Abril 2008
Por comentarios de un estudiante en la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires, me enteré hace un tiempo de la existencia de un cartelón muy visible en las cercanías del “centro de estudiantes” de dicha facultad. En el mismo podía leerse en grandes caracteres “para qué querés tener razón si podés ser mayoría”.
Esta brillante máxima enrostrada a toda su comunidad universitaria por parte de líderes estudiantiles de tendencia socialista, marca con exactitud el modo de pensar de una gran cantidad de argentinos.
Se trata de quienes apoyan a nuestro actual gobierno peronista con su sistema de quito y reparto lo que me parece y quienes desde la oposición quisieran aplicar opciones similares o aún más drásticas.
Lo cual me recuerda otra máxima, esta de Benjamín Franklin, quien dijo: “la democracia son dos lobos y un cordero votando sobre qué se va a comer. ¡La libertad es un cordero bien armado rebatiendo el voto!” lo que nos conduce al nudo del problema: ¿democracia como dictadura de la mayoría o democracia republicana? En una sociedad libre, el sistema republicano de independencia total de poderes y vigencia plena de la Constitución en letra y espíritu garantizan el respeto por las minorías (y me permito aquí recordar que sobre el padrón electoral de Octubre último, sólo algo más de 3 de cada 10 ciudadanos votaron por Kirchner).
En la dictadura de la mayoría, los que “son más” someten por la fuerza a los que “son menos”, por lo general apoderándose de sus bienes. Fórmula perfecta, por otra parte, para disuadir nuevas inversiones de capital, única forma conocida por el ser humano para salir de la pobreza.
La propia presidente admitió en medio de la remezón general causada por la rebelión fiscal del agro, que lo que aquí se está poniendo sobre el tapete va más allá de las retenciones a las exportaciones y se inscribe en una disputa de fondo sobre el modelo de país.
El modelo de país peronista en vigencia no difiere del que fracasó entre las décadas del 40 y 50 del siglo pasado, de la mano de su fundador: brutal intervencionismo económico verdugo de reinversiones, demonización de la prensa libre, corrupción generalizada, enriquecimiento de funcionarios y empresarios amigos, violaciones desvergonzadas a la Constitución, amedrentamiento y compra de la independencia judicial, claque oficialista de muñecos con brazo mecánico en ambas Cámaras y en las gobernaciones, presión impositiva confiscatoria para sostener un sistema inviable, bárbara desactualización ideológica, aislamiento económico, creciente regimentación totalitaria etc. etc.
Sólo falta la quema de templos católicos, la persecución física de opositores (déficit parcial) y la expropiación de unidades productivas.
El modelo alternativo es simple: vigencia de la Constitución Nacional en lo que respecta al funcionamiento de Argentina como una república federal.
Esto presupone independencia (real, por favor) de los tres poderes del Estado y respeto (en efectivo, por favor) de las autonomías provinciales entre muchas otras cosas.
Debe protegerse la vigencia de derechos indiscutibles como los de propiedad privada y seguridad pública, seriamente lesionados hoy.
No es imposible. Desde hace unos años, la hermana república del Perú intenta este camino. Su economía ha crecido a tasas del 9 % anual y de 10 % anual en el último semestre. Se trata de crecimiento real, y no falso como el nuestro que, partiendo de cifras aplastadas por el colapso populista del 2001 se limitó a recuperar el uso de la capacidad instalada y a confiscar via impuestos la suba mundial de precios de los “comodities”.
Otro país pobre despega mientras Argentina vuelve a hundirse en las contradicciones de un resentimiento rabioso, por propia incapacidad.
Finalizo esta breve reflexión con una tercera cita: esta vez del pensador Jarret Wollstein “mientras que los hombres reconocen los actos criminales cuando son cometidos por individuos en interés propio, a menudo fallan en reconocer los mismos actos por lo que son cuando son cometidos por una gran banda en el nombre de la justicia social o el bien común”.
Señoras, señores, aceptémoslo de una vez: el fin nunca justificará los medios.
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