Junio 2014
La igualdad parece haberse
convertido hoy en la máxima aspiración de todos cuantos se definen como
progresistas; con sensibilidad social. En general, demócratas (en la acepción
actual del término, cada vez más alejado de lo republicano) que gustan de guiar
sus votos con el corazón.
A pesar de lo que definiera con agudeza el periodista español José
Carlos Rodríguez: “progresista es aquel
que es generoso con lo ajeno”. Y de lo que advirtiera Milton Friedman
(economista y premio Nobel estadounidense, 1912 – 2006): “una sociedad que pone la igualdad por encima de la libertad acabará
sin igualdad ni libertad”.
Porque si nuestra opción solidaria es por los pobres, como pide
la Iglesia junto con todas las personas de bien, debemos tener presente los 3
tipos reales de sociedades contemporáneas que han buscado solución a este
problema: la comunista (caso Cuba) donde la pobreza extrema se solucionó
mediante un manejo totalitario que mantuvo a toda la sociedad en una pobreza no extrema, la socialista (caso
Suecia, aunque ahora estén volviendo sobre sus pasos) donde el problema se
encaró a través de un dirigismo que privilegió la seguridad social de la cuna a
la tumba a costa de elevadísimos impuestos desincentivantes del consumo, la
reinversión productiva, la creatividad y las ganas de vivir experiencias
emprendedoras… y la sociedad capitalista (caso histórico de Estados Unidos, hoy
mejor representada en otros sitios), donde el dilema de la pobreza se dirimió a
través de un sistema que privilegió las libertades individuales por sobre la
idea de quitar a algunos para subsidiar a otros.
Con respecto a esto último, nos aclara Carlos Cáceres (catedrático y
economista chileno, n. 1940): “en una
sociedad abierta, la única igualdad compatible con la libertad es la igualdad
de derechos”.
Mas si nos guiamos -generalizando- por el voto real ejercido con la
cabeza y con los pies, vemos que ningún argentino (progresista o no) quiso ir en
los últimos 50 años a Cuba a ganarse la vida. Pocos desearon o intentaron ir a
vivir y trabajar a Suecia. Pero muchos quisieron ir en cambio a Estados Unidos
tras la promesa de que allí sus sueños podían, realmente, tornarse en realidad.
Viene entonces al caso la frase de Lenin (revolucionario ruso, 1870 –
1924) en una pregunta que haría historia: “¿Libertad?
¿Para qué?”, cuestión que ya había sido evacuada por el pensador político y
viajero francés Charles de Montesquieu (1689 – 1755), tras constatar el axioma
de que “los países mejor cultivados
-en todo sentido- no son los más fértiles
sino los más libres”.
Lo real, lo pedestre y práctico es que los sistemas que mejor han funcionado para erradicar la pobreza y donde resulta más estimulante vivir (un gran tema, ciertamente) son aquellos que más lejos han llegado en su opción por los derechos de la gente frente a las exacciones forzosas y el intervencionismo del Estado.
Porque a más respeto por los
derechos de las minorías (el individuo es la más pequeña de las minorías), por
la propiedad privada y por las libertades de elección personales, menos pobres. Allí donde la sociedad tiende hacia la no violencia
(impositiva, monopólica, mafiosa, etc.) y la libertad en todos los órdenes
(cultural, económico, educativo, etc.), el ingreso popular tiende a aumentar.
Siempre. Igual que las desigualdades, al menos al principio.
“No me importa la desigualdad,
porque no soy envidioso. Me importa la pobreza” nos recuerda por si acaso Pedro Schwartz (jurista
español, n. 1935), completando lo que un tremendamente experimentado Winston
Churchill (estadista británico, 1874 – 1965) ironizó cierta vez: “el vicio inherente al capitalismo es el
desigual reparto de bienes. La virtud inherente al socialismo es el equitativo
reparto de miseria”.
Señoras: el país más liberal-capitalista del planeta, uno de los de
menor cantidad de recursos naturales, mayor densidad demográfica (¡y
expectativa de vida!), Singapur, es el que, porcentualmente, menos pobres y más
millonarios tiene. ¿Simple casualidad?
Señores: nos lo advirtió con lucidez el joven Johan Norberg (escritor y
activista sueco, n. 1973): “la
distribución desigual de la riqueza en el mundo se debe a la distribución
desigual del capitalismo”.
Argentinos: la igualdad, aunque bella en su utopía socialista, no es el
camino hacia la solución del drama de nuestra pobreza. La sería si quisiéramos
seguir la vía cubana o la sueca: si quisiéramos dar satisfacción política a
nuestros más viles resentimientos e inmadureces sin pensar en quienes nos
siguen.
Y respecto de madureces emocionales, en otra frase que parece pensada
para nuestra sociedad, disparó asimismo el gran André Maurois (rebelde intelectual
francés, 1885 – 1967): “un joven de menos
de 25 años que no sea socialista no tiene corazón; uno mayor de 25 que sigue
siéndolo no tiene cerebro”.
La opción por los pobres, entonces, es la opción por la inteligencia. Como la que acreditan 8 de los 9 autores
aquí citados. No hay otra.
Ya que para ser solidario en serio (voluntariamente, a través de
grandes instituciones y fundaciones privadas o religiosas por fuera de la
corrupción y el clientelismo estatales), hay que tener con qué.
La otra, la “solidaridad” coactiva financiada mediante violencia
tributaria fue, es y será insanablemente inmoral y como tal, no puede
conducirnos sino al desastre; a la degradación. Como la que vemos crecer a
diario en cada rincón de nuestra patria.
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