Los Menos Capaces de Triunfar


Abril 2012

En un artículo de reciente aparición, el premiado periodista argentino -experto latinoamericanista y residente en Miami- Andrés Oppenheimer, recogió el término (en boga entre las élites empresariales de la región) ineptocracia, aclarando su significado. Se trata de aquel sistema en el cual los menos capaces de gobernar son elegidos por los menos capaces de triunfar, y donde los menos capaces de triunfar son recompensados con bienes y servicios a elegir por los menos capaces de gobernar.

Transparente definición que pone en negro sobre blanco, una vez más, el drama de la trampa electiva en la que se encuentran casi todas las socialdemocracias, incluyendo por supuesto la argentina.
Y perfecta descripción del círculo vicioso o espiral descendente que nos aleja más y más de esa sociedad poderosa, de alto bienestar general que todos (desde libertarios a totalitarios “de buena fe”) queremos por igual.

Ineptocracia que si en algo se afana, es en la metódica colocación de los adoquines de los que está empedrado el camino del infierno. Ya que esa vía social fácil de pedir un Estado más y más grande, lleva tarde o temprano a sus partidarios a convertirse en apologistas de la tortura y el asesinato.

Siendo, como es, una pendiente natural que deriva en aprobaciones “populares” al pisoteo del libre albedrío. Como las que se vieron ayer nomás con el Che Guevara “controlando” (torturando y asesinando) disidentes al frente de un campo de concentración en Cuba o con José Stalin “reeducando” disidentes al frente del gulag en la Unión Soviética.
Deriva que se verifica ya en nuestro país a través de la peligrosísima prepotencia de Estado ejercida por un populismo inepto, liberado de facto de controles republicanos, federalismo y división de Poderes.

Porque sólo hay un breve paso entre elegir a alguien para que, en nuestra representación, obligue a un tercero a punta de pistola (sistema legal-tributario-policial actual) a que entregue más dinero del que considera prudente desprenderse o a que suministre más información de la que considera prudente revelar… y apoyar el encarcelamiento y despojo o eventual ejecución de ese tercero disidente sin rostro si se emperra seriamente en resistirse.

En la Argentina actual, el tercero sin rostro que costea todo este “orden” es por lo común un padre o madre de familia con responsabilidades, problemas y toda clase de proyectos truncos por falta de fondos, que no llega a sufrir estas consecuencias extremas dado que claudica antes, informa y paga, callando por simple temor.
Un modelo primitivo, golpeador y encadenado, claro, al enorme beneficio de unos pocos. Además de altamente ineficiente para facilitar las cosas a los “triunfadores” honestos que necesitamos.

¿Quiénes son, entonces, los “menos capaces de triunfar” que nos empujan con sus votos como lemmings al abismo, respondiendo cual perros de Pavlov al estímulo barato de los menos capaces de gobernar? Son los zombies que nos rodean, víctimas del Estado-Frankenstein; del Estado vampiro que, tras sorberles seso y sangre (educación basura + impuestos encubiertos + amenaza mafiosa), los deja en un estado de anomia exangüe. Dopado todo intento de sublevación por voto y posterior elevación por mérito.
Frenético remar de truhanes, a contracorriente de la honradez, de la inteligencia, de la economía del conocimiento, de la libertad de empresa, de la propiedad y de la Historia que corta las piernas al común convirtiéndolo en incapaz de triunfar. En mero objeto sumiso, útil al negocio de la corporación política.

El sistema que padecemos es determinante de nuestro derrotismo: un modelo sometedor y expoliador (al mejor estilo Luis XVI) que ahoga hasta al emprendedor más audaz y  que se da de frente con las tecnologías informáticas liberadoras que tenemos hoy a nuestra disposición. Que entorpece las redes horizontales de intereses y el libre cruce de acuerdos voluntarios. Modelo que obstaculiza, irritado, nuestra marcha global hacia el derrumbe de proteccionismos (siempre funcionales a una élite), fronteras estaduales y otras barreras artificiales discriminantes. Que frena por amiguismo las inversiones que potenciarían por cien la innovación empresaria y su indelegable responsabilidad coordinadora en la comunidad. Que mata, nonatos, emprendimientos que elevarían a más gente de clase baja hacia la clase media creando toda una categoría de nuevos propietarios, consumidores también ellos de bienestar. 
Avances todos personalizadores, incompatibles con la cavernaria coacción económica y sindical de masas que sigue proponiendo el -en todas partes- fracasado socialismo “redistribuidor”.

