Vuelta de Tuerca


Enero 2020

Los ciudadanos votamos regularmente eligiendo entre candidatos para tal o cual puesto gubernamental, más para evitar males mayores (la elección de los peores al comando de la peligrosa maquinaria del Estado) que por real convencimiento y entusiasta aceptación del sistema.

De hecho, son muchos los sondeos de opinión (en nuestro país pero también en otras sociedades) que revelan un altísimo porcentaje de decepción con el sistema democrático en sí y con sus resultados a la hora de promover el “bien común”, facilitando la creación y el justo derrame de riquezas que eleven el poder de consumo y por ende, el bienestar general.
Si hiciese falta prueba irrefutable de la no-aceptación básica, de la falta de confianza y el fastidio de la gente para con el entero sistema, esta prueba está dada por la siempre violenta obligatoriedad impositiva. Que es, literalmente, un rifle en la espalda sin el cual nadie entregaría parte alguna del resultado de su esfuerzo en dineros al fisco; menos aún más de la mitad de sus ingresos como ocurre aquí. De bajarse ese rifle, pocos en su sano juicio optarían por tributar para que el gobierno (aún el elegido por ellos mismos) siguiera decidiendo a su criterio sobre el mejor destino del 50 % entregado y dictándoles de mil maneras qué no pueden hacer con el 50 % remanente.
En un escenario así, Gobierno y Estado darían por tierra en pocas semanas por directa, masiva, voluntaria y fulminante decisión popular de no-pago. Muchas decenas de miles de personas, integrantes de ejecutivos, legislativos, asesorías, ministerios y organismos paralelos, operadores, punteros y mafias de choque conexas deberían, finalmente, capacitarse y buscar trabajo… en algo productivo.
Distinta y selectiva sería, por cierto, la valoración de los agentes estatales que sí prestan servicios útiles a la sociedad como justicia, seguridad, salud, educación o infraestructura entre otros.

A pesar del cúmulo de disconformidades, de los inmensos sobrecostos e ineficiencias, de penurias económicas, inseguridad y bretes laborales, del bloqueo de tantos horizontes de progreso y de la visible decadencia nacional, las críticas a la democracia raramente se verbalizan: la mayoría de las personas sienten pavor de quedar etiquetadas como “políticamente incorrectas”. Y entonces callan; miran al suelo gorra en mano y sólo mascullan por lo bajo las duras imprecaciones de su desacuerdo.
Así como es aceptado en penoso silencio que bajo el mismo y sacralizado término democracia se cobijen sin contradicción aparente formas de organización social real tan opuestas como las de Suiza y Venezuela. Y como interesante es saber que nuestra sabia Constitución de 1853 no menciona en parte alguna la palabra democracia y sí, en cambio, el término república.

La elección cada 4 años de un entero sistema de vida “a paquete cerrado” obligatorio para todos por simple mayoría, es en verdad un modo muy primitivo de dirimir cuestiones que involucran gran complejidad e innúmeras opiniones; en especial frente a la disponibilidad tecnológica que para las decisiones personalizadas brinda este siglo de la información, de la interconexión y de la más asombrosa diversificación potencial de opciones.
Digamos, en tanto manifestación de principios y por sentido común, que el ser humano no nació para ser forzado y que, cualquiera sea el área de acción a considerar, el forzamiento es de por sí ineficiente como método de gestión comparado con lo voluntario; con lo positivamente incentivado.
La libertad de elección personal que la tecnología de redes hoy nos propone, en línea con una economía más abierta y participativa, en orden a la tolerancia para con lo diverso y en sinergia con la no-violencia como norte evolutivo, hacen de nuestro actual sistema, guste o no, un fósil institucional. Un experimento más de organización social (por caso, de unos 244 años de edad) con muy graves defectos, destinado a ser reemplazado y superado como lo fueron tantos otros a lo largo de nuestra milenaria historia.

Las revueltas de izquierda (Chile y Colombia), derecha (Bolivia) o indigenistas (Ecuador) entre otras que se han visto alrededor del mundo, aunque impulsadas por motivaciones en apariencia disímiles tienen el común denominador de la creciente necesidad de la gente de tomar sus propias, diarias decisiones.
Las une el hartazgo de tener que depender de intermediarios políticos, instituciones impuestas y hasta constituciones que frenan, impiden, complican, sobre-regulan, tergiversan y frustran el logro de sus miles, millones… trillones de deseos individuales superpuestos. Propósitos lícitos y diversos; cambiantes e imbricados; originales; incluso vanguardistas. Casi nunca antisociales de por sí.
La gente ve encorsetadas su libertad de acción y sus sueños cooperativos por estructuras costosas, opacas y arcaicas, fácilmente presionables. ¡Comprables! Por imposiciones jerárquicas y edictos innecesarios; forzosos, invasivos de su privacidad y hasta ofensivos de su dignidad.

