Solidaridad

Octubre 2004

Lo que hasta hace una generación llamábamos caridad, hoy tiene un nuevo nombre : solidaridad.
El actual gobierno en especial, ha puesto el énfasis en esta virtud tratando - con esfuerzos dignos de la mejor causa – de minimizar en todos los frentes los pavorosos efectos del empobrecimiento causados por la misma ciudadanía tras muchas décadas de mal-votar.

Así, enormes retenciones a las exportaciones y otros impuestos confluyen en un fondo “solidario” administrado por funcionarios llevando a efecto una política de redistribución donde se quita a unos para subsidiar a otros.
Sin embargo hay un camino mejor para portarse solidariamente : permitir el surgimiento de una sociedad libre y próspera donde todos tengan acceso al bienestar y nadie necesite.
Ciertamente existen países donde se ha desterrado la pobreza y no hay indigentes. Y ¡oh casualidad! son los países donde más se respetan la libertad y la propiedad. Pocos compatriotas objetarían el ideal de que la Argentina sea un país como esos.

La solidaridad es un acto voluntario de convivencia civilizada donde ayudamos a otros fraternalmente para enfrentar juntos nuestro destino de sociedad en evolución.
Una sociedad con riqueza y abundancia nos permitiría ser más solidarios porque quien tiene más, puede ayudar más con sus recursos.
Los argentinos honestos somos naturalmente solidarios como quedó demostrado una y otra vez con la respuesta a llamados a la generosidad de nuestra población en muchas ocasiones de desastre.
Si a pesar de las estrecheces y miserias de nuestra decadencia, pudimos mostrar solidaridad para con los necesitados, ¡qué gran respuesta podríamos esperar de una Argentina libre y próspera!
Y cuando los necesitados ya no necesiten, haremos como otras naciones benefactoras que proyectan su naturaleza solidaria en poblaciones menos afortunadas (o más bien peor gobernadas).

Las consecuencias económicas de quitar a unos para dar a otros son ineludibles tanto como las leyes de la física y sería ofender la inteligencia de los lectores explayarme en este punto redundando en tal materia.
Sin embargo, la conexión directa entre la falta de inversiones productivas que generen mano de obra bien paga y la desocupación generadora de indigencia que motiva los impuestos gubernamentales referidos es de una evidencia palmaria.

Si hemos de dar crédito a las encuestas de opinión que reflejan una mayoritaria aprobación a la acción del gobierno, concluiremos que esa misma mayoría relativa que rige nuestro destino apoya la política de redistribución forzada.
Puede suponerse empero con alguna dosis de optimismo, que tal apoyo a estas prácticas arcaicas y de freno al crecimiento solo son justificadas por el más corto período posible y en vista del descalabro social que los mismos opinantes provocaron con sus votos, guste o no.
Si esto es así, la actitud más inteligente de la autoridad sería explicitar con firmeza y claridad su posición pro inversora y anti redistributiva poniendo fechas ciertas a un gradual enroque de prioridades. Se daría así una señal positiva a inversores propios y extraños y se recolocaría a la república en la senda más conveniente para los excluidos.

La solidaridad bien entendida podría en este caso tener la virtud de hacernos pensar desde nuestra circunstancia y en la medida de nuestras posibilidades en cómo contribuir a mejorar el deficiente sistema democrático que nos ordena. Cómo comunicar a otros nuestra mejor comprensión. Cómo pensar con más lucidez nuestro próximo voto y cómo preparar, en suma, un mejor lugar donde vivir para nuestros hijos y nuestros nietos.

Pobreza y Marginalidad

Octubre 2004

El actual panorama social de la Argentina, con millones de personas excluidas de los beneficios y comodidades que son moneda corriente en otros países, es ciertamente preocupante. Con una impresionante pauperización de la otrora poderosa clase media, con enormes cantidades de familias en el límite de la indigencia con todos los índices falseados y una fuerte regresión en la distribución de un disminuido ingreso nacional, orientado hacia la concentración de la riqueza en manos corruptas.

Asusta ver la pendiente recorrida por nuestra sociedad durante los últimos 80 años desde la revolución de 1930, cuando rompiendo la normalidad cortamos el anterior ciclo de ocho décadas de progreso iniciado por la Constitución de 1853.
Con un país marginal, alejado e ignoto. Semidesértico y casi deshabitado. Con la mayor parte de su territorio inculto y en poder de indígenas hostiles, sin industrias, agricultura ni exportaciones dignas de mención. A inconmensurable distancia tecnológica de la civilización europea, cenit de la modernidad y la cultura. Pero con una dirigencia lúcida que a través de aquella norma encaminó esta nación sin perspectivas por el camino de la innovación a través de una gran libertad de empresa. Llevándola así a convertirse en meca de inmigrantes emprendedores y potencia económica de primer orden a nivel mundial, ubicándola hacia principios del siglo XX entre los 10 mejores países del globo.

Asusta esta pendiente hacia el subdesarrollo que, es tiempo de decirlo claramente, tiene responsables. Responsables de la pobreza y la marginalidad de millones de compatriotas reducidos a la indigna dependencia parásita de subsidios, “planes” y dádivas con dinero ajeno, restado a la producción.
Autores de un verdadero atentado de cretinos que a lo largo de décadas mantuvo a la Argentina al margen del avance que experimentaron países que estaban muy por debajo nuestro.
Un auténtico crimen de lesa humanidad por desnutrición, des-educación, exclusión social, desinformación y desesperanza que tiene responsables ante Dios y ante la Historia.

