Marzo
2014
Es
sabido que las crisis son también oportunidades y la nuestra no tiene porqué
ser la excepción.
Inmersos
como estamos bajo la marea de tres cuartos de siglo de socialismos (o estatismos
de cotillón liberal) responsables de las reglas que nos hunden, puede que esta
nueva crisis decenal sea, por flagelo reiterado, la gota que colme el vaso de
muchas personas (llamémoslas así) bienintencionadas. Las mismas que vienen
prestando su concurso, en calidad de idiotas útiles, a los populismos que ubicaron
con firmeza a nuestra Argentina en el listado de países delincuentes, consolidando
la pobreza clientelar.
Hay
muchos ejemplos en la historia de sociedades que reaccionaron de la mejor
manera frente a situaciones críticas. De pueblos que dieron la espalda a las
élites corruptas que detentaban el poder, saliendo de la encerrona en busca de derechos
efectivos y oportunidades económicas reales para todos.
En
nuestro caso, deberíamos darles la espalda para dejar de temer por la propia vida
y también por la confiscación impositiva que impide negocios, inversiones y crecimientos
personales por derecha. Para llegar a la seguridad familiar; al buen trabajo, a
la buena casa, al buen auto, al buen ocio y a la buena solidaridad. Para dejar
atrás esta edad oscura del estatismo y salir finalmente a la luz de un modelo organizativo
más evolucionado.
Porque
a esta altura, la única manera de que podamos disfrutar de una sociedad
económica y moralmente viable es recrear
instituciones que vuelvan a dar fuertes incentivos a nuestra gente para capacitarse, trabajar
duro, ahorrar e invertir.
Sabemos
que los creadores, los innovadores, los emprendedores son siempre una fracción
minoritaria de la población pero también que son las “locomotoras” que arrastran inadvertidamente
tras de sí el progreso del resto. Por eso, en tanto sociedad que actúe en
defensa propia debemos cuidarlos, facilitarles las cosas y tratar de
multiplicarlos en lugar de hundirlos al modo radical, peronista o al de algún
otro de nuestros socialismos “protectores”.
Para
ello no debe existir posibilidad de que se les expropie la renta; mucho menos
el capital de trabajo. Tampoco de regulaciones
de privilegio sectorial que afecten decisiones productivas, financieras o
comerciales de otros sectores, existentes o potenciales. Aunque tales “atajos
de vivos” sean apoyados por gran número de idiotas útiles.
Cuantos
más empresarios inversores (de cualquier origen) y cerebros productivistas haya
(para cualquier desarrollo, cañones o caramelos, no tiene importancia), cuanto más estimule el sistema la
expresión de la enorme potencialidad dormida y de las ventajas comparativas de
nuestra sociedad, tanto más rápido creceremos y tanto más alto dentro del
concierto mundial habrá de llegar nuestra bandera.
Donde
la estimulación del sistema implica, claro, un tipo de acción letal para
autoritarios, envidiosos o parásitos y cuyo único límite es la ambición
comunitaria: la audacia en la decisión electoral de permitir elevarnos por sobre la violencia frenante de los socialismos.
Se
trata de la muy amplia “libertad de industria” competitiva que nuestra
incumplida Constitución asegura y que nuestras actuales instituciones extractivas (tanto políticas como
económicas) boicotean. Vale decir, de la estafa de la actual democracia
delegativa de masas cada década más ladrona y menos protectora de las minorías;
creativas o no. Más cerrada y menos republicana.
Para
ello, resulta crucial entender en profundidad que si el poder no está repartido
de manera efectiva en toda la sociedad, si está concentrado en pocas manos, las
élites que lo detentan tenderán invariablemente a beneficiar no a los
verdaderos emprendedores sino a sus propios amigos, legislando los usuales
privilegios sectoriales y esperando de eso la usual retribución dineraria. Tal es la naturaleza humana (extensiva
a los muy humanos legisladores, funcionarios y jueces) que tan bien entiende todo
libertario.
Donde
repartir el poder en toda la sociedad es una cuestión que implica aumentar en
rápida gradualidad y para la mayor cantidad de ciudadanos las soluciones de mercado, de frente a todos los
problemas y necesidades de nuestra vida diaria, desmontando en sincronía y con
la misma veloz gradualidad las “soluciones” y servicios de Estado. Porque la acción de mover el pulgar hacia arriba o hacia
abajo en un mercado altamente inclusivo (libre y competitivo), es el voto más
masivo y cotidiano.
Aprovechar
los impulsos de la naturaleza humana en nuestro favor en lugar de permitir que
una élite corrupta los aplique en nuestra contra con la inestimable ayuda del sub-grupo
idiotas útiles, es en esta cruzada civilizatoria un ítem vital. E implica hacer
descubrir a dicho subconjunto que todos y cada uno de los beneficios que ellos
suponen deben proceder necesariamente del Estado, desde verdadera justicia a
seguridad o infraestructura, pasando por asistencia a los vulnerables, atención
médica, previsión social y educación de primera para todos entre decenas de
otros ítems básicos, pueden ser provistos a mediano y largo plazo en este siglo
super-tecnológico… por otras vías. Incluso por las mismas personas (u otras con
mayor interés en servir) bajo
equipamiento y remuneración superior pero a menor costo, con mucha mayor
potencia, alcance y eficiencia.
Hablamos
de una vía libertaria de paradigmas avanzados más acordes con lo global, que use sin
miedo la natural e inextinguible ambición humana individual (en lugar de
combatirla), cual nodo energético para impulsar a toda la sociedad hacia
adelante.
Incorporando
en la misma sincronía inclusiva a los dos tercios “pobres” de nuestra población
en un nivel de consumo civilizado, a través de un capitalismo popular y
transgresor. Que extienda hacia esa franja de manera efectiva el más pleno
ejercicio del Derecho de Propiedad (hoy severamente conculcado), ofreciendo a
todos posibilidades reales de integrar una
sociedad de propietarios aguerridos defensores del producto de su esfuerzo,
en lugar de engrosar la retardataria fila de los idiotas útiles.
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