No Es la Economía

Septiembre 2016

La verdadera grieta argentina es la que separa a los partidarios del perfeccionamiento de un Estado benefactor inclusivo operando a expensas del sector productivo, de aquellos que creen preferible apuntar a una sociedad más inclusiva a través de la producción, a expensas del peso del Estado sobre la economía.

El gobierno del presidente Macri, si bien mucho más republicano e ilustrado que el anterior, no está cambiando las cosas en este último sentido.

El continuado Estado providencia viene de dividir a su vez a la sociedad en grupos de presión corporativa, en estéril lucha crónica por la obtención de privilegios “legales” a ser pagados de una u otra forma por “otros” a través de instituciones coactivas de tipo extractivo.
Al otro lado de una verdadera grieta o abismo conceptual se sitúan quienes eligen el camino de la libertad, entendida como tendencia a la liberación de la coacción y de todo estado de sometimiento bajo “persuasión” armada.
Es decir, quienes prefieren caminar hacia una real libertad política entendiéndola como más justa, más productiva y por ende mucho más generadora de riquezas.
Preferencia cuya secuela necesaria es un capitalismo “de siglo XXI” o de eficiencia dinámica en la coordinación social de la función empresarial, a todo orden.
Dicho esto último sin disminuir los méritos del capitalismo “clásico” decimonónico, que hizo crecer la población europea un 300 % en 100 años al mitigar por vez primera las hambrunas y horrendos abusos pre-capitalistas, que habían mantenido por siglos su crecimiento vegetativo en alrededor del 3 %.

Parece increíble que todavía tengamos que auto persuadirnos de la validez de las bases morales y éticas que sustentan la evolución liberal.
Porque la verdadera justificación del sistema de la libertad no estuvo ni está en sus beneficios económicos (que existen, que son muchos y directamente proporcionales al grado de libertad y de responsabilidad individual sobre los propios actos) sino -para horror de los socialistas- en el reconocimiento de que cada mujer y hombre sin distinción de título, clase o riqueza… es alguien inavasallable, sagrado en su libre albedrío y un fin en sí mismo; nunca un medio para los fines de otros; jamás una esclava o animal obligados por el Estado (o por empresarios cortesanos, prebendarios de sus regulaciones y protecciones) a la explotación y el sacrificio para satisfacer las necesidades de un tercero. Sea cual sea el grado de su necesidad ya que debemos recordar que el fin no justifica los medios.
Necesidad causada, justamente, por los desbarajustes del socialismo igualitario y su siempre violenta “ingeniería social”, bloqueadora serial de derechos individuales; ahuyentadora de inversión y crecimiento empresarial; coartadora de empleo en los elevados niveles requeridos.

Desde luego, se trata de una grieta o cuestión de inmoralidad más que de economía. Que remite a la barbarie de pretender el “derecho” de imponer a punta de pistola las doctrinas morales de quien está al comando de la trituradora estatal. Sin que cambie mucho, en tal sentido, si es Cristina Fernández o Mauricio Macri quien nos sojuzgue, encadene, detenga y saquee a través de una maraña de tributos confiscatorios y cientos de miles de páginas de reglas obtusas o estatutos discriminantes supra-constitucionales.

Es este (el de la “libertad de hacer” y de disponer) un principio, mandato y espíritu constitucional inclaudicable que sin embargo claudica a diario en nuestro país desde hace al menos 70 años, frenando además el enorme potencial solidario que tendría más y más gente del llano… empoderada de riqueza honesta.
Los convencionales de 1853 sabían que sólo existen 2 maneras para que los ciudadanos traten entre sí: la lógica o las armas. Y optaron por la lógica del mercado y de la libertad.

Violar el mandato de que el fin no justifica los medios no es gratuito. Negarse a establecer como norte el sistema de la libertad tiene consecuencias a corto y medio, pero sobre todo a largo plazo. El espectáculo de la interminable lista de injusticias y desastres institucionales de la Argentina y el mundo, patentiza su precio.
Sacrificar la ética, la corrección, el prestigio en aras de un objetivo de ventaja personal o de grupo es, para cualquier empresa privada en situación de competencia, letal.
Sacrificar la moral en aras de permitir al fin justificar los medios para salir del paso en situaciones de emergencia material crónica es, para la coherencia principista judeo-cristiana, igualmente letal.
¿Por qué no habría de serlo, en un sentido amplio de acción y consecuencia social, para esa entelequia virtual tan alienante que llamamos Estado?

A mediados del siglo XIX, D. F. Sarmiento definió con magistral precisión nuestra grieta: civilización o barbarie.
Los prohombres de la generación de 1880, con todas las limitaciones y asperezas de la época, direccionaron la nación hacia el primero de esos términos y nuestra Argentina creció hasta ubicarse en el top 6.
En los ’40, sin embargo, una nueva generación dirigente reorientó las reglas en dirección a un populismo oportunista que nos hizo descender a toda consecuencia hasta el actual top 30.
La grieta sigue siendo la misma: libertad de creación y disposición (liberalismo) o dirigismo asistencialista (socialismo). En las elecciones de Octubre pasado, 12.900.000 argentinos votaron por la civilización mientras que 12.190.000 lo hicieron por la barbarie.


Si la actual gestión no logra reorientar claramente a la nación en dirección al sistema de la libertad, de la alta seguridad jurídica y la baja imposición, la sombra de un “brexit” a nuestra medida puede tornarse real.




El Descenso Democrático

Agosto 2016

Las mejoras en bienestar, civilidad y empatía social no suelen verificarse en línea recta sino más bien en forma de espiral. Algo así como un paso y medio girando hacia arriba para luego retroceder otro paso por la diagonal opuesta. Reiniciando más tarde el mismo ciclo de progreso circular; lento, muchas veces frustrante y trabajoso, pero constante.

Una evolución que en el campo de las ideas se verifica hoy, entre otras cosas, en una propensión generalizada a la desmitificación, al cuestionamiento de prohibiciones, a la ruptura de barreras y tabúes mentales. Y en la tendencia al rechazo de conceptos impuestos sobre las causas de éxito y fracaso o riqueza y pobreza; en suma, de felicidad o resentimiento que anteriores generaciones no habían dado en cuestionarse.
En nuestro medio, esta misma tendencia a poner en tela de juicio la utilidad (y moralidad) de definiciones y obligaciones colectivas “legales” de talante paternal exigibles por vía forzada, se vio abonada por el uso y abuso que de ellas hizo nuestra clase política con el aval de toda la intelectualidad progresista, con su habitual máscara de “corrección política”.

Es una gran verdad, por otra parte, que la mayoría de las democracias han seguido, con variaciones locales, un trayecto natural de descenso hacia lo que hoy se denomina patrimonialismo.
Un tipo de decadencia que a nadie debería sorprender desde el momento en que uno de sus protagonistas iniciales (nada menos que Sócrates, hace unos 2400 años) definió al sistema como inviable a largo plazo por su inclinación cierta a que la mayoría menos creativa votase casi siempre en favor de expropiar la riqueza de la minoría más creativa, a fin de repartírsela entre ellos.
En lo que tal vez fuera la primera y más clara comprensión teórica de lo que más tarde llegaría a ser la democracia delegativa de masas (socialismo) y de su natural frenante.

