La Obligación y la Pobreza


Agosto 2012

La situación política argentina de catástrofe ética (con su consecuencia económica) tiene la virtud -al menos- de operar como revulsivo mental sobre una gran cantidad de compatriotas,  que empiezan a revisar y poner en duda muchas actitudes de inútil sumisión, adquiridas a través de un sistema educativo anti-razonador, deficitario en valores evolucionados y reforzado in aeternum por publicidad oficial basura.     

Porque así como un productor rural patagónico vería en la liberación de sus ovejas un completo desastre, nuestros políticos (y su legión clientelar de desesperados y avivados) ven con escalofríos la idea de libertad para todos, asimilándola a una suerte de esclavitud para sí mismos. A la perspectiva de quedar obligados a trabajar en algo útil, dejando de violentar al prójimo como medio “normal” de vida.
Los esclavos, sin duda, deben seguir siendo los demás: el rebaño de los que estudian, profesionalizan la actividad económica, comercian sin coimas, crean, producen... y los votan.

No en vano se dice que en democracias no republicanas “de mafia y propaganda” como la nuestra, la ley no es más que una opinión a punta de pistola. Es de este modo como los parásitos violentos afirman su legitimidad de ser, legislando la invalidez del derecho de propiedad. O dejándolo totalmente condicionado a la opinión impositiva y reglamentaria de quienes cabalgan, como jinetes del Apocalipsis, sobre los tres poderes del Estado y su prensa adicta.

Saben que el malabar interpretativo que usan (tan “políticamente correcto”) de abstenerse de la expropiación de un bien para expropiar a cambio su renta, viola el espíritu de nuestra Constitución. Esa que mientras no fue violada supo llevarnos al top ten del Centenario y atraer a millones de inmigrantes con ganas de labrarse un destino por derecha y trabajando, sin que un gobierno ladrón los jodiera.
Saben que aún sin hablar de la inmensa corrupción inherente, forzar a todos los argentinos derechos a ser meretrices trabajando “para el macho” es una pésima forma de redistribuir riqueza: un real escopetazo en el pie. Que menosprecia el destructor impacto que conlleva en caída de inversiones, con sus efectos en cascada: verdaderos torpedos contra la línea de flotación del país. Y ¡cuidado! porque los desgraciados niños de escuela pública, los indigentes, nuevos pobres, incapacitados y pensionados (que hoy son mayoría), viajan en la bodega.

Por eso, todos los que desde la impunidad de un cuarto oscuro apoyan el desfalco socialista son auténticos felones, de esos que tiran la piedra y esconden la mano. Cobardes, sí, y muy efectivos en hacer que nuestro país se escore cada vez más de “nalgas al norte”, ante sociedades y potencias a las que antes mirábamos desde arriba o estábamos alcanzando.
Aunque sea duro de admitir a tal escala, se trata de cipayos que entregan nuestra nación maniatada a los lobos del mundo. Son millones los votos de Judas, vacíos de amor a la patria.
No sólo Cristina, Alicia o el joven Máximo. También Binner, Alfonsín, Solanas, Scioli, Massa, Moyano, De Gennaro, Ibarra, Cobos, Lorenzetti, Stolbizer, Rodríguez Saa, de la Sota, Menem, Artaza, Moreau, Víctor Hugo Morales, Felipe Pigna, del Boca, Parodi, Carlotto, Farinello, Maradona y muchos otros referentes sociales o políticos tan mediocres y rapaces como ellos, adscriben a esta anti argentina manera de pensar.

Los derechos de propiedad sobre los bienes y en especial sobre sus frutos, opinan estos “referentes” en insolente contradicción con la Carta Magna, son patrimonio “de todos los argentinos” ad referendum “de la comunidad organizada” (del Estado). Lo que significa en buen criollo, de los políticos que están en turno de servirse, practicar su omertá y clientelizar.
Ellos manejan el congreso, la impositiva y los fusiles. Pueden quitarnos el dinero impidiendo que lo usemos para crecer basados en que el derecho de propiedad es, en su opinión, inválido. Claro que el pretender quedarse con lo robado para usarlo legalmente implica para quienes así piensan que el derecho de propiedad es, al mismo tiempo (¡oh!), válido. Una inconsistencia por donde se la mire, salvo que admitamos la realidad de estar viviendo con dos códigos legales… el de los esclavistas y el de los esclavos.

