Sesgos

Julio 2023

 

Hace unos días la bien informada periodista Inés Capdevila publicó un artículo en el que se refería a algunos puntos de la plataforma electoral de La Libertad Avanza (J. Milei).

Bajo el encabezado inicial Ideas disruptivas pero viejas, se detenía en 3 propuestas (dolarización, vouchers educativos, portación de armas) y en los resultados que las mismas habían obtenido en otros países, data que analizaba con un claro sesgo negativo. Sin embargo y más allá de los títulos, la descalificación se revertía por sí tras la impresión de que, mediando algunas correcciones y previsiones basadas en esas mismas experiencias, las propuestas serían aquí no sólo viables sino benéficas.

En lo que toca a la posible dolarización, el ejemplo elegido por la periodista fue el de Ecuador, donde computaba como resultados a favor la desaparición de la inflación y una fuerte reducción de la pobreza junto al crecimiento de la producción y al blindaje del país contra casi todas las crisis externas sucedidas, exceptuando la pandemia que encontró al Estado con escaso margen de maniobra fiscal para auxiliar a una población encerrada. Los argumentos en contrario se centraban en el aumento de la desigualdad (pese a la caída de la pobreza), a una relativa desindustrialización y al aumento de los episodios de inseguridad de la mano de mafias y traficantes de drogas que lavan allí sus dólares malhabidos. 

Tres situaciones solucionables en nuestra Argentina: la primera, dando continuidad  y fuerte impulso mediático a la batalla cultural en proceso en favor de la libertad y contra el pobrismo clientelar, bajo la idea fuerza genérica de no me importa la desigualdad porque no soy envidioso; me importa la pobreza. Y demostrando en los hechos las bondades en innovación, emprendedorismo, generación de empleo y sobre todo movilidad social ascendente, de un capitalismo con conciencia comunitaria (eficiencia dinámica y gestión social empresarial) propio del siglo XXI. 

Puntualmente, Milei propone legalizar el uso de monedas en competencia con el peso, evaluando una eventual dolarización pensada como el reaseguro de un país adicto a la droga inflacionaria, para una segunda etapa. 

En lo que respecta a la desindustrialización y al no aporte de valor agregado a la producción primaria, debe tomarse nota de las diferencias productivas y de potencialidad entre Ecuador y Argentina en un sinnúmero de rubros, datos todos que alejan dicha posibilidad. La tercera objeción, referida a mafias, narcos, lavado de activos e inseguridad asociada, resulta obviable mediando decisión política en la estricta implementación de unas pocas reglas básicas de convivencia, orden público y libertad financiera responsable.

En el tema de los vouchers educativos, el artículo ponía como ejemplo a Chile. Allí se implementó desde 1981 el subsidio a la demanda (los alumnos de bajos recursos) en lugar de a la oferta (las escuelas públicas) para que los establecimientos compitiesen por su clientela estimulando así la excelencia. Y se continuó con el subsidio de algunos colegios privados, creando de este modo un sistema mixto. Como resultados a favor computaba la dinamización de todo el sistema y el mayor número general de escolarizados, creciendo también tanto el gasto por alumno como los resultados chilenos en las pruebas Pisa a nivel mundial. Los argumentos negativos se centraban en que, con el tiempo, surgió una segregación basada en que a los colegios privados y semi privados se les permitieron libertades programáticas y posibilidades de lucro que a las escuelas públicas no, tendiéndose entonces a una selección natural de “mejores alumnos” por propia economía de formación. La discriminación resultante aportó a una insatisfacción social por desigualdades varias que derivó finalmente en los graves disturbios de 2019, seguidos por la exigencia de cambio (en proceso) de la entera Constitución nacional. 

Son objeciones y derivaciones que hallan solución en, justamente, aprender de aquella experiencia ajena. El sistema de vouchers que Milei propone (recién para una tercera generación de reformas) nos sirve, en todo caso, en la larga transición hacia un sistema completamente privado a darse a futuro en una sociedad de propietarios, libertaria y exenta de pobreza. Portando además el potencial de frenar nuestra decadencia cultural si aplicamos con mayor justeza que en Chile las ideas de la libertad. Esto es: prioridad presupuestaria estatal para el rubro educación, libertad de currícula y de ganancia para todos por igual con libre acción competitiva en becas o sobre cuotas, así como de implementar fuertes bonus por resultados para docentes y directivos de escuelas públicas. Además, claro, de cláusulas generales anti segregación (pocas pero de gran sentido común) bajo estrictas y taxativas penalidades.

Un tercer tema tratado era el de la portación de armas. Y el ejemplo elegido fue el de otro país cercano, Brasil, donde J. Bolsonaro liberalizó en 2019 su tenencia “a las personas de bien para disuadir a los violentos”. Los resultados positivos consignados parecen demoledores ya que los femi/homicidios disminuyeron desde su pico máximo histórico de casi 60.000 en 2018 a 40.800 en 2022, no obstante considerar que los resultados de este tipo de políticas suelen reflejarse a largo plazo. Por su parte, las argumentaciones negativas se diluyen en una serie de motivos menores en el intento de explicar la brusca baja, tales como envejecimiento poblacional, aumento de recursos en seguridad y profesionalización de la delincuencia.  Y en objetar que la intención oculta del presidente fue (a similitud de EEUU) la de armar mejor a la población, empoderándola ante la eventualidad de que autoridades más estatistas quisieran en lo sucesivo imponer medidas que contrariaran legítimos intereses y libertades personales de la gente de bien. A nuestro modo de ver, argumentos que potencian la propuesta de J. Milei de facilitar a los argentinos honestos (mayores, sin antecedentes penales y previo curso de capacitación) su libre adquisición y portación.

