Abril 2009
Por mínima que sea su capacidad de discernimiento, cualquier persona está en condiciones de darse cuenta de ciertas verdades.
Una de ellas es que la razón de ser del Estado es el control. Control que siempre implica invasión a la autonomía individual de alguien. Tanto controla un presidente como un invasor y la esencia de esa invasión no varía si esta es llevada a cabo por un hombre contra otro, tal como un delincuente común; por un hombre contra todos, como en una tiranía o por todos los hombres contra uno, como en las modernas democracias.
La gente se acostumbró a que el gobierno controle, reglamente y grave cualquier transacción de bienes o servicios que ocurra en la sociedad, en la misma forma en que antes lo hacía la Iglesia con los comportamientos y expresiones de las personas. El desafío de separar las cosas sigue siendo, aún hoy, el mismo.
Recordemos que la democracia llegó a ser popular porque prometió menos impuestos y más libertad de la que existía bajo la monarquía, mas no pudo cumplir su promesa.
Los libertarios sostienen con sólida fundamentación filosófica que la propiedad de una persona es la extensión de su vida y que la libertad puede definirse como ausencia de invasión a la persona o a sus bienes mientras que el precio del progreso puede resumirse en la no-limitación de la libertad.
No pretenden saber lo que es bueno para la humanidad, y defienden la idea de que cada persona puede hacer lo que desea siempre que no perjudique a los demás, sin otra limitación.
Cada quien es libre de perseguir sus propios fines en la vida y uno de esos fines podría ser un estado llamado felicidad. Sin perder de vista que aún viviendo en las condiciones de máxima libertad posible, habrá mucha gente que fallará en alcanzar sus metas.
El libertarianismo como sistema integral basa su funcionamiento en la economía de mercado, traducida en los planes personales de millones de individuos, cada cual coordinando el suyo con los de los demás, dando como resultado espontáneo una interacción extraordinariamente compleja. Tan imposible de idear como de controlar.
El sistema estatista, en cambio, magnifica el poder de los ricos a través de la concreción de sobornos con el fin de redirigir el dinero de nuestros impuestos hacia sus proyectos. Porque el Estado escucha mayormente a los grupos de presión o a los que prometen ganancias y ventajas para la clase política.
En una sociedad libre, el gobierno dejaría de interferir en la acumulación del ahorro y del capital de producción impulsando muy fuertes subas de la tasa de capitalización, lo que se daría en forma ilimitada creando el mejor ámbito posible para el progreso económico y las posibilidades reales de elección de la gente, en todos los ámbitos de la acción humana.
Tendríamos en Argentina a 40 millones de mentes trabajando para solventar los conflictos, votando voluntariamente con sus pesos por la mejor solución para cada uno de ellos bajo sus propias circunstancias. Bajo el Estado coactivo, tenemos a unas pocas personas intentando resolver los problemas de todos, y todos somos obligados a punta de pistola a aceptar las soluciones de quien gobierna.
Mucha gente piensa que la sociedad no podría funcionar con poco o ningún Estado democrático detentando el monopolio de la fuerza. ¡Al fin y al cabo, todos los países civilizados son democracias! Sin embargo podría recordárseles que en los siglos XVII y XVIII mucha gente también pensaba que la democracia no podría funcionar, y que un sistema así se desintegraría en el caos en cuestión de meses. ¡Al fin y al cabo, todos los países civilizados eran monarquías! Ahora todo es democracia intervencionista pero… la noche está en pañales.
Recordemos también que el Estado nació cuando la gente renunció a parte de su libertad por pereza, dejando que un “ente superior” llevara parte de sus asuntos. Y que el problema apareció cuando el ente se hizo tan fuerte como para pasar a extorsionar y presionar a todos; aún a quienes no lo querían.
Si bien hemos acabado con el “derecho divino” de los reyes, en realidad y en el estado actual de evolución social, lo hemos sustituido por el gobierno absolutista de la mayoría.
Al decir de Bakunin: “aquellos que reclaman lo posible, jamás logran nada. Pero aquellos que reclaman lo imposible, al menos logran lo posible”. Los servicios de seguridad y justicia, prestados por el Estado, son la base de funcionamiento de todo el orden social. Son considerados como “lo más importante” y parecería locura que el gobierno se desentendiera de los mismos. Sin embargo, podríamos considerar que la alimentación y el vestido son aún más básicos, aunque son pocos los que sugieren su estatización ya que es sabido que las granjas y fábricas colectivas llevaron a las hambrunas y desastres económicos más espeluznantes de la historia humana. No se ha encontrado un solo ámbito en el que la acción del Estado sea más eficiente o eficaz y barata que la provista por empresarios en el mercado. Podríamos referirnos a sanidad y educación tanto como a justicia y seguridad. Aunque menos obvio, esto puede aplicarse también a defensa militar, asistencia a los desposeídos, relaciones exteriores o sitios públicos entre muchas otras cosas.
