Febrero
2018
Uno
de los más notables presupuestos o clichés aceptados por la agenda democrática argentina
refiere a la percepción mayoritaria de que “el
peso de la crisis económica nacional la soporten (paguen) en mayor medida (o
toda, si fuese posible) quienes más tienen”.
Cuando
en rigor de justicia, la crisis nacional o cualquier crisis pública debe ser
pagada (expiada con asunción de culpa, compensada en lucro cesante y daño emergente)
por quienes la causaron. No por el grupo equis que resulte más o menos
antipático al opinador, supuesto portador de superioridad moral.
Una
forma de ver el problema de nuestra recurrente crisis socioeconómica, del duro freno
al ascenso social y cultural de los más pobres implementado por el “sistema peronista”
y experimentado bajo distintos gobiernos en los últimos 74 años, es
relacionándolo a la quiebra del erario. Al hecho de haber persistido en gastar
más de lo que ingresaba.
La
ruina progresiva impulsó así a un Estado desesperado a incurrir en dislates
impositivo-reglamentarios minados de privilegios sectoriales discriminatorios y
de avales mafiosos anti-igualitarios, que arrastraron al empresariado honesto a
la desinversión, a la decadencia y a la más brutal desmotivación a lo largo de
3 generaciones.
Fuimos,
ante sociedades más perspicaces, la imagen cabal de sucesivos gobiernos de
ineptos tocando reiteradamente el fondo mismo de la imbecilidad; estrangulando
casi sin pausa a la gallina de los huevos de oro.
Los
responsables últimos de estos gobiernos de incapaces y corruptos, no fueron
otros que los millones de votantes que, a sabiendas, los elevaron a los poderes
ejecutivo y legislativo (incluso al judicial).
Pretendiendo
luego -y logrando- que las consecuencias de sus crisis fueran compartidas por
quienes no los votaron.
Por
sus resultados acumulados en pobreza, derrumbe ético y atraso general, está
claro que se trató de un tipo de voto tan tenaz… como delincuencial.
Tal
la “ciudadanía” con la que debemos lidiar: 12.317.000 almas según la última
compulsa electoral.
En
un hipotético sistema libertario anarcocapitalista, todas estas almas “bellas”
tendrían la posibilidad de conformar comunidades voluntarias (impositiva y
reglamentariamente virtuales o bien físicas) donde poder dañarse mutuamente con
sus creencias redistribucionistas, sin afectar proyectos de progreso ni
patrimonios ajenos.
Claro
que a la vista del fulminante éxito económico que tendrían los ciudadanos
voluntariamente autoexcluidos de su modelo estatista, tales comunas tenderían a
desintegrarse para pasar sus individuos a revistar en los modelos alternativos (antes
vilipendiados) de mayor libertad con menor -o nulo- fiscalismo y burocracia.
La
coactiva realidad actual, sin embargo, es una donde pagan justos por pecadores.
Todas las veces, sin excepción.
Una
donde las responsabilidades inherentes al impulso meritocrático individual en
pugna con las de quienes avalan la cultura del parasitismo, se diluyen entre
los pliegues de un sistema que permite tirar la piedra y esconder la mano.
Como
cualquiera puede intuir, la trenza-matriz de nuestra asfixia, o sea las
oligarquías “en espejo” de empresarios proteccionistas, sindicalistas mafiosos
y políticos corruptos resultante de todos esos votos delincuentes, no se
regenerará de motu proprio sino sólo ante una votación en defensa propia por
parte de una cierta cantidad de ciudadanos. Una masa crítica definida por
actuales votantes de izquierdas que caigan en cuenta de que las crisis
populistas no deben ser cargadas sobre “los que más tienen” (eventualmente, los
que más podrían invertir para paliarlas) sino asumidas a conciencia como
propias, en forma personal.
Y
que esa caída en cuenta incluya la cuota de lucidez (y patriotismo) suficiente como
para apoyar durante las próximas décadas a los candidatos que mejor y más
rápidamente aseguren el re-acercamiento de nuestra Argentina al estatus de
potencia económica global, con todo lo que eso implica para el prestigio
nacional y, desde luego, para el bienestar de nuestra población presente y
futura.
