Septiembre
2014
Al
mal lo tenemos aquí y ahora, no en
un borroso “cuco” futuro signado por capitalistas de riesgo y emprendedores
privados.
No
existe en Argentina impulso empresarial innovador ni “sociedad de propietarios”.
No hay aquí aumento alguno de ingresos reales ni de familias subiendo a clase
media.
Ni
siquiera tenemos un (de por sí lamentable) Estado “de Bienestar” sino uno… ¡de
Malestar! Uno muy real creando
desempleo, pobreza, inflación, privilegios y corrupción. Insoportable opresión
impositiva y estafas sin cuento. Fabricando inseguridad, ignorancia,
injusticia, sufrimientos, atraso y descrédito internacional a mayor velocidad
de lo que las iniciativas particulares de cooperación voluntaria logran
contrarrestar.
Una
visión de 360º, más libre de prejuicios sobre nuestra realidad, nos haría
percibir al Estado como lo que es: un monopolio netamente agresivo avalado por
un pueblo embarcado por demás en una rapacidad de códigos suicidas y de
desprecio por el prójimo trabajador. Contraria al espíritu de respeto liberal
protector de la propiedad privada de todos
nuestros próceres.
Nos
haría ver el error de aceptar ese monopolio como un ente moral y necesario
cuando no es ninguna de las dos cosas. Y
a su pegajosa telaraña de leyes, reglamentos, prohibiciones y decretos amañados
para no ser lo que deberían (defensivos
para con el ciudadano creador de riqueza productiva: de bien común),
demostrando en la práctica el efecto perverso de dejarse gobernar por él.
En
verdad deberíamos tratar al Estado como al villano peligroso que es, en lugar
de sacralizarlo a cada paso. Desconociendo -como premisa mental de inicio,
siempre- su supuesta autoridad.
Como
bien dijo Pierre Joseph Proudhon (1809-1865, filósofo político francés y padre
del pensamiento mutualista cooperativo): ser gobernado es ser observado,
inspeccionado, espiado, dirigido, sometido a su ley, regulado, escriturado,
adoctrinado, sermoneado, verificado, estimado, clasificado según tamaño,
censurado y ordenado por seres que no poseen los títulos, el conocimiento ni
las virtudes apropiadas para ello.
Ser
gobernado significa, con motivo de cada operación, transacción o movimiento,
ser anotado, registrado, contado, tasado, estampillado, medido, numerado,
evaluado, autorizado, negado, endosado, amonestado, prevenido, reformado,
reajustado y corregido.
Es,
bajo el pretexto de la utilidad pública y en nombre del interés general, ser
puesto bajo contribución, engrillado, esquilado, estafado, monopolizado,
desarraigado, agotado, embromado y robado para, a la más ligera resistencia, a
la primera palabra de queja, ser reprimido, multado, difamado, fastidiado,
puesto bajo precio, abatido, vencido, desarmado, restringido, encarcelado,
tiroteado, maltratado, juzgado, condenado, desterrado, sacrificado, vendido,
traicionado y, para colmo de males, ridiculizado, burlado, ultrajado y
deshonrado.
Indignidad que se realimenta porque seguir a la
manada, vale decir no pensar ni cuestionar al sistema que lo esquilma, es la clásica solución mental del mediocre
para sentir que no se equivoca, diluyendo su
responsabilidad individual en vacíos eslóganes colectivistas. Gente (por la
causa que fuere) pusilánime al voto, poco dispuesta a admitir que los
“remedios” así logrados resultan tarde o temprano peores que la enfermedad.
Todos
quienes se consideran a sí mismos personas evolucionadas, que prefieren estar
de pie a vivir arrodillados, deberían empezar a visualizar la idea del Estado
benefactor y omnipotente (junto con otras tantas supersticiones) como
perteneciente al pasado trágico de la humanidad; a su era oscura de persecuciones,
pobreza y brujería. De contención infantilizante y déspotas paternales.
Sin
olvidar que la veneración del poder, esa despreciable forma de servidumbre,
nace del miedo y este, de la ignorancia.
Siendo
como son cuestiones del más puro sentido común, sigamos por un momento el
razonamiento de Murray Rothbard (1926-1995, notable catedrático y economista
estadounidense, fundador del libertarianismo y auténtico hombre bisagra en la
historia de las ideas), re-pensando el argumento en favor del Estado.
Tal
como si, partiendo de una posición de cero gobierno, alguien nos propusiera:
“Ciudadanos, démosle todas nuestras armas al Sr. Kirchner, un abogado exitoso de
Santa Cruz dedicado a la usura, a sus familiares y amigos para que ellos nos
protejan y resuelvan todas nuestras disputas. Y permitamos que obtengan sus
ingresos por este gran servicio usando esas armas para exigir de nosotros el
monto que consideren adecuado, por medio de la coacción”.
Una
propuesta que, así planteada, sería descartada por ridícula ya que obligaría a
todos a preguntarse de inmediato “¿Quién vigilará a los vigilantes?” ¿Acaso
algunos amigos solventados por ese mismo
vigilante (el propio Estado, juez y parte)?
Tal
y como puede comprobarse analizando la historia de la decadencia argentina de
los últimos 69 años (y la relativa pero constante de los Estados Unidos, “inventor”
del republicanismo, durante los últimos 154 años), eso… no
funcionó.
Un
Estado ladrón e invasivo, que fracasa aquí desde entonces en todo lo que
emprende, que no es capaz de entregar siquiera una carta en término… sigue pretendiendo a esta altura de su
catástrofe vejatoria, de este siglo de nuevas libertades individuales apoyadas
en lo tecnológico, tomar en sus manos todos y cada uno de los resortes de la
vida económica y social de los ciudadanos además de los de su salud, educación, seguridad y justicia.
El
camino de quienes se nieguen a ser siervos, entonces, deberá ser el de apoyar el
más firme anti-estatismo a cada oportunidad de opinión que se presente,
negándose a seguir alimentando parásitos saqueadores. Negándose en cada ocasión posible a hacerles una venia respetuosa; a pagar
en silencio las armas y cadenas con las que serán esclavizados.
El
mal solo puede sobrevivir en política si
el bien está dispuesto a servirlo y esa es la razón por la que debemos denegar
en alta voz cualquier validez moral al Estado y a sus esbirros de la Afip.
Será el primer paso para sacar a nuestra Argentina de las garras del leviatán totalitario que la está devorando por partes.
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