El catálogo libertario incluye pensamientos como los que siguen: sólo yo debo decidir si le doy dinero a los pobres y cuánto; quien viola mis derechos debe pagarme a mi, no a la sociedad; sólo es delito lo que viola los derechos de otra persona (no los reglamentos arbitrarios del Estado o sus “leyes” injustas que más parecen licencias para extorsionar); tengo derecho a retener todo lo que gané honradamente; en vez de cobrar impuestos generales, debe cobrarse por los servicios que cada quien recibe; la propiedad privada es inviolable y sólo su dueño debe determinar su uso; sólo yo debo decidir lo que produzco, a quién se lo vendo y en cuánto; debe prohibirse al Estado endeudarse a mi nombre mediante deuda pública; deben utilizarse los activos del Estado para cancelar la deuda pública actual; tengo derecho a comprar productos “abaratados” (subsidiados) por gobiernos extranjeros; cada quien debe pagar por su jubilación sin obligar a otros a hacerlo; debe eliminarse el uso de los impuestos, subsidios e incentivos, para beneficiar a cualquier persona o grupo; sólo yo debo decidir cómo gasto mi dinero; debo responsabilizarme por mis actos sin pasarle mis facturas a otros; tengo derecho a portar un arma para defensa propia; sólo yo decido qué le introduzco a mi cuerpo (tabaco, alcohol u otras drogas) o si uso o no cinturón de seguridad; tengo derecho a trabajar sin tener que pedir permiso, licencia o pertenecer a una organización profesional u ocupacional. Y muchos otros de este tenor.
Se supone que necesitamos al Estado en la lucha contra el terrorismo, la pobreza o las drogas sin reparar en que son problemas que el propio Estado ha creado. Como aquella inscripción colocada en cierta institución de caridad “este hospicio fue construido por una persona piadosa, aunque primero fabricó los pobres que lo habitan”. La pobreza podría ser erradicada con facilidad si tan solo el gobierno dejase de crearla.
La desaparición del inmenso gasto aplicado al mito del “Estado benefactor” con sus comisiones de rigor, implicaría mucho mayor riqueza en la sociedad haciendo a las personas más generosas, humanas y caritativas para con los marginados ya que la historia nos enseña que la indiferencia hacia el prójimo aumenta en la misma medida que crece la intervención del gobierno.
Sólo el Estado y los delincuentes comunes se basan en la violencia (o en la amenaza de su uso) para lograr sus metas. El resto de la población depende de la cooperación voluntaria. Porque ¿quién tiene derecho a imponer su voluntad sobre sus semejantes? Todos responderíamos ¡nadie! Y sin embargo aceptamos mansamente y a diario en los principios y en las prácticas que nos la impongan por la fuerza. ¿Cuántos impuestos pagaría Ud. si se despenalizara la evasión?
El objetivo del libertarianismo hoy, a pesar de todo esto, es aceptar el marco legal establecido como punto de partida y modificar gradualmente la legislación conforme las disposiciones constitucionales. Las instituciones privadas deberían ir reemplazando a las estatales a lo largo de años para que cuando finalmente el Estado desaparezca ni siquiera nos hayamos dado cuenta. Los movimientos secesionistas, una férrea oposición en el Congreso a proyectos totalitarios (como la que llevan a cabo los legisladores del Movimiento Libertario en Costa Rica) y toda protesta conducente a impedir que los seres humanos se arroguen el “derecho” de no respetar a otros en su persona o en su propiedad, se consideran caminos válidos.
En definitiva, todo se reduce a dar preeminencia a la cooperación por sobre el uso de la fuerza en un ámbito donde cada persona pueda seguir sus sueños, trabajar para lograrlos y disfrutar sus logros sin temor a perderlo todo por el capricho de algún político.
Es verdad que el Estado no posee mayor honestidad o buen juicio que el promedio de sus líderes, personas más bien mentirosas y de poca vocación abnegada de servicio. Lo que sí tiene es fuerza bruta, aunque ciertamente no hemos nacido para ser forzados.
No hay ningún buen acto que para ser llevado a cabo requiera otro malo. No está moral ni éticamente permitido conseguir un bien comenzando por un mal. Que el Estado sea moralmente malo, sería ya razón suficiente para abolirlo incluso si las soluciones del mercado no implicasen una mejoría.
Tal vez logremos que cada vez más gente despierte pensando “Si. Eso es en lo que yo creo. Este hombre está diciendo lo que pensé durante toda mi vida”… y proceda a votar en consecuencia.
Para ampliar en este tema, ver nota Libertarianismo de Marzo 2006 en
http://www.libertadynoviolencia.blogspot.com/
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