Despertemos

Octubre 2005

Decía San Agustín que la belleza es el resplandor de la verdad.
Parafraseando al maestro podría decirse que en política, la verdad es el resplandor de la sensatez.
La sensación generalizada de descreimiento en el sistema democrático como palanca más sensata e inteligente para hacer estallar la prosperidad en la Argentina, no es novedad.
Los propios inventores del sistema tuvieron la agudeza de notar desde el vamos sus serias limitaciones. Hace 2400 años Sócrates dijo que la democracia nunca funcionaría pues la mayoría menos creativa siempre elegiría vivir en forma parasitaria de la más creativa minoría mediante la confiscación de su riqueza y la distribución entre ellos.
Es, evidentemente, la primera clara comprensión del socialismo.

De cualquier modo nuestra democracia de cartón y azúcar marcada por el patoterismo, la corrupción, el amiguismo, la falsedad y tantas otras lacras bien conocidas por los votantes solo sirve como ejemplo de todo cuanto hay que apoyar para hacer pedazos un gran país : socialismo, autoritarismo y resentimiento por propia incapacidad.
Aunque no estábamos destinados a serlo, somos hoy una nación mayoritariamente autista en cuanto a comprensión de los mecanismos que hicieron de algunos países sociedades prósperas (envidiables) y de otros países sociedades estancadas (envidiosas).
Así, hay países que nadan en petróleo mientras sus votantes sostienen bajo pretexto religioso a dirigentes fundamentalistas y se encuentran, en pleno siglo XXI, atascados en el medioevo.
Y hay países casi sin recursos naturales cuyos votantes procuran alejarse de la definición socrática, sosteniendo ideales como libertad, propiedad y seguridad jurídica. Son aquellos cuyas sociedades gozan del beneficio de la prosperidad mediante el simple expediente de utilizar su sentido común e inteligencia.

La sensatez que los votantes argentinos necesitamos es aquella que nos haga caer en cuenta de unas pocas verdades que resplandecen en su sencillez. Verdades que en las sociedades prósperas ya no se discuten.

La primera es aceptar que el socialismo en todas sus formas (populismo, paternalismo, estatismo, autoritarismo, dirigismo y cuanta variante de “Papá-Estado-Proveedor” se quiera) son sistemas perimidos, anacrónicos, superados, probados y fracasados hasta el cansancio.
El mismísimo modelo sueco, tan caro a nuestros progresistas, se encuentra en crisis terminal. Ni siquiera los archicivilizados nórdicos pudieron hacerlo funcionar y en la actualidad tratan desesperadamente de desandar un camino que amenaza sacarlos del primer mundo.

La segunda verdad a descubrir es que toda la sociedad debe apoyar a esa minoría creativa en lugar de expoliarla y colgarse de ella, como Sócrates vaticinó que haríamos. Haciendo esto, solo logramos que no surjan de entre nosotros, que nos engañen o que se cansen de poner su creatividad empresaria aquí y emigren o bien que no vengan. Vinieron, si, cuando la Argentina del Centenario les proponía condiciones atractivas y serias, con gran libertad económica y escasa coerción impositiva.

Apoyar a los que pueden crear riqueza significa atraerlos con lo único con lo que pueden ser atraídos : con un contexto social de amplias libertades (en especial económicas), respeto irrestricto a la propiedad (impuestos mínimos) y un sistema de justicia implacable (sin hijos y entenados) que defienda estas dos cosas a rajatabla.
El capitalista creativo asumirá así el riesgo empresario que le corresponde y traerá capitales, proyectos, tecnología, imaginación, esfuerzo personal, en suma, trabajos bien remunerados. Empleo genuino. Progreso sustentable y su corolario: optimismo de verdad.

La tercer verdad es la de comprender finalmente que en lugar de mirar con tozudez bovina hacia el letrero “igualdad” debemos girar la cabeza hacia el otro letrero, el que dice “crecimiento”.
Algunas citas de grandes pensadores tal vez nos aclaren el concepto
“En una sociedad abierta, la única igualdad compatible con la libertad es la igualdad de derechos” C. Cáceres.
“Una sociedad que pone la igualdad por encima de la libertad acabará sin igualdad ni libertad” M. Friedman.
“No me importa la desigualdad, porque no soy envidioso. Me importa la pobreza” P. Schwartz.
“Una economía exitosa depende de la proliferación de los ricos, de crear una amplia clase de personas dispuestas a tomar riesgos para formar nuevas empresas, ganar altas cantidades y reinvertirlas” G. Gilder.

Resulta evidente que los partidos y los militares que supimos conseguir (nosotros, nuestros padres y madres, nuestros abuelos y abuelas) a lo largo de las últimas siete décadas no han comprendido ni comprenden estos conceptos en toda su dimensión y es por ello que nuestra nación cayó del primer mundo al pozo donde se encuentra.
No es casual tampoco que el último índice mundial de libertad económica elaborado por el prestigioso Cato Institute ubique a la Argentina en el puesto 98, cuando en el pasado nos ubicábamos en el puesto 24.
Que cada quien saque sus propias conclusiones.

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