Octubre 2012
La única ideología que realmente importa… es la ideología
de las necesidades humanas: aquella que mejor garantice no con palabras sino
con hechos, la satisfacción de un puñado de necesidades básicas.
¿Cuáles? Simplemente hacer que la vida de nuestra
gente sea más cómoda, entretenida, segura, productiva, saludable y culta. No
otra cosa que disponer un ambiente en el que nuestros hijos quieran quedarse en
lugar de emigrar. Un sitio al que muchos quieran traer su dinero o venir para
empezar algo nuevo y prosperar (como ocurrió hace un siglo), sin ser despojados
por un Estado policial.
Estado con el que los argentinos tropezamos hoy, donde
todo el sistema legal funciona de acuerdo con los intereses de una mafia y el
gobierno subvierte la cultura del trabajo, estafando a pobres y a ricos de
manera alevosa sin que nadie lo frene. Entonces, los únicos resultados posibles
son la corrupción desatada y una gran falsedad intelectual (con sus ejemplos
desmoralizantes de que el crimen paga),
destrozando los sueños de la mayoría.
Tal como se los destroza cuando, para sostener su
cadena del robo, la presidente apela a un mix de despotismo y estímulo a pulsiones
tan sucias como el odio, la deshonestidad, la indolencia, el resentimiento
vengativo, la envidia y el clasismo marxista.
Es el punto de destrozo del cual debemos partir, sin
embargo, contando con el lastre de millones de argentinos deshonestos que
apoyan la torcida idea de que es posible
acceder al bien (al desarrollo, a la empatía social) haciendo el mal (confiscando “a la atropellada” lo que no les
pertenece). Algo propio de un malón araucano o de neardenthales, si se quiere.
Tal vez deberíamos aprender del mismo Darwin, quien en
su madurez aceptó que la aptitud de supervivencia refiere tanto a la creación
de fuertes vínculos de cooperación empática con los congéneres, como a la
competencia.
Porque el poder que tiene nuestra cultura del clientelismo y la avivada para convertir a las personas
en votantes-monstruos que sofocan esa tan necesaria empatía, es aterrador. Y
nos está llevando en tanto nación, por el callejón sin salida de los fósiles
que no supieron adaptarse a la realidad que los circundaba.
La creatividad emprendedora con su bagaje de
inversiones, trabajo y progreso es flor que sólo prospera en un clima de
libertad. Nunca en sociedades golpeadoras, que enfrentan a unos contra otros
fomentando paranoias y desconfianzas. En donde se trata a las personas como un medio a “usar”, en lugar de
considerarlas sagradas, “no forzables” y un fin
en sí mismas.
Como en esta Argentina fallida del 2012, donde la
libertad se asume mayormente (por decisión explícita del gobierno) en un
sentido negativo de aislamiento y exclusión. Como reacción defensiva de la
propiedad y los derechos individuales frente a la persecución
de Estado al ahorro y a la libre empresa. Frente al terrorismo de Estado
fiscal… cuyo peor terror sería compulsar sin trampas la verdadera “voluntad
popular de pago”.
Libertad en positivo, en cambio, es la que sirve para
poder confiar en el otro compartiendo el esfuerzo común por ser y crecer.
Para reconstruir nuestra unión, en la inteligencia de
poner como supuesto-base la verdadera naturaleza del ser humano.
Sin forzarlo. A favor de sus inclinaciones. Dejándolo hacer,
invertir, innovar y ganar (por derecha) quedándose con lo que le pertenece para
después ayudar sin tanto dirigismo paralizante.
Sin tanto miedo a las decisiones de la gente. Porque
en realidad, la inmensa mayoría de las personas buscaría cooperar, mostrar su
sensibilidad y empatía social si las “reglas del sistema”, con un mínimo de
perspicacia, así lo favorecieran.
Libertad para experimentar con la integración y la
diversidad, visto que el sentido de la evolución ya nos marca el “plan global”;
la “dirección” de la humanidad (sin
que podamos evitarla, so pena de aislamiento y desintegración).
Donde sólo sacarán ventaja en retener los talentos necesarios para ser competitivos, aquellos
países que apoyen en todos los campos de la acción humana una apertura económica
trans-capitalista, tan multicultural como tolerante.
Siendo conscientes de que la peor intolerancia, insufladora
de casi todas las otras, es la plasmada en la violencia impositiva.
Guste o no, de a poco, la psicología va reemplazando a
la sociología y los individuos que piensan empáticamente, a las colectividades
de masa esloganizada (no otra cosa
que mano de obra esclava de las oligarquías políticas).
Ocurrirá como de costumbre: las sociedades más
estúpidas demorarán en posicionarse dentro de un proceso globalizador que puede
traer enormes oportunidades de bienestar pero que también puede ser destructivo, convirtiendo en víctimas a
quienes no estén preparados para aceptar el hecho in progreso de que la humanidad (a semejanza del planetoide Pandora
del filme Avatar), se encamina hacia
un tipo de “sistema nervioso central” colectivo. Que se ocupará de la biosfera
en riesgo y de la entropía energética al mismo tiempo que del mundo ilimitado
del mercado global y de un espacio social interconectado más ilimitado aún.
Una suerte de ágora universal que las mentes
perspicaces (no nuestros atrasados “estadistas”) ven ya asomar en la práctica.
Mientras tanto aquí seguimos eligiendo el camino de la
ignorancia, la opresión y la crueldad. De un vampirismo estatal habituado a usar a su gente, desangrándola sin
importar las consecuencias.
Ejemplo de lo cual son los últimos diez años de -nunca
vistas- oportunidades comerciales para lo
que sí sabemos hacer mejor que nadie, desperdiciados en políticas cuya
matriz lleva 60 años de atraso (sin poder seguir siquiera el ritmo del resto de
la retrasada Latinoamérica), en lugar de haberlos aprovechado para despegar
hacia la posición de riqueza y poder que por tradición nos correspondía. ¡Viveza
argentina!
Hoy seríamos, sencillamente, una potencia de escala
continental.
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