La arisca libertad tecnologizada del tercer milenio por un lado y el “paquete cerrado” sometedor y clientelar de la vieja democracia delegativa de masas por el otro chocan como trenes de frente dentro de los cerebros de la gente común, dolorosamente minados de paradigmas estatistas.
Es el entero sistema democrático (en los hechos, dictadura de mayoría), mortalmente detonado por el pobrismo en su protocolo retaceador de derechos individuales, justicia proba, respetos a la propiedad y contrapesos republicanos el que, tras la colisión, arde frente a nuestros ojos.

Disrupción mental cuya expresión local es la grieta moral que hoy nos divide por mitades, entre decentes e indecentes. Entre los que en Octubre tuvieron a bien rematar en el piso del baño al fiscal A. Nisman avalando con el arma de su voto a sus ultracorruptos mandantes… y el resto.
Disrupción que es parte de una nueva historia. Una de rupturas profundas donde, en acuerdo con el último diagnóstico del programa de las Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD), la “desigualdad” genérica que motoriza levantamientos civiles en distintas partes del mundo debe traducirse en una disconformidad de nuevo cuño, no ya tan marcada por el nivel de ingresos sino por la falta de equidad en las posibilidades de acceso al bienestar, por las limitaciones de una educación pública incapaz de preparar a los menos afortunados para un futuro laboral globalizado y por un devenir ambiental amenazante, que demostró la impotencia de reglamentarismos abstrusos y deliberaciones sin fin por parte de las pesadas burocracias estatales, mayormente percibidas como superpobladas de parásitos costosos, soberbios e ignorantes.

Problemas todos tan ciertos como solucionables por la vía superadora del gradual acercamiento de nuestra abotagada intelligentsia… a un contexto libertario; como el que venimos sembrando desde hace años a través de estas notas de campo, divulgación general de otras tantas ideas anticipatorias.
Encuadre que propone orientarnos hacia un sistema capitalista que replique aquí, para empezar, las políticas de baja imposición y consecuentes altos ingresos promedio por ciudadano logrados por países como Irlanda o Singapur, con recursos naturales enormemente menores a los argentinos.
Al menos mientras esperamos que las decisiones libres, diarias, responsabilizadas y soberanas de la gente común empoderada por las tecnologías de redes -el “mercado”- sean las que rijan nuestra vida en sociedad y nos lancen hacia una abundancia meritocrática, esa sí, de nivel superlativo.

Un encuadre diametralmente opuesto a la orientación de este enésimo gobierno populista que al cabo y despejada ya la hojarasca inicial, no atina más que a proponernos una nueva vuelta de tuerca de… más de lo mismo (de lo que nos hundió, por supuesto): más gasto público y más impuestos.
Lápida de plomo que recaerá no sólo sobre el campo y los jubilados sino sobre el pleno de esa clase media urbana y juventud filo-estatista que, con su voto, ayudó esta vez a encumbrar a los Fernández.

Porque señores, señoras: como bien anticipó el gran Ludwig von Mises “lo peor que le puede pasar a un socialista es que su país sea gobernado por socialistas que no son sus amigos”.










Verdad, dura Verdad


Enero 2020

Otra vez. La matriz barbárica del pobrismo peronista y su Estado policial otra vez encumbrada en el poder, asegurando la continuidad de nuestra decadencia por otros 4 años. Estado policial que es la única forma de sostener un modelo social-fascista tan injusto y violentador como carente de futuro. O como bien consignó alguien hace un par de meses, otra vez la descarnada realidad de los peores crápulas empinados a un poder longevo y bestial.
Porque verdad como pocas es que los peronistas han fatigado la infamia a lo largo de las últimas 7 décadas. Un ex gobernador y senador violador, además de corrupto, es sólo un ejemplo entre mil de similar catadura entre los dirigentes de ese espacio político mas… ¿quién votó a la bestia? ¿quién apoyó en el cuarto oscuro a el/la que mató al fiscal Nisman? Sin duda otro “conciudadano” de entre los 12.473.000 que optaron por el kirchnerismo en Octubre, escupiendo en la urna las tenebrosas carcajadas de un idiotismo criminal.
Es la confirmación del viejo síndrome argento de la mujer golpeada, que volvió bajo la forma de millones y que una y otra vez consiente y hasta disfruta del cínico, violento Sodoma de su propia degradación.