Son esta clase de sistemas inmorales y teorías éticas falsas y no los delincuentes comunes, nuestra verdadera y más peligrosa fuente de inseguridad, habilitadora de todas las otras.
Nuestros políticos de siempre nos guían adentrándonos más y más en ese matadero y no nos damos cuenta porque hemos nacido en un sistema que se queda con nuestros ahorros tras apoyarnos, desde que tenemos uso de razón, una navaja en la garganta.
Bajo el argumento de protegernos de gente que podría llegar a dominarnos con algún fantástico monopolio, nos piden que obedezcamos… ¡al monopolio que ya nos ha dominado!

Porque bajo su pedido de obediencia a “la voluntad del pueblo” se esconde el mismo pedido comunista de obediencia a “la clase”, el mismo pedido fascista de obediencia al “Estado-nación” o el mismo pedido nazi de obediencia a “la raza”. Siempre avalados por el simplista “somos más” y con los mismos resultados, logrados una y otra vez gracias a la entrega obediente de fondos potencialmente productivos… a matones mafiosos.
En verdad, abonar altos (o aún bajos) impuestos a autócratas habituados al atropello y la extorsión, no sólo no es “contribuir a crecer” sino que es ser colaboracionista en la ruina de todos.

Caballeros, entendámonos: un marido que golpea a su mujer nunca tendrá un matrimonio feliz. La compulsión es ineficiente por naturaleza y lo que no resulta de interacciones voluntarias en un contexto abierto es siempre de mala calidad, tal como lo fue el calzado en las zapaterías soviéticas o la gestión de los subtes, escuelas y trenes bajo la órbita kirchnerista.
Nuestras instituciones son de muy mala calidad: sus resultados comparativos no pueden ser otros que exclusión, incomodidad y pobreza ya que son parte de un ente antinatural -el monopolio armado estatal- que algún día, tarde o temprano (cuando “despertemos” a la evolución civilizada), deberemos abolir.




Luche y Se Van


Agosto 2012

Un viejo lugar común interpela al ciudadano usuario de colegios privados en la siguiente consideración: ¿Le parece a usted muy cara la educación? Pruebe entonces con la ignorancia y verá.
Mientras que otro lugar no menos común afirma que no hay nada más costoso para una sociedad, que un niño que no se educa bien.

Un simple vistazo a los pueblos del mundo con sus impactantes diferencias en bienestar (proporcionales a sus niveles de respeto a la propiedad privada) basta para convencer hasta al más necio de que, a largo plazo, la educación (y formación en valores) de las mayorías define todo.
Nuestra nación sin embargo y salvo breves períodos, avanzó (¿avanzó?) pendiente del corto plazo durante más de 70 años.
En el caso puntual de esta última década peronista, obnubilados por el cortísimo plazo. Sólo de mes en mes o más probablemente de semana en semana, con la vista fija en la sola “acumulación de caja y poder” para seguir ganando elecciones, casi sin otro norte digno de mención, incluyendo al norte educacional.

Esta modalidad pueblerina guiada por el capricho, cuasi histérica, híper-corrupta y violadora serial de garantías constitucionales practicada por “el furia” Néstor y continuada a golpes de hormona, pánico y más improvisación totalitaria por su viuda, ha perfeccionado a conciencia una sola cosa: la ubicación de nuestra Argentina en el sumidero de la Historia, arracimada ya entre países delincuentes cuya proteína nutricia electoral es, igual que con los Kirchner, la ignorancia.
Lo lograron: hoy contamos con un importante porcentaje de la población en un grado tal de vulnerabilidad económica y cultural, que seguirá votando al populismo ladrón de Cristina, Scioli o Alperovich más por desconocimiento que por convencimiento. En el fondo, por casi pura desesperación.

El peronismo (con la ayuda de sus medio-hermanos radicales y socialistas) finalmente lo logró, pero al precio de colocar al entero Estado nacional en situación de cese de legitimidad. De irremontable pérdida de autoridad moral y de respeto ciudadano.

Debilitada la confianza social, sucede que la gente retrae sus reservas emocionales y financieras a círculos cada vez más estrechos, menos proactivos, al comprobar con mayor claridad que la suma de las energías creativas que fluyen en la sociedad va siendo superada por la suma negativa de las ineptitudes estatales.
La costosísima e ineficiente maquinaria de gobierno que nos coacciona no está garantizando el orden… sino el caos.
Con impuestos asfixiantes -a nivel de los más altos del planeta- y con una administración desastrosa en cuanto a probidad, pero también en lo que se refiere a seguridad, justicia, infraestructura, previsión social, salud y desde luego… a educación pública.
Porque la Argentina, está claro,  ingresó con la saga kirchnerista en su marchitamiento definitivo. Ese que lleva a la desaparición de los últimos vestigios de la civilización del top ten,  gozada in progreso hacia la época liberal del Centenario.

