Diciembre
2014
En
el frontispicio del IRS (la AFIP de los Estados Unidos) puede leerse lo
siguiente: Los impuestos son aquello que
pagamos para tener una sociedad civilizada.
Palabras
que conforman una falacia lógica (como
afirmar la guerra es el precio que
pagamos por la paz) sostenida con evidencia cero.
Porque
dejando de lado el detalle de que aquellas palabras fueron pronunciadas cuando
la presión impositiva global en el país del norte era de tan sólo el 3,5 %, nada
hay de civilizado en extraernos dinero con el apoyo de un arma.
Nuestra
Argentina 2014, aún con una presión impositiva real que supera el 50 % (6 meses
de trabajo esclavo sin goce de sueldo para cada ciudadano/a), se encuentra
entrampada en un sistema inviable: atado con los alambres de un modelo sin
inversiones honestas y de consumo subsidiado. Con niveles de deuda, inflación,
desocupación, miseria, clientelismo y violencia social crecientes.
“No
se sale de la pobreza con planes sociales” acaba de advertirnos la Iglesia. El
de los impuestos no es entonces un asunto de civilidad sino de lisa y llana criminalidad. De mirada al piso y
sometimiento.
El
fracaso de las últimas convocatorias de protesta ciudadana parece confirmar la
resignación a todo trance de una sociedad que, aún expoliada concluye… “no
proteste, en 2015 vote”.
Que
aún insultada y empujada pone su esperanza de cambio en el funcionamiento
democrático tal como está planteado. Aunque la mayoría sabe que sus reglas se degradaron
a la simple elección cuatrienal de un nuevo amo. Uno que no respetará sus
decisiones personales y que se apoyará -básicamente- en el mismo modelo
económico de pobrezas relativas, ya que los políticos que vienen no serán muy
distintos de los que se van: a ninguno le preocupará estar piloteando el
Hindenburg porque ni ellos ni sus familiares y amigos sufrirán otras escaldaduras
que las consabidas de la adulación y el enriquecimiento.
La
ruina educativa, tras casi 70 años de “sistema” peronista sintetizado en el
reemplazo de maestros por docentes, de liberalismo creativo por socialismo
corporativo y de los valores de la cultura del trabajo por los de la cultura de
la dádiva… hizo lo suyo.
Hoy,
una sólida mayoría (tal vez del 80 %) denosta en diferentes grados al derecho de propiedad y disposición, al mercado libre y a sus “inequidades”, aún
sabiendo para su coleto que todas las lacras que padecemos provienen de la
persistencia nacional en atacar estas instituciones.
La
decadencia de nuestro país, así, no es responsabilidad de unos pocos malos
dirigentes. Se debe al colaboracionismo filo-criminal de varios millones de
votantes, izquierdistas de fecha vencida. De gente portadora de regresiones fatales,
enfrentando la realidad con argumentos adolescentes.
La
buena noticia es que las tecnologías informáticas existentes, aunque esa
mayoría aún no se haya dado cuenta, hicieron obsoleto nuestro entero “sistema”
de democracia delegativa de masas no-republicana. Así como las tecnologías de
la Revolución Industrial volvieron irrelevante al feudalismo y sus injusticias,
las de esta sociedad del conocimiento en red vuelven completamente obsoletas
las ansias forzadoras (o esclavizantes) de multitud de retrógrados, partidarios
todavía de la injusticia estatista.
En
la teoría, estas personas quieren que todos accedan, por ejemplo, a servicios
médicos de alta calidad. Mas en la práctica todas las soluciones “centralmente
planificadas” por el Estado, desde seguridad alimentaria a educación de
avanzada pasando por política energética o control de la delincuencia, han sido
desastrosas. Han afectado gravemente, además, nuestro estatus de hombres y
mujeres libres y han acentuado la injusticia de falta de oportunidades que
padece la parte más desprotegida de nuestra sociedad.
Bien
decía Hannah Arendt (filósofa política alemana, 1906-1975) cuando se violan los derechos individuales en nombre de la compasión,
desaparecen la libertad y la justicia.
Además
del narcótico de una educación pública socializada y del miedo a lo “bueno por
conocer”, claro está, hay otras motivaciones para el voto populista. Existe
toda una colección de sucias pulsiones vengativas enmascaradas bajo palabras
altruistas como el odio por codicia de bienes ajenos, el orgullo negado a
reconocer que se ha estado traicionando (y hundiendo) a la patria con el voto
durante años, la pretensión de lograr “derechos” de ventaja parasitaria a costa
del sacrificio de otros o el resentimiento vil derivado de la propia
incapacidad.
La
brutal división entre argentinos que la Sra. E. Duarte fogoneó en los ’40 y ‘50
sacando a la luz lo peor de nuestra
idiosincrasia y que el Sr. N. Kirchner y la Sra. C. Fernández resucitaron
como estrategia de poder, no hace más que abonar el aserto anterior.
Ciertamente, ahora, tenemos nuevo odio y desconfianza nacionales aseguradas por
generaciones.
La
criminalidad de nuestro sistema tributario, desde el cuestionamiento sobre el
grado de robo extorsivo que se nos aplica hasta la comprehensión final del robo
en sí en tanto “principio válido”, es algo que no tiene solución ética ni moral
aceptable.
Y
está bien que así sea porque la necesidad de este robo, al igual que la de la
existencia misma del Estado, se asienta en una serie de falacias lógicas que
debemos empezar a desmontar en nuestras propias mentes si queremos colaborar, sumándonos
al surgimiento de un mundo más justo y evolucionado para nuestros hijos y
nietos.
A
quien quiera profundizar en estos temas adentrándose en la valiente filosofía
libertaria, aconsejamos empezar por la lectura del libro Ni Parásito ni Víctima: Libre, de Raúl Costales Domínguez,
publicado en nuestro país por la editorial Grito Sagrado. Obra no apta, por
cierto, para seres domesticados ni de estómago flojo.
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