve Jobs nativos.

Tanto la buena teoría como la experiencia empírica han demostrado que la progresividad tributaria propende a que tanto la propiedad como los medios de producción se concentren en menos manos, configurando en la práctica una política ultraconservadora. Reaccionaria.
Práctica impositiva que fue, de hecho, la sentencia de muerte y el tiro de gracia a la masiva capitalización pequeño burguesa argentina que no fue.
De por sí, es sabido que impuestos altos propician la concentración patrimonial y perjudican a la clase media, que necesita de una buena distribución de la propiedad privada para expandirse.
Para peor, la concentración patrimonial populista o de “capitalismo de amigos” tan bien conocida por el pleno de la centroizquierda local, se parte y reparte mayormente entre “empresarios” cortesanos, sindicalistas, funcionarios estatales corruptos, sus familiares y cómplices.

Una espiral centrípeta tan viciosa como diabólica que acaba tragándose a hijos y entenados y que genera otro dilema criollo: el problema de la eficiencia social en lo que respecta al tándem impuestos y servicios. Donde más que lo coactivo versus lo contractual visibiliza la dicotomía de fondo, que es la de monopolio versus competencia, sea esta pública o privada.
Y dado que la competencia dentro del ámbito público no pasa de ser una bella entelequia, es la actividad creativa privada, la nueva, la disruptiva, la que debe dar batalla al siempre maligno monopolio, sea público o privado.
Y no hay casi excepciones ni límites antojadizos a actividades que una sana competencia no pueda beneficiar en modos impensados.
Sin verdadera subsidiariedad y competencia en la provisión de bienes y servicios (incluidas áreas restringidas plagadas de tabúes decimonónicos como justicia, seguridad, previsión, educación, salud, ayuda social, infraestructura o administración), serán siempre los pobres quienes pierdan.

Sin verdadera competencia en el marco de integraciones inteligentes, la generación local de empleos será siempre precaria, raquítica y de bajo nivel salarial comparativo.  Vulnerable a cualquier contingencia económica global.
Profundicemos, pues, en la actual baja del gasto público improductivo, la seguridad jurídica y la poda impositiva y regulatoria en tanto sendero más corto para que decenas de miles de emprendedores encuentren en la Argentina terreno más que fértil para hacernos más ricos a todos.
¡Sin importar qué tanto se enriquezcan ellos!

Tributos y Decadencia


Mayo 2018

¿Sabemos cuánto nos quitan por impuestos?
En Argentina, entre impuestos explícitos y ocultos, aproximadamente el 55 % de lo que ganamos.
Pasamos más de la mitad de cada año trabajando no para nuestras familias ni para proyectos de progreso personal sino para el fisco.
¿Pensamos alguna vez en todo lo que podríamos hacer con ese dinero? ¿Qué servicios y bienes podríamos comprar en el mercado? ¿Qué inversiones, viajes, artes, cooperaciones y ayudas podríamos implementar?
A los siervos de la gleba, verdaderos esclavos medievales atados a sus deudas y labores de por vida, se les quitaba el 50 %.

En 1873, Estados Unidos abolió su Impuesto sobre la Renta. Salvo una excepción en 1894, esta política se mantuvo durante casi 40 años.
Casualmente, o no tanto, ese fue el período en que surgieron como la economía más grande y poderosa del mundo.
Por aquella época, nuestra Argentina también tuvo una política de muy bajos impuestos y escasas regulaciones.
Todos sabemos, también, lo que pasó mientras esto se sostuvo. Nuestro país creció de manera exponencial, superando incluso el gran ritmo norteamericano, lo que dio pábulo a la presunción general de que íbamos camino de convertirnos en superpotencia.
En contraste hoy, ya sea que nos demos cuenta o no, que nos hayamos registrado impositivamente o no, estamos colgados como reses del gancho estatal y somos más pobres. Y, además, garantes de la inmensa deuda del Estado nacional como también lo son nuestros hijos y nietos.
¿Acaso tales hechos nos dicen algo sobre impositivismo, progresividad, solidaridad forzada por tributación redistributiva y otros temas obsesivo-compulsivos de nuestra izquierda?

Por fortuna es cada día mayor el número de quienes se dan cuenta de que los impuestos, cualesquiera sean sus alícuotas, motivaciones y disfraces, son la principal causa de la decadencia moral y económica de nuestra sociedad.
En lo moral, para empezar, por haber violado en forma alevosa el precepto constitucional que dice que la igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas (hace más de 70 años que eso no ocurre).