En nuestra práctica resultó democracia devenida en peronismo patrimonialista, apoyado por 10.490.000 argentinos votándolo en el año 2011 y por la friolera de 12.190.000 en 2015 (curiosamente, casi la misma cantidad de ciudadanos alemanes que votaron por el nacional-socialista Adolf Hitler en 1933, elevándolo al poder), otorgando explícito permiso de asociación para el enriquecimiento ilícito y la violación constitucional a funcionarios estatales, pseudo-capitalistas amigos, intermediarios de favores discriminantes y en general a corruptos violentadores de toda edad, sexo y pelaje cultural.
Avalando entre todos, electores y elegidos, un sistema estructural de atropello, maniatado y robo… con un modesto grado -eso sí- de derrame sucio. Patrimonialismo proveedor además de un relato justificante que, aunque infantil por lo insostenible, suministra algún sedante a sus conciencias alteradas de modernos Judas.

Siendo también una argentina verdad, como alguna vez dijo el mismo A. Hitler, que las masas son femeninas y estúpidas: responden a un manejo basado en emociones y violencia.

En disrupción con todo lo anterior coincidimos con el catedrático, filósofo, economista, historiador y sociólogo libertario alemán contemporáneo Hans H. Hoppe cuando desde su libro del 2001 Democracy, The God That Failed desgrana las semillas intrínsecas de su inviabilidad y fundamenta por oposición en favor de la ética de no-agresión. Del tránsito hacia un tipo más evolucionado de sociedad, basada en la contractualidad voluntaria a todo orden. Hacia un cuerpo social que se eleve desde la masa electoralmente manipulable… al individuo valioso en la auto-conciencia de su potencial; de su libre albedrío y de su estatus de “inatropellable”.
La actual tendencia a desmitificar y desacralizarlo todo debería alcanzar también a este, nuestro dios institucional, comenzando por repensarlo sin prejuicios para mejorarlo y, finalmente, superarlo.

¿Acaso las sociedades más civilizadas no lograron separar en su momento a la Iglesia del Estado? Algo que fue beneficioso para ambas instituciones, acotando el poder de opresión (y venalidad) del segundo al tiempo que aumentaba la autoridad moral de la primera.
Tal vez sea hora de empezar a separar, también, a la Economía del Estado. E incluso a separar la territorialidad del bárbaro concepto de Estado en tanto titular legal de un virtual “coto de caza” impositivo-reglamentario de jurisdicción exclusiva.

Un principio de este tipo de tendencias se ve en la huida de los británicos de la Unión Europea.
Al igual que los separatistas catalanes en España o los de la Liga del Norte en Italia entre muchos otros casos, la gente en regiones o ciudades puja por quitarse de encima los inmensos costos de una estructura estatal lejana, coartadora y a todas luces sobredimensionada que sólo favorece a una casta de bien cebados burócratas. Gente que nunca produjo nada (como los Chávez, los Maduro, los Menem o los Kirchner en nuestro sub continente) pero que se cree con derecho a decidir sobre vidas y haciendas de personas que en modo alguno los autorizaron a tal cosa.
Las secesiones son maneras socialmente intuitivas (y muy válidas) de “parar el carro” a la violencia extractiva de terceros vivillos.

Así como el movimiento “Ni Una Menos” en Argentina movilizó la toma de conciencia y la indignación popular contra la violencia de género… el abuso físico y psicológico contra niños o ancianos podría convertirse en el siguiente escalón de esta cruzada. Que bien podría culminar en el categórico rechazo a los cínicos forzamientos de nuestra clase política, expresada en un nunca más a la democracia patrimonialista de masas clientelizadas, como parte del lento avance circular hacia un nuevo tipo de civilidad.

El sistema de setenta años que venimos de derrocar en las urnas (y que está por verse si no sobrevive en otra suerte de gatopardismo político) es el que “evolucionó” de afirmar que hay que sacrificar a la élite competente en beneficio de la masa, a concluir hoy que se debe sacrificar a todos en beneficio de una élite de funcionarios y sus amigos (todos incompetentes).
Es el que pasó de ridiculizar las promesas capitalistas de beneficios a futuro, a concluir en la prohibición de facto tanto de las ventajas futuras como de los beneficios actuales posibles.
Es el que derivó de afirmar que el capital crece explotando el talento de los desposeídos y coartándolos en su bienestar, a concluir que se debe maniatar a los capitalistas, no dejando crecer a los que no trabajen para la gloria y fortuna de la élite estatal.
Es el que pasó del intento contraproducente de redistribuir la riqueza por la fuerza, al rabioso intento de destruirla acogotando sin más a la gallina de los huevos de oro.
Es el que a nivel mundial se vistió de “verde” pasando de afirmar que el capitalismo impide la distribución popular de los frutos del progreso tecnológico, a concluir que el progreso tecnológico debe ser frenado e incluso retrotraído.

Es aquel cuyo relato se deshilachó entre las cuchilladas suicidas de una mística hueca: la del imbécil sacrificio de auto condenarse al estancamiento igualitario del… “todos pobres”.

Porque los campeones progresistas que justificaron todas las canalladas que hoy degradan a nuestros hombres y mujeres no cesaron de negar -a cara de piedra- una realidad que siempre les fue adversa para refugiarse en los mitos de las democracias patrimonialistas que siguieran bancando económicamente su parasitismo intelectual -tan disolvente- en escuelas, institutos, fundaciones, universidades, reparticiones oficiales, prensa panfletaria, asesorías políticas, destinos diplomáticos, legislaturas, juzgados y otros “curros”.

Ciertamente la desmitificación, el escepticismo y la rebelión conceptual general sobre la viabilidad de nuestro sistema de poder, sobre su grado evolutivo y sobre la cuestión de a quiénes beneficia, están más que justificados. Son un verdadero deber.






Revolución Impositiva

Julio 2016

Para que nuestra Argentina sea un país líder en el sentido más evolucionado del término, el norte social de largo aliento debería estar fundado sobre la idea base de la no-violencia.
Un ideal común a la gran mayoría de personas honestas, solidarias y bienintencionadas que no desean el daño del prójimo ni están interesadas en robar sus bienes. Personas que esperan ser respetadas del mismo modo; al menos por simple sentido común y de mutua conveniencia, de responsabilidad moral y familiar.

A tal efecto y siguiendo el razonamiento de grandes pensadores libertarios tan no-violentos como inamovibles en la defensa del derecho de la gente a la vida, la libertad y la búsqueda de su felicidad, nuestro paradigma social de largo plazo debería reorientarse evolucionando hacia la transformación gradual del gobierno en un ente descentralizado de formato cooperativo, colaborativo en la resolución de problemas comunitarios y de gestión administrativa, sin imperio coactivo ni monopolio de la fuerza.
Hasta tanto este ideal parcial se logre, el Estado seguirá siendo sinónimo de agresión -primordialmente económica- ya sea contra la mayoría electoral relativa cuanto contra las minorías, siendo la minoría más pequeña (aunque no por ello menos importante) la de un solo individuo.

La fuerza es, qué duda cabe, el derecho de las bestias. Y un orden basado en apuntar un fusil contra la espalda de los ciudadanos para que entreguen una parte sustancial de su dinero a ser administrado por el gobierno (aprox el 50 % de sus ingresos entre impuestos explícitos e implícitos, en nuestro país), no es un “buen orden” para este siglo tecnológico.
Muy por el contrario, es algo que no difiere en modalidad ni porcentaje del tributo que debían pagar los siervos de la gleba a su señor feudal en el medioevo en concepto, precisamente, de derecho territorial y protección.

