Junio
2014
Las
malas acciones de este gobierno (casos Campagnoli, Aerolíneas, Skanska, Milagro
Sala, YPF; Islas Seychelles, Indec, Báez, embajada paralela, radares,
Resolución 125, manejo de Pauta, Anticumbre… y una larga serie de etcéteras en
progreso cuya sola mención superaría en mucho los 5.000 espacios de este ensayo)
sacuden sin duda la conciencia de millones de argentinos.
Suerte
de laxante mental en sobredosis cuyo efecto revulsivo está llevando a muchos a
cuestionarse, por vez primera en sus vidas, creencias antes inamovibles.
Exhibido
hoy en forma descarnada, el ejercicio del poder por parte del Estado real (no del
teórico), rompe preconceptos y pone a todos en la disyuntiva de optar por la
sobrevida en uno de dos bandos: ser un esclavo dador del 60 % o más de su labor a sus explotadores (promedio nacional estimado
de tributación real de los que pagan,
sin olvidar que un siervo de la gleba medieval entregaba al Señor feudal... hasta
el 50 % de su labor) o bien ser un ladrón; un parásito que roba a compatriotas
desarmados tratando de acceder mediante violencia (electiva, eso sí) de izquierda
a lo que no quiso, no supo o no pudo ganar con su esfuerzo por derecha.
Un
Estado ignorante, atropellador, que no se ha privado de enervar y empujar sin
descanso a quienes no quieren ser esclavos (categoría inferior al siervo) ni
encolumnarse detrás de su staff de ladrones profesionales. A los que se rebelan
en fuero íntimo a la jurásica opción de ser predadores o quedar en el primer
eslabón de la insustentable cadena alimentaria populista.
Son
muchos quienes ya no aceptan las cosas como son sino que están dispuestos a
poner lo suyo para que sean (al menos para sus hijos y nietos) como deben ser.
Una
posición frente a la vida que encuentra antecedentes en los poco preparados y
peor armados patriotas norteamericanos, que en Diciembre de 1773 decidieron empezar
a quitarse del cuello el yugo impositivo de la monarquía británica, arrojándolo
al mar. Y en nuestros valientes compatriotas de Mayo de 1810 que, siguiendo
aquel ejemplo, se propusieron iniciar el fin de la opresión económica,
burocrática y militar del reino de España en estas tierras.
En
ambos casos personas honorables; comerciantes, profesionales y productores con
una cierta posición, que tenían mucho que perder y poco que ganar
adscribiéndose a la -en aquel momento muy incierta- rebelión contra la
autoridad. Contra un gran sistema de Poder y Derecho asentado por siglos de
aceptación.
No
hubo en ellos mezquinos cálculos de conveniencia mercantilista (mercado cerrado
= clientela cautiva) ni cobardes temores a dejar de lado el low profile ni la comodidad del statu quo.
Hubo,
sí, grandeza solidaria para con la
comunidad y una clara visión del largo plazo. Hubo, si, ejemplos edificantes de
audacia, sacrificio económico y ética personal.
El
tipo personas y la clase de visión
cuestionadora de creencias antes inamovibles que tanto necesita la
Argentina postrada de hoy. Grandes espíritus que, al decir de Albert Einstein, “…siempre se han encontrado con la violenta
oposición de los mediocres, que no pueden entender que un hombre no se someta irreflexivamente
a los prejuicios heredados, sino que utilice su inteligencia con honestidad y
valentía”.
Porque
seguir a la manada, vale decir no pensar ni cuestionar al sistema que lo
esquilma, es la clásica solución mental del mediocre para sentir que no se
equivoca, diluyendo su responsabilidad civil.
En
verdad, son cada día más quienes admiten que no debemos apoyo ni respeto ético
(ni moral) alguno a quien obtiene nuestra colaboración “solidaria” bajo la
amenaza de una pistola, como sucede con los jerarcas del actual modelo de
democracia delegativa de masas y Estado clientelar no-republicano, a través de
sus esbirros de la Administración Federal de Ingresos Públicos.
El
abuso legal-tributario al que se somete a las personas que pagan, las está impulsando
a repensar los supuestos sobre los que basaban su sumisión: sostener al Estado
y respetar al gobierno (bien o mal) electo para, al menos, sentirse libres en
lo personal-cultural y en lo personal-económico.
Porque
sucede que las libertades personales siguen siendo un derecho cuyos muchos
beneficios directos e indirectos para el resto de la sociedad no son su fin sino su consecuencia. Conclusión de perogrullo que forma parte de un
debate tiempo ha superado.
Aunque
no tanto en esta Argentina arrodillada, donde el maltrato impositivo-reglamentario
aplicado sobre los hacedores de riqueza por la izquierda gobernante, bloquea -o
ralentiza seriamente- nuestro desarrollo como es de norma en todo socialismo
cuando procede según su dogma, al
invertir estos términos.
Entendidos
como “al servicio” de terceros, los derechos de libertad (como los de trabajo,
industria, comercio, finanzas, solidaridad y en general de contratos, renta y
disposición de propiedad privada) quedan rebajados a simple materia regulable; opinable…
en ámbitos donde campean en triunfo la ignorancia y el oportunismo clientelar.
Este
solo “detalle” explica casi toda nuestra decadencia. Otro es la inevitable marea
de descomposición que tal modelo genera. Y entre ambos explican con
enceguecedora claridad por qué no somos a esta altura, por el contrario, una
superpotencia.
Podio
al que podríamos acceder si, haciendo uso de las lecciones dejadas por
nuestro laxante mental, atinamos a dejar de votar estatismos nacionalistas por
simple herencia o complejos de inferioridad. Cuando no por soberbia,
resentimiento, ira o envidia (autodañándonos en una virtual cadena de pecados).
Claro
está: el ideal del corrupto autoritario y el mensaje de casi toda la propaganda política (tanto oficialista como opositora) es, simplemente, menguar en el uso del látigo a medida que los esclavos se encadenen a sí mismos.
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