Sucesivos gobiernos han acorralado progresivamente a los contribuyentes anulando lo mejor de la energía creativa argentina. Al tiempo que acostumbraron a la gente a esperarlo todo del Estado, disminuyendo su sentido de la responsabilidad y destruyendo el tejido ético y económico forjado desde la laboriosidad inmigrante de siglos pasados.

Por fin, el eslogan de que quien más tiene, en más proporción debe tributar para financiar un gasto social que modere el desaguisado anterior, cae bajo su propio peso demagógico.
El peso de neo-demagogos “garantistas-piqueteristas” que sostienen que procurar igualdad de oportunidades a quienes ingresan al mercado laboral no es más que una trampa capitalista ya que lo que importa es la igualdad de resultados, no de oportunidades. Y esto sólo lo logra la redistribución forzosa de toda renta a través de impuestos progresivos (el sistema actual), igualando a la creativa con la opa, al holgazán con el trabajador, a la ignorante con la estudiosa, al criminal con el honrado y a la ahorrativa con la despilfarradora.

Mas el conglomerado antiliberal no ha asumido aún que cuanto mayor es el gasto público menor es el efecto de la progresividad tributaria y peor la distribución de la renta en la sociedad. La idea de que el Estado es capaz de mejorar su distribución cobrando impuestos más elevados a quienes más producen o tienen para mantener o aumentar los subsidios sociales, es falsa. Puede resultar grata a oídos de frustrados, resentidas y envidiosos, pero no se sostiene en la teoría ni se verifica en la realidad.
Esto es así porque además de deprimir inversiones, atracción de cerebros, innovación, generación de empleo y productividad, los sectores de ingresos altos no tienen (ni pueden crear) el volumen financiero suficiente para cubrir un nivel de gasto público como el que tenemos. Obligando al gobierno a cubrir la farsa con mayores cargas impositivas al consumo y al trabajo, que recaen sobre los sectores de ingresos medios y bajos, provocando el empobrecimiento gradual del conjunto y su corolario: el agigantamiento de la tan odiada brecha entre ricos y pobres.

Lo brutalmente cierto es que el nivel impositivo que mal-soporta nuestra economía anula cualquier intento político de inclusión social. Y que en verdad frena el progreso social de las mayorías bloqueando todo esfuerzo honesto de superación.
En todo caso, si existiese posibilidad de redistribuir algo “de manera virtuosa” esta se hallaría en la misma medida en la que el gasto público se fuese reduciendo. Y los impuestos con él.

En otro orden de cosas y con el fin de mejorar las situaciones de inequidad causadas por las irresponsabilidades populistas, debemos considerar el problema de que los poderes conferidos al gobierno por nuestra legislación penal tributaria son incompatibles con una sociedad libre. Y asumir que los ciudadanos que dependen del Estado no son libres.
Y que en la misma medida en que cada uno trata de protegerse de las exacciones, cae el impulso empático de cooperación voluntaria, condición básica, a su vez, del orden comunitario. Cede entonces este su lugar al conflicto social que tan bien conocemos, en el marco de un asistencialismo creciente que dispara a su turno la inmovilidad sociocultural, confirmando nuestra lamentable involución hacia los parámetros esclavistas de la gleba.

Producto todo -mal que les pese a referentes religiosos y políticos, tan proclives al voluntarismo mágico en temas económicos- de esa misma economía fiscalista con baja tasa de capitalización y, por tanto, escasa productividad.

Sin duda el camino evolutivo hacia una sociedad de propietarios, rica, culta, generosa y pacífica (libertaria) será largo y tortuoso.
En esa línea conceptual, tener claro que nuestro norte de mediano plazo incluye un cuestionamiento frontal a cualquier tipo de exacción impuesta, no contractual, sería un gran paso en la dirección correcta.



Acerca de la Gestión


Abril 2018

Dice el Evangelio según San Lucas en el capítulo donde se describen las tentaciones del Demonio a Jesús (4:5-8) “...Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: a ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos. Respondiendo Jesús, le dijo: vete de mí, Satanás, porque escrito está: al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás…”.
Debería quedar claro para cualquier cristiano, entonces, que los reinos de la tierra (hoy diríamos, los Estados-nación) son básicamente entes de incumbencia satánica ya que, siguiendo al evangelista, a Satán les fueron entregados desde su génesis.