Este sistema institucional de matriz violenta, fuertemente extractivo y pro-parasitario, ha sido la causa no ya de que el primer mundo no haya erradicado aún la falta de oportunidades, la pobreza y la discriminación sino de que nuestra Argentina haya retrocedido, en especial a lo largo de las últimas 7 décadas, a niveles de indigencia e incultura social propios del siglo XIX.

El gobierno de M. Macri se debate hoy en un caos de carencias esparcidas por bombas de fragmentación producto de los detonadores financieros y éticos que dejó, una vez más, la asociación ilícita peronista que lo precedió en el poder.
Avanza sobre un terreno social resbaladizo del que no saldrá sin grandes aportes de capital productivo privado que generen abundante empleo de calidad. Algo que es admitido y reclamado por el presidente y su equipo en cuanta tribuna ocupan.
Círculo virtuoso que sin embargo no se reproducirá en la escala necesaria bajo el peso de la violencia impositiva y regulatoria heredada. Algo que ni la obra pública con deuda ni la continuidad del sistema de incentivación a la demanda (inyección de dinero a provincias clientelares, a nuevos subsidios sociales para los conurbanos, a no reducción seria de planteles burocráticos, a jubilados etc. etc.) podrán reemplazar.
Porque como los manuales de economía y la mejor experiencia mundial en la materia indican, en estanflación la que debe ser incentivada no es la demanda sino la oferta: la contraparte privada que crea, trabaja… y produce los valores reales que hoy sostienen (junto con la emisión y el crédito) el modelo extractivo de Estado socialista que se hunde frente a nuestros ojos.

En el eterno “mientras tanto” que prioriza en forma excluyente la política argentina de corto plazo, puede que la solución menos cruenta consista en tomar más endeudamiento aún, al efecto de nivelar durante uno o dos años el déficit de Caja que se produciría al desmontar impuestos (y regulaciones) de manera contundente y generalizada. Vale decir: al incentivar fuertemente la oferta.

Forzar a alguien a hacer o pagar algo que de poder optar no haría o pagaría es violencia. Y los impuestos, como su nombre lo indica, son violencia. Al igual que toda regulación comercial, laboral y civil no consensuada voluntaria e individualmente entre las partes.
Igualmente obvio es que mientras permanezca cerrado a la libre competencia y opción el monopolio de cobro estatal compulsivo en servicios como justicia, defensa, seguridad, ayuda social, salud o educación pública entre otros ítems, no surgirán en estos campos las muchas alternativas voluntarias originales que la creatividad e innovación tecnológica privadas podrían hacer surgir.

No es atendible el temor a que las personas que hoy trabajan en Pami, en Aerolíneas o en una escuela estatal, por caso, se vayan a quedar sin empleo (en verdad, se estima que más de 1,5 millones de personas deberían retornar hoy, como mínimo, de lo estatal sostenido con déficit público a lo privado sostenido por sí mismo).
Lo real es que esa misma gente y mucha otra será demandada -y eventualmente capacitada- por los nuevos emprendimientos alternativos y de reconversión pública que les hagan competencia, diversificando e innovando en la oferta de servicios, mejorando su calidad y bajando los costos inherentes, en una provisión ampliada.

La no-violencia institucionalizada supone el automático respeto de las libertades personales de los ciudadanos, situación fáctica que es el imán más poderoso para las inversiones productivas.
Ese y no otro es el idioma que entiende el capital de riesgo honesto, franco, competitivo, que abunda fuera de nuestras fronteras y que está pronto a exiliarse fiscalmente hacia aquellos sitios seguros donde la “inteligencia social” logre que este respeto se manifieste en la forma más seria y explícita.

La idea-base no violenta debería ser aquello que nos distinga del resto de los países; algo que la gran mayoría declama pero incumple de los modos más flagrantes. Y cuyo cumplimiento parcial por parte de algunos otros debería servirnos de ejemplo a imitar primero y a superar después, volviendo a colocar a nuestra sociedad a mediano plazo en el top ten del bienestar. Y a largo plazo en el liderazgo mundial en los órdenes más relevantes.

A principios del siglo XX, cuando la Argentina y los Estados Unidos cumplían mejor sus Constituciones liberales y por ende crecían a pasos relativamente agigantados, el prominente juez de su Corte Suprema Oliver Wendell Holmes Jr. sentenció “los impuestos son eso que pagamos por vivir en una sociedad civilizada”. Claro que su frase célebre fue dicha cuando en el país del norte la presión impositiva total fluctuaba entre el 3 y el 5 % del PBI.
Muchos piensan que hoy es inviable bajar impuestos para volver a tasas de extracción más “sensatas” (¿existe acaso algún nivel sensato de violencia?) pero no es así.
Estonia, el “tigre báltico”, un país europeo de fulgurante crecimiento fugado de las garras del socialismo soviético, tiene 0 % de impuesto a las ganancias y aun así su presupuesto nacional va camino del superávit.
Irlanda, el “tigre celta”, tiene un régimen de baja imposición, de alrededor de 12,5 % de carga tributaria global, aunque para ciertas empresas de interés laboral están considerando bajarlo a la mitad.
Singapur, el “tigre del sudeste asiático”, también tiene tasas impositivas similares con más grandes facilidades financieras y de radicación para capitales, corporaciones e inversionistas foráneos.
Sociedades inteligentes estas (y algunas otras), que tienen clara su prioridad de bienestar social real mediante la veloz expansión de su “torta” empresarial.

Por eso es tan imperativo cambiar nuestro paradigma de sociedad estatista, temerosa “mujer golpeada” por los populismos que multiplicaron nuestra pobreza a… sociedad de alta autoestima, altos sueños y audacia revolucionaria bien entendida.
Una revolución brutalmente disruptiva y brutalmente sencilla: para que los argentinos salgamos de este estúpido fachinal económico de 70 años sólo necesitamos cumplir a rajatabla (sin óbice del resto) 3 preceptos que calan hondo en el espíritu de nuestra Constitución: derecho de propiedad y disposición, honesta libertad financiera y burocracia limitada.


Aprovechemos los errores socializantes que frenan al primer mundo; será el paso inicial de nuestro ascenso hacia el top one.






Acerca de la Elevación de Miras

Mayo 2016

El papa Francisco no es hombre versado en ciencias económicas; tampoco en las dinámicas empresariales más avanzadas en esta era del conocimiento, aunque sí lo sea en sus implicancias éticas.
Es por ello que su exhortación de Julio del año pasado desde Santa Cruz de la Sierra poniendo el acento en “las 3 T”, tierra, techo y trabajo para todos y en que la propiedad esté en función de las necesidades de los pueblos especialmente cuando afecta los recursos naturales, no incluyó detalles sobre el método práctico para llevar estas intenciones a buen puerto: “la Iglesia no tiene una receta para solucionar los males del mundo”, remató con meridiana claridad.

Debe darse por hecho entonces que no se nos están sugiriendo modelos que a tales nobles efectos hayan fracasado e implosionado en el pasado ni sistemas que hayan herido a la mayoría tanto por su violencia extractiva y escasa efectividad como por su venalidad estructural inherente.
Tal como los que siguen proponiendo todos y cada uno de los partidos de nuestra oposición. O los de quienes sueñan con el socialismo light de “Estados de Bienestar” que acaban sin excepción en decepcionantes estancamientos y deudas colosales. Tapando con la manta colectivista los hombros de los menos mientras se destapan los pies -y los sueños- de los más.
Con solidaridades forzadas (contradicción semántica y moral si las hay) que siempre terminan en pan para hoy y hambre para las futuras generaciones: la mayoría de los jóvenes europeos de países “ricos” con gobiernos paternalistas saben ya que no podrán alcanzar, siquiera, el nivel de vida de sus padres.

