Noviembre
2014
Nuestro
país sufre un gobierno fuertemente identificado con la prepotencia y la
incultura. Una administración integrada por gente inepta, vengativa, de gatillo
fácil al desafío rencoroso y cínica en extremo tras su metralla de estafas y
mentiras.
Soportamos
un Estado que aplica sobre su población todo el poder de un gobierno abiertamente
anti-libertad y pro-coacción. Refractario a las garantías constitucionales de
libertad de prensa, de industria, de propiedad privada y de competencia
honesta.
Pero
que a pesar de todo lo anterior posee una gran virtud: la de generar en cabeza
de cada argentino un espacio mental propicio al cuestionamiento profundo. Un
ámbito írrito, favorable a la introspección y a la evolución política. A la
destrucción creativa de ideas perimidas.
Un
gobierno que provoca dramáticas dudas
de base, que se extienden como mancha de aceite por entre el ansia
general de escapar a un entorno social mediocre, poco estimulante; minado de
preconceptos y prejuicios pusilánimes.
Que
estimula reflexiones acerca de cómo
deberían ser las cosas para
nuestros hijos y nietos en un sistema orientado a la no-violencia. Y acerca de qué
diablos es lo que, en el fondo, estamos avalando, financiando, tolerando o
incluso defendiendo a esta altura del siglo XXI.
Tuvieron
que pasar generaciones, desde los gobiernos peronistas de los años ’40, para
que la gente decente volviera a sentirse tan vejada, robada y moralmente asqueada
como ahora: ahorcada por un Estado policíaco. Con cargas, demandas y
prohibiciones superpuestas a un nivel intolerable. Totalmente incompatible con
el desarrollo de sus sueños y planes familiares.
Gente
que ve como esos impedimentos, esos dineros restados a su bienestar y a su
capacidad de ayuda (de solidaridad bien entendida) se emplean en costear la
propia soga con la que se la ahorca.
¿Por
qué extraño contrato jamás firmado, deberíamos ser obligados a aportar ingentes
sumas a los sueldos, a los negociados y a la propaganda sucia de cientos de
organizaciones filo-criminales como Kolina, Las Madres, Fútbol para Todos (o
AFA), la SIDE, Tupac Amaru, Tiempo Argentino, 6 7 8 o La Cámpora entre muchas
otras que nos toman por estúpidos, nos contradicen, insultan, avasallan y además
operan sin descanso por nuestro ahorcamiento económico?
Desde
luego ninguna contribución a esta canalla es voluntaria. Ni siquiera para sus
propios votantes: todo aporte empieza y termina con el caño de una pistola apoyado
contra la espalda.
Y
si hubiere alguna duda de ello, probemos durante un año despenalizando el pago
de impuestos. No cuesta mucho imaginar cuál sería el grado real de compromiso
monetario ciudadano, solidario con este “maravilloso” sistema. Ni prever el destino
de sus bien cebados patronos.
¿O
será que en este tema, no conviene a la oligarquía usufructuaria otra democratización de la cruda y directa
voluntad popular?
Si
el único argumento de estos “bienhechores” (y de tantos otros oportunistas e
ingenuos políticos auto titulados realistas) es una pistola… estamos en
problemas. Problemas éticos de fondo.
La
verdad desnuda es que cuando algún socialista adoctrina a nuestros niños en que
“la sociedad” como tal tiene fines y que estos están por encima de los fines de
las personas, en realidad se están refiriendo solamente a los fines de un grupo
(o tribu) que se adjudica a sí mismo la “voz del pueblo”. O bien la voz del
dios-democracia, entendida en tanto sistema electivo no-republicano; burda
dictadura del mayor número.
Simplemente
y como principio rector, no debemos permitir ser forzados a sostener a través
de impuestos, proyectos que de ningún modo avalaríamos si pudiésemos decidirlo
sin estar bajo la mira de un arma. Actitud de patriotismo evolucionado y
creador de riqueza social, en línea con el espíritu profundo de nuestra
Constitución liberal, por cierto aún no derogada del todo.
Tampoco
debemos considerar al Estado como un ente superior y sacrosanto que no puede ser
cuestionado, cuando no es más que un monopolio de fuerza -perjudicial por definición,
como todo monopolio- comandado por personas (en la práctica, vivillos y vivillas)
con las mismas tendencias humanas de egoísmo, ambición y falta de escrúpulos
que achacan al imaginario, impío y bestial capitalista salvaje sin corazón ni
razón que sobrevendría si ellos no estuviesen allí para protegernos. O tal vez
peores que aquella fantasía interesada puesto que el poder de ese Gran Hermano
estatal omnímodo surgido de la falta de competencia, está probado, agudiza al
extremo el cinismo y la amoralidad de
sus campeones.
Y
señores, que nadie venga a decirnos que el sistema garantiza “competencia
política”, cuando es de perogrullo que a nadie sirve la “competencia” entre dos
males.
El
tipo de competencia que sirve al verdadero bien común es la del círculo
virtuoso que sólo opera en un mercado libre
(como el que desde hace unos 80 años no
tenemos) donde muchos oferentes luchan
comercialmente entre sí en una guerra
muy real de precios, innovación y calidades, por el favor y la ventaja del
público consumidor. Algo que es absoluta ficción -también está probado- en el
campo de la política.
Dicen
que cuando la economía se estanca, el deseo de reparto igualitario predomina
sobre el anhelo de libertad. Se trata del círculo vicioso del estatismo que ha
venido hundiendo a nuestra nación. Del sistema podrido que debemos dejar de
sacralizar; el mismo que debemos proceder a destruir, liberándonos de toda
lacra autoritaria.
Comenzando
por una valiente destrucción creativa practicada desde el interior de la propia
convicción doctrinaria, tantas veces arrastrada sin más desde alguna lejana
irreflexión adolescente.
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