Por otra parte, poco cuesta a cualquier persona, cristiana o no, dar crédito a esta antigua afirmación de tanto peso simbólico siendo que las pruebas acumuladas a lo largo de la historia posicionan sin sombra de duda a los Estados como entes en general corruptos y violentos, culpables en primer grado de prácticamente todas las calamidades sociales conocidas.
O cuanto menos responsables de la monstruosidad de la escala en la que tales actos fueron cometidos (guerras, persecuciones, genocidios, enriquecimientos ilícitos, hambrunas, confiscaciones, negociados mafiosos, abusos de poder, discriminaciones económicas, étnicas o ideológicas, empobrecimientos forzados por ley y toda clase de negatividades… verdaderamente demoníacas), impensables a nivel privado por más malvado que pudiera suponerse al eventual ejecutor, ya que por definición (y a diferencia de los funcionarios de gobierno) este debe hacerse civil y patrimonialmente responsable de sus actos.

Tampoco cuesta dar crédito al origen estatal de tantos desaguisados desde la perspectiva del sentido común. Que nos dice que poco de ético, moral y eficiente puede esperarse de un sistema que, para funcionar, necesita -sine qua non- de una pistola apuntando a todos por la espalda (el cobro de impuestos, jamás voluntario).
Todo muy poco inteligente, por cierto. Forzado, lento, engorroso, costoso, antinatural y peligroso por donde se lo mire.
Poco evolucionado hasta en lo utilitario, por su conocida tendencia a entorpecer la generación de riqueza y bienestar generales.
No hay duda de que el Estado casi siempre estorba. Complica. Irrita. Violenta. Demora o frena.
Ni es impropio pensar que a mediano y largo plazo daña mucho más de lo que arregla; como bien dijo Ronald Reagan (1911 – 2004) siendo presidente de los Estados Unidos, “las diez palabras más peligrosas del idioma inglés son… hola, soy del Estado y he venido aquí para ayudar”.

En medio de nuestras grietas culturales e ideológicas, de nuestras volatilidades, escepticismos, furias y resignaciones, los argentinos podríamos fijarnos un poco en la pequeña Suiza; a más de su belleza, tal vez el país más seguro y estable del mundo.
Sociedad de índices de bonanza asombrosos y refugio de exiliados fiscales desde hace siglos, los suizos no lograron todo eso con un gran Estado guiando pomposamente su destino. Más bien podría decirse que llegaron a la cima a pesar de sus estructuras gubernamentales.

En verdad, su banco central es minúsculo con relación al poder de su moneda y pocos ciudadanos conocen el nombre del presidente del país ya que el Estado es un ente casi inexistente.
No es que no tengan gobierno; lo que no tienen es un gran gobierno central. Están organizados en pequeñas entidades territoriales (cantones) que funcionan como mini Estados prácticamente soberanos; sólo unidos a través de una confederación. Las decisiones se toman en asambleas zonales y fluyen de abajo hacia arriba siendo que la mayoría de las cuestiones se reducen a saldar “aburridas” grietas referidas a cuestiones pueblerinas. Prácticas sin embargo para solucionar los problemas e inquietudes familiares de la gente de a pie. Mal no les ha ido.
¿No será este un mejor acercamiento político a la palabra “gestión”?

Cualquier argentino consideraría locura gestionar nuestra conflictiva sociedad y sus lamentables índices de bienestar dejando su destino en manos de grupos de pequeños municipios abandonados a su suerte.
Le parecería mejor tener un gran Estado omnisciente y solidario coordinándolo todo, redistribuyéndolo todo y orientando sin fisuras el rumbo nacional. Así nos va.

El verdadero salto argentino se dará sólo cuando la mayoría (sobre todo la mayoría intelectual) asuma conceptualmente que no es posible manejar en forma eficiente el devenir socio económico general desde la cúspide de un planeamiento centralizado hacia abajo, por la enorme variedad y cantidad de motivaciones individuales que interaccionan, muchas veces en forma aleatoria y subjetiva.
La experiencia empírica nos enseña que los grandes Estados-nación nunca pudieron adelantarse (sin generar calamidades colaterales) a los deseos, desacuerdos, necesidades, cambios, temores, crisis ni revueltas… previéndolas.
Ni siquiera pueden prever las cotizaciones diarias de la bolsa, por más sofisticada y cientificista que sean su gestión estadística y el manejo de su gestión de riesgos.
Ese control minucioso puede hacerse a balance positivo, tal vez, en ciencias duras como física cuántica, genética molecular, ingeniería mecánica o astronomía, pero no en ámbitos sociales, económicos ni culturales.

Comencemos entonces por tener la honradez intelectual (y la valentía) como para establecer con claridad nuestro mejor Norte social de largo plazo.
Aunque el camino parezca interminable (y tal vez lo sea), el “postulado de la tendencia” indica que, con sólo ponerse en marcha con proa al buen destino, las contingencias tenderán fatalmente a alinearse desde el primer kilómetro… con una gestión acorde, en nuestro beneficio.
Y eso ya es mucho.