Para revertir esta farsa de Gran Hermano orwelliano en dirección a las buenas intenciones de Francisco el camino es muy otro, ciertamente. Para que los desposeídos y frenados por generaciones de legisladores estatistas (porque no lo han sido por otro motivo, desde los tiempos del Estado monárquico hasta los actuales del Estado socialdemócrata) tengan acceso a la tierra, al techo y al trabajo. Y para que los dos primeros términos sean resultado del buen accionar del tercero.

Para esto, las mayorías deberán adoptar cierta dosis de pragmatismo; de pensamiento lateral.  Cuestionando mucho de lo que hoy parece obvio. Siendo vanguardistas también en lo ideológico. Innovando en la rebeldía. Subiendo sus aspiraciones y dejando las envidias atrás.

¿Un ejemplo? estos son días en que periodistas, fiscales y ciudadanos de todas las tendencias se rasgan las vestiduras tras el “descubrimiento” de que hay personas que tienen cuentas y sociedades radicadas en paraísos fiscales.
No se cuestiona si son usadas para mover dinero sucio u honesto; se condena el mero hecho de tenerlas. Desnudando en los inquisidores los efectos del largo lavado de cerebro social-fascista sufrido, atacando al capital (al honesto, claro, porque al del pacto de proteccionismo corporativo-dirigista, al del capitalismo de amigos, no), cuando la pregunta pertinente es ¿porqué se fugó ese dinero de nuestro país en lugar de quedar ahorrado e invertido aquí? Siendo su obvia respuesta: por nuestra voracidad fiscal, falta de libertades financieras, sobrecostos laborales y burocráticos. Por nuestros afanes reglamentaristas de todo tipo. Vale decir, por nuestro escaso respeto al derecho de propiedad y disposición.

Regálese a un empleado administrativo de clase media, votante de estatismos, 6 millones de dólares en efectivo y tendremos en el lapso de un semestre a un hombre de negocios, multi-propietario y nuevo empleador partidario del Estado Mínimo, titular de al menos una cuenta off shore de ser posible en algún paraíso fiscal.
Zarpado realismo, como diría cualquier joven de 20 años.

La inversión de enfoque estaría aquí en atraer no sólo a los cientos de miles de millones de dólares argentinos fugados sino a otros cientos de miles de millones pertenecientes a exiliados fiscales de otros sitios, que siguen buscando dónde aterrizar. Exiliados económicos en fuga, espejo de los exiliados políticos que debieron fugarse de la Argentina durante los ’70 para salvar el pellejo.

Para llegar al ideal franciscano de que la propiedad esté en función de las necesidades de los pueblos (y de la sustentabilidad ecológica), deberíamos propiciar -y votar por- una verdadera sociedad de propietarios independientes, en lugar de hacerlo a contrapelo del espíritu emprendedor humano por una comunidad económicamente igualitaria, patria de “planeros” dependientes.

¿Nuestro país semi-paraíso fiscal al estilo de los estados norteamericanos de Wyoming, Dakota del Sur, Delaware, Nevada o del muy europeo y ultra civilizado Estado de Luxemburgo (mayor PBI per cápita del planeta)? ¿La República paraíso de seguridad jurídica en el respeto a los derechos de las personas y de sus propiedades honestamente adquiridas? ¿Argentina ejemplo del orbe y meca de capitales, tecnología, cultura e inmigración calificada otra vez?

Dice el saber popular que es regla de oro que quien tiene el oro hace las reglas. ¿Qué pasaría entonces con la bronca de las sociedades más expoliadoras y estatistas ante nuestra creciente actitud libertaria si el oro creciera veloz entre nosotros y desarrollara en serio nuestra tierra, efectivamente, por voluntad de su gente? Tal vez vuelvan a inclinar sus testas hoy coronadas de oportunismo neo-keynesiano como lo hicieran hace 100 años, en nuestro centenario.

Si la élite pensante tiene claro el norte, el peso de las acciones conducentes se transferirá a la tendencia, más importante en su real-politik que el efectivo logro de ideales cargados de cierto utopismo principista.
Contribuyamos a elevar a esa élite, por tanto, en sus aspiraciones tal como hizo la generación de 1880 porque como señala el mismo saber popular, sólo quienes apuntan a lo imposible son capaces de alcanzar lo improbable.








Mutua Conveniencia

Abril 2016

Para entrar al paraíso social del desarrollo necesitamos de un proceso previo de conversión. De rechazo del mal. Porque nuestros problemas no van a solucionarse cambiando autoridades sino (para seguir con la alegoría religiosa) haciendo vencer al bien.
Conversión hacia el bien que en términos laicos equivale a poner en marcha un profundo cambio de paradigma social, reorientándolo hacia el más rotundo y sustentable bienestar común.

Una senda evolutiva que implica el rechazo a todo medio violento. A toda política coactiva, generadora -en tanto tal- de estafas sin fin, resentimientos, grietas emocionales y atraso.
Un cambio progresivo hacia lo pacífico, lo diverso, lo tolerante y sobre todo hacia lo contractual-voluntario.
Orientado hacia el estímulo, el esfuerzo personal y el premio sustantivo antes que hacia la amenaza estatal, el falso sentimiento de culpa o el despojo como normas.

Evolucionando en definitiva hacia la mutua conveniencia; porque guste o no de eso se trata la vida, tómese en el sentido que se tome.

Necesitamos ese cambio de paradigma, caminando en lo político por las más amplias libertades creativas y de iniciativa individual. Por el menor número de frenos legislativos y costos burocráticos. Por la no-violencia a ultranza en todo el campo de la acción humana.
Cambio signado por una nueva cultura, gradualmente “no tributaria”. Asumiendo que la palabra “tributo” deriva en línea recta del antiguo pago obligado, impuesto, que la comunidad invadida -y sojuzgada- debía realizar anualmente al grupo invasor. A la casta gobernante, que empezó su agresivo recorrido histórico como barbarie nómade para terminar bien afincada en palacios y ministerios.
Porque ese y no otro es el principal origen (y sostén económico) del Estado; de sus nefastos imperios, monarquías, dictaduras, satrapías, teocracias y de los más imaginativos formatos de tiranía, incluyendo a la del número en muchas de sus “modernas” formas democráticas.

Esta conversión laica hacia el bien, hacia un bienestar colectivo en fuerte libertad e implacable respeto mutuo, implica una maduración mental hacia la admisión -terrible para muchos- de que más que simples avalistas del capitalismo debemos serlo del egoísmo en tanto herramienta conducente; o peor: que más que simples defensores del mismo hemos de serlo… de la razón.
Inmersos en una sociedad de mayorías ideológicamente alineadas con lo neo-místico, el cambio de norte hacia la razón aparece en nuestra Argentina como… revolucionario: emerger del largo oscurantismo corporativo-socialista de 3 generaciones para volver a abrazar la ética de trabajo y audaz valentía de nuestros bisabuelos inmigrantes, podría ser traumático para muchos.

