Mayo
2020
Los
intervencionistas son, de manera casi invariable, gente que no aprende de sus errores. Y que comete
al menos tres grandes yerros: nunca piensan en términos dinámicos sino
estáticos, no piensan a escala total sino sectorialmente y lo hacen, además, en
función de acciones y no de interacciones; sin prever efectos cascada o
mariposa ni daños colaterales de segundo, tercer, cuarto o décimo grado, por
más que aseguren lo contrario.
Demás
está decir, lo mismo da que esta gente practique sus toqueteos con candidez… o
por interés. Intervenir munidos de la clásica soberbia socialista sobre
sistemas complejos, usualmente opacos, que carecen de mecanismos
unidimensionales de causa y efecto es altamente inconveniente. Génesis directa
de innúmeras calamidades y frustraciones socioeconómicas: en la práctica todas
las que vemos a nuestro alrededor hoy día, incluyendo al calamitoso coronavirus
en virtud del sistemático atraso científico, de infraestructura, de pobreza y estrés
generales.
Los
que creen que nuestras penurias actuales se arreglarán con más de lo mismo
(estatismo intervencionista) no tienen en cuenta, además, otro factor
fundamental de la naturaleza humana: carecer del estímulo derivado del riesgo
hace a los funcionarios menos propensos a cuidar lo que es “de todos”.
Por
caso, si los quebrantos derivados de los sobreprecios en las compras de
alimentos descubiertos recientemente por el periodismo tuvieran que ser
soportados en primer término con su patrimonio por los burócratas que firmaron
la orden, al menos los/nos aleccionaría. Algo que no ocurrirá.
En
el ejemplo de máxima, si los errores y horrores de las guerras tuviesen que ser
solventados con los patrimonios personales (hasta su extinción) de todos quienes
las deciden, rara vez pasarían de la categoría de simples bravatas; eventualmente,
pequeñas escaramuzas. Y muy distinto sería el mundo.
En
verdad, la “corpo” estatal, en todas partes, es una suma de instituciones
regladas a través de las cuales el burócrata resulta convenientemente apartado
de las consecuencias, sobre todo económicas, de sus acciones. Puede decidir
sobre vidas y haciendas tercerizando los costos: fórmula perfecta para la ruina
comunitaria, tal como hoy se la ve.
El
hecho de tomar riesgos mantiene a la natural soberbia humana bajo control. Esto
ocurre de modo muy visible en la actividad privada y es base conceptual del
capitalismo bien entendido, doctrina donde la responsabilidad patrimonial empresarial,
personal y hasta familiar por los propios actos se asume sin contemplaciones.
No
ocurre así en el planeta estatal. El peronismo filo-feudal o chavista (kirchnerista,
por caso) tiene aquí campo libre para plasmar a gran escala sus fútiles relatos
e idealismos en reingeniería social y en economía de la coerción entre muchos
otros ítems sensibles (mega negociados incluidos), prácticamente sin
consecuencias.
Los
miles de millones de dólares y euros robados al pueblo y nunca devueltos (más
allá de algunas monedas embargadas) por la asociación ilícita que nos gobernó
hasta 2015 lo demuestran. Así como la falta de un adecuado castigo penal y
civil por el bestial quebranto nacional resultante de sus irresponsables
decisiones, por los desfalcos intelectuales y financieros, confiscaciones
tributarias inconstitucionales, fuga de inversores y clientelismo aplicado a
encubrir (con empleo público, subsidios, planes alimentarios etc.) sus estragos
sociales.
Esta
falta de feed back es uno de los factores determinantes tanto de la corrosiva
(y literalmente mortal) corrupción que sigue hundiéndonos como del retroceso
argentino a todo orden que hoy nos descoloca y agobia.
Otro
lastre más (la no asunción de riesgos). Aunque sólo uno entre los muy numerosos
puntualizados desde estas columnas a lo largo de años de divulgar conclusiones
y propuestas de grandes pensadores; mentes contrarias, desde luego, al
estatismo y a la actual democracia delegativa de masas, irrespetuosa de
los derechos de propiedad.
Se
trata, no obstante y para horror de ilusas “almas bellas”, de un proceso
natural. La deriva democrática hacia lo autoritario, hacia la elefantiasis del
Estado, a su constante gambeta/extorsión/coima/lobby/burla a la división de
poderes, su gradual podredumbre y posterior gangrena estructural, no tiene antídoto
intra-sistema conocido.
Como
tampoco lo tiene su inmensa ineficiencia económica, causante (con el tiempo y
la acumulación sedimentaria) de todas y cada una de las crisis que afectaron y
afectan a nuestra civilización; la del supuesto mundo libre.
Incluyendo
los problemas de deficiencias sanitarias que hoy ahogan al orbe a cuento de la
pandemia.
Una
deriva que, a caballo del virus y según todo indica, está siendo aprovechada
por los coartadores de libertades de siempre para dar otra vuelta de tuerca a
su conveniente “más de lo mismo”: más Estado controlador y menos Sociedad libre;
más intervencionismo colectivista y menos decisiones personales; más
reglamentarismo y menos ideas alternativas al dirigismo, menos inversiones productivas
y menos innovación. En definitiva, menos mercado y más “socio bobo” gordo y
violento.
Una
crisis usada para dar impulso a la insólita idea de que el gobierno puede gastar todo lo
que quiera y de que el Banco Central simplemente imprimirá más dinero para
pagarlo. Bingo! Según esta moderna teoría monetaria todo puede ser gratis y
nadie tendrá que tomar decisiones difíciles nunca más. Genial! Porque además, de
este modo nadie tiene que molestarse en encontrar una mejor solución; a nadie
debe caérsele (presionado por la metralla de problemas) una idea, a no ser la
de aumentar una y otra vez los impuestos sobre los idiotas que aún los pagan.
Si
hay una oportunidad de gastar dinero clientelar, el pensamiento mágico termina
allí. Punto final.
Ciudadano
peronista de clase media, no te preocupes, ya pensarán los brillantes asesinos
de Nisman (que has tenido a bien votar, por cierto) en nuevas maneras de
perpetuarse en sus privilegios usufructuando tu dinero, tu deuda, tus planes
familiares, tu insomnio y el colapso de tu negocio.
Ciudadano
peronista de clase baja, no te preocupes, los brillantes cráneos que has tenido
a bien votar se están encargando, ya mismo, de atizar la llamarada impositivo-inflacionaria
que liquidará definitivamente a tu insensible patrón, elevándote para siempre
(como en Cuba o Venezuela) a la categoría de parásito del Estado.
Pobrismo
franciscano en acción; todos pobres y racionados pero eso sí, unidos y
solidarios combatiendo al vil metal.
No
sabemos bien por qué de pronto nos viene a la mente, como cierre, esta ominosa
y tantas veces probada máxima:
“Las
masas son femeninas y estúpidas; responden a un manejo basado en emociones y
violencia”. Adolf Hitler.
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