Julio 2012
¿Por qué, siendo el 3° país
del mundo en recursos naturales aprovechables, quedamos fuera del boom inversor
periférico que caracterizó a estos años de enormes capitales en fuga desde los
Estados-providencia europeos en quiebra?
¿Cómo es que seguimos
retrocediendo en el concierto de las naciones a pesar de que, desde que “volvió
la democracia” en 1983 se obligó al agro (y en menor medida a otros sectores) a
transferir al gobierno, solamente en concepto de diferenciales cambiarios (retenciones),
la increíble cantidad de 110 mil millones de dólares?
Sumado este tipo de exacción -casi
exclusiva de la Argentina- al resto de los impuestos, el zarpazo fiscal supera
hoy el 80 % de la “renta agraria” según estudios serios, sin contar el último
impuestazo múltiple propinado por el Sr. Scioli y otros gobernadores del dream
team progresista.
El complejo del campo
argentino con las ciudades del interior y sus cadenas de valor agroindustriales
son el actor más obviamente representativo, eficiente y productivo de nuestra
nación y el que soporta desde hace más de siete décadas la mayor parte del costo
del “taller protegido” en que, debido a ese subsidio insensato, se ha
convertido casi todo el resto.
Aunque menor, igualmente
insensata es la presión fiscal que se ha aplicado sobre personas y empresas
ajenas a lo rural. Baste saber que desde que los Kirchner usufructúan el poder,
el total de lo extraído por el Estado a la sociedad asciende a la astronómica
cifra de 500 mil millones de dólares, sin contar el impuesto inflacionario ¿Dónde
está, diez años después, el país de punta que la inversión reproductiva de esa
cantidad supone? Deberíamos, más bien, rendirnos a la evidencia de que
exacciones de este calibre son la verdadera causa madre “oculta” de nuestro
declive.
Bien podríamos decir, además, que
los planificadores han diferido pero que todos los planes han pasado por el
mismo eje: desde Eva, pasando por Isabel y terminando con Cristina, el ya
entonces polvoriento modelo social-corporativo o nacional-populista no varió un
ápice. Sus resultados tampoco: Argentina trocó en ese tiempo su estatus de
potencia emergente rica y respetada… por el de sociedad quebrada y delincuente.
Y aún así, puede verse que no
bastan los sopapos de pobreza y de humillación infligidos a los más, para quebrar
la tendencia mayoritaria a la elección de amos
golpeadores. ¿Por qué?
Tal vez porque es también mayoritario
el deseo de pretender, desde la impunidad de un cuarto oscuro, que la realidad
se avenga (también a golpes) a satisfacernos por la banquina izquierda y
violando todas las leyes económicas. O que las normas del legislativo se amolden a creencias
infantiles y a resentimientos personales, por más viles y contraproducentes que
estos sean.
Tal vez porque en general el
ser humano odia estúpidamente y a priori aquello que ignora. O tal vez
se deba al extendido desinterés y pereza de espíritu para esforzarse en conocer
lo nuevo. Lo superador. Pero posiblemente y sobre todo, para enfrentar lo que (en
el fondo todos saben) es la vía competitiva y de libre comercio que haría de
Argentina una gran potencia.
O quizá porque son tendencias
universales, potenciadas aquí por la inculcación temprana de la sacralización del
concepto “Estado”. Procurando asimilar sutilmente la bondad protectora de la “autoridad
paternal” con la “autoridad estatal”, siendo que en los programas oficiales de
educación pública se lo presenta como un ente patriótico a quien se debe
natural respeto y obediencia.
Como tutor social y autoridad
moral, para que el mensaje subyacente sea siempre que todo lo que pasa debe ser, de algún modo, para bien (aún las acciones de un político hipócrita).
A lo largo de años de escuela,
la repetición del mantra subliminal del “Papá Estado proveedor” refuerza aquella
percepción autoritaria y dirigista, en el combo de una manoseada identidad cultural (en realidad, tribal),
de fronteras proteccionistas “contra el otro” (en verdad contra los nuestros), de prejuicios,
banderas y cánticos. Cuidando en especial de no mencionar a los niños el
espinoso asunto del origen o raíz de su poder: obviamente, la violencia.
Porque lo conveniente es
identificar al Estado no con la coacción del monopolio armado que es, con el
pisoteo de tantos derechos superiores y previos o con su área geográfica de
saqueo exclusivo, sino con la imagen de transparentes negocios sin fines de
lucro “para todos” o con una suerte de gran organización caritativa, de mística
y sabiduría superior.
Sabiendo que desde el
principio de la historia y en la cosmovisión religiosa natural del homo sapiens,
el poder absoluto se vio asimilado a bondad perfecta bajo la forma de un ser
divino.
Explicación, claro, del motivo
por el cual en el pasado los Estados seculares absolutistas procuraron alianzas
de mutua conveniencia con el poder religioso (hoy son con los políticamente correctos intelectuales de
izquierda y otros corruptos-útiles
influyentes).
Y también sabiendo que las inclinaciones
políticas suelen originarse en pulsiones inconscientes sobre patrones formados
en la más temprana infancia.
Así, la mayor parte de los
votantes ven a la “renta nacional” como un infante ve al dinero de sus padres:
algo que simplemente “está”, para ser pedido (o exigido) y disfrutado. Concepción
que raramente varía con los años a pesar de
que, cuando los niños reales crecen, terminan comprendiendo qué es un sueldo,
un trabajo, un ahorro, una deuda o un impuesto.
Amos golpeadores, en
definitiva, que son el resultado de tácticas
que han cegado con éxito a mujeres y hombres de todos los niveles frente a la maldad del Estado y que echan luz
sobre porqué la democracia actual, al decir del brillante economista, filósofo
y escritor Hans Hermann Hoppe es ya “el dios que falló”.
Mientras tanto y siguiendo la
receta nacional-socialista (nazi) atribuida a Adolf Hitler, nuestra encantadora
democracia no republicana sigue inculcando de facto aquello de que “las masas son femeninas y estúpidas: obedecen
a un manejo basado en emociones y violencia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario