Que Se Vayan Todos

Mayo 2005

En los albores del siglo y al impulso de la crisis terminal de nuestro sistema representativo, republicano y federal, se oía a lo largo del país el grito desgañitado de la ciudadanía : “que se vayan todos”.
Es el mismo clamor que escuchamos hoy en Ecuador ; las mismas palabras que por lo bajo o a voz en cuello vomitan desde lo más profundo de su decepción muchos millones de latinoamericanos.
La misma idea, el mismo sentimiento visceral inexpresado de cientos o miles de millones de personas en todo el mundo sometidas a la violencia de fanatismos religiosos o ideológicos, a la violencia de democracias representativas que no los representan, a la violencia de tener que observar pasivamente la corrupción, la soberbia, la comodidad y la ineptitud de las castas políticas erigidas en amos de nuevos y sofisticados sistemas de esclavitud.

Tal vez los argentinos hayamos sido pioneros en este grito libertario. Tal vez los primeros en expresar crudamente nuestra indignación bajo este lema que hoy está entrando a la historia como una lenta bola de nieve.
Puede que nos estemos dando cuenta, como el niño de la fábula, que el emperador está efectivamente desnudo. Porque sacándonos el velo de los ojos, los cachetazos de la realidad y de nuestra historia nos van haciendo ver de a poco que el gobierno no es la solución a nuestros problemas. Que el gobierno es el problema.
¡ Que se vayan todos ! fue la voz liberadora en Buenos Aires y el país. Pero no se fue ninguno. Se quedaron todos. Se rieron en las barbas del soberano. Y el sistema convalidó a los mismos que nos llevaron una y otra vez al desastre, la decadencia, la pobreza progresiva, el descrédito internacional en lo moral y en lo financiero. El mismo perro con distinto collar. El mismo emperador sin ropas ; porque la ropa de este hombre desnudo era tan imaginaria como la esperanza de nuestra gente en la capacidad de autorectificación de los gobernantes.

No nos sigamos engañando, por favor. La consigna surgió espontánea y clara porque estaba dentro nuestro desde siempre. Como está dentro de cada ser humano en el planeta. Como estuvo en cada hombre y mujer violentados a lo largo de los tiempos sin otro justificativo que perpetuar a las castas gobernantes en sus privilegios.
Puede que este sea el momento adecuado para que los argentinos levantemos otra vez la bandera iluminada que marque el sendero al mundo. Es verdad, como exigimos, que deben irse todos. Y no volver jamás, claro.
Puede que sea el momento de pensar en nuestra próxima opción electoral (pobre consuelo, ciertamente) con la vista puesta en un objetivo esclarecido y definitorio : el de lograr en un futuro y para nuestros descendientes una sociedad sin sátrapas estatales, sin parásitos que frenen el progreso con su peso muerto mientras nos violentan de mil maneras en el intento de justificar su parasitismo. Una sociedad mucho más justa y segura, con mucho mayor bienestar para todos, de abundancia más allá de ideologías perimidas por la fuerza de los hechos. Es una sociedad teóricamente posible.

En el camino hacia esa sociedad de Estado mínimo y Sociedad máxima, hacia la gradual y ordenada transición desde el estatismo rampante en dirección a la libertad y la no violencia absolutas debemos asumir la responsabilidad que nos toca.
La responsabilidad de señalar con nuestros votos (o nuestros no votos) el camino más corto para salir del pantano radico-militar-peronista de las últimas siete décadas.
Setenta y pico de años de pantano y marcha atrás que nos defenestraron del primer mundo para hundirnos finalmente en la indigencia.

La Historia y nuestros hijos nos juzgarán por lo que estamos haciendo ahora, en nuestro tiempo. Si logramos correr el velo de los ojos a suficientes ciudadanos con derecho a voto, tal vez Argentina tenga otra oportunidad de ser mirada con admiración por el resto del mundo.
La intuición colectiva es correcta : que se vayan todos. Que nos saquen las botas de encima y nos dejen reinvertir, crecer, vivir como cada quien desea sin agredir a nuestros vecinos ni imponerles nada. Que se vayan aunque sea en etapas, gradualmente, mientras la inteligencia ciudadana se organiza bajo el lema de la no violencia sin exepciones, hijos ni entenados.

La democracia que tenemos por sistema, aunque bastarda, nos deja algunas posibilidades de torcer el curso del desbarranque nacional. Si pretendemos ser Hombres y Mujeres con mayúscula, si todavía tenemos capacidad de autocrítica, usémoslas.