Julio 2025
Nuestro
presidente se parece a uno de esos científicos desprolijos, excéntricos y
geniales en lo suyo (por caso, la economía) pero distraídos o directamente
fastidiados para con el resto (por caso, la política).
A
esta altura de su mandato, toda persona intelectualmente honesta de seguro percibe
en él, aparte de esta imagen de comic, a un hombre de verba violenta al tiempo que
honrado y cálido. A un ser intenso; obsesionado en reponer a nuestra Argentina en
el rango de potencia económica restaurando su orgullo lo más pronto posible,
caiga quien caiga (incluso y sin dudarlo, él mismo).
Análisis políticos serios nos aseguran que a la fecha conserva el apoyo de sus incondicionales (30 % del electorado, con predominio de varones y jóvenes sub 40) así como el de sus simpatizantes con reservas (25 %, con predominio de mujeres y mayores de 50 años). Sumados, conforman el 55 % del padrón nacional que se inclina por un marco institucional de tipo “paternal”; de orden en calles y Estado, responsabilidad individual, mérito, productividad y bajos impuestos con amplias libertades personales, económicas y cívicas.
Al proyecto Milei se opone un 35 % de argentinos que apoyan al kirchnerismo o a distintas variantes peronistas, más un 10 % que responde a otros partidos de izquierda. Sumados, conforman el 45 % que se inclina por un marco social de tipo “maternal”; de contención tribal, regulaciones socialistas y asistencia estatal generalizada aún a costa de emisión inflacionaria, mayor carga de impuestos anti productivos, más deuda y alineamiento con dictaduras violadoras de derechos humanos.
Es
muy poco probable que esta grieta cultural, de dos modelos antagónicos de sociedad,
cambie. Sólo podría hacerlo a través de un recambio generacional y educativo que
se percibe como muy lento o bien… inviable.
Complejizando este panorama, tenemos el hecho empírico de que los argentinos somos mayoritariamente incoherentes desde el momento en que los mismos “liberales” exigen equilibrio fiscal bajando impuestos, con fuerte contención social, sin despidos ni aumento de tarifas, con veloz inclusión económica formal en conurbanos y villas, sin subir la edad jubilatoria ni tocar sus regímenes especiales ni los millones de retiros vitalicios de quienes no aportaron.
Parte
del 25 % de simpatizantes con reservas de La Libertad Avanza (mayormente ex
Pro) podría re-virar hacia el estatismo si estos postulados no se cumplen, haciendo
caer el ciclo “de derecha” en las presidenciales del ´27.
Más difícil aún. Los libertarios tienen como norte declarado de largo plazo reformas más profundas que las hoy esbozadas previsional, laboral e impositiva. Cambios de otra generación; mucho más audaces y superadores del sistema estadocéntrico (violento por extorsivo, primitivo por monopólico) no dando por cierto siquiera que nuestra actual democracia delegativa de masas sea el Fin de la Historia; el puerto final de la evolución humana en cuanto a modos de organización comunitaria.
Reformas
pensadas para virar gradualmente, a lo largo de décadas, hacia un modelo
privatista contractual voluntario que desate nuestras energías creativas y
nuestro ánimo solidario impulsando el bienestar general con nuevas soluciones y
multiplicidad de opciones personalizadas para nuevas problemáticas (eso nunca
desaparecerá), a un nivel y en una escala de libertades individuales sin
precedentes.
Una
ideología de base, la libertaria, que se ve facilitada (casi empujada) por los
avances tecnológicos en sinergia con las tendencias en curso a la incorrección
política y al inconformismo institucional.
Por
poner un ejemplo: durante siglos la élite ilustrada de la humanidad luchó por
separar a la Iglesia del Estado. En la actual instancia del proceso evolutivo,
luchamos por separar a la Economía del Estado. Puede que estemos en los albores
de otra revolución conexa cual es la de separar a la Justicia del Estado; algo
perfectamente posible, avances informáticos de por medio. Nuestra situación en
tal sentido (justicia monopólica estatal fallida) más que lo amerita.
Lo pedestre, en todo caso, es que la gente necesita que los gobiernos que surgen de una elección les solucionen sus problemas. Y en la medida que eso no ocurre, la legitimidad de democracias, repúblicas y constituciones se va perdiendo; un implacable goteo que se constata a diario, aunque muchos no quieran verlo.
En
lo básico, hay que buscar, aceptar y asumir un modelo marco de ciudadanía que
además de cierto orden, permita y facilite la movilidad social. Que ayude
a proyectar planes de vida y que agilice al máximo para cada
ciudadano, sin timideces ni estúpidas envidias, la posibilidad real de
construírselo; en estudio, trabajo, salud, vivienda, entorno, seguridad, finanzas,
previsión y ocio.
Hoy, en nuestra sociedad tan fuertemente estratificada bajo un Estado omnipresente, es difícil dejar de ser pobre.
Y
también, claro, dejar de ser rico.