“Cada vez que te encuentres del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y de reflexionar”, dijo un ya sabio Mark Twain. Cosa invariablemente cierta en política; en la democracia delegativa de masas o partidista actual que, muy lejos de su ideal ateniense y de acuerdo con la respetada filósofa Diana Cohen Agrest, siempre desemboca en una aporía o contradicción irresoluble consistente en que el representado, llevado por las promesas, vota equivocado porque el representante, en cuanto asume el poder, deja de representarlo para representarse a sí mismo.
Cada día más alejados de aquel ideal democrático del ágora y la asamblea real de los ciudadanos ilustrados, devenimos en una versión moderna de los esclavos o siervos de la gleba medievales a quienes se les quitaba cada año el 50 % de su producto, cifra curiosamente coincidente con la de la brutal confiscación impositiva que cae como yugo de quebracho sobre la cerviz nacional, frenándonos.
Se trató antes y se trata hoy del sometimiento servil a los integrantes de gobiernos corruptos e incompetentes que, con honrosas y breves excepciones, nos hundieron en la pobreza enriqueciéndose. Como está a la vista.

Cada vez con mayor frecuencia la política y los políticos no sólo contribuyen al problema: son el problema.
Como lo demuestran de manera palmaria las recientes declaraciones del senador ultrakirchnerista Carlos Caserio para quien la clase política no es la que debe hacer el esfuerzo que nuevamente se impone, como sí debe hacerlo la gente “normal”, sino que está para otra cosa: para dictarle a esa gente cómo hacerlo.
En un contexto donde cada legislador cuesta a los argentinos 10 (diez) veces más -en euros- de lo que cuesta a cada español mantener uno y donde acaban de legislarse impuestazos que agravan la ya confiscatoria presión tributaria, estas palabras suenan a cachetazo contra quienes trabajan, producen y pagan; a descarada imposición de amo a esclavos; de cafisho a meretrices; a burla insoportable y al más crudo desafío al espíritu constitucional.
Suenan a justa rebelión fiscal y penal de mansos saqueados e insultados contra parásitos soberbios y saqueadores, que retrotrae rápidamente a la Bastilla, al filo de las guillotinas, a la indignación o al “…o juremos con gloria morir”.

Este es el resultado de permitir de hecho y lo que es mucho peor conceptualmente que otro, usualmente más ignorante y resentido, decida cómo he de vivir. Que un tercero, muy posiblemente responsable de su mala situación por décadas de mal-voto propio o de sus padres, decida qué ruinosas reglas debo forzadamente acatar… para seguir hundiéndome con él.
Es el resultado de ser mentalmente esclavos. Siervos de la gleba en el siglo XXI que con igual mirada bovina y cerebro colonizado que sus pares del medioevo se resignan a su suerte y nada hacen por mejorarla, siquiera sea pensando en sus hijos y nietos.
Ya no son los reyes absolutistas, la nobleza feudal ni el terror religioso los que dominan, claro; las oligarquías vampiras que lucran a costa del inmenso resto son hoy la corporación política, la sindical y la de los empresarios prebendarios; las tres en aceitada omertá y coordinación.

Las mentes esclavas son el mal de nuestro tiempo y el veneno socialista del pobrismo clientelar, la droga que las mantiene dopadas en cautiverio.

Atruenan las palabas de Mark Twain, más obvias aún en sociedades como la nuestra con tan alta proporción de incultura y falta de ética, legado (junto con la proliferación de villas miseria) de más de 7 décadas de predominio básico del manual justicialista.

La fracción relativamente sana de nuestro pueblo, las 12.898.000 personas que en Octubre votaron divididas por Macri, Lavagna, Espert o Gómez Centurión, deberían abrir sus mentes con la misma valentía que tuvieron nuestros padres fundadores en 1810. Y como ellos, contra toda probabilidad, abrazar hoy las ideas humanistas de la cooperación libertaria. De la economía participativa y de la función social empresaria liberada de trabas y tributos en tanto cauces efectivos de un capitalismo de vanguardia.

Ser revolucionarios en serio, barriendo a corruptos, inútiles, vagos ideologizados y demás parásitos sociales con la implementación gradual pero firme de instituciones eficaces en todo sentido, de bajos costos reales ajustados a la competencia. Lo que implica abrir  mentes y  legislación a la privatización gradual -inicialmente parcial- de costosísimas “vacas sagradas” como la justicia (generalizando los mecanismos de mediación) o la educación pública (con vouchers co-aplicables a la educación privada en simultáneo con la descentralización académico-económica de todas las escuelas estatales posibles, con participación de sus directivos y docentes) entre otras como seguridad, previsión o salud.

Una revolución de verdad, que implique que las partidas presupuestarias que se vayan ahorrando se apliquen directamente a la rebaja de impuestos para así poner “ plata en el bolsillo” de los argentinos. Sólo que esta vez, dinero genuino; billetes que podrían usar para empezar a elegir y pagar (a diferencia de lo actual) sólo por lo que usan; servicios de mejor nivel en todas las áreas de sus vidas.
Generando, además, nuevo empleo bien pago para los trabajadores que vayan abandonando el ámbito estatal.