Antipolítica


Abril 2019

Como afirmó con ácida lucidez Groucho Marx (intelectual y humorista estadounidense, 1890 – 1977), la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.
Dejando de lado las enormes diferencias entre Mauricio Macri y Cristina de Kirchner y más allá de la inocencia de los crédulos, hay algo que hoy se sabe; que está en el aire: como bien definió en su momento Edmond Thiaudiere (filósofo y novelista francés 1837 – 1930), la política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular.
En nuestro caso, el interés particular de las tres corporaciones que desde hace más de 7 décadas lucran a expensas del pueblo y comandan el hundimiento nacional como medio para lograrlo. Verdaderas oligarquías simbióticas: la de los empresarios prebendarios, la de los sindicalistas millonarios y la de los políticos profesionales.

Lo político es sin duda una gran ocupación, fuente de fortuna y modo de vida para mucha gente. Actividad que por cierto merece un capítulo medular en la aún inédita Historia Universal del Parasitismo.
Mas una ocupación sin conexión alguna con el verdadero bienestar general ni con la evolución cultural de los ciudadanos, virtuosidades que sólo surgen del intercambio voluntario de un casi infinito número de intereses dentro de la comunidad, en pos de acuerdos que a todos y cada uno convengan.

Lo cierto y visible es que la política divide. Que no posee (en lo fáctico, más allá de bellos enunciados) vocación universalista y que, por el contrario, crea grietas.
Porque lo que une a los seres humanos es el ejercicio de la negociación de sus múltiples intereses en el respeto, la diversidad y la reflexión en base al diálogo, la justicia y la tolerancia. Seis ítems que están muy lejos de la actividad política real. Que es básicamente agresión coactiva de quienes tienen poder de presión en el nombre de algunos sobre todos los demás bajo el imperio de instituciones, estatutos y normas de relación no-voluntarias.
Bajo formas que no son contractuales; como deberían ser en una sociedad de personas libres, evolucionadas y responsables de sus actos, a tono con este siglo.

En la Argentina real, como norma general, la burocracia gubernamental a cualquier nivel genera oportunidades para que el poder de los intereses creados de nuestras tres oligarquías y sus factores de presión, influyan. Corrompan. Tuerzan las garantías teóricas del sistema. Frenen la meritocracia y abonen, deseándolo o no, la ineficacia, los sobrecostos, el nepotismo, la dádiva clientelar y las mafias criminales del capitalismo de amigos.
Es inevitable que estas oportunidades se generen, por más diferencias que haya entre las licencias éticas de un Estado macrista y otro kirchnerista. Y está en la naturaleza humana usarlas porque quienes son depositarios de poder gubernamental a cualquier nivel… no son ángeles sino simples mujeres y hombres, moralmente débiles.

Aunque pregone lo contrario, la política -globalmente considerada- garantiza en los hechos desde siempre y aún hoy que el hombre sea lobo del hombre y que, aunque disfrazada, impere la ley del más fuerte; de los monopolios (en particular los estatales) y de las transas en innegable detrimento de los más. De los débiles. De los ilusos. De los ignorantes. De los pobres.

Resulta claro que el poder político seguirá siendo agresión en tanto no se reduzca a formas de colaboración para la solución de problemas comunes, sin imperio alguno.
Y asimismo que la mejor forma de delegación del poder (de “democratización” de ese poder, si se quiere) es dárselo a las personas; al pueblo llano en un ámbito competitivo, voluntario y contractual de libre mercado.
No evolucionaremos por el camino (cristiano, gandhiano, budista, confuciano… ¿feminista?) de la no violencia hasta que cada lobo humano sea frenado y convertido en servicial cordero por el efecto de muchos iguales compitiendo -sin ventajas- con él por el favor de la gente en lo que sea que ofrezca o, lo que es lo mismo, por el voto diario de sus billeteras; sean estas grandes o chicas. De sus intereses personales, sean estos los que fuesen. No hay otra.

Esto es: poner el natural afán de diferenciación, ganancia y superación propio de creativos y empresarios, al verdadero servicio de la comunidad. Con inteligencia, sin coacción externa a sí mismos e incluso aunque ellos no lo desearen así.

Será el camino del fin de las 3 corporaciones parásitas que frenan a la nación. Y de su terrible faena de corrupción moral sobre millones de crédulos e “inocentes” votantes, convertidos en cómplices de sus latrocinios y en “inadvertidos” artífices del hundimiento argentino.



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