Mutua Conveniencia

Abril 2016

Para entrar al paraíso social del desarrollo necesitamos de un proceso previo de conversión. De rechazo del mal. Porque nuestros problemas no van a solucionarse cambiando autoridades sino (para seguir con la alegoría religiosa) haciendo vencer al bien.
Conversión hacia el bien que en términos laicos equivale a poner en marcha un profundo cambio de paradigma social, reorientándolo hacia el más rotundo y sustentable bienestar común.

Una senda evolutiva que implica el rechazo a todo medio violento. A toda política coactiva, generadora -en tanto tal- de estafas sin fin, resentimientos, grietas emocionales y atraso.
Un cambio progresivo hacia lo pacífico, lo diverso, lo tolerante y sobre todo hacia lo contractual-voluntario.
Orientado hacia el estímulo, el esfuerzo personal y el premio sustantivo antes que hacia la amenaza estatal, el falso sentimiento de culpa o el despojo como normas.

Evolucionando en definitiva hacia la mutua conveniencia; porque guste o no de eso se trata la vida, tómese en el sentido que se tome.

Necesitamos ese cambio de paradigma, caminando en lo político por las más amplias libertades creativas y de iniciativa individual. Por el menor número de frenos legislativos y costos burocráticos. Por la no-violencia a ultranza en todo el campo de la acción humana.
Cambio signado por una nueva cultura, gradualmente “no tributaria”. Asumiendo que la palabra “tributo” deriva en línea recta del antiguo pago obligado, impuesto, que la comunidad invadida -y sojuzgada- debía realizar anualmente al grupo invasor. A la casta gobernante, que empezó su agresivo recorrido histórico como barbarie nómade para terminar bien afincada en palacios y ministerios.
Porque ese y no otro es el principal origen (y sostén económico) del Estado; de sus nefastos imperios, monarquías, dictaduras, satrapías, teocracias y de los más imaginativos formatos de tiranía, incluyendo a la del número en muchas de sus “modernas” formas democráticas.

Esta conversión laica hacia el bien, hacia un bienestar colectivo en fuerte libertad e implacable respeto mutuo, implica una maduración mental hacia la admisión -terrible para muchos- de que más que simples avalistas del capitalismo debemos serlo del egoísmo en tanto herramienta conducente; o peor: que más que simples defensores del mismo hemos de serlo… de la razón.
Inmersos en una sociedad de mayorías ideológicamente alineadas con lo neo-místico, el cambio de norte hacia la razón aparece en nuestra Argentina como… revolucionario: emerger del largo oscurantismo corporativo-socialista de 3 generaciones para volver a abrazar la ética de trabajo y audaz valentía de nuestros bisabuelos inmigrantes, podría ser traumático para muchos.

¿Quiénes votaron en Octubre pasado, acaso, a los concejales peronistas narcotraficantes de Tucumán y Formosa? Seguramente los mismos que votaron a los gobernadores J. L. Mansur y G. Insfrán, desenmascarados meses antes por el periodismo independiente como ladrones y corruptos ilícitamente enriquecidos. Con seguridad las mismas madres que ven hoy con desesperación cómo sus hijas e hijos ni-ni de 18 años trocan en vagos viciosos, “planeros” profesionales o “soldaditos” del dealer zonal. Abuelos y abuelas tal vez, responsables de empujar por vía electoral a sus nietos a una clara conversión hacia el mal.

Tras 75 años de populismo nacionalista preguntemos a cualquier argentino qué es, a su criterio, el bien común más allá de la esclavitud clientelar; qué cosa es, hoy, el bienestar honesto de los suyos.
De poder optar ¿Qué educación elegiría para sus hijos? Sin dudas, una privada, con valores y de excelencia. ¿Qué tipo de obra social querría para asegurar la salud de su familia? Sin dudas una privada de alta hotelería y nivel tecnológico. ¿Qué tipo de seguridad policial elegiría para su barrio o su negocio? Sin dudas una privada, aunque de manos libres, equipamiento avanzado y que le rinda cuentas tras cada facturación. ¿Qué tipo de empleo quisiera tener? Sin dudas no uno en el Estado sino en una empresa privada de punta en cuanto a lo productivo, en flexibilidad horaria, capacitación y ambiente laboral, que lo participe además en sus ganancias. ¿Qué clase de ruta o autopista elegiría transitar? Sin dudas no una pública minada de parches y huellones; más bien una privada; bien iluminada y mantenida con peajes.
Y así podríamos seguir inquiriendo hasta llegar al fondo de la cuestión ya que ¿qué clase de tributos pagaría ese ciudadano al Estado para seguir recibiendo sus malos (y caros, si consideramos la presión impositiva global) servicios, de no existir multas, embargos o cárcel por no hacerlo? Sin duda pocos… o ninguno. Nadie dudaría de ser capaz de utilizar esa cantidad (más del 50 % de lo que cada argentino gana) con mejor criterio; incluyendo el solidario.
Sentido común en estado puro: si todos saben que en un mercado competitivo los servicios privados pueden ser mucho mejores proveedores de bienestar, el cambio de paradigma no debería sino enfocarse a que el mayor número tenga oportunidad de acceso a los medios económicos que le permitan elegirlos y pagarlos contratando de por sí en cada caso particular, según mutua conveniencia.

Dotar de poder económico al bolsillo familiar elevando a millones a las clases media y media alta, por fortuna, no es algo difícil. Está probado en la práctica en unos cuantos sitios. Sólo requiere desechar el polvoriento ideal de la violencia redistribucionista para despertar a otro más práctico y efectivo: el de la razón capitalista.
Singapur, por ejemplo, un país superpoblado y sin recursos naturales aplica -hasta cierto punto- esta idea libertaria y hoy vemos allí que uno de cada 6 ciudadanos es millonario (dueño de más de un millón de dólares) mientras que el ingreso anual per cápita promedio se halla desde hace años en el top four mundial.

Parafraseando a Bill Clinton: “es la libertad, estúpido”.


De seguir esta máxima con razonada decisión, nuestra Argentina no tardaría en superar los índices de Singapur, ciertamente.






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