Abril 2008
El enfrentamiento del sector agropecuario con el gobierno tiene la virtud de haber dejado al descubierto la trama profunda del problema argentino. Porque la pelea de fondo que hoy se libra va más allá del aumento de las retenciones.
Se trata de un cuestionamiento ético de base al núcleo filosófico que sustenta, no solo al peronismo gobernante sino a los populismos (militares incluidos) que jalonaron nuestra ruina como nación rodando por las escaleras del ranking mundial, y a las muchas agrupaciones opositoras que propugnaron -y en muchos casos lograron- políticas económicas de corte socialista y nacionalista como “opción” a la sucesión de desaguisados, estafas, crisis y parches que marcaron los últimos 78 años de nuestra historia.
El cuestionamiento entonces, es al modelo de país que surge detrás de la rebelión fiscal del agro, como respuesta al terrorismo de estado fiscal del gobierno.
Si todo va tan bien como dicen (baja inflación, menos desocupación y pobreza, gran crecimiento) teniendo a la Argentina que produce bajo una fantástica presión tributaria, ¿para qué vuelven a subir impuestos?
Más bien deberían estar bajándolos.
Pero las caretas cayeron al suelo tras el cachetazo y ahora el pueblo empieza a darse cuenta de que el Estado necesita cada vez más dinero para apuntalar el derrumbe del insensato sistema dirigista de subsidios cruzados, precios falsos y salarios indignos que desde hace años intenta aplicar a contramano de lo que hacen las sociedades inteligentes del resto del planeta. ¡Los argentinos somos más vivos!
El modelo de país que se está cuestionando (dejando de lado los rabiosos llamados al gulag comunista del Sr. D’Elia y sus pandilleros racistas) es un modelo de solidaridad forzosa (concepto contradictorio en si mismo) donde el sector eficiente debe entregar como norma todo ahorro legítimamente logrado al Estado, quien lo seguirá usando para subsidiar precios de alimentos, energía y servicios a 40 millones de personas.
Hasta aquí puede cuestionarse la cosa como mero disparate económico, cuyas consecuencias de mediano plazo (5 – 7 años) ya empiezan a verse.
Sin embargo es el error moral inherente a este modelo lo que subleva a los honestos : el dinero succionado también se usa para poner de rodillas a intendentes y gobernadores, para cooptar opositores, para financiar la mafia sindical, piquetera y de madres empañueladas, para promover irresponsablemente el crecimiento de industrias inviables y prebendarias, para estatizar y crear nuevos actores económicos que dependerán de más subsidios, para asegurar la próxima elección comprando votos mediante asistencialismo, o simplemente para facilitar condiciones ideales de corrupción en beneficio de su propia clase política.
No menos importante es el error moral de quitar a palos, a un solo sector y antes de impuestos, las ganancias del trabajo obtenidas por derecha.
Es la Argentina ladrona, damas y caballeros. Y funciona con el acuerdo de 8.200.000 compatriotas que votaron otra vez a un Kirchner.
Aclaremos, por las dudas y hablando siempre de ciudadanos habilitados para votar, que 10.000.000 votaron por partidos de oposición y 8.800.000 no votaron a nadie.
El modelo de país que el empresariado eficiente propone es... el del mundo civilizado. Libertad económica para reinvertir y crecer, respeto por la propiedad ajena y absoluta seguridad jurídica contra atropellos de déspotas que creen que los votos legitiman la apropiación indebida. O sea, la aplicación en letra y espíritu de la Constitución Nacional de 1853, todavía vigente. El único pacto social legítimo.
La Argentina solidaria redistribuiría así la riqueza de su crecimiento en más trabajo mucho mejor pago para más personas.
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