Responsables de haber hundido una nación destinada a proveer y marcar el paso al mundo, junto a otras pocas tocadas por la varita de la inteligencia y la oportunidad.
Responsables que debieran cargar tanto post mortem como en lo actual el costo moral y cívico de la aberrante humillación de una Argentina de rodillas ante los extranjeros en casos como Malvinas, el hiperendeudamiento, la africanización de los cordones de miseria y el descrédito internacional de todo orden que padecemos.

La pobreza y la marginalidad que hoy saltan a la vista son el resultado matemático, preciso, inapelable, brutal de millones de argentinos y argentinas eligiendo a los estafadores y cachafaces que nos gobernaron. Incompetentes y mafiosos que siguen gobernando a todos, aún a los que nunca pudieron festejar una victoria electoral porque así son las reglas torcidas del sistema que aquí entendemos por democracia. Incluso los pésimos gobiernos militares, que con previsible falta de capacidad continuaron con la saga estatista contraria al espíritu de nuestros Padres Fundadores. También ellos son resultado directo de este mal-votar de abuelos, padres e hijos durante décadas.

Si. Hay responsables, señoras y señores. Nadie tiene derecho a hacerse el distraído, el engañado en su buena fe, el tonto o la tonta que solo votaron porque era obligatorio hacerlo pero que “no entendían nada de política” y siguieron al rebaño rumbo al precipicio. No. En nuestro interior sabemos con meridiana claridad qué sucios impulsos guiaron nuestros votos. Impulsos resentidos, mezquinos e interesados en refundar una republiquita “de cabotaje” donde nadie pudiera sobresalir, desde luego, porque estúpidos verdaderos hay pocos.

Hemos labrado nuestro destino con cada elección y estamos cosechando lo que sembramos: pobreza y marginalidad.

Combatiendo La Pobreza

Octubre 2004

Resulta notable, incluso estimulante observar los resultados de encuestas realizadas por organismos dependientes de las Naciones Unidas, que ponen de manifiesto el descreimiento de las sociedades latinoamericanas con respecto al sistema democrático.
Sondeos de opinión realizados en fechas recientes dan cuenta de que la mitad de los ciudadanos estaría dispuesto a resignar la democracia como forma de gobierno siempre y cuando el sistema que la reemplace les asegure un mejor nivel de vida.

Lo estimulante de esta comprobación es reconocer en el sentido común de la gente la capacidad de ordenar las prioridades en su justa medida : primero el individuo y después el sistema. El individuo y no el sistema es el fin. El sistema es solo un medio para lograr en el menor plazo posible y en forma sustentable el bienestar de los individuos. El hecho de no endiosar ese sistema de gobierno y de juzgar sus bondades ateniéndose a resultados reales habla de cierta notable independencia de criterio y madurez de perspectiva, más allá de las lagunas, errores y discrepancias que generaría la subsiguiente compulsa de opiniones acerca de qué sistema se propondría como reemplazo.

Lo cierto es que la pobreza cansa. Nuestra sociedad quiere resultados, y los quiere rápido. Durante su vida, o al menos la de sus hijos.
Vislumbra que es posible tener una vida mejor, de mayor confort y seguridad, con una mejor relación esfuerzo-resultado. Al fin y al cabo, otros países lo consiguen más plenamente que nosotros.
Desde 1983 vivimos en el sistema de la democracia y sin embargo la percepción general es que pocas cosas han mejorado. Más bien se percibe que la situación es peor que antes. Tienen razón para descreer de este sistema.

Con seguridad, la democracia no es el fin del camino en la evolución de la civilización humana. Con todos sus costados negativos y legítimamente cuestionables – como quienes la ven como la tiranía de una mayoría – la democracia es hoy por hoy el menos malo de los sistemas probados en gran escala. Desde la época de las cavernas hasta aquí, las más variadas formas de opresión y tiranía han controlado de una u otra manera a los individuos reunidos en sociedades. El sistema por el cual una mayoría relativa elige a quienes decidirán por todos, se presenta a esta altura de nuestra evolución como bastante aceptable. Y evidentemente, debemos cuidarnos de no retroceder !
En el futuro, la razón y la experiencia nos llevarán a la comprensión de que la libertad es el camino, la cooperación no violenta el sistema y el ser humano individual con su bienestar el fin. Existen ciertamente avanzados sistemas teóricos que ponen toda la inercia social en estos parámetros básicos, liberando al máximo la sinergia creativa al depositar en la gente la responsabilidad del autogobierno.
Por fortuna, vivimos en un grado de civilización suficiente como para expresar libremente ideas que choquen con la corriente general de pensamiento, sin temor a la censura, la inquisición o la intolerancia violenta. O al menos así queremos creerlo. La libertad intelectual que ponen en evidencia las encuestas mencionadas, es incipiente fruto de lo anterior. Así como los antiguos pensadores griegos se cuestionaron todo antes de arribar al puerto democrático, es lícito seguir cuestionándonos todo dado que hemos aprendido que el disenso razonado es enriquecedor.

Ese futuro donde el gobierno no sea necesario es aún una utopía pero no olvidemos que la democracia también fue utopía en su momento.
Si las encuestas de marras nos sirven de disparador para pensar en las maneras de orientar nuestro sistema democrático en la tendencia de menos violencia, menos Estado y en consecuencia más bienestar individual, habrán sido útiles.