Septiembre 2008
Un antiguo aforismo asegura que para el navegante que no sabe adónde va, nunca hay vientos favorables.
Por fortuna, un número creciente de conciudadanos está levantando su vista del suelo y ahora otea el horizonte con creciente preocupación. Notan que el vendaval de cola del precio de los cereales está amainando. Con su ayuda hemos recorrido muchos kilómetros durante días y noches bailando bajo la cubierta. Consumiendo las viandas que había en nuestra bodega.
Pero... ¿dónde estaba el Norte?
El partido de gobierno con la presidente a la cabeza marcha otra vez en nerviosa procesión, a contramano de la Historia.
Millones la siguen por la escalinata descendente, ciegos a un futuro que ya nos cae encima como lápida. Un futuro que, por cierto, no se apiada de necios ni de ignorantes.
En la Argentina 2008 los que no saben adónde vamos, son legión.
La crisis hipotecaria de Estados Unidos y sus consecuencias sobre los mercados financieros marcan, probablemente, el fin de este ciclo de excepción. Una vez más el peronismo dejó a la Argentina parada en la estación y a sus habitantes varios escalones más abajo en el ranking mundial de nivel de vida.
Perdimos otra vez el tren. Otros 5 años de ineptitud y falta de visión, de lo peor del populismo demagógico, torcieron el brazo a la Argentina productiva forzándola a resignar más y más espacio a nuestros competidores. Desperdiciando con inteligencia cero un lustro de increíbles oportunidades de crecimiento sinérgico que nos hubieran colocado en ventaja y a las puertas del desarrollo.
Más allá de esta asombrosa irresponsabilidad “coyuntural”, sin embargo, la dirigencia gobernante sigue sin comprender dónde está el norte de mediano y largo plazo.
La interdependencia de los pueblos es cada vez mayor.
El comercio y los negocios, la banca y los servicios, las culturas y los códigos se integran a lo largo del planeta a velocidad de Internet. Crece una conciencia de humanidad global, un sentimiento de destino compartido, protección ambiental inteligente y de multiculturalismo imparable, al ritmo acelerado de las comunicaciones, la tecnología y los avances científicos.
La medida de la mejora en el nivel de vida de la gente se corresponde con lo que cada sociedad sea capaz de exportar, intercambiar, aprender y adaptar con eficiencia a su entorno de ventajas comparativas.
Las viejas fronteras nacionales crujen, incapaces de frenar los desplazamientos de bienes y personas, de arte y electrónica, de turismo y religiones, de idiomas y modas juveniles, de videojuegos e ingeniería genética. Y también de pobrezas innecesarias y riquezas al alcance de comunidades de ojos abiertos. Los gobiernos empiezan a verse superados por la rapidez de los cambios, con sus costosos reglamentos, prohibiciones y controles burocráticos muchos pasos por detrás del ritmo de adaptación social. Las necesidades van en avión y las instituciones en carreta. El fastidio de la gente con la inoperancia “oficial” en cientos de cuestiones diarias semeja el efecto gradual de una olla de presión con tapa roscada.
Los Estados-nación van por el mismo camino de obsolescencia y paquidérmica ineficacia que caracteriza a pesadas organizaciones inter-estatales como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario o la OTAN. Los aguarda el mismo destino de los dinosaurios.
El mundo es uno solo y la especie humana también. Los retrógrados racistas que no comprenden que la globalización vino para quedarse, que todavía se oponen al intercambio libre y creciente, sostienen una causa perdida. Tan miope como ruin.
La nueva economía del conocimiento domina el nacimiento de esta era post-industrial. Las fábricas y las manufacturas siguen estando, claro, pero ocupan ya un segundo plano en el mapa del poder, la riqueza y la influencia de los pueblos.
Cabrán retrocesos parciales; dos pasos adelante y un paso atrás, pero la tendencia de largo plazo es (por suerte para los honestos) inmodificable.
Lo pequeño va prevaleciendo sobre lo grande, lo especializado sobre lo masivo, lo creativo sobre lo rutinario y lo libre sobre lo coercitivo tanto como la inteligencia sobre la necedad ideológica.
La diversidad crece, poderosa y fecunda. A la par, los derechos del individuo ganan en todos lados espacio e importancia a expensas del viejo igualitarismo obligatorio de los colectivistas, en un avance mental cualitativo de importancia incontrastable.
Hacia fines de este siglo, es muy probable que la interacción de tendencias como las arriba apuntadas nos haya llevado a la abolición de límites territoriales y Estados tal como hoy los conocemos. Será otro mundo, por cierto. ¿Estamos preparados?
Nada de esto se ha asumido aquí en profundidad y no existe plan alguno para alinear con visión de estadista a nuestra Argentina en las “reglas para el éxito” del siglo XXI. Al contrario. Es obvio que el tema supera a esta dirigencia, que tiene puesta la prioridad en sus finanzas familiares.
Nuestra sociedad sigue siendo capaz de adaptarse a lo que viene, pero no con este sistema de manos atadas a la espalda. Con la melaza socialista a la cintura no podemos competir en esta maratón, donde se juega la opción de que nuestros hijos dejen un día de ser esclavos trabajando duramente para burócratas y parásitos. Sean estos nativos o (en el futuro) extranjeros.
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