Octubre
2014
No
importa que tan “políticamente incorrecto” sea decirlo: el poder político
siempre será fuente del mal y nunca de redención.
Un
tipo de poder que ha sido desde tiempos monárquicos, medio casi excluyente para
el sojuzgamiento de mansos y honestos.
Y
cuando llegó el tiempo en que la teoría del derecho divino de los déspotas
coronados perdió consenso entre la gente -que se negó a seguir entregándoles su
libertad- los mismos autoritarios reciclados viraron a la falsa promesa de que
el Estado solucionaría todos los problemas que se le presentaran. Al uso de
embauques tan cínicamente contraproducentes como el igualitarismo económico, el nacionalismo, la
lucha de clases o la xenofobia tribal de fronteras y mercados cerrados.
Quienes
procuran guiarse por la inteligencia, por la razón que surge de principios morales
y valores éticos, saben bien cuál es la expresión correcta del poder. Sólo hay una
(predicada y practicada, además, por el mismísimo Cristo): la del poder para influir
sobre otros… voluntariamente.
En
eso consiste la evolución, partiendo del principio libertario de la
no-violencia; de lo voluntario como norma. Donde lejos de quedar a merced de
los violentos, se potencia por mil la posibilidad de riqueza social bien
repartida y se reduce en igual medida la conflictividad con el consecuente
salto cuanti y cualitativo en inversiones, alta tecnología aplicada y empleos
de calidad. Con el correlato de seguridad, justicia, educación, salud e
infraestructura absolutamente superiores.
¿Quién
dijo que la pobreza es el estado natural de la humanidad? Sin duda fue un
socialista. En las antípodas, hablamos de un salto hacia la verdadera libertad
ya que no es libre quien no tiene los medios para optar acerca de cómo quiere
vivir, como sucede desde hace 69 años con nuestra triste masa de
clientelizados.
Exenta
de maquillaje político, la dura realidad de la democracia delegativa de masas
no republicana (o dictadura electiva) que nos sojuzga, se reduce al hecho de
que hemos sido gobernados por una coalición de votantes fracasados cuya ley
primera fue la de la selva. La vieja ley tribal del “somos más y estamos mejor
armados, por eso te esclavizamos”. La ley suicida de los idiotas útiles que
prefirieron forzar servidumbre y estancamiento con igualdad (que tampoco
consiguieron) a libertad y crecimiento con desigualdad.
Décadas
de ese modelo despótico van llegando por el actual embudo, a su fin. Atormentados
por sus muchas contradicciones y complejos de inferioridad, imposibilitados de
insertarse en una realidad que desde hace décadas circula por otros carriles, los
irresponsables cultores del populismo procuran (hoy y aquí) hacer volar esa
realidad por los aires. Develando así que sus motivaciones no están inspiradas
en el amor por el necesitado sino en el odio del bárbaro: más gratificante que
ayudar en serio al incapaz… es hundir al
capaz igualando por la violencia tributaria hacia abajo, hasta las mismas
puertas del averno.
El
poder político será siempre fuente del mal y nunca de redención porque sólo
puede agitar ante la gente una zanahoria de utilería: la de prometer progreso y
bienestar mientras se recompensa el saqueo y se castiga la producción.
El
uso de la fuerza sin previa agresión por mano de un político (o de cualquiera)
es inmoral. Y conforme el más común de los sentidos, como todo lo inmoral finalmente contraproducente, por más que se la
bendiga a través de los formularios adecuados y en la aparente legalidad de un
proceso electoral.
A
diferencia de los incentivos de los privados, no existe en las corporaciones
estatales miedo a la bancarrota que impulse la eficiencia en el cumplimiento
del deber: no aumentarán sus ganancias si lo hacen ni serán desplazados por la
competencia si no lo hacen.
Un
modelo perfecto para que defectos de toda clase (justicia lenta y escasa,
seguridad inoperante, educación de mala calidad, salud pública insuficiente,
corrupción desbocada, imposición y dirigismo asfixiantes, etc.) se
multipliquen, acumulándose. Y para lograr que más y más empresarios oportunistas
concluyan que su mejor inversión será un intermediario político. Un socio que
no produzca nada pero que acredite buenas conexiones.
Nadie
que simpatice con los postulados del amplio abanico de centro-izquierdas que
envenenan las ganas argentinas de ser un gran país ha avanzado mucho, por cierto,
desde las cavernas de la edad del simio. Su tribu todavía tiene el poder de
partirle el cráneo (legalmente, eso sí) a quienes se atrevan a enfrentarlos de
pie, negándose a ser hombres/mujeres-objeto
a su servicio o aún a cuestionar su sistema. A quienes rehúsen laborar ad
honorem más de 180 días al año para financiar las estúpidas improvisaciones de
brutos que aún no superaron la práctica del sacrificio humano.
No
han avanzado gran cosa: quien quiera hoy saquear a otro sin ser muerto o
encarcelado sólo debe auparse al socialismo en el poder estatal, autorizándolo
con su voto a usar la fuerza extorsiva que sea menester a tal fin sobre otro
conciudadano… “libre”.
La
evolución de las izquierdas que hoy copan la banca se limitó a pasar del
garrote a la pistola, única manera en que sus atropellos pudieron desarrollarse
y “funcionar”, fabricando pobreza estable mediante terrorismo de Estado fiscal.
Para
salir del poder político y empezar
el tránsito hacia el poder de lo
voluntario, debemos abominar de todo lo que huela a Estado; a fiscalidad. Y
debemos favorecer todo lo que signifique traspasar a la gente el poder de tomar
sus propias decisiones lejos de la coacción del gobierno. Vale decir, el poder
de ejercer todos sus derechos
individuales. Para empezar, su pleno e inviolable derecho de propiedad privada;
principio y sostén de todos los demás.
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