Septiembre 2012
Preparando el terreno para el
próximo paso en su plan de abolición de la propiedad, voceros del peronismo
gobernante lanzaron a rodar la posibilidad de que las calles privadas de los
barrios cerrados queden por ley abiertas al público. Caerían así los cercos
protectores que las separan del resto del territorio.
El estatus legal vigente
asimila estas calles internas al pasillo que distribuye la circulación entre
las habitaciones de una casa, a los corredores, rampas y montacargas de una planta industrial o a los
caminos interiores y senderos de un establecimiento agropecuario o quinta
suburbana. Está claro que constituyen hasta ahora y según la Constitución,
propiedad privada inviolable.
Pero lo que también está claro
es la vocación totalitaria de quienes impulsan y avalan nuestro actual régimen
de democracia no republicana, donde el simple “somos más” determina el talante
del amedrentamiento y despojo a aplicarse sobre individuos, minorías o clases
enteras (igual que con los judíos en el régimen nazi), sin límites de ninguna
naturaleza.
Como aclaró un intendente -tan
obsecuente como cínico- del conurbano bonaerense, la
voluntad del pueblo está por encima de la Constitución. Adolf Hitler no lo
hubiese expresado mejor.
Resulta así evidente el uso
descarnado de idiotas útiles de toda procedencia por parte del gobierno, en la
construcción de una estrategia de fomento al resentimiento, al acoso económico
y a la división por odio que empuje
finalmente a los argentinos a la claudicación. O a otra guerra civil ya que a
diferencia de los ’70, la balanza de poder se inclina ahora hacia la izquierda.
Otra cosa que está clara (aunque
desde hace unos 8.000 años), es que el derecho
de propiedad es la base de sustentación de casi todos los demás derechos,
incluidos los derechos humanos. Es el que hizo posible que saliéramos de las
cavernas y que avanzáramos hasta la civilización tecnológica. Es el que cada
vez que faltó (como en los modelos kicillofianos de la URSS y China con sus más
de 100 millones de asesinatos políticos), hizo que volviéramos sin escalas a la
barbarie. Es, finalmente, un caso perfecto (mil veces probado) de proporción
directa: a mayor garantía de acceso popular y respeto a la propiedad, mayor y más rápido avance del bienestar
social… y viceversa. Ley que siempre se cumple, aún cuando se verifiquen
diferencias de ingresos.
La gente que hoy logra progresar
lo hace a pesar del Estado. Y en
verdad, los barrios cerrados con su seguridad privada son casi el único ejemplo
nacional de calles seguras. Un sistema que funciona bien,
prolifera y se expande pese a todos los obstáculos de la mafia gubernamental.
Es, entonces, el ejemplo a seguir en un todo de acuerdo con lo que los libertarios proponemos como norte para hacer de nuestra Argentina el país más avanzado, inclusivo y poderoso de la tierra.
Es, entonces, el ejemplo a seguir en un todo de acuerdo con lo que los libertarios proponemos como norte para hacer de nuestra Argentina el país más avanzado, inclusivo y poderoso de la tierra.
Si tales cosas funcionan bien en
tantas experiencias piloto a “pequeña” escala ¿por qué no habrían de hacerlo en
otra mayor? Estaría bien que voluntaria y gradualmente caigan las barreras que
separan a estos asentamientos de su entorno inmediato, a medida que ese mismo entorno vaya privatizando y asegurando sus
calles, parques y accesos.
En el supuesto de una remisión
del cáncer estatal en favor de una economía más libre y rica veamos la posibilidad,
con un ejemplo de privatización de calles en barrio abierto.
Si se trata de una zona
comercial, sus propietarios (los frentistas) particulares y comerciantes
tendrán el máximo interés en que sus calzadas y veredas estén en buenas
condiciones de circulación, iluminadas, limpias y seguras.
Al abolirse los impuestos
destinados a tales fines, dispondrán de los recursos para organizarse
cooperativamente y seleccionar los servicios por sí mismos. También podrán acordar soluciones coordinadas
en red horizontal con cooperativas,
empresas o particulares dueños de calles y parques esponsoreados en zonas
linderas buscando propuestas novedosas y escala administrativa, para una mayor
eficacia y control de gestión con menores costos. Todo lo cual redundaría en
una mayor afluencia de clientes y en la valorización de sus propiedades o en su
defecto, en la decadencia del lugar con la gente yéndose hacia barrios más
amigables.
La propiedad formal de una
calle, como la de una ruta, da derecho a peaje. En casos como el del ejemplo
anterior, esto no tendría sentido práctico y sus responsables se abstendrían de
exigirlo pero podría ser necesario y viable para avenidas de alto tránsito (y
mantenimiento costoso) o bien en accesos interjurisdiccionales, autopistas y
grandes obras de infraestructura como cruces distribuidores, puentes o túneles.
Existen tecnologías
disponibles para solventar en forma ágil estas mejoras a menor costo que el
actual. Podría hacerse mediante sensores que monitoreen el paso de vehículos
con algún tipo de microchip universal de entrega masiva, para computar pasadas y derivar cuentas mensuales a cobro
electrónico. Podrían implementarse asimismo métodos avanzados de identificación
y detención o penalización de infractores a estos derechos de paso.
Los conductores, por su parte,
liberados de impuestos internos y de patentes dispondrán de más dinero,
disfrutando además de vehículos y combustibles a una fracción de su valor
actual. Eso facilitará el pago voluntario de los múltiples pequeños cargos que
representará el uso de la infraestructura vial privada, haciendo que nadie más
vuelva a pagar -como la mayoría lo hace hoy en tantas áreas de su vida- por
algo que no usó.
No desdeñemos el ingenio y la
adaptabilidad humanas: con seguridad surgirían compañías especializadas
interesadas en mantener, mejorar, proteger
y construir más facilidades de tránsito cobrando por tales servicios. Y
compañías de seguros asociadas a ultramodernas agencias de seguridad privada (bien
armadas), actuando en conveniente sinergia preventiva.
Muchos buenos ex empleados del
actual populismo ladrón encontrarían trabajo en estos y otros nuevos y
demandantes emprendimientos, de factura creciente en una sociedad que, de
pronto, se abriese sin tanta traba estúpida a las inversiones de capital y
saltara de forma decidida hacia adelante.
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