Palabra mal usada en Argentina
si la hay, quienes se consideran progresistas
hoy dando primacía al Estado “redistribuidor”, son en realidad idiotas útiles a
la vigencia de los sistemas más retrógrados y de mayor descomposición ética del
mundo.
Una categoría de preferencias
inducidas a base de desinformación que, con leves variantes de grado y forma,
captura ya a más de 8 de cada 10 electores en nuestro país.
Demás está decir que la
conveniencia económica que esta clase de sistemas brinda a la asociación de élites políticas, sindicales y
empresarias involucradas en la tarea desinformativa es de tal magnitud que
explica, por si sola, tanto el aceitado funcionamiento del ilícito como la
enorme cantidad de colaboracionistas desinformados que lo hacen posible.
Un verdadero (y mucho más valiente)
progresismo implicaría exteriorizar las opiniones y votos tendientes al más
rápido y sustentable progreso social y económico posible para el conjunto. Y en especial al progreso de los millones de
empobrecidos clientes crónicos del populismo. Facilitándoles y multiplicando
sus chances individuales de mejora y elevando su autoestima a través del satisfactorio
(y familiarmente edificante) camino del propio esfuerzo. Objetivo que se cumpliría
en poco tiempo si decidiéramos liberar
la potencia creadora de nuestro pueblo, hoy casi por completo maniatada.
Vemos en estos días cómo la
acción -propia de país delincuente- de echar a empujones y robar a los europeos
de Repsol YPF, que a su vez califica y define una vez más a nuestro gobierno (y
a la oposición que lo apoya) se perpetra, justamente, bajo la pantalla de una
de esas formas de maniatado: el nacionalismo.
Desde luego, no es necesario
ningún “curro” petrolero comunal para garantizar nuestro progreso. La primera
potencia del mundo, Estados Unidos, no tuvo ni tiene petrolera nacional ni
propiedad estatal del subsuelo. El petróleo o el oro son allí de los
particulares que lo encuentran. Cosa que no obstó para que nos sacaran
doscientos cuerpos de ventaja en el tema energético… y en casi todos los demás,
claro, aunque eso sí, en cuestión de modelos apto-cretinos los argentinos seamos campeones.
Lo de Repsol YPF es solamente
una etapa más en el raid del mismo ladrón despilfarrador, que viene de atracar
a los asalariados mediante enormes impuestos al trabajo, al agro con las
retenciones, a las AFJP con la captura del patrimonio de sus afiliados, a la
Anses y al Banco Central, desfalcados para abastecer el barril sin fondo de su
“caja política clientelar”.
Como de costumbre, la
asociación de las élites antes mencionadas se quedará aquí con todo lo que sea
“negocio”, mientras que el costo de esta nueva sinvergüenzada será repartido
con cargo al actual y futuro haber de los jubilados y al presente inflacionario,
impositivo y de deuda de toda la
población.
Mediando el siglo pasado, una
persona a la que resulta difícil calificar de idiota como es el caso de Albert
Einstein, definió con tristeza al nacionalismo como “el sarampión de la
humanidad” ciertamente, una enfermedad infantil. Una rémora destinada a ser
superada en el curso de nuestra evolución como especie.
Una evolución que nos coloca hoy
en el centro histórico de un cambio que importa la destribalización de multitudes estúpidamente masificadas por lazos
clasistas, ideológicos, raciales o nacionales para pasar a la resocialización de cada persona en
función de sus lazos de asociación cooperativa.
Hablar de civilización hoy es
hablar de poner proa hacia la cooperación voluntaria
y la empatía global, dejando gradualmente atrás la orilla -sucia y atrasada- de
los enfrentamientos políticos basados en la envidia, en la violencia amenazante
del “somos más”, en la corrupción clientelar y en el robo legalizado.
Estructuras sociales cada vez
más complejas, coinciden hoy con una generación que ha crecido con Internet y
que está habituada a interactuar en redes sociales abiertas, cada día más
expansivas y densas. Redes en las que se comparte información en lugar de
acumularla, introduciendo nuevas fórmulas de riqueza dentro de un capitalismo
inteligente, que fertilizará la innovación empresaria con beneficios populares cada
vez más extendidos en la exacta medida
en que retroceda la imposición de peso muerto estatal sobre la reinversión (y
el consecuente crecimiento).
Un proceso que implica
diferenciación, diversidad creativa, poder de autogestión asociativa y otras situaciones
de similar tenor que apartan al individuo del sentimiento tribal que tanto daño
frenante nos ha causado, acercándolo a un “yo” más y más personal. Única
plataforma civilizada desde donde podremos decidir sin coacción y con la mayor
eficiencia de recursos, las mejores formas de
coordinación en orden a la solidaridad, el ocio, los negocios, las
reales necesidades institucionales, de servicios o ambientales. Única forma
efectiva, asimismo, de caminar desde la cleptocracia hacia la meritocracia.
La sociología de vanguardia
(no la polvorienta sociología argentina de izquierdas) considera a esta
transición en proceso como quizá la más radical e importante de la historia. Un
camino a través de grandes cambios tecnológicos que nos conduce hacia una
civilización planetaria -que los físicos llaman de tipo I- donde la
convergencia de las revoluciones en los campos de la energía y de las comunicaciones
se sinergiza, modificando sin retorno la percepción temporal y espacial del ser
humano.
Antes de fin de siglo y a
medida que estos motores del progreso económico se extiendan, veremos a los
Estados debilitarse en poder, utilidad e influencia, perdiendo también sentido la
atrasada rigidez discriminante de sus fronteras nacionales.
Por eso, aferrarse en este
siglo XXI al nacionalismo, equivale a haberse aferrado al coche de caballos a
principios del siglo XX.
¿Tendrán nuestros referentes
sociales el nivel suficiente como para darse cuenta de lo que la Argentina se
juega esta vez? ¿De que las sociedades avanzan, se enriquecen y evolucionan a pesar de los Estados y no gracias a
ellos? ¿O sólo seguirán preparando en colegios privados a sus hijos para que
puedan irse del país? ¿Existe aquí en
definitiva un progresismo, no nacionalista sino simplemente… inteligente?
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