Dos Por Ciento

Octubre 2021

El autor francés Jean D ‘Ormesson (1925-2017) acuñó el término ineptocracia para definir “el sistema de gobierno en el que los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para producir, y los menos preparados para procurarse su sustento son regalados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios sobre el trabajo y la riqueza de unos productores en número descendente, y todo ello promovido por una izquierda populista y demagoga que predica teorías que sabe que han fracasado allí donde se han aplicado, a unas personas que sabe que son idiotas”.

Precisa descripción de nuestro presente y de cómo las mayorías argentinas torpedearon y lastimaron a la nación y al pleno de nuestra sociedad durante los últimos 76 años (con muy breves excepciones), eligiendo en modo cómplice a delincuentes y/o ineptos. Terrible aserto que confirman 7 décadas consecutivas de gráficas en declive.

En consonancia con lo anterior, las gráficas de presión impositiva, asistencialismo, pobreza e inmovilidad social se han revelado extraordinariamente paralelas y coincidentes en su macabra trayectoria ascendente.

Vale decir, hemos demostrado de manera empírica que a más impuesto y subsidio se corresponde más indigencia y desesperanza. Dos mulas y dos asnos enyugados a la par, cinchando juntos para el mismo lado.

Nunca debe subestimarse la estupidez humana, por cierto.

Hasta aquí, hemos arruinado la vida a tres generaciones completas de argentinos en el altar de ese idiotismo que adrede confundió la igualdad ante la ley prescripta por nuestra Constitución con una “igualdad económica” pergeñada por quienes se encargaron de violar a ambas por igual. Un rasero manejado por vivillos demagogos, que falseó la visión humanista de nuestros padres fundadores.

¡Mulas y asnos en acción!  Fiscalismo y pobrismo en acto.

Durante tres cuartos de siglo, gran parte de las elites intelectuales locales y de la Iglesia se cebaron, por distintas irreflexiones e intereses, avalando esta “confusión” ruinosa.

Perseveraron hasta lograr el cuasi fallido país actual (ya más un lugar que un país), entrampado en la red de mafias anti-productivas, de desastres educativo-laborales, de fuga de cerebros y de estatismo saqueador con impuestos progresivos… que son de público conocimiento.

La única igualdad que conduce a la felicidad (y prosperidad) del mayor número es la igualdad ante la ley que, bien aplicada, acaba con horrores como los privilegios de casta, el desquicio ético y moral, la discrecionalidad tributaria, la esclavitud social crónica o la delincuencia como ejemplo, hoy rampantes a todo nivel.

El igualitarismo económico y la redistribución forzosa que este implica no son más que sanatas contra natura; injustas, contraproducentes y vejatorias. Cero inteligentes.

Llegada ya la tercer década del siglo XXI, tanto la Iglesia como el socialismo nativo deben aceptar que la tierra no es plana, que nuestro planeta gira en torno al sol y que lo correcto es dejar de seguir bregando por una utópica (y distópica) nivelación coactiva de ingresos a través del fomento del pecado de la envidia social por desigualdades, para pasar a fomentar lo esencial: la reversión del sistema de la dádiva y del daño cultural; de la miseria que durante tantos lustros y con tanta irresponsabilidad propiciaron.

Las desigualdades no son lo importante. En realidad no importan nada, si logramos sofrenar las estúpidas vilezas de la envidia; lo importante es la pobreza.

Es más: lo que nuestra Argentina necesita hoy son enormes desigualdades; algunas decenas de Bill Gates enormemente ricos. Y si son algunos centenares o algunos miles de Bill Gates muchísimo más ricos que el resto de nosotros y que vivan increíblemente bien, tanto mejor.

Lo que clérigos e izquierdistas de pelajes varios ocultan es que la fortuna personal de Bill Gates, por tomar el caso, más de 130 mil millones de dólares, se estima en sólo un 2 (dos) % de la riqueza que creó para todos los demás. Y que es, con lo propio, el principal filántropo solidario del mundo.

Está claro que en general los emprendedores exitosos generan más riqueza a su alrededor (y en ondas sucesivas) de la que ellos logran en lo personal.

¿Es desigual una persona así? Sí. ¿Sacó a miles de la pobreza, mejoró el bienestar material de otros cientos, hizo ricos a varias decenas más? Sí. ¿Dónde está el problema, entonces, si todos “subimos”? ¿Que unos suban más que otros? ¿Y qué con eso? ¿Ganan la envidia y el resentimiento por-propia-incapacidad a pesar de todo? ¿Preferimos que mulas y asnos sigan rebuznando una y otra vez?

Bill Gates o Marcos Galperin surgieron a pesar del Estado, no por él. Son hijos de lo que, a pesar de todos los palos en la rueda, pudieron hallar de libre mercado en sus entornos.

¿Y si probamos con la libertad?





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