Nos resistimos a creer que medios de comunicación serios, no rentados por el kirchnerismo, hayan establecido una línea editorial direccionada en contra del libertario.

Un sesgo estatista y pro regulador, no obstante, parece permear últimamente a profesionales de la pluma que hasta hace poco defendían con valentía toda acción en favor de la disminución del poder político (vale decir, de la coacción estatal) y del aumento del poder social (es decir, de la más amplia libertad de acción privada).

Antipatria, Mussolini y Electroshock

Julio 2023

 

Muchos y documentados análisis se han hecho y mucho se ha dicho de cierto sobre el peronismo y las razones de su perdurabilidad en el tiempo a pesar de los malos resultados de sus diversas gestiones.

Hoy está a la vista un nuevo desastre nacional en ítems como deuda, inseguridad, salud y educación pública. Y en la pérdida diaria de valor del peso, causando fuga de cerebros y una gran movilidad social descendente (pobreza) con altos niveles generales de desesperanza, incertidumbre y desconfianza. Ítems que posicionan con solidez al gobierno de los Fernández + Massa como el peor de los últimos 40 años aunque conservando, según encuestas, una intención de voto de al menos 25 %.

El que a pesar de todo existan todavía tantos argentinos dispuestos a seguir apoyando a esta dirigencia en la tarea de profundizar el pobrismo fiscalista en curso implica algunas duras certezas que no deben silenciarse.

Porque el fallido nacional, el que la Argentina esté de rodillas, humillada frente a países a los que antes miraba por sobre el hombro o en actitud mendicante frente a organismos de crédito y potencias económicas de las que deberíamos ser pares (o superiores, a esta altura) no es algo que a ellos les preocupe. Tienen un norte distinto y no les interesa formar parte de un proyecto compartido. No, al menos, de uno compartido con otros argentinos cuya hoja de ruta es la Constitución; Carta Magna que desprecian; contra la que se alzan cada día a cara descubierta.

Al menos 8,6 millones de conciudadanos (25 % del padrón) no desean vivir en una república con independencia de poderes. No en una con instituciones de control imparciales en el escrutinio legal de cada uno de los actos del gobierno, en efectiva defensa de las minorías.

Ellos tienen un proyecto nacional distinto. Hegemónico: con los 3 poderes subsumidos en una sola mano, electa por el simple “somos más”. Con un Estado grande, cobijador de más y más empleados públicos que controlen y regulen al sector privado. Que sea un férreo esclavizador de pagadores cautivos. Con impuestos sobre minorías seleccionadas tan altos y progresivos como sea necesario, al efecto de asegurarles a ellos y a cada vez más personas el derecho subsidiado a un ingreso mensual suficiente, a la vivienda propia, a la jubilación y al esparcimiento. Aparte de todos los demás derechos adquiridos sin cargo alguno de contraprestación aparente (educación, salud, seguridad, defensa, justicia, infraestructura etc.).

Sumatoria de derechos que para ser efectivizados, claro, requieren de la derogación parcial o total de derechos constitucionales anteriores de mayor entidad (derecho de propiedad y disposición, derecho a libertades personales y de industria, derecho a igualdad frente a los impuestos etc).

Estos derechos previos son los que nuestros próceres, sin una sola excepción, defendieron frente al poder imperial (y al de los caudillos provinciales) y cuyo mandato de estricto cumplimiento quedó definido en nuestra Constitución liberal, haciendo posible el ascenso argentino de desierto semisalvaje a potencia mundial en pocas décadas. Un sitial de riqueza y prestigio que mantuvimos con sus más y sus menos durante 80 años y que recibió el tiro de gracia durante la década de los ’40 del pasado siglo.

En Abril del ’45 Benito Mussolini era fusilado, colgado de los pies y ultrajado en plaza pública junto a su mujer.  Caía el fascismo en Italia al mismo tiempo que su primo nazi en Alemania pero en nuestro país… J. D. Perón, gran protector de jerarcas fugitivos, implantaba las ideas corporativas de su admirado Duce dando el banderazo de largada a una decadencia cultural (aluvión zoológico), ética (sobre todo) y económica  (su corolario) que sigue hasta hoy.

Su basamento, totalmente emocional, fue lo que hasta entonces era uno de los pecados capitales, la envidia, que pasó a ser reivindicado bajo otro nombre: “justicia social”.

La patria de nuestros próceres, aun hoy portadora de hondos sentimientos de orgullo por los logros sociales de su exitosísima meritocracia, por nuestro prestigio e influencia o por el gran poder de la moneda argentina frente al orbe nada significó ni significa para los peronistas y sus laderos. Fueron y son en este sentido, auténticos antipatrias.

¿Cómo reconstruir una patria republicana en fraterna unidad con 8 millones seiscientos mil antipatrias dentro? La respuesta más obvia es que no parece posible.

Argentina constituye a esta altura de los acontecimientos y vista la intención de voto, un Estado fallido. Uno con al menos dos proyectos de país antagónicos; de aspiraciones totalmente divergentes. Puesta entre la espada y la pared, media población elegirá el modelo “productivista” de libre mercado y la otra mitad, el modelo “estatista” o clientelar parasitario atentos a que, según encuestas, más del 40 % sigue queriendo un Estado grande y paternalista.

Lo que nos lleva a ver con escepticismo los esfuerzos de candidatos como P. Bullrich o J. Milei por revivir la fenecida unidad nacional con un electroshock desfibrilador.