¿Quiénes votaron en Octubre pasado, acaso, a los concejales peronistas narcotraficantes de Tucumán y Formosa? Seguramente los mismos que votaron a los gobernadores J. L. Mansur y G. Insfrán, desenmascarados meses antes por el periodismo independiente como ladrones y corruptos ilícitamente enriquecidos. Con seguridad las mismas madres que ven hoy con desesperación cómo sus hijas e hijos ni-ni de 18 años trocan en vagos viciosos, “planeros” profesionales o “soldaditos” del dealer zonal. Abuelos y abuelas tal vez, responsables de empujar por vía electoral a sus nietos a una clara conversión hacia el mal.

Tras 75 años de populismo nacionalista preguntemos a cualquier argentino qué es, a su criterio, el bien común más allá de la esclavitud clientelar; qué cosa es, hoy, el bienestar honesto de los suyos.
De poder optar ¿Qué educación elegiría para sus hijos? Sin dudas, una privada, con valores y de excelencia. ¿Qué tipo de obra social querría para asegurar la salud de su familia? Sin dudas una privada de alta hotelería y nivel tecnológico. ¿Qué tipo de seguridad policial elegiría para su barrio o su negocio? Sin dudas una privada, aunque de manos libres, equipamiento avanzado y que le rinda cuentas tras cada facturación. ¿Qué tipo de empleo quisiera tener? Sin dudas no uno en el Estado sino en una empresa privada de punta en cuanto a lo productivo, en flexibilidad horaria, capacitación y ambiente laboral, que lo participe además en sus ganancias. ¿Qué clase de ruta o autopista elegiría transitar? Sin dudas no una pública minada de parches y huellones; más bien una privada; bien iluminada y mantenida con peajes.
Y así podríamos seguir inquiriendo hasta llegar al fondo de la cuestión ya que ¿qué clase de tributos pagaría ese ciudadano al Estado para seguir recibiendo sus malos (y caros, si consideramos la presión impositiva global) servicios, de no existir multas, embargos o cárcel por no hacerlo? Sin duda pocos… o ninguno. Nadie dudaría de ser capaz de utilizar esa cantidad (más del 50 % de lo que cada argentino gana) con mejor criterio; incluyendo el solidario.
Sentido común en estado puro: si todos saben que en un mercado competitivo los servicios privados pueden ser mucho mejores proveedores de bienestar, el cambio de paradigma no debería sino enfocarse a que el mayor número tenga oportunidad de acceso a los medios económicos que le permitan elegirlos y pagarlos contratando de por sí en cada caso particular, según mutua conveniencia.

Dotar de poder económico al bolsillo familiar elevando a millones a las clases media y media alta, por fortuna, no es algo difícil. Está probado en la práctica en unos cuantos sitios. Sólo requiere desechar el polvoriento ideal de la violencia redistribucionista para despertar a otro más práctico y efectivo: el de la razón capitalista.
Singapur, por ejemplo, un país superpoblado y sin recursos naturales aplica -hasta cierto punto- esta idea libertaria y hoy vemos allí que uno de cada 6 ciudadanos es millonario (dueño de más de un millón de dólares) mientras que el ingreso anual per cápita promedio se halla desde hace años en el top four mundial.

Parafraseando a Bill Clinton: “es la libertad, estúpido”.


De seguir esta máxima con razonada decisión, nuestra Argentina no tardaría en superar los índices de Singapur, ciertamente.






Participando las Ganancias

Marzo 2016

Dramas actuales, perturbadores y sobreactuados, como los que atañen a la puja salarial no tendrían lugar en una sociedad que se hallara en busca del paradigma libertario.
No lo tendrían porque en tal sociedad el poder estaría de manera creciente en manos de los asalariados, en lugar de estarlo en manos de gobernantes y grandes empresarios corporativizados.

El proceso libertario es un camino -el más directo, justo y sustentable que existe- hacia la elevación del pueblo llano, de las mayorías trabajadoras y por añadidura de los rebeldes, los soñadores y los inconformes.
Es el escape inteligente de quienes hoy están frenados y esclavizados por los poderes combinados del Estado, de incombustibles “barones de la industria” y sindicalistas millonarios que hacen de esa complementariedad (del todo oportunista) su norte.

En el caso que nos ocupa, la vía libertaria tampoco constituiría una situación fácil para el resto del empresariado, que debería enfrentar un marco desregulatorio en lo legal-comercial, financiero y laboral que desataría energías dormidas en la producción y en el consumo multiplicando la competencia interna en muchos de sus rubros. Con nuevos participantes y más capitales en el juego de proveer a la comunidad (y al mundo) de más y mejores bienes y servicios a menor precio.
Un marco que los forzaría a una mayor eficiencia administrativa,  ingentes reinversiones y a una austeridad personal, cooperación, contracción al estudio de situación y al trabajo… inéditas. Al menos para aquellos que pretendan que sus negocios subsistan.
Donde una parte fundamental del suceso estaría en asegurarse los mejores colaboradores posibles. Una situación “de mercado” muy distinta de la actual; donde los ofrecimientos de capacitación y de mejora de condiciones laborales (incluyendo sueldos y honorarios) jugarían con fuerza en favor de los empleados. Y que generaría fuertes incentivos para que hombres y mujeres de empresa encaren, además, el siguiente escalón empático.

Hablamos de la participación de los asalariados en las ganancias de la compañía. Algo que los prebendarios, corruptos gremialistas actuales vienen proponiendo bajo la forma de obligatoriedad legal y que en un sistema liberado se daría en forma natural: sin extorsiones, represalias, despidos, resentimientos, amparos, quebrantos ni costosas contrarréplicas judiciales.
Una modalidad bien conocida entre los hacedores más avanzados de nuestro entramado económico, como es el caso de los Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola dentro del sector agropecuario, mejor conocidos como Grupos CREA. Donde desde hace años está demostrado (y se aplica) que participar a la fuerza laboral de las ganancias reales de la producción, atando porcentajes remunerativos supra-salariales al logro de metas específicas individualmente consensuadas y mensuradas, redunda en beneficios para la empresa y para cada empleado en una sinergia virtuosa donde nadie pierde y todos ganan.

La libertad de empresa y de contratos podría hacer evolucionar las cosas hacia acuerdos voluntarios aún mayores donde empleador y empleado, veeduría o representación proporcional consensuada en el directorio mediante, se avengan a compartir riesgos empresariales, reinversiones, ganancias y también pérdidas.
En lo libertario, la creatividad asociativa, la innovación laboral y sobre todo la mutua conveniencia mandan. No así el Estado, el sindicato ni la corporación.

Las dosis de inversión y las tasas de capitalización de cada emprendimiento, en general, acaban determinando la productividad y con ella la viabilidad fáctica de mejores o peores sueldos.
Sin embargo y más allá de eso, en un contexto de empresarios y trabajadores unidos en -democrática- rebelión contra la actual atada de manos estatista, el pleno empleo no sería la utopía que hoy es.
Ambientes laborales estimulantes a tono con tal evolución conceptual, potenciarían relaciones de confianza y de honestidad intelectual ligadas a las ideas de integración y superación personal. Superación mejor entendida en tanto “competencia con uno mismo” dentro de verdaderos trabajos de equipo.

La libertad individual “de industria” y su potencial de inventiva sin trabas es otra vez y será, como durante toda la historia humana, la respuesta.
Y en este tiempo que nos toca, es también la mejor respuesta a la amenaza que plantean las tecnologías informática y robótica para el mercado laboral en su conjunto a mediano y largo plazo.

