Malentendidos

Diciembre 2006

El gobierno y el sector agropecuario no se entienden muy bien.
El campo en general y en particular cada uno de los integrantes del complejo agroindustrial argentino piensan que el sistema democrático no autoriza por simple peso numérico la adopción de medidas por parte del Estado que sean violatorias de la libertad de comercio y de la igualdad ante la ley.
Estas violaciones al pacto constitucional pueden verse, por ejemplo, en las prohibiciones de exportar, los impuestos discriminatorios contra la actividad o la intervención sobre mercados transparentes, legales y libres entre otros muchos tópicos.
Creen con el apoyo de toda la evidencia mundialmente disponible, que su sector puede ser la locomotora económica que arrastre a otros sectores nacionales con ventajas comparativas al círculo virtuoso de la explosión de inversiones y del crecimiento multiplicador de empleos y salarios.
El actual gobierno peronista reitera en cambio los vicios del pasado basando el actual crecimiento en un sistema de clave socialista.
Sistemas como este, totalitarios, coercitivos, dirigistas y de fuerte tendencia represora ya fueron probados sobre nuestra sociedad consiguiendo siempre algunos años de ficticia bonanza que inevitablemente terminaron en crisis, culpas cruzadas y airadas decepciones, con la Argentina algunos escalones por debajo de donde se encontraba.
Es nuestra historia desde –al menos- 1916 hasta el presente y de nuestra caída desde el Primer Mundo hasta una pobreza y un descrédito indigno y vergonzante.
El malentendido consiste entonces en lo siguiente : el campo pide pista para un despegue que por propia naturaleza involucraría a los pueblos del interior, las economías regionales y las regiones de mayor importancia geoestratégica. La aparición de grandes mercados emergentes y el impresionante aumento de la demanda mundial de alimentos y biocombustibles abren oportunidades únicas para lo que producimos con mayor eficiencia.

Para no seguir perdiendo el tren de la Historia, solicitan empezar a frenar la descomunal sangría de decenas de miles de millones de dólares que durante las últimas siete décadas el Estado quitó por la fuerza al sector (mediante retenciones, cambios diferenciales, impuestos especiales y otros artilugios intervencionistas) para transferirlos al propio Estado y para “ayudar” con subsidios y precios falsos a otros sectores de la economía nacional.
El resultado de tal sacrificio fue haber frenado el crecimiento del complejo agroindustrial y haber perdido competitividad global como país, empujándonos a la indigencia, la marginalidad y falta de oportunidades para la mayoría. La “ayuda” resultó en un verdadero salvavidas de plomo que contribuyó con fuerza a ahogar el derecho popular a vivir en un país desarrollado.

Los políticos, en cambio, piensan que el agro debe seguir siendo básicamente “caja”.
La producción, el crecimiento de la agroindustria, las oportunidades de precios y el lanzamiento de esta locomotora detenida pueden esperar.
Es más importante seguir transfiriendo fondos al Estado para que este pueda seguir sosteniendo al sistema.
Sistema que consiste en un intrincado festival de subsidios cruzados, clientelismo oficialista, precios máximos y prohibiciones con el único objetivo de mantener bajo control un número llamado Indice de Precios al Consumidor (IPC), que vigila los valores de venta de algunos (pocos) artículos y servicios básicos elegidos. Esto, piensan no sin razón, les asegura otro período en el poder.
Mientras tanto miles de otros bienes escapan a esta codificación burocrática confirmando la sensación más perspicaz de que el IPC no refleja la realidad.

Mantener controlado este número por el camino fiscal elegido implica que el gobierno recorta ganancias a buena parte de la sociedad, distorsiona el cálculo económico racional y genera grandes oportunidades de negocios en sectores de menor eficiencia relativa. Ejemplos de esto último pueden verse en el boom de los sectores inmobiliario y automotor, que benefician a las clases media y alta.
Se disminuyen así la competitividad exportadora del país en plena globalización y el desembarco de capitales a gran escala en las áreas en las que Argentina descollaría a nivel mundial (granos, carnes, aceites, maderas, textiles, alimentos procesados, biotecnología, hortalizas, frutas, marroquinería, acuicultura y muchas otras).
Porque, no nos engañemos. El mundo se especializa, se individualiza y crece en eficiencia y productividad a paso veloz.
La creatividad y sus coequiper, la libertad económica y la seguridad jurídica son las llaves de un futuro que ya está encima nuestro, que nos atropella sin contemplaciones amenazando mandarnos a la cuneta en forma definitiva.
Malentendidos como el que vemos entre el agro y el poder, desnudan nuestra verdadera pequeñez mental. Nuestra visión provinciana del planeta. Nuestra falta de coraje cívico.
Seguir apoyando ideologías perimidas y arcaicas en las urnas solamente nos traerá aquello que procuramos evitar.

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