Pensemos sino en los 500 mil millones de dólares que Néstor y Cristina Kirchner extrajeron a la sociedad por vías impositivas y que gastaron a su criterio entre 2003 y 2011, en medio de un alza sin precedentes de nuestros precios internacionales ¿Sirvió para modificar algo de fondo? ¿Estamos mejor posicionados? ¿Somos ahora, tras ese increíble gasto de gobierno y esa increíble oportunidad comercial, una sociedad desarrollada? ¿Tenemos autopistas, trenes bala, viviendas inteligentes, inversiones a gran escala y energía abundante? No. Pero en 2012 uno de cada 3 empleos en blanco ya es estatal: hay 2 millones y medio de funcionarios que cobran para darnos órdenes y para sumergirnos en un mar de estúpidas normas entorpecedoras, sin producir nada.
O “produciendo” poca cosa, de muy mala calidad y a costo exorbitante en rubros como justicia, salud, educación o seguridad.

Sabemos, finalmente, que aún en condiciones ideales de libertad, los menos capaces de triunfar serán mayoría ya que son pocos los dispuestos a pagar el alto precio del éxito. “Sólo” lograríamos multiplicar el crecimiento general, reproduciendo estudios que sugieren que dentro de esa población estatalmente “pisada”, hay por lo común un 10 % oculto de personalidades emprendedoras. Gente dispuesta a hacer fortuna apostando al ingenio, al estudio, al trabajo, a la tenacidad, a la valentía y (por qué no) a la suerte.
Y hablar del 10 % de la mayoría, es hablar de… ¡millones! de personas dedicadas a crear nueva riqueza social.

Lucro Cesante y Daño Emergente


Abril 2012

Para escuchar la verdadera voz del pueblo, deberíamos filtrar por un momento el ruido de estática generado por la gritería cruzada de todos quienes votaron y no votaron al conjunto de ineptos y cleptómanos que nos guía. Tal vez se oiría entonces, como dicen, la voz de Dios.
Una voz profunda y argentina que, como siempre a lo largo de la historia, ha venido exigiendo libertad (como afirma nuestro Himno Nacional) pero que de manera creciente en el curso de los últimos años, está pidiendo antes… justicia.

Porque hay una profunda sensación de traición a la ética pública y a las ideas de los Padres de la Constitución, de robo descarado y villanía general en este sainete repartidor de lo ajeno, mezcla de hipercorrupción y amiguismo.
Con funcionarios y sindicalistas tan escandalosamente ricos como penalmente intocables que impiden activamente, por mera conveniencia clientelista, el aterrizaje de inversiones destinadas a la creación de nuevos empleos reales (privados, sustentables) y legales.
Y con un racimo de empresarios pusilánimes en escena, más parecidos a prostitutas cortesanas en cuclillas que a hombres libres de pie. A verdaderos capitanes del poder productivo argentino frente al mercado mundial.

Hay una dura sed de justicia, tensa y subterránea. Un ansia de responsables que paguen con cárcel y con todo su dinero malhabido, incluso post mortem y post testaferros, por el daño a largo plazo que causaron. Pervirtiendo los valores cívicos del trabajo, la honestidad y el ahorro, comandando la des-educación pública y descartando una visión económica lúcida, de conjunto y pensada para la próxima generación.
Exigencia de juicio y castigo que se nota sobre todo entre los millones de ciudadanos (fueron 17.266.000 adultos, el 60 % del padrón electoral) que, sea por acción u omisión, no votaron en Octubre pasado a la señora de Kirchner ni a su grupo legislativo de tareas. Grupo oficialista que desde hace años “trabaja” con sus actos de gobierno y “ejemplos” de vida, afianzando la percepción popular de que casi todos los que tienen dinero hoy en el país son, a priori, sospechosos de haberlo conseguido demasiado rápido y por izquierda.

