Agosto
2015
Resulta
muy común escuchar a la gente decir que lo mejor con respecto a política socio-económica,
será siempre hallar “el justo medio”; ese equilibrio equidistante tanto de comunistas
como de libertarios; ni sumisa esclavitud en masa ni airada libertad individual.
Lo
moderado, el centro, aquello que se considera como alejado por igual de los
extremos se traduce, así, en el conocido modelo de economía mixta que nos rige.
En esa supuesta receta magistral, mezcla de estatismo y capitalismo que desde
hace siglos todo político que vive de los
impuestos, la emisión y la deuda nacional, trata de hacer funcionar.
Nuestra
Argentina viene optando por el mix de un clientelismo de subsidios moderados y
favoritismo legal para ciertos millonarios “empresarios” cortesanos. Por un
moderado respeto del estado de derecho y un moderado uso de la fuerza bruta
extorsiva. Optando por un moderado grado de seguridad, en equilibrio con un
grado moderado de terror. Por un populismo que nos concede moderadas libertades
personales mientras nos aplica una –a su criterio- moderada esclavitud (impositiva, reglamentaria).
Somos
una sociedad que opta por tolerar con moderación este sistema con sus mil y un
inconvenientes, trabas, pérdidas de dinero, tiempo y oportunidades, destratos, caídas de planes familiares, estrés, cooptaciones corruptas y decepciones
comerciales. Que elige tolerar un respeto apenas moderado de la Constitución.
Una
sociedad que opta por aceptar decaer frente al resto del mundo, si, pero de
manera gradual y moderada.
Curiosamente,
la moderación generalizada que todo lo justifica encuentra su límite, su “hasta
aquí llegamos”, en el rechazo histérico que generan las palabras de cualquier
defensor del capitalismo explícito, vale decir de la libertad, de la responsabilidad y moralidad del hombre. De su
sacralidad individual y del respeto por sus decisiones, dejando la extorsión a
un lado.
Caídas
sus caretas, saltan entonces a la luz el odio, los insultos, las
descalificaciones personales, los bombos, los piquetes y gritos de la turba; la
furia de los intolerantes pronta a caer sobre cualquiera que se atreva a
proponer límites al gobierno.
Pero
claro, la violencia en la voz no es más que el estertor agónico de la razón en
la garganta. Y cuando el sistema de retroalimentación de ignorancias los junta
en una misma votación, tras un mismo y avispado candidato (cosa que la intelligentsia nunca debió permitir), se
forma una supernova de sandez; una masa crítica de mal comportamiento social. De
creer que todo problema puede arreglarse mediante el mágico poder de la fuerza
bruta dirigista.
Una
creencia que arrastra en estos días a demasiados “ciudadanos” de nuestra ex república
hacia el redil del referente de la impunidad, Daniel Scioli.
La
moderación de la mayor parte de nuestra
élite intelectual nos condujo hasta el borde del abismo venezolano, donde nos
encontramos. ¿O acaso habrán sido su pusilanimidad y su ya clásica tendencia a venderse al mejor
postor?
Señores:
el punto medio de encuentro entre el sabio y el imbécil sólo condujo al medio-imbecilismo,
al azuce del oportunismo explícito de las mafias más violentas, mendaces y
lanzadas. Las mismas que, intra gobierno, vemos operar abiertamente hoy y aquí.
No
es necesario ni correcto ser centrista (o para el caso, equilibrista). En
cuestiones de índole política, sólo hay que ser razonablemente ético y
práctico.
La
compulsa política que se vive con tanta pasión y dramatismo en nuestro país no es
más que la disputa entre fascistas de distinto grado a los que desde el llano
se les pide tan solo… “moderación”.
Quien
decida sacar la cabeza de la bolsa verá
que el modelo que nos sujeta, de propiedad privada nominal regida al detalle en su uso y disposición por controles
estatales, no es otra cosa que fascismo.
Un
sistema que no es moral ni práctico. Que hundió y hunde a todas las sociedades
que de un modo u otro fueron colaboracionistas a su implementación.
Partidos
que aquí se dicen “socialistas” o “progresistas” son en verdad, fascistas. No
aplican al socialismo real, que aspira a nacionalizar medios de producción y
servicios igualando el ingreso de la población por medio de la deslegitimación
del capital. Es decir, de la abolición del libre albedrío y del derecho de
propiedad.
Socialismo
y fascismo, primos hermanos, coinciden en considerar al ser humano no como un fin en sí mismo sino como un medio (o cosa sin opinión relevante) usable a los fines de otros.
En
el extremo opuesto del arco se encuentra el sistema liberal cuya vanguardia
intelectual, el libertarianismo, propone avanzar con decisión hacia las mayores
libertades personales en lo jurídico, hacia la sacralidad del hombre como fin
en sí mismo en lo moral y hacia el capitalismo de libre mercado en lo económico
como expresión lógica de los dos puntos anteriores. Y cuanto más se avance, tanto
mejor: sus beneficios retornan al pueblo en proporción geométrica.
Podemos
ver en la actualidad cómo, en aquellos lugares donde se permite un grado más o
menos alto de libertades capitalistas, la sociedad responde como aquellos autos
modificados para grandes aceleraciones, cuando el conductor presiona el botón
de cambio de combustible a nitrometano (nitro). Saltan hacia adelante superando
todo lo conocido. Sucede bajo diferentes modos y prevenciones en Singapur, en Liechtenstein,
en Hong Kong y en muchas partes de la inmensa China entre otros sitios-ejemplo,
con ingresos promedio al tope del ranking y todos los indicadores sociales en
alza.
No
necesitamos ningún justo medio ni ningún “cambio justo” como el que propone
Sergio Massa. Menos aún, más de lo mismo. Necesitamos un cambio libertario; y urgente. Uno que ponga
dinero en serio en los bolsillos de la gente y autoestima reparadora de la
vergüenza de lo que cada votante facho
ha hecho de la patria.
¿Será
Mauricio Macri quien dé el primer paso hacia la inmoderación?
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