Julio
2014
Hace
unos días se hicieron públicos ciertos datos demográficos que, aunque intuidos
por muchos, no dejan de resultar impactantes.
Lo
informado es que nos encontramos en el centro de un “período de oro” que
comenzó hace 20 años y que terminará en otros 20. Situación caracterizada por una
alta proporción de población en edad laboral (de 20 a 64 años de edad) y baja
de población “dependiente” (menores de 20 y mayores de 64). Hacia el final del
período, según los demógrafos, caeremos en la categoría de país envejecido, al pasar la proporción de ancianos al doble de la
actual.
Durante
el período de oro que hoy promedia, la Argentina cuenta con la mayor cantidad porcentual
de jóvenes de su historia.
Un
momento único de escasas 4 décadas de duración, apto para que estadistas
inteligentes la hayan guiado y la guíen en dirección al diseño y consolidación
de sistemas de previsión social más poderosos y sustentables, previendo el
momento en que varíe el fiel de la balanza y menos personas activas se vean en
la obligación de mantener a muchas más inactivas.
Son
datos que siempre estuvieron al alcance de nuestros gobiernos. Al igual que las
sugerencias de expertos en la materia, que invariablemente recomendaron prestar
atención no sólo al problema de las jubilaciones futuras (y del previo ahorro
nacional que ello implica) sino a las inversiones acordes en educación, con
vistas a una óptima inclusión laboral de nuevos trabajadores jóvenes.
Modo
casi excluyente de trocar en sustentable algo que presentaba (y presenta) todas
las características de un drama social a plazo fijo.
Lo
sucedido en los últimos 20 años, sin embargo, es harto conocido: el voto de
mayoría en favor de populismos de gran esterilización impositiva y por tanto escasa
inteligencia, fue colaboracionista (más allá de palabras, himnos y banderas) para
que la mitad de nuestro “bono demográfico” de 40 años se perdiera sin remedio.
Y
para que arribáramos trotando como reses por un brete al desastre actual de un
pésimo nivel educativo, 800 mil ni-ni empujados hacia la delincuencia o el
asistencialismo y más de 1 millón doscientos mil jóvenes con empleos precarios
o informales. Entrampados todos en un corralón de asfixia tributaria, alta
pobreza, desempleo y precarización general.
Por
no hablar del parate casi total de
inversiones en infraestructura y crecimiento empresario-exportador, dato que
asegura en gran medida la continuidad en el tiempo de esta situación.
No
inventamos nada. El de Estado benefactor y previsional es uno de los ítems que
está llevando a la quiebra a la Comunidad Europea. Una sociedad ya envejecida,
cada año más endeudada, menos competitiva y que por cierto también “comió” alegremente
su bono.
Las
directrices del giro de 180 grados que nuestra sociedad necesita para revertir
el desastre, prevenir el drama previsional y volver a situarnos a la cabeza del
mundo en este y otros temas, sólo existen entre el compendio de propuestas
libertarias. Pensadas para una Argentina líder: abierta a los capitales lícitos
del mundo, con un Estado no violento y economía altamente evolucionada. Ideas orientadas
a desafiar conservadurismos de todo signo, facilitando la revolución de una poderosa movilidad social ascendente.
También
podemos, claro, dar un semi-giro de 45 o incluso 90 grados siguiendo las
usuales recetas de reajuste neo-socialista, neo-fascista o las del clásico mix nacional
entre ambos populismos.
No
prevendrán el colapso previsional pero (sonriendo al saberse otra vez
“salvados”) sus jerarcas administrarán el sufrimiento de nuestro pueblo con la
solvencia burocrática y la impostada calma paternal que los caracteriza.
Demás
está decir que tampoco conducirán a nuestro país a la abundancia ni a liderazgo
positivo alguno. Se trata de una película vieja que ya vimos varias veces,
proyectada para seguir frenando una movilidad social que
atentaría contra sus intereses (sin pobres se acaba el negocio de políticos
redistribucionistas, vagos, punteros, “empresarios” protegidos y demás
oportunistas): la política no sería el negocio que es sino un llano acto de
servicio por vocación.
Lamentamos
desilusionar asimismo a la legión de progresistas que secretamente sueñan con
que los dividendos nacionalizados de Vaca Muerta u otras reservas potenciales
de energía fósil, no renovable y contaminante, solucionen a futuro el déficit
previsional y todo otro desaguisado que tengan a bien generar con sus envejecidas ideas anti
cultura-del-trabajo. Más que ideas, atajos “de vivos”.
Basta
mirar a la actual Venezuela (literalmente asentada sobre un mar de petróleo de
fácil acceso), país que fracasó en toda la línea intentando esa exacta receta.
Ese exacto y desesperado atajo.
La
solución definitiva, libertaria, al problema demográfico que nos amenaza
implica volver a privatizar los
fondos de jubilaciones y pensiones. Subsidiando incluso a las empresas
(nacionales o extranjeras) que asuman esta responsabilidad, conforme una tabla
niveladora decreciente en el tiempo que corrija de algún modo el tremendo
desfasaje entre aportes realizados (a veces nulos) y haberes al cobro, que
arrastran millones de beneficiarios.
Con
la mirada puesta en terminar esta vez con toda
jubilación estatal y en asegurar para siempre
la intangibilidad de los aportes, contra atracos como el de este gobierno (robo
de los fondos privados de las AFJP) o el del peronismo anterior (colocación
forzosa de gran cantidad de bonos basura en la cartera inversora de las
compañías).
Y
con la intención explícita de contribuir a un gran mercado de capitales, hoy
inexistente, que apalanque una rápida reactivación del crédito de largo aliento,
creación de oportunidades de negocios y apertura de nuevos emprendimientos “en blanco”,
generadores de empleo… y de más aportes.
Apuntando
otra vez a la sana meritocracia que nos hizo grandes, como cura para la
cleptocracia parasitaria que hoy padecemos.
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