Julio 2009
Nuestra sociedad ha elegido apañar la desnutrición para muchos cientos de miles de niños, afectando para siempre su desarrollo neuronal y físico. También eligió educarlos (y a muchos otros más) de manera insuficiente, afectando severamente su capacidad de evolución intelectual y cívica. Eligió asimismo coartar sus posibilidades de progreso económico y social como adultos, afectando así su autoestima y sus chances de realización personal.
Nuestra sociedad sigue eligiendo cada día amargar la vida de millones de compatriotas a través de las ansiedades, mala calidad de vida (evitable) y consecuentes quebrantos de salud, provocados al vivir bajo un “modelo” agresivo y desactualizado. También elige castigar a sus mayores con inseguridad económica, humillación moral por dependencia y muerte prematura por privaciones, al haberles bloqueado el bienestar de modernidad civilizada que les hubiese correspondido.
Hemos elegido todo este sufrimiento durante más de seis décadas de manera deliberada. ¿Cómo? optando una y otra vez por demagogos, mafiosos, ignorantes ineptos, violentos o simples ladrones para que comandaran desde el Ejecutivo nuestro derrotero. No caben aquí las excusas del “no sabía”. Todos supimos perfectamente quién era quién. Y la fuerza bruta del número hizo lo suyo, arrastrando en su marejada primitiva a la totalidad de la población. Incluyendo a los muchos ciudadanos que estaban -y están- en absoluto desacuerdo.
A consecuencia de estas elecciones también tuvimos parlamentos dominados por incultos y oportunistas que convalidaron un reglamentarismo cerril de tendencia coactiva, retrógrada, confiscante. A contramano de la inteligencia pero funcional al “políticamente correcto” resentimiento de moda. Los delicados derechos de propiedad privada y de libertad de empresa que se suponía debían proteger, cayeron heridos de gravedad bajo la metralla socialista mientras nuestro brillante futuro de gran potencia se hacía añicos, ante la socarrona mirada del mundo.
Los mismos nefastos gobiernos militares, con su tosco estatismo nacionalista y sus excesos criminales, no fueron más que obvia, buscada y matemática consecuencia de la sumatoria de incapacidades, sinvergüenzadas y estúpidos desmadres de la clase política que elegimos. Basta mirar a nuestro alrededor o releer los primeros párrafos de esta breve crónica para comprobar la bajeza de lo que le hemos hecho a los más desprotegidos con nuestros muy democráticos votos.
No todo está perdido, sin embargo. Podemos seguir eligiendo cada tanto, entre otras acciones de resistencia. Y esa elección podría empezar a tornarse más autodefensiva, menos comprada en el caso de las familias más sufridas, votando a quienes más se acerquen a ideas realmente avanzadas en orden a su más pronto ingreso a la economía del conocimiento y sociedad de consumo modelo siglo XXI.
Tal vez sólo dependa de un buen publicista con un presupuesto generoso, aportado por instituciones y empresas dispuestas a una solidaridad inteligente. Tal vez no todos los sueños y anhelos puedan ser comprados por los corruptores. La verdad, la corrección, el sentido común… no han dejado de ser herramientas formidables. Tampoco el afán de verdadera justicia. Ni las nuevas ideas con capacidad de movilizar entusiasmos.
Ideas avanzadas, hoy, son aquellas que se basan en ciertos conceptos irrenunciables, soportes de un alto grado de civilidad.
Conceptos que son, por otra parte, los que potencian exponencialmente la tasa de capitalización (promoviendo inversiones, ahorro, producción, innovación, crecimiento, inclusión, bienestar) en cualquier sociedad. La evolución humana progresa por el camino de objetivos y verdades como las que siguen:
La meta debe ser establecer una sociedad libre y próspera donde nadie necesite y todos posean en abundancia. En el trayecto, una sociedad donde se fabricase riqueza sin pudores a todo nivel nos permitiría ser más solidarios, porque quien posee más, puede ayudar más con sus recursos.
La igualdad significa igualdad de oportunidades para conseguir mejor salario, justicia, seguridad, jubilación, vivienda o la felicidad que se desee mediante transacciones, convenios, arreglos, contratos, acuerdos voluntarios con otros hombres.
La política sólo actúa en el ámbito de la coerción mientras que la libertad, desde luego, significa ausencia de coerción aunque es también y principalmente, responsabilidad. Limitar el poder, pues, reduce el daño que la gente puede hacer a otros a gran escala a través de la política, violando libertades personales.
Tolerancia significa que no podemos usar la fuerza para imponer nuestras opciones a los otros. Siempre es inmoral tratar a las personas como medios, sin importar los pretextos que se usen. Las interacciones humanas deben ser estrictamente voluntarias y pacíficas. Convenzámonos: usar la fuerza o el fraude para conseguir algo de los demás tiene un nombre: robar.
A contramano del intercambio voluntario, los impuestos son un claro ejemplo del saqueo coercitivo a la propiedad de la gente sin tener su consentimiento previo. Debemos tender a aplicar al gobierno la misma norma de sentido común que se aplica cuando un individuo interfiere con otro. Y terminar aplicando estricta y coherentemente el principio de la no agresión a todo el campo de la acción humana. Quien no esté de acuerdo con esto, es agresivo.
Las guerras y matanzas, las disputas políticas que jalonan la historia humana subyacen a la pregunta ¿quién tiene derecho a imponer su voluntad sobre su prójimo para obligarlo a hacer lo que él quiere? y la respuesta correcta es: nadie. Ninguna persona o mayoría bajo ninguna circunstancia tiene el derecho de obligar a los demás a hacer (o dejar de hacer) nada. Es derecho básico del ser humano que los demás no puedan actuar en forma violenta contra su vida, su libertad y su propiedad. Y la propiedad de una persona es la extensión de su vida. Los derechos, señores, no se disfrutan a costa de otros. So pena de sufrimiento social elegido como el que tenemos.
Todos estos conceptos han sido ignorados o atropellados, en especial por el largo rosario de los gobiernos responsables de nuestra decadencia. Los anteriores los atropellaban menos, bastándonos eso para ser el país estrella que fuimos hacia la época del Centenario.
Lo que no quita que ahora sepamos que de elegir el camino de sociedad abierta y de libertad total a nuestra creatividad, la explosión de bienestar que nos elevaría podría dejar sordo y mareado al resto del planeta.
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