Mayo
2013
El
odio que suscitan las ideas novedosas, superadoras en los campos de la política
y la economía que amenacen con tornar obsoletas preciadas creencias
anteriores, es tan profundo e inexorable como el de las persecuciones religiosas
ocurridas en tiempos pasados. Es, de hecho, el mismo tipo de rechazo irracional.
También
es un hecho (y en modo alguno casual) el que en esta Argentina avergonzante que
nos toca vivir, casi todos los partidos políticos sean de centro-izquierda.
Ya
que incluso aquellos que no se definen de esa manera coinciden en postular un
Estado dirigista; con fuerte presencia en la vida social y empresaria de la
nación.
Podríamos
afirmar así sin temor a equivocarnos que en mayor o menor grado, díganlo o no, la
casi totalidad de la oferta electoral puede ubicarse dentro del amplio campo socialista.
Y
el socialismo es justamente una de esas preciadas creencias anteriores bajo amenaza,
que deberían ser mejor entendidas.
Porque
se trata de una doctrina según la
cual la vida y el producto del trabajo son propiedad social, no individual.
Donde los seres humanos no tienen derecho a vivir buscando su propio bien. Y
según la cual la justificación de la propia existencia consiste en servir a un
Estado que puede disponer de cada uno como mejor le cuadre, con tal de
conseguir el bienestar colectivo o tribal.
Objetivo
que casi nunca se logra en la práctica por una larga lista de razones y excusas,
todas muy humanas desde luego, y que cuando se logra es a un costo tan elevado
que supera por mucho el valor global de las ventajas alcanzadas.
Puesto
en el contexto de la valiosísima brevedad de una vida y de la alta prioridad
que cada generación asigna al bienestar futuro de sus propios hijos, es grave.
Es
muy grave que haya porcentajes tan mayoritarios de centro-izquierdistas
argentinos sostenedores de una creencia que en todas partes produjo y produce,
por defecto, una acumulación de lucros
cesantes y daños emergentes tan pavorosa que nadie con algún nivel de responsabilidad
política se atreve a mensurar.
El
socialismo versa entonces sobre sistemas que sólo pueden ofrecernos, cuanto
más, un lento declive y cuanto menos un freno de alto impacto a la iniciativa
creadora individual, a la inversión reproductiva y al surgimiento de nuevas
ocupaciones propias de este nuevo siglo, con nuevos paradigmas globales y
millones de nuevos empleos sustentables (y de nuevos ex pobres).
Trata
de antiguas creencias basadas en la
amenaza sobre el manso y en lo
no-voluntario (¿alguna duda? pruébese, sino, con despenalizar toda evasión
tributaria: que la “vox dei” decida
si les paga o no).
¿Queremos
disfrutar de ciudades tecno-eco-amigables sin sucios cableados aéreos? ¿Queremos
quintuplicar nuestras exportaciones agro-industriales? ¿Queremos una moneda
prestigiosa y estable? ¿Queremos seguridad personal y Justicia implacables? ¿Queremos
energía limpia y abundante? ¿Queremos impecables autopistas en cada ruta
nacional y trenes ultra modernos? ¿Queremos educación privada (o símil privada)
para todos? ¿Queremos una previsión social de primera? ¿Queremos más fuerza
laboral y menos ni-ni? ¿Queremos diez o veinte etcéteras más en la misma línea
de avance?
Cosas
como estas podrían ser muy convenientes para gente evolucionada, para
ecologistas, para viajeros, para consumidores, para inversores, para los más
vulnerables, para jóvenes con espíritu, para los mayores, para los obreros… y
también para los sindicatos.
En
general para la buena gente con inquietudes, que deplora el robo y los
aprietes. Las zancadillas, las mentiras y las extorsiones.
¿Queremos
en verdad acercarnos a la meritocracia apoyados en el poder de una riqueza
generalizada? Porque eso y no otra cosa son la justicia social y la
redistribución de sus ventajas, bien interpretadas.
¿Queremos
en realidad salir de nuestra creencia en la
cleptocracia y la violencia, como
método para lograr el desarrollo?
Podrá
caer el kirchnerismo, desaparecer La Cámpora, los bustos y calles en honor de
Néstor (y de otros sinvergüenzas) pero si seguimos aferrados a taras mentales cuasi religiosas, ninguna de nuestras
potencias llegará, nunca, a ser acto.
Simplemente,
seguiremos declinando. Sacándonos la alfombra bajo los pies unos a otros a
través de altos impuestos y nuevas desinversiones. Con aprietes económicos más
prolijos “conforme a derecho” pero… sin cambio alguno de paradigma.
A
nivel global, el muy bien pago funcionariado de la burocracia internacional y
las nomenclaturas políticas locales con todos sus privilegios bloquean
disimuladamente, por supuesto, toda iniciativa que apunte -en lo comunitario- a
migrar de las jerarquías (estructuras verticales con forma de pirámide) a las
heterarquías (estructuras horizontales en forma de red). La informática en
proceso de redes comunicacionales, sin embargo, trabaja sin pausa contra este neo-colonialismo
cultural y en favor de la gente honesta del llano.
Así
como el Papa y el capitalismo demolieron el muro comunista, la gente pensante
en red demolerá los clientelismos estatistas.
En
definitiva, como nos lo muestra el derrotero Ecuador - Venezuela - Cuba, no hay
gran diferencia de objetivos finales entre socialismo y comunismo, excepción
hecha de los medios: el comunismo trata de esclavizar a los individuos por la
fuerza bruta mientras que el socialismo procura hacerlo por medio del voto
clientelar. La misma diferencia táctica que hay entre el asesinato y el aborto.
Dicen los sabios que toda verdad pasa
por tres etapas. Primero, es ridiculizada. Segundo, es violentamente objetada.
Tercero, es aceptada como obvia.
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