En todos estos sentidos nos parece muy importante apoyar la novedosa acción social encabezada por el conocido neurocientífico Facundo Manes en sus ONG’s, orientada a movilizar un cambio de paradigma social.
Porque es claro que con un paradigma de consenso socialista, asistencialista y dirigista basado en la redistribución del ingreso por vía coactiva, no vamos a llegar a otro sitio del que ya hemos llegado.

Uno que claramente no sirve. O que sólo sirve para ser llenado de gente que, de generación en generación, sólo consiga subsistir con lo mínimo sin acceder nunca a las herramientas necesarias para desarrollar una vida plena. Vale decir, a resignarse a una continua administración de pobrezas.
Una pesadilla que es muy real en esta Argentina de paradigma mayoritariamente pro-estatista que se “conurbaniza” cada vez más. Con villas miseria que se triplicaron en los últimos años. Y que ha sido hasta hoy incapaz de generar más (y nuevas formas de) trabajo a gran escala.

Para que quienes están en la informalidad, el clientelismo parasitario y el desempleo puedan incorporarse de lleno a la actividad productiva. A la única inclusión social válida, más allá de todo relato.






Adam y los Perros


Febrero 2016

Pese a las declaraciones y medidas de orden público que debió  adoptar y de otras (más proactivas) que debió resignar por motivos políticos, antes en la ciudad y ahora a nivel nacional, son varios los indicios que apuntan al hecho de que el presidente Macri es un hombre que cree en el potencial benéfico del mercado y que descree, por tanto, del estatismo como solución socio-económica de largo aliento.

Desde el iniciático estudio desarrollado en el libro La Riqueza de las Naciones por parte del filósofo moral y economista escocés Adam Smith (1723-1790), se sabe que los mercados libres sujetos a leyes de orden general se auto-regulan en beneficio del conjunto social a través de la mejor asignación posible de los recursos existentes, siempre escasos, mediante complejos mecanismos de decisiones participadas, que funcionan como operadas por una “mano invisible”.

Mano invisible que, a pesar de documentadas fundamentaciones de economistas tan célebres como Ludwig von Mises o  Friedrich Hayek entre otros fue siempre tomada en solfa por la izquierda internacional, partidaria de un intervencionismo estatal que asegurase ventajas personales y sectoriales a sus partidarios  (contrariando el beneficio del conjunto y en especial el de los más desfavorecidos) por vía del forzamiento en lo legal-impositivo.
Una situación de violencia de Estado –siempre contraproducente- que perdura aún hoy. Y que patentiza en qué punto tan atrasado de la evolución humana nos hallamos: optando al mejor estilo cavernario una y otra vez por la coacción en lugar de hacerlo por el estímulo.
Quienes en democracia han votado intervencionismos crecientes se han comportado como una auténtica jauría de perros de hortelano, no pasando ni dejando pasar.

La auto-regulación dentro del libre mercado tanto como la ventaja real que este aporta a las mayorías honestas, proactivas, pacíficas y trabajadoras es materia que desde los tiempos desde Adam Smith ha venido demostrándose cierta en cuanto caso se haya estudiado.
Lo que no obsta para que los partidarios –por cierto exitosos- del forzamiento interesado y los buscadores de la igualdad económica (no de la igualdad ante la Ley) por la igualdad misma sigan negando el cúmulo de evidencias de sus errores. Que a su pesar, se acumulan. Errores que se traducen en un aumento relativo de los niveles de pobreza, carencias estructurales, malnutrición, menor expectativa de vida o de acceso a la seguridad y a las posibilidades de elevación personal para millones. Algo que vemos a diario a nuestro alrededor.

La vanguardia científica de nuestro siglo XXI, no obstante, vuelve a reconfirmar hoy desde nuevos ángulos aquello que La Riqueza de las Naciones afirmaba desde el siglo XVIII.
Si bien es cierto que parece contra-intuitivo esperar que del azar aparezcan construcciones socio-económicas coherentes, no lo es tanto si  entendemos el principio de los fenómenos emergentes. Que lidia con sistemas complejos en los cuales el orden no surge desde arriba o desde afuera sino que emerge desde abajo, haciendo de su auto-organización eficiente… algo casi inevitable.
En biología, por ejemplo, podemos monitorear a millones de moléculas “tontas” que individualmente consideradas parecen incapaces de evolucionar, pero que interactuando por mera coexistencia espacio-temporal y sin coordinación jerárquica alguna dan origen a un estado superior de la materia denominado célula; capacitada para nuevas y avanzadas funciones tales como crecer y reproducirse. De millones de células “tontas” emergerá una nueva manera de auto-coordinación que dará lugar, por caso, a la formación de algo tan complejo como un corazón. Órgano “tonto” a su vez a no ser que, auto-coordinado con muchos otros durante la gestación, den lugar a la emergencia de… un ser humano.

El nuevo principio científico de los fenómenos emergentes se repite en muchos sistemas y asiste también al “misterio” de la mano invisible en mercados complejos, cumpliendo sus 4 condiciones: alto número de agentes interactuando; con agentes que siguen protocolos simples y rutinarios ignorando conductas emergentes de otros niveles; en una retroalimentación que afecta y modifica gradualmente los protocolos entre agentes; y donde la suma de estas acciones de proximidad conduce a la emergencia de fenómenos originales de escala superior en eficiencia conducente, no previstos como consecuencias obvias de lo precedente.

En ciertos sentidos, aún no entendemos del todo cómo funciona un mercado liberado para beneficiar al mayor número; pero lo hace.
Igual que en el cerebro humano, donde billones de neuronas con un funcionamiento “simple” de impulsos eléctricos se auto-ordenan generando fenómenos emergentes de niveles tan altos como la inteligencia, la conciencia o la memoria, así el complejo -y tan humano- gusto por la libertad de “hacer en combinación con otros” origina emergentes tan perfectos como los descriptos por Smith en su momento. O como los previstos para nuestro futuro posible por brillantes teóricos libertarios en la actualidad.

Nuestro Presidente parece haber asumido la maravilla (y la promesa) que encierran tales claves. Su inmensa potencialidad para convertir a la Argentina, otra vez, en un país-meca de inteligencias y capitales a gran escala.

Millones de perros del hortelano aún se oponen a este salto cualitativo, sin embargo, porque su naturaleza fue educada por generaciones en la cultura de la dádiva, de la igualdad económica y de la silenciosa, resignada creencia culposa de que, finalmente, en el estancamiento encontrarán igualdad y cierta seguridad.

A esto, nuestro ilustrado Presidente deberá oponer el camino de los sabios: tal y como describió David Hume (sociólogo y filósofo, también escocés, 1711-1776) La naturaleza humana es inmodificable. Si queremos cambiar los comportamientos, deberemos cambiar las circunstancias”.





Libro de Cabecera

Enero 2016

El presidente Macri tiene, según se sabe, un libro de cabecera. Se trata de El Manantial, publicado originalmente en 1943 por la notable filósofa ruso-americana Ayn Rand (1905-1982), años antes que su influyente best seller La Rebelión de Atlas (de 1957).