Eventualmente, la política se hunde en su propia impotencia y cunde la desesperanza cada vez que los -de por sí escasos- beneficios de estar cobijados por un Estado territorial se reducen y hasta se invierten, al empeorar las condiciones económicas.
Recordemos sin embargo, más allá de nuestra desazón de cabotaje, que los estados-nación tampoco son entes inmutables. Mucho menos, eternos. Ni siquiera demasiado antiguos.
Por el contrario, son constructos artificiales relativamente recientes siendo que los especialistas sitúan su nacimiento en la revolución e independencia norteamericana de fines del siglo XVIII, seguida por la instauración de la república francesa.
Su génesis puede rastrearse hasta finales del período medieval y principios de la Edad Moderna (comienzos del siglo XVI), en la aparición de “mercados nacionales” dentro de las áreas de influencia de las numerosas comunidades, ciudades-estado, ducados, principados y reinos en que se dividía Europa.

Estos mercados habían sido organizados por comerciantes y aristócratas gobernantes con el objeto de liquidar los focos de oposición a la libre oferta y demanda, remanentes del anquilosado sistema económico de la Edad Media. Aumentaron así el ritmo y la intensidad de los intercambios privados dentro de sus respectivas jurisdicciones, modalidad que justificó más tarde la aparición de estados-nación como los mencionados, abocados a la creación y aplicación de reglas que garantizaran un flujo eficiente para todo tipo de bienes particulares, dentro de una zona geográfica unificada (y con tendencia a la expansión).

En general no fue entonces, como popularmente se cree, que las poblaciones se aglutinaron orgánicamente bajo Estados para formar naciones, reuniendo a “tribus” de culturas, costumbres e idiomas comunes. La verdad es que los estados-nación son sólo comunidades imaginarias, fríamente ensambladas por élites políticas y económicas con el objeto de impulsar sus mercados.
Después de todo, era sólo cuestión de amañar narraciones sobre algún pasado heroico compartido, lo bastante atractivo como para atrapar las fantasías de la gente sencilla y lograr que creyesen en un destino y una identidad en común.
Intento aglutinante -en principio- no tan perverso pero que tomó vuelo propio, arrogándose el derecho de soberanía (¡como una persona con sus propiedades!), sobre el territorio del que formaban parte todos sus integrantes libres. Exigiendo autonomía e igualdad con respecto a otros entes (países) similares y derecho a competir con ellos en todo sentido, mediante el comercio… o la guerra.

Pretensión “soberana” que condujo al género humano a enfrentamientos violentos en una escala monumental, nunca antes vista. Que no hubiesen sido posibles de no haber permitido a los dirigentes políticos de estos ingenios tercerizar por la fuerza sobre inocentes y personas en desacuerdo, los inmensos costos de sus delirantes aventuras económicas y militares.
Entes artificiales que siguiendo las leyes de su propia naturaleza violenta, conformaron un mosaico planetario de estados-nación con férreas fronteras y “soberanías” geográficas, donde los otrora libres y soberanos burgueses, productores y comerciantes nos hallamos enjaulados, a merced de un saqueo reglamentario e impositivo a discreción.

El cretinismo y la injusticia implícitas en esta breve historia justifican por sí solas el objetivo libertario de la abolición de sus iniquidades y del desarme del leviatán que las promueve. Sobre todo ante la evidencia generalizada de que la economía del conocimiento, la interconexión global, empática, diversa, libre y tecnológica hacen hoy más obsoleto que nunca al sistema del forzamiento estatal, validado en forma cavernaria por mayorías des-educadas.
Porque no hay arma electoral favorable para el que no sabe (o para la que no quiere saber) cuál es la causa última de sus males y quienes son los verdaderos villanos.  
Y señores, la “broma” es que nuestro votante desesperado conocido más cercano a quien hay que contener, es hoy como aquella mujer que pidió al carnicero: “deme un kilo de bofe para mí y un kilo de lomo para el perro”. A lo que el comerciante respondió ¿no será al revés, señora? “No. La que votó a los Kirchner fui yo”.

Así las cosas, toda acción o docencia (por pequeña que sea) que emprendamos a nivel individual o cooperativo en dirección a la reversión, achique y desmantelamiento de este régimen  redundará de manera positiva, primero, en un freno al aumento del número de votantes desesperados y luego, en el comienzo de su disminución. Punto central, si lo hay, de la lucha para que los responsables de este desastre se vayan.