Percepción ciertamente fundada, que refuerza esa demoledora sensación de desaliento al esfuerzo tenaz y honrado, que mina toda iniciativa de superación. Y que invita con cantos de sirena a rendirse, considerando “mala cosa” -en el inconsciente colectivo- al éxito empresarial, a la riqueza personal, al refinamiento socio-cultural y al bienestar de alto nivel (o al lucro en general). Aplicando así vaselina a la cultura del fracaso, del resignarse a ser la masa socializada, mediocre y pasiva sobre la que nuestros campeones del impuesto (y de la irresponsabilidad económica) montan, como expertos domadores.   
 
El saberse plantados en la insumisa corrección de Belgrano y San Martín, en las elevadas miras intelectuales de Alberdi y de Sarmiento o en la real inteligencia política de estadistas como Roca, Pellegrini o Alvear no es consuelo suficiente para los argentinos rectos del 2012.
No les basta, aunque lo sepan, que la actual ronda triunfal de criminales será recordada por la Historia bajo el mero rótulo de laxante ideológico. Y que los descendientes del kirchnerismo, del menemismo, del peronismo de los ’70 y ’50 y de todos sus colaboracionistas, verán tallados sus apellidos en piedra (cuando se edifique, dentro de un par de siglos) en el Panteón de los Infames Traidores a la Patria.

No les basta porque ven a diario cómo esta podredumbre se lleva por delante no sólo el futuro de sus hijos sino el de los clientes de la propia mafia cleptómana de Estado. Condenando a los más pobres e ignorantes a reptar sin sueños de progreso, inmersos en un mar de carencias que los empuja a enfermedades, estrés, delitos, vicios alienantes y muertes prematuras.

Se trata, en verdad, de nuestra reserva moral; la de ciudadanos aún no alcanzados a pleno por el largo cuchillo de la lobotomía estatista. Que intuyen con visceral patriotismo otra Argentina posible, muy distinta y basada en la libertad de hacer. De capitalizar, crear, innovar, producir, exportar, emplear, repatriar e inmigrar. De reescalar las posiciones perdidas y de volver a liderar, no sólo en Latinoamérica sino a nivel global. Posibilidades, todas, frenadas en la pegajosa red policíaco-tributaria del intervencionismo dirigista que todo pretende codificar y saber mejor que los propios interesados, entorpeciendo a nivel 10 por cada “apoyo” oficial concretado a nivel 1.

Personas que cansadas del estúpido tiovivo de nuestras crisis, van asumiendo el sentido último de aceptar (parafraseando a Ronald Reagan) que las diez palabras más peligrosas del idioma español son: “Hola, soy del gobierno y he venido aquí para ayudar”.
Mujeres y hombres que recuerdan ahora aquel punto de inflexión dentro del clásico ciclo decadiano de quiebres populistas, marcado por la “guerra contra el campo” en el 2008, cuando Néstor Kirchner afirmó, profético, que no permitiría un cambio de política y que antes prefería la ida a pique de la mismísima Argentina, con él abrazado al palo mayor. Seguido de la famosa declaración de la ruralista Analía Quiroga lanzando al aire la obvia repregunta “Néstor ¿te falta materia gris?”.

Sólo será la Justicia, señoras. Sólo será el golpe del cerrojo en la celda de estos dirigentes ladrones, señores, las que darán bandera de largada y señal de cronómetro para esa otra Argentina posible.
Un tipo de justicia donde los líderes faltos de materia gris paguen con vidas y haciendas por el lucro cesante social y por el daño emergente nacional de sus gravísimos yerros. Una donde el cinismo imbécil no pueda ser causal de inimputabilidad.

Justicia que hoy está tan distante como surge de comprobar que, sin problemas, un “señor” ministro de la Suprema Corte es dueño de prostíbulos ilegales o que el “señor” juez federal que se designa para todo funcionario corrupto, queda filmado en su hábito de mancebo sodomizado en casas de tolerancia gay.