Julio
2018
En
su notable libro Homo Deus, el joven historiador israelí Yuval N. Harari
explora el porvenir de la humanidad, enfrentada hoy a su segunda revolución
cognitiva (la primera ocurrió hace unos 70.000 años, asociada al dominio del
lenguaje y de la creación de ficciones).
El
poder de tecnologías aplicadas al propio cuerpo humano combinadas con la
inteligencia artificial nos acerca, como raza, a disfrutes y capacidades antes sólo
reservadas a los dioses.
La
obra vislumbra lo que pensadores libertarios presuponen desde hace ya algunas
décadas: un futuro no violento, con expectativas de vida extendidas, pleno de
opciones practicables, sin carencias alimentarias ni energéticas, en franca evolución
ética, cultural y espacial.
Con
intervenciones inteligentes sobre todo lo que nos rodea, a tono con el mejor
ecomodernismo.
Trascendiendo
“pequeños” aquí y ahora, lo cierto es que lo que viene a mediano y largo plazo
abre posibilidades asombrosas de bienestar para aquellas sociedades que
comprendan el sentido del cambio y tornen a obrar en consecuencia. Para
comunidades como la nuestra, frenadas por barreras de orden exclusivamente
mental.
Nuestra
Argentina 2018, como un enfermo grave puesto a la retranca contra los médicos
que procuran sanarlo, parece inclinarse emocionalmente otra vez hacia el mito
de una izquierda falsamente inclusiva.
De
la evolución de las decisiones del paciente durante los próximos 15 cruciales
meses dependerán sus posibilidades de curación y rehabilitación.
Pero
la droga izquierdista que dopa y mina desde hace tres generaciones nuestra
energía comunitaria, entendida (dato no menor) como la suma de nuestras aperturas
mentales y energías creativas individuales, no dará paso a la necesaria
desintoxicación sin que antes nuestros líderes y referentes más lúcidos logren
recostar a los 44 millones de argentinos en el diván del analista.
La
invitación a la reflexión que estos formadores de opinión deberán plantearnos debería
girar en torno a las motivaciones emocionales profundas que en muchos casos nos
llevan a expresar posiciones y a tomar decisiones opuestas al sentido común y
al respeto por el prójimo que, cuando involucran cuestiones políticas de índole
coercitiva, no pueden sino conducirnos a la decadencia.
Al
conflicto permanente de Argentina contra sí misma. Contra su destino de
grandeza. Arrastrándonos a las antípodas del mundo halagüeño y civilizado que
ya atisban Harari y otros pensadores destacados, como puede verse hoy en
algunos sitios cercanos con izquierdas al mando como Venezuela, Nicaragua o
Cuba.
Así,
podría parafrasearse como ejemplo de lo planteado, parte de un perspicaz memo
que hace un tiempo circuló por las redes sociales.
Cuando
una persona respetuosa (PR) no es cazadora ni le gustan las armas, no compra
armas ni sale de caza. Cuando le sucede lo mismo, una persona de izquierda (PI)
pide que se prohíba a todos la compra de armas y que la caza sea declarada
ilegal.
Cuando
una PR es vegetariana, no come carne. Cuando lo es una PI, hace campaña contra
los alimentos a base de carne y si fuese posible, prohibiría su venta.
Cuando
una PR es homosexual, hace su vida como tal. Cuando una PI lo es, hace apología
de su elección, concurre a marchas de orgullo gay, acusa de homofóbicos y
escracha a quienes no comparten su opinión.
Cuando
una PR pierde su empleo, ahorra y hace todo cuanto está a su alcance para
conseguir un nuevo trabajo. Cuando una PI lo pierde, se queja ante su
sindicalista, gasta y concurre a manifestaciones anti-empresarias.
Cuando
a una PR no le gusta un programa de televisión, cambia de canal. Cuando a una
PI no le gusta un programa se queja, lo denuncia en los medios y apoya al
político que proponga su cancelación y la estatización de la emisora.
Cuando
una PR no es creyente, no va a la iglesia. Cuando una PI no lo es, se burla y
persigue a los que creen denunciando a las instituciones confesionales, a sus
símbolos públicos y pidiendo la expropiación de bienes eclesiales. Aunque sólo
ataca a cristianos ya que teme la reacción de los islámicos.
Cuando
una PR tiene problemas económicos, se afana en trabajar para ganar más dinero,
ahorra y/o busca financiación para pagar sus deudas. Cuando los tiene una PI,
responsabiliza al capitalismo. Busca entonces protección sindical y de partidos
socialistas con la esperanza final de conseguir un puesto político que lo salve,
sin importar sobre quién recaiga el costo.
Normalmente,
una persona con simpatías de izquierda se ofuscará y en su particular
dialéctica tildará de fascistas y retrógrados a los ejemplos precedentes mas no
podrá evitar reconocer, al cabo, que su derrotero la lleva, siempre, a arruinar
la felicidad de los demás a través de modalidades coactivas mientras que sus
oponentes ideológicos “respetuosos” sólo buscan la felicidad propia y la de sus
familias, sin ejercer violencia sobre el prójimo.
Y
eso, precisamente, es sobre lo que, como sociedad, debemos reflexionar.
Sobre
la posibilidad real (que comienza a abrirse) de vivir en comunidades donde cada
uno pueda laborar por una felicidad a su medida sin ser usado y sin violentar
ni parasitar a otros a través de intermediarios políticos, sindicales o de
pseudo-empresarios subsidiados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario