Pobreza y Marginalidad

Octubre 2004

El actual panorama social de la Argentina, con millones de personas excluidas de los beneficios y comodidades que son moneda corriente en otros países, es ciertamente preocupante. Con una impresionante pauperización de la otrora poderosa clase media, con enormes cantidades de familias en el límite de la indigencia con todos los índices falseados y una fuerte regresión en la distribución de un disminuido ingreso nacional, orientado hacia la concentración de la riqueza en manos corruptas.

Asusta ver la pendiente recorrida por nuestra sociedad durante los últimos 80 años desde la revolución de 1930, cuando rompiendo la normalidad cortamos el anterior ciclo de ocho décadas de progreso iniciado por la Constitución de 1853.
Con un país marginal, alejado e ignoto. Semidesértico y casi deshabitado. Con la mayor parte de su territorio inculto y en poder de indígenas hostiles, sin industrias, agricultura ni exportaciones dignas de mención. A inconmensurable distancia tecnológica de la civilización europea, cenit de la modernidad y la cultura. Pero con una dirigencia lúcida que a través de aquella norma encaminó esta nación sin perspectivas por el camino de la innovación a través de una gran libertad de empresa. Llevándola así a convertirse en meca de inmigrantes emprendedores y potencia económica de primer orden a nivel mundial, ubicándola hacia principios del siglo XX entre los 10 mejores países del globo.

Asusta esta pendiente hacia el subdesarrollo que, es tiempo de decirlo claramente, tiene responsables. Responsables de la pobreza y la marginalidad de millones de compatriotas reducidos a la indigna dependencia parásita de subsidios, “planes” y dádivas con dinero ajeno, restado a la producción.
Autores de un verdadero atentado de cretinos que a lo largo de décadas mantuvo a la Argentina al margen del avance que experimentaron países que estaban muy por debajo nuestro.
Un auténtico crimen de lesa humanidad por desnutrición, des-educación, exclusión social, desinformación y desesperanza que tiene responsables ante Dios y ante la Historia.

Responsables de haber hundido una nación destinada a proveer y marcar el paso al mundo, junto a otras pocas tocadas por la varita de la inteligencia y la oportunidad.
Responsables que debieran cargar tanto post mortem como en lo actual el costo moral y cívico de la aberrante humillación de una Argentina de rodillas ante los extranjeros en casos como Malvinas, el hiperendeudamiento, la africanización de los cordones de miseria y el descrédito internacional de todo orden que padecemos.

La pobreza y la marginalidad que hoy saltan a la vista son el resultado matemático, preciso, inapelable, brutal de millones de argentinos y argentinas eligiendo a los estafadores y cachafaces que nos gobernaron. Incompetentes y mafiosos que siguen gobernando a todos, aún a los que nunca pudieron festejar una victoria electoral porque así son las reglas torcidas del sistema que aquí entendemos por democracia. Incluso los pésimos gobiernos militares, que con previsible falta de capacidad continuaron con la saga estatista contraria al espíritu de nuestros Padres Fundadores. También ellos son resultado directo de este mal-votar de abuelos, padres e hijos durante décadas.

Si. Hay responsables, señoras y señores. Nadie tiene derecho a hacerse el distraído, el engañado en su buena fe, el tonto o la tonta que solo votaron porque era obligatorio hacerlo pero que “no entendían nada de política” y siguieron al rebaño rumbo al precipicio. No. En nuestro interior sabemos con meridiana claridad qué sucios impulsos guiaron nuestros votos. Impulsos resentidos, mezquinos e interesados en refundar una republiquita “de cabotaje” donde nadie pudiera sobresalir, desde luego, porque estúpidos verdaderos hay pocos.

Hemos labrado nuestro destino con cada elección y estamos cosechando lo que sembramos: pobreza y marginalidad.

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