En
las actuales circunstancias, como parte del
largo camino hacia una sociedad más libre, justa y evolucionada, tal
seguridad sólo puede ser brindada por aquel programa de gobierno que se
proponga llevar a efecto, durante los próximos dos períodos presidenciales,
medidas que reviertan por completo la explotación de los honestos (pobres y
ricos) por parte de estas tres oligarquías vampiras.
Para
lograrlo, debe apuntarse en primer lugar a un serio rediseño de nuestro sistema
judicial para llevarlo a altos niveles de informatización e independencia, de igualdad
absoluta de los ciudadanos ante la ley, de judicaturas por estrictos concursos
de excelencia y a un férreo control de gestión que haga imposible toda
discrecionalidad.
Asimismo,
debe encararse con celeridad y firmeza la liberalización y modernización de
nuestros sistemas educativos y de sus contenidos a fin de echar a rodar una
reversión masiva de las utopías estatizantes que nos llevaron al colapso,
trocando la actual escala de valores centrada en el parasitismo irresponsable
por otra que promueva el emprendedorismo, la responsabilidad personal, la
cultura del trabajo y la capacitación constante, orientada a nuevas tecnologías
funcionales a nuestra más plena e inclusiva inserción en modelos vanguardistas
de capitalismo avanzado.
En
cuanto a nuestras taras y rémoras más prosaicas, damos por sobreentendido que
tanto el actual gobierno como un creciente número de ciudadanos comprenden que,
aún con cierto gradualismo, no nos será posible volver a hacer de la Argentina
un país viable sin:
a)
Usar el endeudamiento como palanca transitoria para reducir drásticamente todos
los impuestos a fin de atraer ingentes inversiones productivas, generadoras de
nuevos puestos de trabajo. Y para reducir los restantes tributos compensando la
reinversión de utilidades.
b)
Integrar nuestra economía al mundo, eliminando las retenciones y toda otra
traba impositiva o burocrática de “costo argentino” que frene nuestras
exportaciones.
c)
Desregular fuertemente la actividad nacional, especialmente en los ámbitos educativo,
comercial, financiero y laboral (incluyendo al unicato sindical y la afiliación
compulsiva), a fin de afianzar en forma consistente la radicación de capitales
de riesgo compatibles con un serio aumento en la demanda de empleo formal.
d)
Bajar hasta niveles de déficit cero el gasto público en sus tres niveles,
impulsando la transferencia de 1 millón y medio de empleados públicos (actual
desocupación encubierta) a la actividad privada en reactivación, organizando un
sistema previsional autosustentable sin tabúes ideológicos paralizantes de por
medio, terminando con los anti-igualitarios regímenes de “promoción industrial”
y racionalizando hasta el nivel individual la entrega de subsidios transparentes,
publicados y específicos a ciudadanos identificados que realmente los
necesiten.
e)
Afianzar el federalismo regionalizando al país en “provincias” de escala sustentable,
conforme a la nueva proyección capitalista de generación racional de recursos
propios, la cual podría ser muy distinta de la actual habida cuenta de la
“apertura mental a la riqueza” y de las sinergias zonales que en tal supuesto se
darían.
Con
ello se contribuiría, también, a la imprescindible baja del gasto político.
De
este modo, si de aquí a fines de 2019 el gobierno del Ing. M. Macri lograse
desactivar las bombas de tiempo sociales dejadas hace 2 años por el peronismo
kirchnerista, cercando los incendios económicos remanentes, quedarían sentadas
las bases para que, en un segundo mandato presidencial seguido por un tercero
de la coalición Cambiemos (¿con la Lic. M. E. Vidal al frente?) a concluir a
fines de 2027, estos objetivos -ya cumplidos- conformen la perfecta plataforma
de despegue de nuestra república hacia ese estrellato planetario de donde nunca
debimos caer.
¿Podrán
disfrutar nuestros hijos y nietos de esa situación de poder, orgullo de la
argentinidad, oportunidades para la libertad, la no violencia y la riqueza?
De
la actitud proactiva o de la pusilanimidad de nuestra generación depende.
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