Es una señal auspiciosa de parte de quien guía los destinos del país. Un signo de integridad y de claridad mental.
El protagonista de esta edificante novela, un arquitecto innovador de elevados estándares éticos se enfrenta casi en soledad a las trabas de una sociedad fanáticamente conservadora que se estanca (y retrocede), privilegiando un supuesto altruismo colectivista por sobre el trabajo creativo.
Es la eterna historia de la lucha desigual entre el ego como evidente fuente del progreso humano y la multitud intolerante, envidiosa y pusilánime acodada en el igualitarismo.
Su trasfondo recala en el capitalismo como la mejor base socio económica posible para que los creadores de riqueza y empleo prosperen: un sistema fieramente racional basado en grandes libertades, que exige y premia lo mejor de cada uno. El único que eleva al hombre a la sagrada condición de fin en sí mismo, rescatándolo de la esclavitud de saberse un medio u objeto “usable” (sin su consentimiento) para los fines de otros. El que lucha por los derechos de la gente del llano contra los cobardes tiburones del privilegio estatista.

La obra de Rand estimula la certeza de que la vida de cada persona es importante y que la expectativa individual de grandes logros se justifica y afianza en la confianza profunda en la propia capacidad.
Una confianza que los socialistas, aún negándolo, trabajan para destruir.
Peor aún, tendiendo siempre a juzgar a la persona que eleva su cabeza por sobre el común antes que a sus propuestas o al resultado multiplicador de sus acciones a mediano y largo plazo.
Está claro: es más fácil juzgar (o prejuzgar) a un hombre que se yergue superándose en relativa soledad que a una idea racionalmente demostrable; algo que el propio Ing. Macri, como el arquitecto de El Manantial, padece en carne propia.
El socialismo populista que venimos de padecer demostró su expertise en el arte clientelar de asegurarse poder para robar con tranquilidad, atacando personas e ideas éticas mediante eslóganes demonizantes sin fundamento racional serio.
Propaganda repetitiva y educación pública direccionada solventadas en contra de sus convicciones por quienes más se oponían a ello, hicieron lo suyo sabiendo que resulta difícil dominar a mujeres y hombres pensantes: una situación de elevación y empoderamiento popular que debían evitar -y evitaron- a nivel masivo.

El ingenuo (o cínico) altruismo colectivista declamado durante 3 períodos presidenciales seguidos como justificativo (irracional a esta altura evolutiva de la ciencia económica) para una supuesta igualdad terminó como era de preverse, aún contando con las mejores condiciones económicas internacionales de los últimos 100 años.
La Argentina de fines de 2015 acabó con un Estado sobredimensionado, aislada del mundo civilizado, con cepo productivo y crecimiento cero. Minada de regulaciones, con muy baja inversión y grave déficit energético. Terminó endeudada como nunca, con sus instituciones republicanas en estado crítico, con su Banco Central vaciado y un producto bruto por habitante menor al de 2011. Con más de 8 millones de personas viviendo de subsidios de emergencia, con 1 millón y medio de jóvenes ni-ni, con más de un tercio de su población trabajando en negro, otro tercio sumido en la pobreza y… enroscada en el gobierno más corrupto de su historia.

Todos los argentinos saben esto. Aun los más de 12 millones que votaron por la continuidad del modelo K.
Lo saben. Y tienen miedo porque se reconocen hijos y nietos de la cultura de la dádiva y porque la sola idea de un Presidente normal, de convicciones edificantes que apunten a un país mejor donde se privilegie la cultura del trabajo, es en si misma un reproche.
Como se revela en el libro, los colectivistas bregan secreta o abiertamente para que todos vivan del prójimo, para que todos se sacrifiquen y ninguno destaque: para que todos sufran y ninguno goce. Para que en última instancia el progreso se detenga y todo se estanque porque (y esto es lo más importante) hay igualdad en el estancamiento, donde todos quedan subordinados al deseo de otros.
Falsificando la moneda democrática de tal manera que cara sea colectivismo socialista y ceca colectivismo fascista: veneno como alimento y veneno como antídoto.

Tal y como relata el libro de Rand “Miles de años atrás un gran hombre descubrió cómo hacer fuego. Probablemente fue quemado en la misma estaca que había enseñado a encender a sus hermanos. Seguramente se le consideró un maldito que había pactado con el demonio. Pero desde entonces, los hombres tuvieron fuego para calentarse, para cocinar, para iluminar sus cuevas. Les dejó un legado inconcebible para ellos y alejó la oscuridad de la Tierra.”
Quien hoy defiende ideas libertarias, un camino al que se accede por la puerta liberal del mercado abierto y del respeto real de los derechos a “hacer” es, en Argentina, otro individualista transgresor aventurándose por territorios prohibidos.

A juzgar por lo observado en estos primeros días de gestión, nuestro Presidente parece haber comprendido bien estos condicionantes.
Y -rara avis en la historia- parece haber asumido también la necesidad no sólo política sino económica de incluir en esta gesta moral, integralmente y sin ningún tipo de prejuicios a los colonizados por el canto de sirena colectivista que no lo votaron.
Un error que en los años ’40 del pasado siglo les costó el poder a los conservadores. A pesar de los fantásticos índices de progreso social, superiores a los europeos, que con sus políticas económicas liberales habían logrado.




Derechos Humanos y Coacción Estatal

Diciembre 2015

“Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos”
Jorge Luis Borges (1899-1986)

Frente al cambio republicano propuesto por el presidente Macri, las Sras. de Bonafini y de Carlotto acaban de convocar la una a la resistencia y la otra a una suerte de cínica paciencia, en espera ambas de un pronto retorno al populismo.
Dos mujeres icónicas del totalitarismo criollo, cuyos nombres quedaron en la historia de lo que para el peronismo han significado los derechos humanos. Madres responsables de educar a sus hijos en el anti republicanismo militante y en la violencia comunera, con su visceral desprecio por la vida ajena (tercer derecho humano según la respectiva Declaración Universal). De instruirlos en la delincuencia terrorista del irrespeto a la propiedad, base de nuestra Constitución y en su corolario: el agigantamiento de la misma pobreza que dicen deplorar. Señoras para las cuales las canas parecen haber crecido en vano y que a juzgar por sus declaraciones, poco han aprendido de las (injustificables) desgracias que debieron sufrir.

El populismo que las cobijó hasta el 10 de Diciembre de este año, que las enriqueció a costa de todos mientras hundía a la clase media “conurbanizando” a (volveré y seré) millones y que ambas sueñan restaurar es el mismo que ignoró, día tras día, la mayor parte del listado de los 30 derechos humanos básicos. Una cosa, claro, llevó a la otra.

La más brutal incompetencia por amiguismo, las constantes violaciones al derecho de propiedad y disposición, la discriminación ideológica contra sectores enteros bajo impuestos confiscatorios, los ataques a la libertad de industria lícita perpetrados por legislaciones regresivas, los quebrantos presupuestarios a caballo de una corrupción estructural desbocada o la más sucia manipulación judicial, de propaganda mendaz y espionaje interno de la historia nacional hicieron imposible -de facto- su vigencia.
La “titularidad” de tales anti-derechos bajo el gobierno kirchnerista en cabeza de personajes adscriptos a las ideologías más salvajemente retrógradas y genocidas que registra la historia universal, nos exime por otra parte de mayores comentarios.

Para cuantificar por aproximación el problema comprehensivo argentino, si bien el peronista Scioli obtuvo 12.300.000 votos en la segunda vuelta electoral, resulta sensato suponer que el resultado de las elecciones primarias (PASO, donde 8.900.000 personas lo apoyaron) refleja con mayor fidelidad el número de quienes comulgan con el kirchnerismo duro, cuyo falso concepto cliento-populista de los derechos humanos está representado en la imagen y en las opiniones de ambas damas.
Sobre un padrón electoral de 32 millones de personas, equivale a algo menos del 28 % de los adultos que además, según encuestas confiables, se ubican en el cuartil menos educado/informado.

