Octubre
2013
Nuestra
Argentina bien podría considerarse el laboratorio ideológico (y psicológico,
por qué no) de la región. El país que habiéndolo tenido todo se hunde poco a
poco aferrado al palo mayor de su inmadurez, mientras sus vecinos pobres lo
superan.
A
pesar de haber puesto a la comunidad en “modo trabajo-esclavo” y tras
una alambrada de reglas dirigistas, succionando más del 50 % de su renta (y la
del complejo agrario en más del 80 %). Un pueblo que sigue hundiéndose, aún tras 10 años de fuerte viento comercial de cola.
Sentimos
la vida en Argentina estresante y difícil, porque transcurre en un campo de batalla donde la retaguardia rezagada del populismo (fiel
representante de frenos burocráticos e intereses creados) sigue dando su pelea,
ya perdida, contra las libertades personales; contra toda riqueza obtenida por
derecha.
Una
guerra de infanterías de bayoneta y cañones tirados por caballos contra misiles
guiados por láser desde el espacio. De una vetusta (pero increíblemente soberbia)
“ingeniería social” impuesta por la fuerza bruta, contra la creatividad
empresarial y la inversión tecnológica del capitalismo. En suma, una negación inútil
de las más éticas, útiles y profundas tendencias de la naturaleza humana.
De
entre la bruma de esta “era del simio” de la ciencia económica, se abre paso un
paradigma sin soberbia; más realista.
Es
el que postula asumir la realidad de que la economía se funda no en los planes
del burócrata sino en la inagotable inventiva privada. Vale decir, en la
continua generación particular de nuevos fines a alcanzar y de nuevos medios
para lograrlo, en un flujo de informaciones, conocimientos, innovaciones y
replanteos que torna lastimosamente fútil (más aún: contraproducente) todo esfuerzo
de “mejora” coactiva del bienestar
general por parte del gobierno.
La
inteligentzia ya sabe que los
postulados de eficiencia estática en los que hasta hace unos años se basaban
los planificadores para sus cálculos de costo-beneficio, sustentadores de la
entera teoría del Estado Subsidiador (o socialismo “light”, para diferenciarlo
de su cercana mater ideológica: el
socialismo comunista genocida bien asumido), quedaron obsoletos.
La
frenética codificación fotográfica de datos y el planeamiento reglamentario
subsiguiente quitando, autorizando, frenando y privilegiando mezclas
magistrales de lo que se entendía por “justicia” y “eficiencia”… son material
de museo.
Señores
economistas (y opinadores de café) pro-Estado: procedan a acotar su vanidad
intelectual, por favor. La economía no era una foto en sepia que pudiesen
retocar sino un vertiginoso DVD digital y el no haberlo comprendido a tiempo
fue causa directa de grandes padecimientos, todos evitables, infligidos a la
gente sencilla por ustedes. Perdimos demasiado tiempo en su peligroso juego de
aprendices de magos.
Hoy
se sabe que cada ser humano es el empresario de su propia vida, no siendo las
empresas otra cosa que la suma inteligente de tales valiosas individualidades, desarrollando
su función sinérgica desde una base personal y hacia lo colectivo en forma voluntaria,
con una eficiencia operativa y una coordinación absolutamente dinámicas.
Sí
orientables mediante unos pocos y
firmes tratos básicos (los de nuestra Constitución original, por ejemplo). Nunca
manipulables por terceros iluminados,
sean estos elegidos o no por una mayoría.
Una
dinámica de riqueza popular que sigue aguardando a ser liberada en nuestra ex
república, más allá de la confusa opinión que mucha gente tenga de conceptos
tan bastardeados como equidad, justicia social y rol del Estado.
Porque
toda la cháchara populista, su soporte teórico minado de criterios estáticos y
el dañino mito de la solidaridad “a palos” implosionan cuando la dignidad parental de un buen empleo y
el dinero sólido empiezan a fluir sin estúpidas trabas fiscalistas hacia
las clases medias y bajas. Como ya está ocurriendo, por cierto, en algunos
países con bastante más “viveza” social que el nuestro.
Sabiendo
que la mayoría decente antepone consideraciones básicas de justicia al puro
racionalismo de la eficiencia productiva y del progreso material, todo líder
inteligente, a más de limpio y creíble, debería asumir la necesidad de
fundamentar su propuesta en un marco moral incuestionable. Marco que solo puede
sostenerse adhiriendo a la ética libertaria, que no deja cabos ideológicos
sueltos ni suciedades amorales bajo la alfombra.
Porque
lo cierto es que no deberíamos resignarnos a avalar la barbarie: más allá de
estar todavía aceptando la subjetividad de que el fin político justifique
los medios atropelladores, existen principios morales de validez objetiva, que son anteriores. Y que deberían prevalecer
-por muchas evidentes razones- sin importar hacia qué maizal ajeno esté siendo
arreada, otra vez, la piara.
Sucede
que eficiencia y justicia son las dos caras de la misma e indivisible moneda,
ya que sólo lo socialmente eficiente hace posible lo que es económicamente
justo y viceversa. Principios morales y ganancia individual lejos de ser
conceptos contrapuestos ¡son abrumadoramente complementarios!
Hoy
se sabe que el mercado es un proceso dinámico
y que su eficiencia en crear riqueza social sólo es compatible con un tipo de justa equidad. Que es la que
enjuicia comportamientos particulares
(no colectivos) según normas morales
de derecho natural clásico (como las que prescribe nuestra Constitución
original, por ejemplo) protegiendo con firmeza, entre otras cosas, todo bien
lícitamente adquirido.
¿Por
qué las demás alquimias son inmorales? Porque en su coerción redistributiva
obstruyen el libre ejercicio de la función empresarial de coordinación social creativa. Porque van en contra del derecho de
propiedad, que implica el derecho a los
resultados de la propia creatividad. Y porque ir en contra de estos dos derechos,
en cualquier proporción, es ir contra los principios de fondo que hicieron posible nuestra civilización, haciéndonos
retroceder hacia la miseria. Y hacia su hermana gemela, la violencia social.
Que
es exactamente lo que nos pasa.
Afirmación
de inmoralidad probada en el fracaso universal del socialismo, tras los últimos
70 años de masivos experimentos con su “ingeniería social” y sus corruptas
dictaduras de soborno electivo, en lo que fue (y aún es) el más costoso;
obcecado intento de negación de libre albedríos de la historia humana.
Demás
está decir que ninguna medida de
veneno será buena y que en cualquier compromiso entre alimento y toxina, habrá
de ser el organismo entero (empezando por su sector más vulnerable) el que
sufra.
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