Junio 2012
Si es cierto que desde que el
hombre pudo pensar, tuvo miedo de conocer, en el origen de la autoagresión
electiva de nuestras mayorías, tanto peso como la indigencia intelectual tiene
entonces ese deseo tan humano de mentirse
a sí mismo, entendido como parte de esa pulsión retrógrada que compele
hacia la ignorancia, la libido ignorandi.
Mentira de pretender creer, en
definitiva, que es en nombre del bien
que se hace el mal y de querer burlar
(y robar o frenar, si podemos hacerlo impunemente desde el cuarto oscuro) al
que tiene mayor mérito o suerte. Cumpliendo así en nuestra sociedad el apotegma
marxista que define “alienación” como el paso por el que adoptamos la ideología
de la clase que nos domina, tapiando
la puerta a la verdad, a la razón y desde luego a la propia conveniencia.
Porque no actuamos tanto como
creemos en razón de nuestros intereses y por cierto terminamos pagando muy caro
ese desinterés, al enrolarnos una y otra
vez en proyectos que nos perjudican.
Aseveración comprobable en el
asiduo aplauso social a cínicas contraverdades totalitarias, que se dan de
cabeza contra la experiencia más fácilmente verificable.
La popularidad de esta clase
de autocastigo podría entenderse si consideramos que, como siempre, el mayor enemigo
del hombre se encuentra dentro de él: en tiempos pasados era la ignorancia pero
hoy es, más a menudo, el autoengaño.
Porque la mentira no es un simple coadyuvante a nuestro
modelo celeste y blanco de democracia no-republicana, sino su componente central. Una protección sin la cual no podría
sobrevivir. Una falsedad bien argentina, abarcadora y sistemática, que
entorpece la buena información mientras bombea continua desinformación
(¡costeada por sus víctimas!) desde la escuela hasta el geriátrico, en el frenético
afán de alzar un “muro de Berlín” de relatos contra las evidencias de la
realidad, aunque las dosis de mentira y de violencia requeridas deban ser
aumentadas día a día para disimular el hedor inexorable de todo lo que va
quedando escondido bajo la alfombra.
Un modelo sin duda agotador,
en constante lucha contra la inteligencia y el sentido común pero sumamente
lucrativo para la nomenclatura dirigente,
habilitándole el manejo de millones de idiotas útiles como carne de choque
electoral, que les sirven de pantalla legal para anular y robar a emprendedores
y capitalistas locales, esclavizándolos. Esos mismos que podrían beneficiar al
pueblo trabajador a escala de verdadera sociedad-potencia… si no mediase su
intermediación parasitaria.
Nuestros funcionarios no
conceden conferencias de prensa ni responden a las denuncias porque fugan del
terreno de la información y la argumentación racionales, donde se
saben anticipadamente derrotados. Combaten a su sociedad desde el hermetismo a
causa perdida con un salvajismo aumentado
por la pérdida de su sinceridad siendo que su ideología derivó, como era
obvio, en un burdo sindicato de
intereses espurios.
Eso sí: todo dentro una impecable
secuencia electoral de mayorías, idénticas a las que llevaron democráticamente al
poder (y a la ruina nacional) a socialistas de ley como Benito Mussolini o Adolfo
Hitler, mediante idénticos métodos de manejo
de masas (de idiotas y esclavos). Con idénticas medidas estatistas, nacionalistas,
regimentadoras, de confiscación económica, de dura intolerancia con la elusión
o el disenso y de corrupción impune.
Como también es un fantástico autoengaño producto de todo lo anterior creer que, a pesar de todo, el modelo social-populista
de estos últimos 10 años, cuyo derrumbe y hundimiento a cámara lenta estamos
presenciando, valió la pena.
La de afirmar que el
kirchnerismo tiene un balance final positivo,
a pesar de su inviabilidad financiera de base y de haber violado todos y cada
uno de los derechos y garantías que nuestros Padres Fundadores prescribieran en
la Constitución.
La de creer que sirvió al país
a pesar del crecimiento de la inseguridad, del desorden piquetero y de reforzar
la dependencia de la dádiva estatal para cada vez más argentinos, con sus
secuelas de humillación íntima, villanía general y grave pérdida de cultura del
trabajo.
Y que más allá del alto costo
y de su final anunciado, resultó en una década ganada ya que durante algún
tiempo estimuló el consumo (y reactivó la capacidad ociosa de nuestra industria,
partiendo del infrapiso del año 2001) proveyendo, como fuera, ingresos extras a
millones de personas en diversos niveles de indigencia. Creando nuevos
consumidores, felices de un poder de compra del que no habían disfrutado antes.
Niveles diversos de indigencia…
generados por el “juego” de los mismos populistas, claro. Y mentira verdadera
que podría asegurar más comicios ganados, y tiempo de mando con enriquecimiento
ilícito para la misma nomenclatura gobernante.
Señoras: no ya apoyar sino
simplemente dejar de hostilizar y robar
a emprendedores, productores y capitalistas durante estos 10 años de increíble
viento comercial de cola, hubiese
representado ser ya un país de punta con alto nivel de empleo privado,
altos salarios, alta educación en proceso, alta tecnología y muchísimo más consumo
y dinero real hoy en el bolsillo de todos.
Señores: no ya repensar el
lucro cesante de esta década perdida
sino el de los últimos 70 años de continuas victorias pírricas del
resentimiento, nos llevaría a concluir que a esta altura del siglo XXI nuestra
Argentina sería una de las 2 o 3 sociedades más ricas, poderosas y
evolucionadas del planeta.
No ya la razón (y la verdad)
sino toda la experiencia universal en la materia avalan esta afirmación, aunque
la triste realidad sea que la alienada mayoría de los desinformados sólo
recibió -en el suelo- las migajas que caían de la mesa, en lugar de haber
estado sentados a ella siendo servidos
en abundancia por sus supuestos “servidores públicos”.
Ese deseo de mentirse -tan sucio y destructivo- que todo
político del “campo nacional y popular” estimula con pasión es, precisamente,
el foco donde una campaña publicitaria perspicaz
en lo psicológico, absolutamente masiva, de gran creatividad y aliento
debiera centrarse, si quisiéramos revertir la calificación de ladrón-idiota-útil (o con mayor
precisión técnica, de boludo argentino)
que empieza a ser nuestra “marca nacional”
frente al mundo, desplazando a la carne, al fútbol y al tango.
Campaña patriótica que bien
podría ser el único sucedáneo transitorio posible (descartando la guerra civil),
a una nueva educación pública en valores
-que demora no menos de 15 años en mostrar sus primeros resultados- y al giro
de 180° en la orientación de nuestros gobiernos que, por fuerza, debería
precederla.
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