En su carácter –ya clásico- de tema manoseado por autoritarios dirigistas, el gravísimo déficit de verdaderos derechos humanos en nuestro país (que no es patrimonio exclusivo del régimen que acaba de fenecer), implicó durante décadas un freno directo a la disminución de pobrezas e indigencias y al consecuente crecimiento de nuevas clases medias tanto como de su nivel educativo.
Y un freno muy fuerte, por derivación, a las posibilidades solidarias de nuestra gente, virtual “pata maestra” (en total acuerdo con la Iglesia) de cualquier transición hacia el bienestar definitivo de los más.

Y aunque la conciliación nacional, el cierre de grietas y el olvido de los crímenes cívicos de tantos argentinos durante tantos años de prostitución legislativa, resentimientos y avivadas desatadas estén en el centro de las buenas intenciones del gobierno entrante, la élite pensante debería tener muy presente el norte a seguir más allá de las necesarias consideraciones coyunturales de orden político, si no queremos lamentar dentro de cuatro años… un enésimo fracaso.
Un norte des-masificador; de responsabilidad individual sobre los propios actos, de implacable respeto a la propiedad ajena y de fortísimas libertades creadoras que, aunque se vea lejano al amparo del pensamiento de Borges que encabeza esta nota, nadie que se diga evolucionado debería perder de vista.

En tal sentido, valgan las también premonitorias y ultra vigentes palabras del sabio francés Frederic Bastiat (1801-1850) “La fraternidad es espontánea o no lo es. Decretarla es aniquilarla” y “Aunque deba amarse la conciliación, hay dos principios inconciliables: la libertad y la coacción”.








Terrorismo, Poder Nacional, Bienestar y Libertad

Diciembre 2015

Los recientes atentados terroristas de Estado Islámico en Francia resultan motivo de confirmación positiva respecto de las inmensas ventajas del sistema de la libertad y de los horrores que acarrea el autoritarismo.
Aunque las matanzas en Europa y otros sitios compelen al mundo civilizado a una reacción, sus autoridades estatales siguen sin mostrar la madurez requerida para actuar concertadamente, incapaces de dejar a un lado sus respectivos proyectos de dominación nacional. Priman así los objetivos de poder de los integrantes de cada gobierno y como consecuencia del aquelarre de intereses políticos cruzados, el nuevo califato sigue adelante saliéndose con la suya.
Apoyándose, desde luego, en tales divisiones: la guerra fría sigue viva y sus contrasentidos alimentan al monstruo del terror autoritario que pretende devolvernos al Medioevo cultural.

La reflexión pertinente tras la comprobación de que el gobierno francés decretase el estado de guerra y excepción, reduciendo más libertades personales de las que ha venido reduciendo con el pretexto de su defensa, debería hacernos asumir que la emergencia se ha tornado -allí y aquí- en algo constante. A entender que al revés de lo debido, hoy la ley es la excepción y las garantías suspendidas… la norma. Que tenemos a la peligrosísima e inasible “razón de Estado” (bajo este u otros pretextos) ganando la pulseada contra el bienestar.

Es comprobación cada vez más extendida que el poder político (en verdad el de quienes lo administran) sirvió de muy poco a lo largo de los siglos si el parámetro a considerar es el bienestar sustentable, creciente y a libre opción para las mayorías.
Porque tanto el poder de los políticos como su vieja y querida razón de Estado dependen del estado de miedo de esas mayorías; de mantener una perenne sensación de inseguridad física y financiera, laboral, sanitaria, educativa, patrimonial y previsional; necesitada de un Gran Hermano protector. Disciplinador. Autoritario.
Se guardaron bien que dependiera de un bienestar general sólido, de altos valores y autoestima, altas responsabilidad y capacidad intelectual de decisión. Hubiera sido trabajar contra sus intereses de casta; por su propia y natural extinción.

Uno de los innumerables resultados negativos de este orden de cosas es el terrorismo que hoy enferma y coarta a nuestra civilización.
Lo es porque se trata de un orden que no fue capaz de crear las condiciones sociales que evitaran el surgimiento de tal cantidad de fanáticos violentos.
Que no fue capaz de sostener en alto las fantásticas banderas de los Padres Fundadores de la revolución norteamericana, que sirvieran de ejemplo a nuestra Argentina y a tantos otros países.
 Banderas libertarias que intentaron plasmar en una constitución que asegurase el bienestar de los más. Aherrojando al Estado para impedir su deriva hacia el viejo autoritarismo fiscalista y regimentador que siempre acababa ahogando las iniciativas personales y el progreso de la comunidad. Para evitar que se transformara en un delincuente legal; en un ladrón y un forzador.
Hablamos de un orden meritocrático abierto, justo, inteligente y no discriminatorio que mientras funcionó impulsó a los Estados Unidos (y a la Argentina en su momento) al mayor crecimiento económico y a la más poderosa movilidad social sustentable que recuerde la historia de la humanidad.

Las fuerzas unidas de la demagogia, de la ignorancia y del humano resentimiento aflojaron sin embargo los grilletes del Estado y la deriva descendente se afianzó.
El orden que gobierna la civilización occidental no es hoy meritocrático ni abierto, salvo honrosas y pequeñas excepciones. Ni acredita ninguna de las otras características mencionadas, en el grado en el que sería necesario tenerlas.
Es así como, especialmente durante los últimos 100 años, no se verificaron los avances sociales y económicos que hubieran evitado, en retro-efecto dominó, las recientes masacres de Francia. Además de una inmensidad de otras calamidades observables a nivel mundial, en cuya raíz está el autoritarismo cortador de libertades que nos rige.

La vigencia efectiva de los derechos individuales y a la búsqueda de la propia felicidad, fundamentos de hierro de aquella revolución y de nuestra gloriosa Constitución, implican una “libertad de industria” de raigambre ética, lamentablemente olvidada.

En tal sentido, el desarrollo global de fuertes libertades en el comercio y los servicios, en los intercambios culturales y tecnológicos, en los flujos turísticos y financieros, en las infraestructuras y comunicaciones entre otros ítems provoca con el tiempo poderosas imbricaciones sociales a nivel transnacional.
Una red de relaciones, empatía, bienestares crecientes e intereses compartidos entre diferentes sociedades que dificulta enormemente la difusión de odios y enfrentamientos. Simplemente porque no le convienen a la gente; porque son caros, dolorosos e inconducentes. Del mismo modo que tampoco le convienen, por idénticas razones, los gobiernos autoritarios. O quemando etapas evolutivas, los gobiernos, a secas.
Asimismo, las libertades en tecnologías sofisticadas para usos defensivos a nivel individual y en redes privadas cooperativas de primero, segundo o tercer grado promoverían, combinadas, un altísimo nivel de seguridades e inteligencia que incluirían la posibilidad de letales represalias, disuasorias frente a ataques arteros de cualquier origen. Represalias avanzadas, implacables y mucho más desarticulantes que las del atacante que osara intentarlo.

Con el tiempo no cabrá más que aceptar que la seguridad depende de la expansión del bienestar, que este depende de la expansión de las relaciones globales a todo orden, que estas dependen de la expansión de la libertad en todos los campos y que esta depende de la contracción de los poderes estatales que la condicionan.

Se trata, claro, del ineluctable camino hacia la no-violencia.