Septiembre
2013
Una
humorada que circula con motivo de las próximas elecciones, presupone el
eslogan de campaña para el primer candidato a diputado de una nueva agrupación
política argentina: el Partido HDP. “Soy
un auténtico militante HDP. Y también un hombre común, del pueblo. Vóteme para que pueda dejar de serlo”.
Por
cierto, según el lúcido analista y autor británico Aldous Huxley (1894-1963), lo
único que aprendemos de la historia, es que no aprendemos de la historia.
Una
sentencia particularmente apropiada para nuestro país. Y dentro de el, para el
movimiento peronista. Sino en materia de ascenso a la fortuna para sus
dirigentes, al menos en asignaturas tales como el ascenso de la Argentina en el
mundo o el progreso ético y material de nuestro pueblo con respecto a otros.
Su
logro (con ayuda parlamentaria del pleno de la centro-izquierda) de quebrar ética
y materialmente a una nación “condenada al éxito” por la abundancia de sus
recursos y las notables aptitudes de su gente, denota una falta de competencia
extrema en la tarea de aprender de los propios errores.
Pero
la incompetencia justicialista parece revelarse mejor, de un modo casi icónico…
en la triste ineptitud de sus mujeres.
En
efecto: unidas por una línea temporal que saltó 3 décadas por paso y habiendo
tenido poder para convertirnos en uno
de los dos o tres mejores países del orbe (no era muy difícil, dadas nuestras
potencialidades) Eva, Isabel y Cristina son Historia encarnando lo peor de la
argentinidad. Un extracto de sus trapos sucios, vía aportes a una sociedad más
miserable en todo sentido surgida tras sus 3 mal-ejemplos vinculantes de división fogoneada con resentimiento
feroz, pérdida total de valores inteligentes y mentiras a destajo con robo a
gran escala.
Tres
dirigentes poco creíbles abrevadas en el arroyo de la ignorancia, quedan así
unidas por su lamentable incapacidad para aprender de la historia.
Hubiese
sido más sencillo asegurar la permanencia de la baja imposición y la “libertad
de industria” que -es historia- nos habían hecho grandes a través de una
valoración superior de la honradez, la responsabilidad y el esfuerzo personal.
Pero se optó (de 70 años a esta parte) por contrariar el espíritu constitucional
mediante el cierre proteccionista y la fiscalidad exacerbada que aún perduran,
dando gas al cáncer social argentino: parasitismo e inmoralidad. Saqueo caníbal
y ventajismo económico.
A
propósito de ello: hoy, igual que ayer y que siempre, los países más cerrados (proteccionistas)
son los que más caen en el ranking de ingresos por ciudadano (productividad
nacional).
Medir
mal en los rankings de pobreza y peores empleos es el resultado directo de
transferir fondos (vía impuestos y mercados cautivos) de las actividades más
eficientes (competitivas a nivel global) a las más ineficientes (empezando por
las estatales), que terminan pagando sueldos (o subsidios) más bajos.
Es
claro que la innovación empresarial resulta aplastada cada vez que una norma
dirigista da prioridad a los “derechos adquiridos” (en realidad intereses creados, que pujan por frenar
el cambio) por sobre la libertad para producir y negociar.
Hablamos,
por cierto, del corazón del proteccionismo clientelar como sistema: proteger (bloqueando
la competencia) a algunos empresarios y sectores a costa de la creación de más
y mejor empleo en otros rubros, potencialmente más competitivos.
Una
distribución feudal de privilegios que va en
contra de la igualdad de oportunidades del mundo del trabajo (capital +
visión + mano de obra), por más que se declame lo contrario.
El
feudalismo pre-democrático inherente a todo peronismo (del primer Perón a la
última Kirchner, extensivo a Massa, Scioli y social-radicales en general)
constituye una rica “sopa primordial” o abono ideal para el florecimiento de
aquello que hoy abunda en la Argentina: electorado sin opciones, empresarios
pusilánimes y multitud de vivillos fracasados de toda laya aspirantes a vivir
de la política. Abono para el desarrollo de dirigencias enemigas del progreso
del pueblo trabajador, enquistadas en el Estado y sólo atentas a sus propios
intereses. Absolutamente olvidadas de conceptos como “honradez” y “vocación desinteresada
de servicio”.
Ninguno
de sus representantes hambrientos de poder sirve al efecto del necesario cambio de actitud ética en el voto
ciudadano, ya que para generar un acompañamiento de mente y corazón por parte
de la mayoría decente, el líder y su equipo deben ser percibidos antes que nada
como creíbles y honestos, amén de
capaces.
Cierto
es que la decadencia argentina es moral: votar por ladrones y sus cómplices es
inmoral. Como también es inmoral votar a mentirosos, votar “en negativo” por
envidia, odio, resentimiento o venganza, votar en favor de “caer” con impuestos
agresivos sobre la legítima propiedad de otros tanto como votar por personas
que admiran a regímenes que no respetan y roban a sus minorías (y la minoría
más pequeña es una sola persona), tal como manifiestan públicamente los señores
Binner, Solanas, Altamira o Insaurralde.
Inmoralidad…
de brutales pobrezas inducidas, creadas y mantenidas por totalitarios nativos
que, ciegos y sordos, siguen desplegando sus banderas a contrapelo de toda la evidencia
histórica disponible (¿se preguntarán alguna vez porqué hay miedo y hambre en
Pionyang -o en Tartagal- y absoluta abundancia en Singapur? lo dudamos).
En
recta línea con los tres iconos de la rama femenina peronista, el propuesto
Partido HDP bien podría liderar hoy esa gran coalición del “campo nacional y
popular” que represente cabalmente y sin exclusiones a nuestra tan “ética y
moral” centro-izquierda.
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